Este libro del poeta chileno Gamalier Bravo recorre una geografía distinta a la que Daniel Defoe describe en su diario londinense, hace cerca de cuatro siglos, y cuyas páginas no han perdido vigencia, como tampoco va a perderlas este texto escrito en la dimensión de la peste contemporánea.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 30.7.2022
La peste como contrafigura de universos paralelos que giran en el eterno retorno, entre expansión y contracción. Eso me sugiere Gamalier Bravo, joven y corajudo poeta de este Santiago del Nuevo Extremo, cuyo centro gira en torno a barrios periféricos, más o menos afortunados, según la ruleta multicolor de la estadística, marcada aquí, antes de concluir el primer cuarto del siglo XXI, por horizontes pandémicos y convulsos, con imperios disgregándose a lo lejos y revoluciones estreñidas sobre el retrete colmenar de la acequia.
¿Y qué tal si el poeta vivió en viejos poemas y habitó el pavor de otras pestes en la arbitraria cronología de nuestros fantasmas históricos?
El poeta de Huamachuco 2 camina por el centro neblinoso de Londres, hace 360 años y un día, No va solo. Deambula junto a él, sobre los pastosos adoquines de la City, Daniel Defoe.
El creador de Robinson Crusoe no sueña ahora con los mares del Sur, sino aceza su cansancio huyendo del enemigo secreto e invisible: ese que llaman «la peste» y nadie ha mirado a los ojos. Daniel cuenta, Gamalier escucha, el idioma de la urbe sangrante es el mismo en todos los hemisferios:
«Yo vivía más allá de Algate Church y Whitechapel, y como la enfermedad no había alcanzado aquel extremo de la City, mi vecindad seguía muy tranquila. Pero en el otro lado de la ciudad (Las Condes, Vitacura, La Dehesa), la consternación era muy grande; y la gente rica, en particular la nobleza y la alta burguesía abandonaba en masa la ciudad con sus familiares y sirvientes, de manera inusitada…».
El miedo que te aqueja es el de siempre.
Lo que pasa es que ahora nunca estarás sola.
No hay ninguna cosa que no sea una posibilidad
Para terceros. Los años son la única situación concreta.
La naturaleza, empequeñecida, obvio que te reclama.
Cada vez que emprendes el camino y te cuidas del otro.
Te sientes desnuda. Repentina, como la aurora, se revela tu vuelta.
«Esta era una visión muy terrible, Gamalier, y melancólica (todos los poetas caemos en la melancolía); y como se trataba de un espectáculo que yo no podía dejar de contemplar (como tú en el Pandemonium), de la mañana a la noche —porque en verdad no había otra cosa que contemplar en ese momento— me llenaba de sombríos pensamientos acerca de la desgracia que estaba cayendo sobre la ciudad y de la desdichada situación de quienes permanecían en ella».
Este silencio,
Que no es la muerte, es la más vulgar de las expresiones.
Cada día demasiados hombres y mujeres llenan los espacios vacíos.
Cada vez que la noche se apresta a derramarse como un veneno
De incertidumbres, todos llegan a sus casas para mirar desde lejos
Lo más cercano que tienen. Seguramente afuera muchos sigan haciendo
Otro viaje sin sentido.
Y tú le preguntarás, Gamalier, a este viejo cronista, transeúnte en el siglo XXI, ¿por qué no ha escogido aquí la alegoría pestífera de Albert Camus (1913-1960), y te responderá que Daniel Defoe (1660-1731), porque éste se encuentra más cerca que el existencialista francés y argelino de nuestra desolación apocalíptica. Por eso escuchas al inglés decir:
«Apenas volví los ojos hacia el gran almacén, vi a seis o siete mujeres que se surtían de sombreros, con tanta tranquilidad, tanta inconsciencia, como si estuviesen en una sombrerería, comprando en efectivo… Yo, que desde hacía varias semanas tenía miedo hasta de mi sombra, estaba allí pasmado, mirando aquellos fútiles ritos como emblemas de coraje ante la muerte…».
El Diario de Muerte
Ya es un género literario. Cada vez que me siento al ordenador
Las moscas me rodean, mi gato sale huyendo y la cuadra entera
Guarda silencio.
Nunca desaparecerá del todo un poeta
No es fácil escribir sobre estos sucesos, tan cerca de ellos, en la brevísima cronología de tres años. Tampoco lo sería para Daniel Defoe en su conmovedor y escueto Diario del año de la peste, sobre todo entonces, cuando la ilusión del tiempo era mucho más morosa que ahora.
Es un logro del poeta Gamalier Bravo. Porque ha sabido apoyarse en escritores a quienes bien leyó, cercanos siempre a las palpitaciones de su propia muerte; incluso de quien supo apurar sus corceles, en una modesta pensión italiana, despidiéndose de ella, la «puta vieja», con un balazo en la sien.
«Él no usaba preservativo alguno contra la infección, a no ser la ruda y el ajo que siempre iba chupando y el tabaco que fumaba. Él mismo me lo contó. En cuanto a los remedios de su mujer, estos consistían en lavarse con vinagre la cabeza y en rociar con la misma sustancia el pañuelo que se ponía sobre la testa… y si los olores de su enfermo se tornaban más pestilentes, aspiraba vinagre y volvía a taparse la boca con un velo».
Aquella noche, el más solitario de los trabajadores
piensa en la más lejana de
Las mujeres. Repasa el protocolo a seguir y escribe en el
libro de novedades alguna
Nimiedad que justifique todas las horas que debe mantenerse
en su puesto. A veces,
Como es de esperar, se duerme, despertándose súbitamente
para encontrarse con
la Imagen de varias sombras que se cruzan rápidamente
frente a sus ojos.
Una gran luna, como sonrisa perfecta, parece estar cada vez
más cerca de su cabeza.
Este libro de Gamalier Bravo recorre una geografía distinta a la que Daniel Defoe describe en su diario londinense, hace cerca de cuatro siglos, cuyas páginas no han perdido vigencia, como no va a perderlas este Pandemonium escrito en la dimensión contemporánea.
Transcurre, más que en la temporalidad asfixiante del Covid-19, sobre un mapa literario de sus maestros escogidos, a quienes parece invitar para que le acompañen durante el arduo trance de recorrer el propio miedo a la muerte, ese único e intransferible que lleva la marca de la propia filiación.
Un poemario breve, esencial, donde el poeta hace gala de su dominio del lenguaje poético, según la voz que ha elegido para sintetizar los avatares de la existencia, empleando las angarillas lacerantes de las palabras para trasladar esos muertos con los que va a construirse nuestra propia casa de la muerte, quizá como la soñamos, en un cementerio florido lleno de pájaros.
Dícese pandemónium
Un ruido, un enfado, una hora injusta
La caída del mundo donde acabara.
Esto dicho desde el diccionario,
Constado en cada muerto que no dice nada.
Nunca estará muerto del todo un poeta.
¿Verdad, Gamalier?
***
Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Gamalier Bravo.