En esta premiada obra de la autora trasandina Mariana Enríquez el género del terror cumple la función simbólica que antes representó la novela negra en el continente, la cual es develar o bien abordar los problemas —léase traumas sociales— que afectan al colectivo, en una especie de «prohibido olvidar», pero realizado a través de la ficción literaria.
Por Cristián Uribe Moreno
Publicado el 20.3.2023
¿Cuál es la función del relato de terror? A primera vista las historias de terror parecieran que están relacionadas con ese gusto de crear en lectores o espectadores (en el caso de las películas) miedos o angustias conectados con el entorno en que se desenvuelven.
Sigmund Freud habla de «lo siniestro» para referirse a todo lo que en el individuo despierta miedos reprimidos que se vuelven en situaciones familiares e instalan a las personas en una región donde no pueden enfrentar de manera racional sus propias circunstancias. Pero obviamente la explicación es más compleja que este mero esbozo.
En el caso de Nuestra parte de noche (2019), la cuarta novela de la escritora argentina Mariana Enríquez (1973), es un texto que no esconde su vocación por el género de terror. Los componentes del libro funcionan como una gran novela que adhiere a los parámetros que se esperan de los relatos de este tipo.
Sin embargo, se siente que hay algo más en su narración, que conduce hacia otros lugares en los que el cuento de terror no suele adentrarse y se deslizan en sus páginas temas que convierten la propuesta de la creadora argentina en singular y brillante.
De esta forma, el libro está dividido en seis partes que se desarrollan con saltos cronológicos. La narración inicial presenta a Juan y a su hijo Gaspar que han emprendido un viaje en auto de Buenos Aires a las Cataratas de Iguazú después de que ha muerto su esposa Rosario. El destino del trayecto está relacionado con tomar contacto con una Orden secreta que adora a un ser de otra dimensión, la Oscuridad. Juan es el único médium que puede contactarse con él.
La narración tiene todos los elementos que se relacionan con el género: rituales en cementerios, sacrificios humanos, órdenes secretas, seres mitológicos que habitan inframundos, casas embrujadas, etcétera
A lo largo de los capítulos, se escuchan distintas voces que narran, cambiando de perspectivas el relato. Sin embargo, persiste un narrador omnisciente que describe el mundo que rodea a los protagonistas, sus inquietudes, deseos, pensamientos, etcétera, además de dar a conocer el origen de este mundo de pesadillas que se va configurando lentamente ante el lector.
Relaciones con un momento histórico
Lo primero que llama la atención del texto es que la mayor parte del argumento se ambienta en la dictadura argentina y posterior vuelta a la democracia. Los hechos comienzan a ser narrados desde 1981 y terminan en 1997. En esta época transcurre el grueso de la trama.
Al enmarcar las acciones en un tiempo tan desgraciado en Argentina, inmediatamente se siente que surgen paralelos entre lo que ocurre con la secta de adoradores de la Oscuridad y la represión militar argentina. Esto no es casual si hay cadáveres raptados, gente torturada y personas encerradas en calabozos secretos que sufren la brutalidad de esta hermandad oculta.
Durante el relato, nunca se deja de tejer relaciones con el momento histórico. Hay datos objetivos que se mencionan y que conectan los distintos tiempos del relato. Así como también hechos que vinculan las acciones de la secta con lo que ocurre en ese momento en el país vecino.
A esto se puede agregar que este grupo se relaciona con las familias más pudientes de la nación y ostentan una libertad de hacer lo que se les antoja sin obstáculo alguno. Esto es posible de apreciar en una sección del relato, al describir un túnel bajo una casa donde Mercedes, una de las poderosas brujas de la Orden, mantenía prisioneros a las víctimas que serían la carne de sacrificios futuros, el texto menciona:
El túnel había quedado en desuso por una inundación (…) Ese tramo usaba Mercedes para retener a sus chicos y sus prisioneros. Siempre había cazado entre los abandonados y ahí, en el norte, en la frontera, tenía un coto ideal, gente pobre olvidada, tan desamparada que ni siquiera recurrían a la autoridad si les faltaba un hijo o un hermano. Y, desde hacía años, contaban con los secuestrados que sus amigos militares les entregaban. La Oscuridad pedía cuerpos, se justificaba ella (p. 128 – 129).
De esta manera, la relación con los acontecimientos reales es estrecha. El horror que la hermandad provoca se acerca al horror del contexto histórico. Incluso después de que se instala la democracia en Argentina, esto continúa. Hacia el final del texto, Gaspar, el hijo de Juan, sufre la muerte de un ser querido, entonces se lee:
Le habían tirado un muerto, como se tiran los muertos en Argentina. En la Argentina te tiran muertos. Ahora entendía lo que quería decir eso (p. 634).
El constante cruce del terror que producen estas sectas secretas y la realidad nacional, convierten el texto, en ciertos fragmentos, en un libro sobre muertos.
Así, y en la más pura tradición de los grandes textos latinoamericanos, Pedro Páramo, Sobre héroes y tumbas, o El obsceno pájaro de la noche, se está ante un continente edificado sobre la muerte de la represión política, de las guerras fratricidas o del exterminio indígena. Esas espirales de violencia que producen innumerables cadáveres y que algunos de ellos terminan siendo venerados por la comunidad.
De esta forma, surgen en la cultura popular santos que también están presentes en la novela: San Gauchito Gil o San La Muerte, idolatrados popularmente en Argentina, expresa de manera clara como son normalizados hechos sangrientos que quedan latentes en el ámbito del folclor de las comunidades.
Múltiples senderos estéticos
Igualmente, a las descripciones de los hechos sobrenaturales que acontecen mayormente en territorio trasandino, también se mencionan historias de la tradición cultural de nuestro país. Cuando en el texto se relatan la manera en que son torturados los prisioneros en las celdas bajo la casa, el texto reseña:
Recordó cuando Rosario había sido obligada a cuidar otra camada de chicos secuestrados que Mercedes los guardaba en uno de sus campos de la provincia de Buenos Aires (…) Aquella vez también estaban en jaulas. Ahora el primer chico estaba en una jaula oxidada y sucia que posiblemente había cargado animales.
La pierna izquierda la tenía atada en la espalda en una posición que había obligado a quebrarle la cadera. Como era muy chico (¿un año?, difícil saberlo por la mugre), seguramente la quebradura había resultado sencilla.
Tenía el cuello ya torcido también, por la ubicación del pie, y, cuando Juan le acercó la linterna para verlo mejor, reaccionó como un animal, con la boca abierta y un gruñido, le habían cortado la lengua en dos y ahora era bífida (p. 157).
La truculenta descripción suena conocida para quienes están familiarizados con la cultura chilota. De ahí que se pueda reconocer en esta exposición la figura del «invunche» chilote. De hecho, en una de las tantas historias que se narran en el voluminoso texto, en algún momento se hace mención a un libro de brujos de Chiloé.
Asimismo, la novela toca otros temas de importancia que quedan patente en sus páginas.
Tópicos como la paternidad, en esa relación entre Juan y su hijo Gaspar, una relación de amor y odio. O la pornográfica unión entre dinero, poder y política que se ve de manera palpable en los dueños de la Orden, todos oligarcas de familias extremadamente acaudaladas y los otros miembros de la secta (o personas ajenas a la Orden) a quienes imponen su voluntad sin contrapeso. O la libre sexualidad y erotismo con que viven los personajes en distintos pasajes de la narración, además de su relación tan cercana con los ritos o la muerte.
En los distintos capítulos del relato se pueden percibir muchas influencias de distintos escritores del género o incluso películas que pueblan el inconsciente de los amantes del terror.
Pero el influjo de los maestros se advierte principalmente en la primera parte del relato, que se puede asociar con esos monstruos primigenios de Lovecraft, esas criaturas que habitan desde siempre nuestro mundo. Y la segunda parte, mucho más cercana a Stephen King y ese terror tan real, tan cotidiano, que aguarda a los personajes a la vuelta de la esquina.
Si hay algo que queda de la novela, está relacionado con los distintos niveles en que se puede leer el texto y que no agotan sus distintas interpretaciones. Si alguien lo quiere entender solo como un texto de terror contextualizado en una Argentina relativamente contemporánea, el relato funciona de manera perfecta.
Además, si alguien quiere comprenderlo en términos de fábula política, pues Juan puede ser la representación del expresidente Juan Domingo Perón, el texto da luces de una vaga semejanza. Si se decide leerlo como una narración siniestra de la historia argentina de los últimos años, el relato calza perfecto con el momento histórico.
Con esto se observa que el escrito no se casa con una sola lectura ni con solo una visión. Al igual que la gran literatura latinoamericana la novela es vasta, contiene múltiples senderos.
Si el terror recuerda algo de los temores sociales como el secuestro, muerte y desaparición de personas, es que estos miedos están arraigados en el colectivo pues han estado presente en las sociedades latinoamericanas en las pasadas décadas.
En este aspecto, el género de terror cumple la función simbólica, que antes cumplió la novela negra en el continente, que es develar (o abordar) los problemas (o traumas) sociales que afectan al colectivo. Una especie de «prohibido olvidar» novelado.
Sin ir más allá, el título del libro alude a uno de los pocos momentos íntimos y emotivos que tienen Juan y Gaspar, padre e hijo. Es el lapso en el que Juan se expresa sobre la noche y la oscuridad. La oscuridad que es: «la materia más abundante en el universo», dice Juan. Y que es esa oscuridad a la que ellos pertenecen, esa es su «parte de noche».
Esta estrecha revelación de padre a hijo, los vincula, en medio de las sombras, a otros seres marcados que secretamente existen en un lado vedado para la gran mayoría, mayoría que vive feliz e ignorante del verdadero horror.
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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.
También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.
Imagen destacada: Mariana Enríquez.