La nueva entrega de la escritora chilena Bernardita Bravo Pelizzola es un libro que golpea y asombra, que saca de cuajo el sentido común y nos interpela a pies descalzos, pues nos muestra el polvo del cual procedemos, y el dolor que nos asedia y erosiona durante la existencia.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 22.11.2022
Hay algunas historias que nos dejan helados como ramas ateridas a merced de un vendaval, no por la intensidad de la tormenta, sino por su carácter impredecible, por los puntos ciegos que no nos permiten asirnos a certeza alguna, porque en el fondo de casi toda historia, de casi todo periplo íntimo, hay un forado inexplicable. Algo así provoca la lectura del Extranjero de Camus, un asesinato sin razón aparente.
Esta impresión, que machaca y desconcierta la conciencia del lector, es la que también queda en el aire, durante y después de la lectura de No reinas, la novelita de Bernardita Bravo Pelizzola (1980), publicada por Alfaguara, que relata, mediante fragmentos fosforescentes y oscuros, la historia de una madre que asesina a su hijo.
Repitiendo la estela de su fascinante primer conjunto de cuentos, Estampida, que obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 2019, esta novelita nos sitúa en un interregno entre la realidad y las derivas oníricas o ezquizas, fracturando y desviando la aparente linealidad del transcurso de los días y la razón, para llevarnos a una experiencia que está a medio camino entre el delirio y la realidad concreta, insomne e insoportable.
Todo ocurre en un pueblito perdido en el espacio tiempo de este país imaginario que llamamos Chile, Potreritos, un lugar en que de pronto empiezan a aparecer niños mitad bestias, pequeños huérfanos de no se sabe quién. Pero este hecho sirve más como síntoma de la extrañeza y de la brutalidad con la cual transcurrirá la historia central.
Una madre que no eligió ser madre, o que no supo no elegir ser madre, que se dejó llevar por la pasión y luego dejó ir a la amante cargando un feto en el vientre. Madre soltera que trabaja turnos corridos, de noche a veces, y con horas extra en el lomo, en un motel. Camina, cambia sábanas, recibe a los clientes, actúa con la postura de la deferencia, pero por dentro se carcome, aguanta y no.
Un horizonte sin esperanza alguna
La trama va y vuelve, el asesinato, que no parece premeditado, tiene como único testigo al agua de la bañera. Le escena nos la topamos casi de entrada, así que no se trata de un spoiler. El libro se devanea hacia adelante en el tiempo, a su encierro en la cárcel con reas hostiles y una vieja más comprensiva, y hacia atrás, quizá pesquisando la quebrazón de infancia, la juventud subyugada al trabajo, la sobrevivencia, en busca de algo que pudiera servir de preludio al asesinato.
Pero como toda buena narración no se trata de exponer al lector la explicación de un hecho tan horroroso, sino de mostrar algo que nadie sería capaz de ver estando en la piel de sus vecinos, deseosos de opinar lo que sea frente a las cámaras del espectáculo televisivo o durante el juicio.
Es la anatomía de una memoria trizada lo que lleva a cabo Bravo Pelizzola con una artesanía literaria que parece mezcla de forense y poeta minimalista: «No se acuerda de su parto, pero qué importa. Nadie le ha preguntado por eso. No se acuerda, la memoria es una tela suave y ancha que no siempre se ajusta al cuerpo. Se enreda, queda grande, o se resbala. La memoria es delicada y hábil, sabe bien cómo adherirse sin hacerse notar, cómo penetrar cada capa de piel mientras el olvido la recubre».
La bruma que crece, en la cual nos sumergimos, posee síntomas tan extraños como el hecho de que la madre haya adoptado hijos ajenos y sin embargo haya matado al que era carne de su carne. ¿Quién podría tratar de comprender esto?:
«Las omisiones son importantes. Acogió a una aparecida y después a otro niño bestia. Indagaron en eso creyendo saber lo que querían hallar. No era para comprenderla: comprender es sentir compasión, querer mirar los sentimientos de alguien que ahogó a su hijo. ¿Quién quiere encarar esos sentimientos?».
Quizá esa es la labor del lector en este caso, la de tratar de comprender lo inexplicable, de acopiar estos sentimientos, de imaginar la carga de interminables noches trabajadas siempre para otros, en pos de un horizonte prácticamente desprovisto de esperanza alguna.
Un libro que golpea y asombra, que saca de cuajo el sentido común y nos interpela a pies descalzos. Nos muestra el polvo del que procedemos, el dolor que nos asedia y erosiona, pero también nos empuja a salir de nosotros mismos y de padecer el aciago destino de esta no reina, quizá solo un ejemplo entre tantos.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Felipe Vilches Caillaux.