La célebre autora estadounidense recibió una rígida educación puritana, la cual estuvo desprovista —sin embargo— de una particular formación en la disciplina filosófica, y donde los conceptos propios del idealismo alemán, llegaron para depositarse en el corpus extendido de su obra, a través del trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 27.12.2024
Hace ya algunos años encontré en una librería científica una obra de neurobiología que llevaba como pórtico el «Poema 632» de Emily Dickinson (1830 – 1886). No recuerdo el título exacto del libro y se han disuelto en mi mente los nombres de los autores, pero la impresión que me produjeron los versos no se ha podido borrar.
Es cierto que el valor de un libro se mide por el poso que nos deja: a veces un pasaje o una imagen, o un verso en el caso de una poesía, una sorpresa o una idea. El libro existe, decía Borges, cuando lo leemos, cuando nos habla específicamente a cada persona.
Y aquí, es extraño que una publicación de texto, destinada a transmitir conocimientos médicos, haya servido para descubrir a una poeta, y a perdurar en una biografía por medio de ella.
Volviendo al citado Borges, aseguraba este que la poesía consta del significado de las palabras, de lo que las mismas sugieren y de la cadencia del poema. Por tanto, de la interpretación individual, porque una composición no quiere decir algo concreto, sino que ofrece un misterio de existencia en el tiempo.
Hans-Georg Gadamer utilizó en su Poema y diálogo (1990) el método hermenéutico para revelar toda la riqueza contenida en los cantos de Hölderlin, Stefan George, Rilke, Hilde Domin, Ernst Meister y Paul Celan entre otros. Consistía en el acercamiento a los textos con el conocimiento cultural, histórico y aun biográfico disponible; consistía en un diálogo con el propio poema, que sabe hablar como la música por medio del sonido.
Este es quizá el camino para acercarse a la complejidad de la poesía 632 de Emily Dickinson. Dice así en su versión original:
The Brain — is wider tan the Sky —
For — put them side by side —
The one the other will contain
With ease — and You — beside
The Brain is deeper tan the sea —
For — hold them — Blue to Blue —
The one the other will absorb —
As Spongs — Buckets — do —
The Brain is just the weight of God —
For – Heft them — Pound for Pound —
And they will differ — if they do —
As Syllabe fron Sound —
Y la traducción de Margarita Ardanaz:
El Cerebro — es más ancho que el Cielo —
Porque — ponlos juntos —
Y contendrá el uno al otro
Fácilmente — y a Ti — además —
El Cerebro es más profundo que el mar —
Porque — sostenlos — Azul contra Azul —
Y el uno al otro absorberá —
Como hacen — las Esponjas — con los Baldes —
El Cerebro no es más que el peso de Dios —
Porque — Sopésalos — Libra por Libra —
Y si se distinguen — será —
Como de la Sílaba el Sonido —
La música de nuestro interior
Sorprende en la primera estrofa la afirmación de que el cerebro contiene el cielo, lo sublime extenso o lo sublime matemático como diría Kant, además de un interlocutor íntimo que se supone amado. En otras palabras, afirma el mundo como representación subjetiva, interior del ser humano. Sorprende también que no hable de la mente o de la conciencia, sino del encéfalo con toda su realidad material en una especial relación entre lo matérico y lo inmaterial.
Esto es sencillamente idealismo filosófico: todo lo que podemos conocer del mundo externo son los fenómenos, las imágenes de los objetos y los sucesos, pero no las esencias de las cosas en sí.
Remarca la misma idea poética en la segunda estrofa con respecto al cerebro y el mar. Sin embargo, en la tercera y definitiva eleva el tono lírico al igualar el órgano con Dios, comparando la sílaba con su sonido. Dios visto ahora como alguien exterior al cerebro, no incluido en la representación del universo aseverada en las anteriores estrofas.
Dicho de otro modo, se puede llegar al conocimiento de la existencia del Ser Supremo por medio del cerebro, que estaría especialmente organizado y dispuesto para ello. Aparece, pues, Dios como el sonido de nuestra grafía, como la melodía de nuestra conciencia, como la música de nuestro interior.
Emily Dickinson recibió una educación puritana sin particular formación en filosofía. ¿Cómo llegaron a ella, entonces, los conceptos del idealismo alemán para depositarse en tan maravillosa poesía?
Con toda probabilidad a través del trascendentalismo. Conoció a Ralph Waldo Emerson, una de las figuras principales de este movimiento, como conferenciante y poeta. Y sabida es la influencia que recibió dicho movimiento de la obra de Kant a través de un largo y azaroso camino.
Samuel Taylor Coleridge, uno de los puntales del romanticismo británico, estudió en la Universidad de Gotinga, donde al decir de Bertrand Russell con su afilada ironía: «se engolfó en la filosofía de Kant sin que ello mejorase su poesía».
Para Coleridge, el trascendentalismo era una «filosofía de la intuición» y consideraba a este una guía para la comprensión de toda la realidad: ciencia, filosofía y religión.
La adaptación de un enfoque tan irracionalista fue realizada por el ministro unitario Frederic Henry Hedge (el unitarismo era una corriente cristiana que negaba la Trinidad y atribuía a Dios una sola persona) a la teología, y se encargó de su difusión por Nueva Inglaterra y Massachussets.
De esta forma, uno quisiera sospechar que se produjo un viaje filosófico desde la austera ciudad de Königsberg a través del ambiente puritano para contribuir a la formación de la destilada belleza del «Poema 632» de Emily Dickinson.
Y si no ocurrió de esta manera, no por ello dejaría de ser una hermosa historia.
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras poéticas se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Cynthia Nixon en A Quiet Passion (2016).