El texto de la autora española Marta Sanz —que cierra su trilogía dedicada al detective Zarco— corresponde a una novela estremecedora, potente, sorpresiva, con un lenguaje descarnado, eficaz, rotundo, sin embargo poético, y el cual no teme nombrar lo ominoso y menos exponerlo.
Por Alejandra Repetto Seeger
Publicado el 7.10.2024
No he leído más de dos páginas de Pequeñas mujeres rojas (reeditado este 2024, luego de haber sido publicado originalmente en 2020) y adivino que la autora es poeta, a pesar de la prosa dura y las palabras que nombran los huesos, la muerte, el olvido, la injusticia, el horror.
Porque por muy bellas y brillantes que suenen las palabras leídas en voz alta (es lo que hago todo el primer capítulo) el tema es lo contrario a lo poético: hay en las páginas de este libro la historia pedestre, repetida y espantosa de los familiares de los muertos (y vencidos) de la Guerra Civil Española, quienes buscan, como en tantas otras latitudes, los restos de sus familiares desaparecidos para cerrar un duelo tan largo como la vida, y así poder descansar al fin.
Hay en las páginas de este libro el susurro de los muertos (los niños perdidos y las mujeres muertas), y aunque esto ya no parece tan pedestre, probablemente lo es.
Y hay, además, el retrato nítido de una familia monstruosa, que se relaciona entre sí con cariño, desprecio, preferencias y jerarquías como casi cualquier otra, pero quizás con más secretos y horrores.
Una intensidad desbordante
La historia que narra Marta Sanz (1967) con una intensidad desbordante es la de Paula Quiñones, una inspectora de hacienda coja y aguda, que llega como voluntaria a Azafrán, un pequeño pueblo español en el que se ha abierto una fosa de la que se extraen restos humanos para su identificación, ante la expectación de un número de familias mucho mayor que la cantidad de cuerpos que pudo caber en la fosa.
Paula llega junto a un gran número de periodistas y fotógrafos que se alojan en los hoteles más nuevos del lugar.
Ella, en cambio, elige hospedarse en un hotelito pequeño y adosado a la casa de una familia que resulta ser central en la historia del pueblo y de sus dolores desde la época de la Guerra Civil.
La novela está compuesta por tres capítulos en los que se intercalan tres voces narrativas: la de Paula Quiñones, a través de las cartas que escribe a su amiga Luz a lo largo de su estadía en el pueblo, cartas minuciosas e íntimas, que dan cuenta de sus observaciones, sus descubrimientos y sus sospechas, su amorío con un habitante de la casa y la mención constante de Arturo Zarco, su expareja (y protagonista de Un buen detective no se casa jamás, parte de la trilogía del detective Zarco que Pequeñas mujeres rojas cierra).
Así, la segunda voz es la de Luz, quien narra la historia recogiendo conversaciones, datos, fantasías, advertencias inútiles a Paula y reproches a Zarco, observaciones hechas a los distintos personajes en conversaciones con ellos, ironías, algo de humor negro y una crudeza en sus descripciones que a veces estremece.
La tercera voz narrativa es la de los muertos de la fosa, que actúan un poco como coro griego, pero que lentamente van apareciendo como personajes con su propia historia (el maestro y el destripaterrones, la mujer que no comulgaba, el palomo cojo y el masón y el chico que cantaba La Internacional con el puño en alto) .
Con todo, los personajes están muy bien delineados y se va componiendo una genealogía detallada y creíble.
El retrato de Jesús Beato, por ejemplo, el anciano patriarca de la familia dueña del pequeño hotel, es magistral, desde su llegado al pueblo como joven barbero itinerante hasta su acercamiento al poder y su ejercicio de él. Un personaje reconocible, repugnante y memorable.
Pequeñas mujeres rojas es una novela que habla de la memoria y de la violencia contra las mujeres, es una novela política, es una saga familiar, pero es sobre todo una novela negra, que nos mantiene en vilo, asombrados y temblando, maldiciendo, junto a la Luz narradora, la historia, el tiempo, la crueldad ignorante, la indiferencia, el poder fútil y el desamparo.
Una novela estremecedora, potente, sorpresiva, con un lenguaje descarnado, eficaz, rotundo y, sin embargo, poético, que no teme nombrar lo ominoso y exponerlo.
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Alejandra Repetto Seeger es una psicóloga clínica titulada en la Universidad ARCIS, enfocada en su labor profesional tanto en la terapia de adultos, como de niños, adolescentes y familias.
Imagen destacada: Marta Sanz.