Con un bello guión escrito por el mismo realizador estadounidense que dirige el filme, esta historia trascendental pone el foco en las realidades mágicas que tantas personas no valoran y dejan escapar, tales como el simbolismo de las coincidencias, en nuestra diaria vida cotidiana.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 20.2.2021
Me sé tus puntos cardinales
y las profundidades de tu sueño
y ese recorrido por donde van tus días
al respectivo delirio de los míos;
me sé tus sombras, tus metáforas
leves y desatadas, tus sentidos
y lo que de mí te queda intacto;
me sé el lenguaje de tus ojos
y lo que las rosas te han dicho de mis versos
Me sé la clara otredad de lo divino.
Pedro Burgos Montero
I Origins, (2014) es el título original de esta excelente obra audiovisual, título con dos lecturas que reflejan su trascendencia, una es la búsqueda de los orígenes del hombre y la vida. Y también la referencia al erudito Orígenes Adamantius, un teólogo cristiano padre de la Iglesia Ortodoxa que cuestionaba la doctrina de la reencarnación, una creencia propia de las religiones orientales como la budista.
El científico Ian Gray (Michael Pîtt, en una interpretación excelente) es el Orígenes moderno que investiga la evolución del ojo humano con la ambición de dejar en entredicho la existencia de un ojo creador supremo —Dios— Cahilll nos presenta una conmovedora historia en la que ese hombre agnóstico sufre un trauma que a la larga cambiará su concepción del hombre y de la vida.
Antes de proseguir debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.
Inocencia versus ciencia
Una chica con bellos ojos multicolores impacta a nuestro joven biólogo molecular. Unos ojos que él fotografía —su fascinación científica— en una fiesta de disfraces, nada más de su físico conoce.
Muy simbólico ese fugaz encuentro, el investigador agnóstico descubre a una joven cuya mirada es inocencia salvaje. Sofi —así se llama la chica a la que da vida Ástrid Bergès-Frisbey— es su antítesis.
Y su conocerse se produce bajo el disfraz, el disfraz de las apariencias de este mundo de máscaras y el enigma de quién es ella en realidad —quiénes somos todos— en esos ojos desnudos, en esos ojos de luz cual pequeños soles.
Y es a través de esos ojos como la localizará. Se lo explica al reencontrarla: “encontré tus ojos y me llevaron a ti, tan improbable como la vida misma” y ella responde un inesperado: “lo sé, yo te los envié”.
Sofi —Sofía, la divinidad griega de la sabiduría— entra en la vida de Ian ofreciéndole amor pasional y el —necesario, entiendo— contrapunto a su pensar científico. Ella despierta el poeta que hay en él. Y para encontrarla Ian se deja llevar por el azar, por las señales que sigue en una mañana “mágica” en la que descubre sus ojos en un cartel publicitario, descubre que Sofi es una modelo profesional.
Y en sus apasionados encuentros al desnudo, esa joven desconcertante —para un hombre como él— le habla de la ambivalencia que somos, de que al verle sintió que ya se conocían e incluso que él también lo sintió aunque lo niegue, de su creer en la reencarnación, de su pasión por el pavo real blanco que en la mitología india simboliza las almas dispersas por el mundo…
Sofi zarandea —ni que sea levemente— la falsa seguridad del mundo de control y datos en el que Ian ha vivido siempre. Porque ella tiene muy presente su niña interior, se expresa y actúa con la naturalidad de la infancia salvaje que está abierta a todas las posibilidades.
Qué distinta es la “otra” mujer de Ian, su ayudante Karen (Brit Marling, actriz fetiche del realizador) quien —como él— prioriza la mirada adulta del científico. De Karen surge la idea de —en sus palabras—: “construir un ojo de la nada”, a partir de un organismo que no ve.
Construir, crear formas de vida, la ambición de muchos científicos a menudo agnósticos que en su obrar —conscientemente o no— pretenden ser el Dios que niegan.
Karen confiesa a Ian que el descubrimiento científico le hace sentirse más cerca de la verdad. Ella busca descubrirla en ese laboratorio compartido, en cambio Sofi le habla a ese mismo hombre del arriesgarse a abrir la puerta a lo intangible para alcanzar la verdad última.
Dos mujeres radicalmente distintas que se conocerán en un día muy significativo para ambas por distintas razones. La “casualidad” de que mientras la pareja acude a casarse en una decisión espontánea de Ian que complace a Sofi, Karen llama a su jefe para comunicarle que logró descubrir el mecanismo para crear un ojo primigenio.
La gran diferencia entre esas dos mujeres queda clara en la escena en que Sofi visita —forzada, no es la mejor ocasión— el laboratorio tras esa noticia y se conocen. La incomodidad de ambas y de cómo Sofi descubre el detalle de lo que allí se llevan entre manos. Cuando se quedan a solas, ella expresa su sentir a Ian y tras hablar de sus diferencias se besan. Y en el beso apasionado él vuelca un peligroso líquido sobre —cómo no— sus ojos.
De alguna manera ese incidente sin consecuencias físicas, sí provoca un cambio en el biólogo cuestionado por esa joven que no cree fervientemente en la ciencia.
Él estalla de regreso al hogar en la simbólica e impactante escena de la pareja besándose en el ascensor. Ian con los ojos vendados tras el incidente y el aparato que se para entre pisos; ante la risa de Sofi él le suelta que es una irresponsable, que vive en un mundo de fantasía que es una mentira que ella quiere creer tal y como lo hace una niña.
Y tras el doloroso reproche de la cólera ciega —la venda en los ojos—, el ascensor se tambalea. Salen por el hueco pero ella muere al seccionarle las piernas el aparato en su caída —impresionante escena, la mejor de la película—.
Por tan solo un instante se pierde una vida según el modo de pensar de Ian; y un alma se marcha esperando el reencuentro en el sentir de Sofi.
Inmortalidad
Pasan los años, Ian y Karen se han casado y esperan un bebé. En una entrevista televisiva el científico afirma que con sus experimentos ha refutado que el ojo fuera creado por un ente inteligente superior, ahora espera que los estamentos religiosos lo refuten a él.
Pero Ian —aparentemente satisfecho— aún tiene a Sofi presente, lo vemos llorando y masturbándose viendo sus fotos a escondidas de Karen. Y ella que lo descubre y dolida le habla de aquel día de coincidencias y muerte, “de no haberte hecho venir, ella estaría viva” y él confiesa lo que le pesa su rechazo a Sofi en el ascensor por considerarla una niña afirmando —mintiéndose, entiendo— que no hubieran prosperado como pareja.
Nace el bebé y le escanean el ojo como reconocimiento, hay un ojo igual en el sistema biométrico que corresponde a un hombre negro ya fallecido.
Más adelante le hacen un test visual y el niño reacciona a unas determinadas fotografías que despiertan el interés de Ian por investigar la historia de ese hombre de ojos coincidentes averiguando que murió poco antes de que ellos concibieran su bebé…
Este descubrimiento les lleva a investigar los ojos de otra persona muerta cercana. Y encuentran que Sofi también tiene un doble, hay una niña con idéntico iris en India. Karen anima a su esposo —reticente por el dolor que carga— a buscar a esa niña y de esta manera investigar qué hay tras esa coincidencia.
Y la encuentra —bella escena la del encuentro— utilizando el mismo reclamo por el que él encontró a Sofi: coloca una fotografía de sus ojos en un cartel publicitario ubicado en el populoso barrio donde cree que está la niña.
Le ayuda una maestra con la que conversa acerca de ciencia y espiritualidad, la mujer le lanza una pregunta premonitoria que él no responde: “¿Qué harías si algo espiritual refutara tus creencias científicas?”.
Salomina —así se llama la niña— acepta acompañar a Ian a su hotel para que le realice un test. Él se lo presenta como un juego de preferencias personales. Salomina acierta —coincide con las preferencias de Sofi— en preguntas muy relevantes cómo el simbólico pavo real blanco hasta que un “fallo” en una pregunta irrelevante la tensiona.
Para la niña el incorrecto que Ian canta a su ayudante y esposa —en videoconferencia— supone entender ese test ya no como un juego, lo vivencia como examen y sus respuestas quedan condicionadas al miedo a “suspender”
Ese cambio reflejado en su rostro pasa inadvertido al científico, que concluye con Karen que los resultados no evidencian que Salomina y Sofi estén conectadas.
Pero al salir de la habitación ocurre algo que es la prueba definitiva. Los dos frente al ascensor para bajar a la calle, y la niña que al abrirse la puerta rompe a llorar y se abraza a Ian en su desesperación. El científico lo entiende, el ascensor es la contundente prueba de esa conexión, de la inmortalidad de la mujer niña salvaje que marcó su vida. Y en ese abrazo, el reencuentro de almas.
Bello guión el del realizador estadounidense, muy bien hilvanada esta historia trascendental que pone el foco en las realidades no científicas que tantas personas no valoran y dejan escapar. Realidades como las coincidencias —la película está llena de ellas— que de tenerlas en cuenta suelen mejorarnos la vida.
En un tiempo de empoderamiento de la ciencia, entiendo que son de agradecer obras que la cuestionen, que nos recuerden que la ciencia es importante pero no lo es todo.
Parafraseando el bello poema del amigo Pedro Burgos que encabeza este artículo, ahora Ian se sabe la otredad de lo divino. Y consecuentemente se le abre la posibilidad de vivir de forma más plena.
Se dirá —con razón— que no es más que una ficción. Pero muchos hemos vivenciado historias como la expuesta que desafían el pensamiento científico, y son historias reales.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Orígenes (2014).