La lucha libre y la ciencia ficción se dan la mano en este personaje de ficción azteca. Así, calculo que fue en 1964 o en 1965 cuando tuve en mis manos una fantástica historieta que siempre recuerdo por su increíble contenido y trama: en un laboratorio de electrónica, que supongo situado en la capital mesoamericana, unos científicos construyen un aparato capaz de hacer viajar en el tiempo a su protagonista.
Por Luis Eduardo Cortés Riera
Publicado el 26.1.2022
En la década de 1960 los “cómics” de papel mexicanos y estadounidenses gozaban de una popularidad enorme, un fenómeno hogaño estudiado por la sociología de la lectura, los franceses Claude Moliterni y Roman Gubern quizás sean los más conocidos de los estudiosos de esta literatura de la imagen.
El antropólogo estadounidense Oscar Lewis hace mención de ellos en sus investigaciones antropológicas en México de los años 1940. Hogaño pareciera que la imagen sepultará al texto escrito. Vivimos una gigantesca era barroca de la mano del cine, la televisión y los teléfonos inteligentes.
En mi Carora natal, Venezuela, se les llamaba “cuentos” a las tiras cómicas, y eran coleccionados por personas de cualquier edad. Cambiar “cuentos” era una especie de ceremonia, usual entre los jóvenes de mi edad. Eran famosos los cuentos venidos de México: Santo, el enmascarado de plata, creación de José G. Cruz, Chanoc, Memín pinguín, El charrito de oro, Tawa, el hombre gacela, Neutrón, el enmascarado negro.
Los recién mencionados son algunos de los superhéroes de inspiración norteamericana, sin duda, pero que al cruzar el Río Grande se mexicanizan, hablan en correcto mexicano y son, usando una expresión de Samuel Ramos, unos “peladitos” aztecas.
Determinadas características les diferencian, dice el Blog Ausente, de los superhéroes procedentes de los Estados Unidos: Superman, Batman, El Hombre Araña, La Mujer Maravilla, Aquaman.
En ocasiones tienen poderes extra humanos, otras deben recurrir a artificios de ciencia ficción o a la colaboración —en el cómic— de magos y nigromantes amigos suyos. Parece como si, falto de Kryptonita o elemento similar, en determinadas aventuras se viesen obligados a actuar como el resto de los mortales.
Trabajan en unos laboratorios muy sencillos, casi ascéticos, ocultos en su mansión, con aparatos elementales, estando siempre en estrecho contacto con la policía, a la que ayudan incondicionalmente. En esta relación policía-héroe, insólita en un país donde es tradicional el tomarse la justicia por su mano, el Santo, el enmascarado de plata es una excepción.
En esta ocasión me referiré a Neutrón, el enmascarado negro, una creación de Federico Curiel del año 1960. Neutrón, el enmascarado negro (1960) nació en el boom del cine de luchadores de los años 60 y se mantuvo vivo para tres entregas más: Neutrón vs. los Autómatas (1962) Neutrón vs. Doctor Caronte (1963) y Neutrón vs. los asesinos del karate (1964). La lucha libre y la ciencia ficción se dan la mano en este personaje de ficción mexicano.
Veamos una breve sinopsis de Los autómatas de la muerte: El doctor Caronte, su archienemigo, al que se daba por muerto, ha construido un ejército de autómatas con el que planea dominar el mundo. En paralelo amenaza con la detonación de un artefacto explosivo en el caso de que las naciones se niegan a satisfacer sus demandas.
Neutrón deberá enfrentarse al villano y salvar al mundo de sus garras. Como se habrá notado, los guionistas mexicanos de esta zaga tienen una muy fértil imaginación que la hace una de las filmografías fantásticas más vastas del mundo, tanto por su tamaño como por su riqueza en cuanto a temáticas y enfoques.
El enmascarado Neutrón viaja al antiguo Egipto
Calculo que fue en 1964 o 1965 cuando tuve en mis manos una fantástica historieta de Neutrón que siempre recuerdo por su increíble contenido y trama. En un laboratorio de electrónica, que supongo situado en Ciudad de México, unos científicos construyen un aparato capaz de viajar en el tiempo.
Nuestro héroe se embarca en ella y hace un viaje de 2 mil años hacia el pasado hasta situarse en tiempos de la reina Cleopatra, soberana de Egipto que nace en Alejandría en el 69 a.C. Nuestro héroe del siglo XX entabla una cálida amistad con la última soberana de la dinastía de los ptolomeos.
Conversan animadamente y él le revela con naturalidad que es un viajero del tiempo, lo que a ella no parece asombrar. Neutrón la conduce al sitio donde se encuentra el artilugio que le permite viajar en el tiempo, comienza a explicarle la forma y manera que funciona tal aparato. Para mi enorme sorpresa las viñetas dicen que Cleopatra entendió muy bien la explicación que le da el enmascarado.
¿Sera posible que la mentalidad de Cleopatra haya entendido el viaje en el tiempo, una posibilidad que solo se cree y admite posible en el siglo XX con la teoría de la relatividad de Einstein y los agujeros de gusano? ¿Será acaso que Federico Curiel y Alfredo Ruanova, los guionistas de la historieta y el filme hayan cometido un mayúsculo anacronismo?
Me inclino por lo segundo, esto es, que los guionistas mexicanos cometen un imperdonable anacronismo al modernizar el pasado, ver con ojos del presente un remoto y alejado pretérito, un pecado imperdonable como decía Lucien Febvre. “Es como darle un paraguas a un Diógenes o una metralleta a Marte”, colocaba como ejemplo este gran historiador francés.
Pues bien, nuestro héroe enmascarado no entrega a la soberana egipcia un paraguas o una metralleta, le está entregando a Cleopatra nada más y nada menos que la posibilidad de que ella pueda hacer tal viaje por los milenios y las centurias.
Tendría así la posibilidad de hacer cambios en la historia, evitar encontrarse y no enamorarse de los invasores romanos Julio César y Marco Antonio, relación amorosa que la condujo a su perdición por suicidio haciéndose morder por una venenosa serpiente.
¿Pero era su notable intelecto, su erudición y no su proverbial belleza (lo de Elizabeth Taylor es otro anacronismo) lo que pudo hacer posible que ella comprendiera lo de la máquina viajera? Creo que por muy inteligente que fuera, como se ha establecido recientemente, es muy remotamente probable o casi imposible que ella entendiera el artilugio electrónico del siglo XX.
Su mentalidad anclada en una tradición de 4 mil y más años se lo impediría. Egipto conoció una ciencia, pero era una ciencia de la geometría y la astrología aplicadas a la arquitectura, pero que carecía de un elemento esencial con el cual se edifica la ciencia moderna: el método experimental.
Los antiguos egipcios tampoco conocieron y fueron incapaces de crear el conocimiento racional, por lo que la reina egipcia entendió la explicación del musculoso héroe mexicano de manera mágica o de manera religiosa. Ella misma se vestía como la diosa Isis en las ceremonias centrales de su imperio.
Cleopatra vivía —empleando palabras de Max Weber— en un mundo encantado. La supremacía de lo mágico haría improbable que ella entendiera la máquina de Neutrón como producto tecnológico que es del pensamiento secularizado de la modernidad. El desencantamiento del mundo hizo posible a Planck, Einstein o Heisenberg, padres de la física cuántica.
Habría que agregar que Egipto no era la tierra de la electricidad, una energía que comenzó a ser descrita por el genio griego. Fue Tales de Mileto en el siglo VII a.C. quien hace las primeras observaciones sobre una fibra vegetal (Elektrón) que atrae hebras de su ropa. Ese conocimiento nunca llega a conocerse en la Civilización del Nilo, de manera semejante como Jesucristo ignoró la medicina racional de Hipócrates.
Para la reina de Egipto la electricidad no era un fenómeno doméstico, sino un suceso atmosférico lejano e inaprensible. Ese desconocimiento esencial le cierra la posibilidad de comprender el artefacto donde viaja Neutrón venciendo la temporalidad.
Otra cuestión complica aún más el panorama. ¿En qué lengua se entendieron el luchador azteca y la soberana ptolemáica? Ella hablaba unas lenguas ya desaparecidas, el demótico y el copto y quizás conociera algo de la lengua de sus abuelos griegos.
Neutrón conversó en el castellano de México salpicado de vocablos náhuatl, lo cual complica aún más el panorama. Uno no siente más que una apabullante confusión babélica que habría llamado la atención a George Steiner (Después de Babel).
¿Y la medida del tiempo? El viajero del tiempo del siglo XX tiene una idea de la temporalidad distinta a la de la soberana del Nilo. El tiempo es para Neutrón una dimensión lineal que tiene un comienzo y tendrá un final en el Dios de los hebreos. La idea del círculo y la repetición por ciclos define la temporalidad en Egipto de la Antigüedad, como las crecidas y reflujos del río Nilo.
Cleopatra estaba atrapada, como Buda y Heráclito, en un interminable ciclo de comienzos y de finales repetidos al infinito: una repetición cósmica. Son dos temporalidades en conflicto e irreconciliables. Aunque hogaño en literatura (Flaubert, Kundera) y en ciencia económica hablamos de ciclos y repeticiones, nos dice Reinhard Koselleck.
En el presente el viaje en el tiempo es objeto de intenso debate. Stephen Hawking negaba la posibilidad de realizarlo. Sin embargo, también sostuvo que la teoría de la relatividad general de Albert Einstein abría la posibilidad de que se pudiera deformar el espacio-tiempo al punto de permitir viajar al pasado.
Otros físicos dicen que en la física cuántica todo es posible, incluso el viaje en el tiempo. Los agujeros de gusano son puertas abiertas a los viajes en el tiempo y existen en estado natural muy alejados de nuestro planeta. Cabe la posibilidad de que ulteriormente se puedan reproducir artificialmente con nuestra tecnología futura.
De este modo podemos concluir que Cleopatra sufría de una suerte de “Autismo epistémico”, una muralla insalvable que le obstaculizó de manera rotunda, categórica, darle sentido a la máquina del tiempo del viajero azteca.
Hay sin embargo una lejana analogía entre Cleopatra y nuestro presente: ella vivió en un ambiente totalmente distinto al nuestro y sin embargo la recordamos, no como curiosidad arqueológica sino como una mujer que teniendo sangre griega en sus venas amaba profundamente y se sacrificó por su Egipto.
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Luis Eduardo Cortés Riera es un ensayista venezolano (Carora, 1952), doctor en historia y docente del doctorado en cultura latinoamericana y caribeña de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (sede Barquisimeto).
Ha sido ganador de la Bienal Nacional de Literatura con el ensayo Psiquiatría y literatura modernista (2014) y es el autor de las obras Ocho pecados capitales del historiador, Del colegio La Esperanza al colegio Federal Carora, 1890-1937, de Sor Juana y Goethe, del barroco al romanticismo. Iglesia Católica en Carora desde el siglo XVI a 1900, y es también miembro de número de la Fundación Buría.
Imagen destacada: Neutrón, el enmascarado negro (1960).