[Ensayo] «Pinocho de Guillermo del Toro»: A propósito de la inocencia y de la alquimia personal

El realizador mexicano —ganador del Oscar— ofrece su peculiar versión del clásico de Carlo Collodi, a través de una excelente animación en stop motion, en la cual firma el guion junto a Patrick McHale y la dirección con la asistencia de Mark Gustafson, en una adaptación que sublima el valor didáctico e incluso literario de la historia original.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 2.1.2023

«Cualquiera que aspire a alcanzar lo mejor de sí mismo o a ser un buen gustador de la vida, prolonga de algún modo su infancia, y de algún modo su inocencia».
Luis Landero

Carlo Collodi escribió entre 1881 y 1883 para el periódico Giornale per i Bambini los distintos capítulos de su Historia de un títere que más tarde fue editada en libro como Las aventuras de Pinocho.

Traducida a numerosos idiomas, la novela es uno de los títulos más vendidos de la literatura de todos los tiempos. De ella se han hecho infinidad de adaptaciones tanto cinematográficas como teatrales incluidas también las artes escénicas del ballet y la ópera.

A pesar de ser considerada como literatura infantil, la obra presenta un marcado valor pedagógico dirigido principalmente al público adulto. Collodi era un reconocido masón y su novela se puede entender como alegoría de la alquimia personal en base a la verdad y el amor.

Guillermo Del Toro (1964) nos ofrece su peculiar versión en excelente animación stop motion, donde firma el guion junto a Patrick McHale y la dirige con la participación de Mark Gustafson. A mi entender este Pinocho sublima el valor didáctico e incluso literario del original.

Una joya cinematográfica a la que sólo puedo objetar el que se haya optado por el género musical, creo que el conjunto mejoraría sin tantas canciones.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Perder a un hijo

En esta versión el maestro artesano Gepetto antes de crear la marioneta tenía un hijo que murió trágicamente a causa de la guerra, concretamente la Segunda Guerra Mundial en la cual Del Toro ambienta la acción. Esta modificación le permite dar mayor profundidad psicológica a la historia.

Los primeros minutos de la película nos muestran la armonía entre el viudo Gepetto y su pequeño Carlo (nombre elegido en merecido homenaje al autor del original) en el idílico pueblo de los Alpes italianos en el que viven. Un mostrar bellísimo en imágenes (sublime luz) y especialmente en palabras que anticipan la grandeza de la obra audiovisual.

Lo relata Grillo, aquí llamado Sebastián J. Grillo evocando en el personaje ficticio al Elcano aventurero y al Bach compositor musical. Y es que el avatar conciencia del cuento se nos presenta como un escritor un tanto egocéntrico fascinado por la historia y las humanidades, un narrador que ha recorrido mucho mundo aunque nada le ha llegado a conmover tanto como lo vivenciado junto a Gepetto y su marioneta.

El artesano carpintero era —dejará de serlo— un hombre muy respetado por la comunidad a quien todos llamaban maestro y ante todo se nos presenta como un excelente padre para su maravilloso hijo.

Y es que Carlo se lo pone bien fácil en su ser un amor de niño, por eso Gepetto le canta de corazón la canción que le cantaba su madre muerta en la que lo compara con la luz solar y el cielo azul asegurando que: «con tu abrazo sanador, estoy completo al fin. Eres mi favorito de verdad, más que el ocaso, más que el mar… Eres todo para mí».

Todo es amor y armonía pues hasta que una noche lluviosa Carlo muere a causa de una bomba que cae en la iglesia donde el chaval ayudaba a su padre en la construcción de una gran escultura en madera del Cristo crucificado que estaba ultimando por encargo del párroco local

Cae la bomba en el significativo momento en que Carlo observa en amor al Cristo crucificado; y muere el niño «divino» al tiempo que simbólicamente uno de los ángeles que enmarcan la entrada se desmorona entre llamas. Ese vacío angelical permanecerá en el templo tal y como perdurará el vacío anímico en Gepetto.

En efecto, esa noche de guerra incipiente cambia radicalmente la vida del anciano padre quien se convierte en sombra de sí mismo al no poder soportar la muerte de Carlo, sin duda esa es la peor pesadilla de todo progenitor de corazón.

La vida no tiene sentido sin Carlo, a él (a su memoria) se dedica principalmente el padre cuidando su tumba. Una tumba que es germen de árbol, una tumba vacía de genética humana porque el niño murió carbonizado pero llena de Carlo ya que de él quedó como testimonio una simbólica piña perfecta que esa noche aciaga mostró con entusiasmo a su padre, una piña que pretendía plantar y regar hasta poder obtener madera noble con la cual emular su maestría artesanal y que ahora Gepetto mima entre lágrimas.

Un Gepetto que en impotencia se abandona a sí mismo y que desafortunadamente recurre a la bebida como si en ella pudiera hallar la solución a su profundo dolor. Un Gepetto antes maestro respetado por su comunidad y ahora hombre a evitar en la nula empatía de los que rezan a Cristo sin abrazar al que sufre.

Pero de nuevo en una noche lluviosa sucederá algo que acabará despertando a Gepetto de su letargo oscuro.

 

El hijo renovador

El desconsolado padre llora ebrio bajo el árbol tumba sintiéndose culpable de la muerte de Carlo. Y decide cortar el pino para «recuperarlo», recreándolo en forma de marioneta.

Así, en esa noche oscurísima el narrador Grillo entra de lleno en la historia narrada. Él habita una pequeña caverna del tronco sacrificado, el suyo es un hogar iluminado en simbólica luz conciencial y del cual cuelga un retrato del filósofo Arthur Schopenhauer, un pensador ateo que entendía la vida fundamentalmente como sufrimiento.

Grillo pues como personaje que conoce y no cree, un pesimista solitario cuyo interés principal es contar sus hazañas como viajero por el mundo. Pero todo cambia en su vida cuando acepta asumir la responsabilidad de ser la luz conciencial de Pinocho, la marioneta a imagen de Carlo que fabrica el maestro artesano esa misma noche.

Marioneta a la que da vida mientras su creador duerme un hada posando su mano luminosa en el corazón de Pinocho que es también simbólicamente el hogar de Grillo. Le da vida con el fin de sacar al pobre Gepetto de su muerte en vida.

En ese dar vida, hada y Grillo dialogan, y el escritor trotamundos acaba aceptando prestar su luz a Pinocho a cambio de un deseo que ella le concederá al acabar su tarea pedagógica.

Tarea nada fácil porque pronto queda claro que si bien Pinocho esta hecho —nunca mejor dicho— de la misma madera que Carlo sin embargo es muy distinto a él. El muerto era un ángel obediente y el insuflado de vida es también un ángel pero cuya prioridad no está en el obedecer y menos aún en el obedecer ciego de los que se anulan por miedo o por comodidad como ocurre en la comunidad y el tiempo retratados.

Así que el inocente Pinocho tiene mucho que aprender por su inexperiencia de niño pero también los demás tienen mucho que aprender de un ser como él que encarna la inocencia, el amor y la valentía de vivir.

De este modo Del Toro nos sumerge no sólo en las aventuras de Pinocho del original de Colldoni sino también en las de sus allegados, especialmente en las de Gepetto y Grillo. Se nos muestran aventuras compartidas hacia la alquimia personal, Pinocho buscando ser «un niño de verdad» y los otros por su influencia acercándose a ser en mayor autenticidad.

 

Mentiras y valores

En esa búsqueda o acercamiento al ser uno mismo en autenticidad cobra protagonismo decir la verdad ante la común mentira de tantos y del mundo. Decir la verdad y decirse la verdad para evitar «que crezca la nariz» como le crece a Pinocho en el relato y en esa sinceridad poder verse, poder olerse, poder sentirse en luz y sombras.

Aquella es la pedagogía que Colldoni quiso enfatizar en su obra y que Del Toro recoge aunque —entiendo— de forma menos estricta. Y es que su Pinocho se salva y salva a los suyos gracias al mentir, miente para así poder engrandecer su nariz como puente de salvación.

Ocurre en el vientre del gran pez que los ha tragado a todos, en su caverna húmeda y oscura cual pozo existencial, en las simbólicas aguas profundas del dolor y el trauma que cada uno ha vivenciado.

Allí, el padre Gepetto —tan estricto en el ser sincero— anima a Pinocho a mentir (simbólicamente a usar la mentira si es necesario en amor y en plena conciencia) para así poder alcanzar las fosas respiratorias por las cuales salir de su encierro. Un encierro transformador para ellos dos y para Grillo, un encierro que acontece tras múltiples y peligrosas aventuras.

En este sentido, Pinocho tiene que lidiar con dos poderosos enemigos. Por un lado el dueño del Circo de marionetas que lo engatusa y esclaviza como su estrella principal. Y por otro lado el fascista líder local quien ve en él gracias a su condición inmortal un gran potencial como soldado al servicio del odio al distinto.

Del Toro fusiona sus maldades mostrándonos cómo el dueño del espectáculo ambulante le coloca los hilos del dominio a Pinocho en su brazo alzado tal y como es norma entre los fascistas. Y como en una representación del Circo en la que asiste el dictador Mussolini, este declara abiertamente que le gustan las marionetas o que al dictador como tal —sea del color que sea— le gustan los sometidos a su perversa voluntad.

Pero afortunadamente Pinocho encarna o «enmadera» la antítesis del dejarse someter. Sólo se conforma cuando cree que su padre lo considera una carga, Gepetto así se lo dice en un momento de rabia arrastrándolo inconscientemente al Circo del que ya se había liberado.

El buen hijo no quiere ser carga y decide ganar dinero para aliviar a su padre, lo decide también consciente de que Geppetto lo compara con Carlo sin aceptar su diferencia de ser. De alguna manera el padre lo arrastra al mundo competitivo para que Pinocho demuestre ser «el mejor». Precisamente él, siendo como es un corazón de madera noble que prefiere el compartir al ganar.

De esta forma, y tras salir juntos del encierro de las entrañas marinas, Gepetto pronuncia las verdaderas palabras mágicas que dan la vida al nuevo hijo: «Pinocho, mi niño, trataba de convertirte en alguien que no eres. Pero tú no seas Carlo ni nadie más, sé exactamente quien tú eres. Te quiero exactamente como eres».

Palabras pronunciadas que reflejan la alquimia en Gepetto y que «bendicen» la labor alquímica de Pinocho quien deja ya de ser psicológicamente hijo del padre.

Esa transmutación final ocurre en la simbólica arena de la playa de los tiempos donde han sido llevados por la mar tras salir de la caverna pez. Una transmutación que también logra Grillo quien utiliza su deseo no para sí mismo (él que era un solitario egocéntrico) sino para que el hada le de vida como niño de verdad a Pinocho.

Porque el noble muñeco en su amor crístico había renunciado previamente a su inmortalidad para salvarlos a ellos y en el esfuerzo fue el único que llegó sin vida a la orilla.

Esa transmutación triple del padre, el hijo y el grillo tan bien hilvanada dan un valor pedagógico y humano excepcional a una obra audiovisual excelente también en sus imágenes.

Del Toro nos deja claro que para nada vivir es el obedecer ni el combatir (los lemas de la escuela de soldados) sino amar de verdad como ama el inocente de corazón, el niño que somos todos y que en esencia es libertad y es compartir. Como bien apunta el gran Landero en la cita inicial sólo así se puede: «aspirar a alcanzar lo mejor de sí mismo o a ser un buen gustador de la vida».

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Pinocho de Guillermo del Toro (2022).