[Ensayo] «Paisajes desde el olvido»: Párrafos emocionados por la solidaridad

Este libro de Fernando Torres Véliz nos traslada a momentos álgidos, con detalles que impresionan como el paso del tiempo y la vida posterior en el exilio, de los cuales poco se sabe en profundidad: las dimensiones y el impacto que alcanzó a tener el martes 11 de septiembre de 1973, en quienes tuvieron que reacomodar sus días, en esas circunstancias fuera del país y de sus hábitats.

Por Héctor Maturana Bañados

Publicado el 11.9.2024

Si tuviera que presentar específicamente a Fernando Torres Véliz (Antofagasta, 1956), para mí sería muy difícil de después de casi 50 años de no tener ningún contacto con él. Pero al presentar a un compañero y su libro que rememora acontecimientos en los cuales me siento de algún modo partícipe, la tarea se va alivianando puesto que puedo apoyarme en vivencias personales y en las que este texto nos lleva y trae de vuelta a revivir en varias oportunidades.

Hay un esfuerzo necesario de trasladarse al momento en que nos conocimos cuando éramos jóvenes, vernos con nuestras siluetas juveniles transitando en medio de grandes proyectos políticos y sociales colectivos. Se me cruzan los años, no logro muchas veces aferrarme a escenas y fechas en que coincidimos. Veo a Fernando con su corbata suelta de liceano batallando con el sol a cuestas, o con su habitual morral donde transportaba cuadernos y su quena.

Vuelven por momentos las intensas reuniones y discusiones que eran parte de nuestro bagaje cotidiano de aquellos años. Por las características de la época, presiento que Fernando buscó rápidamente tener una identidad y lo consigue temprano ayudado por la influencia de su entorno familiar y quizás con jóvenes con parecidos gustos musicales, con sueños magníficos que nos movilizaban fuertemente en distintas direcciones.

Con Fernando Torres nos unen varias cosas en común. Una parte de nuestras vidas estuvo ligadas al mismo patio y actividades de nuestro liceo; ambos coincidimos en el tiempo más alto de ebullición y quehacer político y social de Chile, como lo fue el periodo de la Unidad Popular.

También compartimos la misma militancia política con cierto protagonismo en el movimiento estudiantil secundario de aquellos años, al transformarnos como FER (Frente Estudiantil Revolucionario) en la primera fuerza política del liceo, lo que se sumaba a una carga adicional de activismo político que traspasaba el ámbito estudiantil para ocupar otros espacios de requerimientos y participación, puesto que los acontecimientos políticos se precipitaban.

Quién lo diría ahora, pero la perspectiva de alcanzar el socialismo por la vía que presentaba el gobierno de la Unidad Popular estaba a la vuelta de la esquina para una importante mayoría de compañeros y compañeras. La sensación de alcanzar la felicidad propia y del país tenía y tuvo cierto asidero y espejismo, hasta al menos el mes de marzo de 1973.

Ya después el conflicto de clases fue configurando un escenario que nos hizo aterrizar sobre un devenir que no alcanzaba a dimensionarse claramente, el cuento del lobo comenzó a hacerse parte de nuestros análisis sin alcanzar a comprender aún las características y dimensiones que contiene en su interior y exterior un golpe de Estado al que nos íbamos a enfrentar posteriormente.

 

Donde giran los hombres sin espacio

Nuestra militancia en el Frente Estudiantil Revolucionario con ligazones estrechas con el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) nos hizo comenzar a prepararnos con la conformación de grupos un tanto cerrado, donde cada uno debía autogestionarse y desarrollar una iniciativa siguiendo las líneas políticas generales del período.

Desde un primer momento, se nos dijo que nuestra organización era un partido de cuadros y como tal debía funcionar en cualquier condición y circunstancias.

Un instante crucial entre nosotros lo tuvimos en la mañana del 11 de septiembre cuando tomamos decisiones definitivas sobre el devenir, y con Fernando girábamos en torno a un radio de acción muy cercano.

Tal como él lo cuenta en algún momento del libro, alguien se le acerca con la certeza de que el intento organizativo de nuestro movimiento debía contar con la presencia de gente como él, con algún recorrido en la militancia y lo más importante, sabiendo que la decisión de ingresar a grupos de resistencia no era un tema momentáneo, se sabían los riesgos inminentes, por lo que había rigurosidad en la selección de los que iban a ser parte de ese proyecto que buscaba impedir la consolidación de la dictadura.

Posteriormente, coincidimos en distintos momentos en los mismos espacios represivos y de encarcelamiento, tanto en la Providencia como en el cuartel secreto de detención política y la ex Cárcel de Antofagasta. De modo que gran parte de sus relatos se entrecruzan con mis propias vivencias. La diferencia está en que Fernando nos cuenta la historia, la escribe y nos traslada a ese periodo de una manera magistral, hasta con una buena dosis de humor.

Como exprisionero político en un periodo de su vida que pudo haber colindado con el abismo, sino fuera por su gran fortaleza y convicción, que puede sentirse a esa edad preclara de los 18 años en una cárcel de injusticia y sinsabores, donde se habitaba en lo cotidiano con seres humanos con historias llenas de precariedades, en una sobrevivencia de sobresaltos, todos inmersos en un patio infinito donde giran los hombres sin espacio, decía el poeta Marcos Ana.

Con todo, es recurrente preguntarse hoy en día: ¿Qué fue de ellos? Un contingente de personas lastimadas por la vida y la sociedad, con su cuota de marginalidad y desintegración familiar que nos ayudaron a entender, estando ahí con ellos, aspectos de la materialidad de la cual estamos todos conformados en circunstancias adversas.

Este libro nos traslada a momentos álgidos, con detalles que impresionan como el paso del tiempo y la vida posterior en el exilio, del cual poco se sabe en profundidad: las dimensiones y el impacto que alcanzó a tener en quienes tuvieron que reacomodar sus vidas en esas circunstancias, fuera del país y de sus hábitats.

Así, en las páginas de este texto, la llamarada en apoyo a la lucha que se desarrollaba en Chile es estrella fulgurante que ilumina el despliegue de la militancia expulsada del país.

Una militancia que por lo demás, siempre estuvo impregnada de grandes momentos políticos de solidaridad, en una palabra que pareciera ser el motor de este emocionante libro.

 

La escuela de la vida

Fernando con su tránsito por la vida nos recuerda un tipo de compañerismo que no se encuentra en cualquier lado. Ese aspecto concreto e incesante de la camaradería como sinónimo de apoyo y contención, unos con otras, de esfuerzos en conjunto para contribuir a procesos personales y colectivos, que están intensamente reflejados en estos escritos.

Hay pasajes de solidaridad que nos conmueven; son contados de forma sencilla y hasta natural momentos de tensión y de voces que no se acallan ante la prepotencia y la violencia despiadada. Todo el libro tiene ese gesto humano de la coherencia, que ante la impotencia nos conmina a alzar la voz como una señal de futuro; hoy nos permitimos decir que el clamor que se escuchó en nuestro liceo cuando Fernando era detenido aun resuena y nos estremece:

¡No se pueden llevar a Torres! ¡No se pueden llevar un estudiante sin el consentimiento de la escuela! Selma era conocida por sus tendencias políticas derechistas, pero en ese instante fue la que me salvó la vida porque sus gritos dejaron claro lo que estaba pasando.

Fue una denuncia y un reconocimiento público de mi secuestro. La respuesta de los agentes fue groseramente descortés. Todo esto sucedió al final del año escolar y tenía dos exámenes finales antes de graduarme de la escuela secundaria. Meses más tarde, en la cárcel, me llegó la noticia de que mis maestros, en una reunión especial, aprobaron mi graduación sin haber tomado aquellos exámenes finales.

Aunque no pude asistir a la ceremonia, para mí el gesto fue un inmenso acto de solidaridad y, sobre todo, un bello y silencioso acto antidictatorial de mis queridos maestros. Y así fue como pasé de la escuela secundaria a la escuela de la vida; la cárcel.

Escogí estos párrafos por la dinámica de los acontecimientos; la férrea disposición de una profesora a confrontarse con la policía secreta que secuestraba a diestra y siniestra. Pone de relieve además que Fernando no era un número ni una matrícula más, sino que una persona que se había ganado el cariño y respeto de sus pares y de sus profesores.

Sintetiza haberse formado y recibir una educación en un establecimiento educacional con grandes valores morales, que se pusieron a prueba en muchos momentos durante la dictadura, que también nos guían hoy y en las próximas jornadas de la vida. Esas profesoras y profesores son parte también de esta historia y la memoria política de Antofagasta.

Por último, este libro nos trae al presente directa e indirectamente a dos destacados luchadores sociales y políticos del MIR de Antofagasta: Danilo Quezada Capetillo y Oscar Leiva Jiménez, ambos brillan con luz propia, como su amabilidad era proletaria, su moral era silenciosa, y nunca se permitieron la ambigüedad. No aceptaron nada. Ninguna prebenda. Fueron más fuertes que el mundo que los sucedió.

Hoy si estamos aquí es también gracias a ellos.

 

 

 

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Héctor Maturana Bañados (1955) es un exprisionero político, militante de DD. HH. e integrante de la Agrupación por la Memoria Histórica Providencia de Antofagasta.

 

«Paisajes desde el olvido», de Fernando Torres Véliz (Pampa Negra Ediciones, 2022)

 

 

 

Héctor Maturana Bañados

 

 

Imagen destacada: Fernando Torres Véliz.