El próximo 28 de mayo se cumplen los 100 años de la Primera República de Armenia (anterior a la sovietización), y en conmemoración a esa importante fecha, es que publicamos el prólogo escrito por nuestra habitual colaboradora y amiga trasandina para el volumen «Un idioma también es un incendio. 20 poetas de Armenia» (2013), editado justo cuando el calendario marcó las dos décadas de vida de la Tercera República erigida por la primera nación en abrazar oficialmente el cristianismo (la actual, fundada en 1993, y posterior a la caída del imperio comunista de la URSS).
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 25.5.2018
Ya estamos en el confín de la tierra. Hefesto, te pido cumplas las órdenes que te dio Padre: amarrar a este alborotador del pueblo al precipicio de esas rocas con invencibles trabas de lazos diamantinos. Él hurtó su atributo, el fuego luminoso, y lo entregó a los mortales. Ahora sabrá de la dominación de Zeus.
Ya estamos en el confín de la tierra. En paisajes del Antiguo Testamento. Un camino transitado por Noé navegando por las aguas del diluvio. El límite extremo del mundo europeo, donde las montañas se beben todo el aire. La Montaña. El lugar del desembarco. De Noé. El mío.
Armenia fue donde edificaron su imperio los creadores de la escritura cuneiforme con fronteras que abarcaban desde las montañas del Cáucaso y el mar Caspio, hasta el Mediterráneo y Palestina. Todo lo que había entre los mares Negro, Caspio y Mediterráneo, durante los quince años del imperio de Tigrán el Grande; el mundo de los armenios. Un lugar de desembarco. De Noé. Del imperio romano. Del persa. Del árabe. Del bizantino.
El mío.
La destrucción de Nínive, la conquista de Lidia, la caída de Babilonia.
Un viento fuerte destruyó la Torre de Babel. Estamos en territorio bíblico con hombres que fueron condenados a hablar una lengua diferente, y como no se entendían entre sí, distintos jefes de diversas tribus se enfrentaron. Uno de ellos, Haik, se levantó contra Bel, rey de Babilonia. Haik se fue a vivir junto a su familia al país del Ararat. Bel lo persiguió, Haik y Bel lucharon, hasta que Haik mata de un flechazo a Bel.
Una tierra bíblica es una tierra- personaje de una obra de ficción sagrada. Un desembarco. Una montaña.
En el país del Ararat Haik funda una nación de la que fue su primer patriarca. De manera tal que en honor a su nombre Armenia se llamará Hayastán.
Para los náufragos un desembarco es un lugar de salvación. Quizás por eso Mandelstam decía que había desarrollado un sexto sentido “araratiano: el sentido de atracción por la montaña”.
La longitud del camino. Los senderos de las cimas dan escalofrío. Las llagas de los barrancos. Un último pensamiento, recuerda Ossip: hay que rodear aquella hilera de montañas.
Ya estamos en el confín de la tierra, Hefesto cumple la orden de Zeus, atar al ladrón con nudos indisolubles a una roca, apartado de toda humana huella. Guardando la piedra desapacible en pie derecho, sin dormir, sin tomar descanso.
Remachá más. Apretá, que nunca se afloje. Sujetalo con la anilla, firme.
En una región extrema de la tierra. En una montaña del Cáucaso. Escitia, allí donde habitaba una banda de merodeadores. Donde bebían de los cráneos de sus enemigos. Para soportar mejor el hambre durante sus largas marchas por las estepas y desiertos solían ceñirse fuertemente los cinturones. “Estado de piedras vociferantes: ¡Armenia! ¡Armenia! La que llama a las armas a sus montañas roncas: ¡Armenia! ¡Armenia!”[1]
Piedras. Carahundj (Zorats Karer) en la provincia de Syunik, más de doscientas veinte piedras alistadas como soldados, menhires con agujeros pasantes que son el templo del dios Sol, son un observatorio astronómico, una academia de hace siete mil quinientos años de aquellos iniciadores del conteo del tiempo y del espacio. Y en diferentes sitios del país, pinturas de mujeres acostadas sobre piedras imantadas invocando la fertilidad. Piedras poetas.
Sobre las manos de los mortales que habitan el vecino suelo de la sagrada Asia puso Prometeo el fuego. Y esa gente que brama furor entre las lanzas, quienes sobre el Cáucaso mantienen sus fortalezas, ahora tiene los ojos abiertos a los signos de la llama. Estamos en el confín. Andá hasta ahí. Tocá el monte más elevado, ganá su cumbre vecina de los astros. El Ararat. El Ladrón del fuego escribió en armenio de izquierda a derecha en un alfabeto inventado por el sabio Mesrop Mashtóts a principios del siglo V. Treinta y seis letras, siete vocales, veintinueve consonantes. Más tarde se suman dos letras nuevas. Con sustantivos que no tienen géneros, que se modifican según sus funciones en la oración. Siete declinaciones. Vocativo. Nominativo. Genitivo. Dativo. Ablativo. Instrumental. Y una posibilidad ilimitada para formar palabras compuestas, componiendo o derivando, incorporando prefijos o sufijos, o ambos, a vocablos simples o compuestos.
El primer trabajo de Mesrop Mashtóts consistió en traducir la Biblia del griego y del sirio al armenio. El “habla de adobes hambrientos”[2] es un idioma indoeuropeo que hace de la traducción una nueva forma de nacionalidad. Traducir el continuo. Seré que seré. Dios utiliza un verbo para responder a Moisés. Hacer leer como nunca se había leído. Un libro; la Biblia. Otro libro; acaso la misma intención en otro tiempo: la ley. Y allí, el poeta. El alemán nace antes de lo que se puede denominar jurídicamente como Alemania a través de la traducción que Lutero hiciera de la Biblia. El italiano aparece con el sentido de argamasa que le da Dante; el español antes que España, llega de la mano de Cervantes. El Estado- Nación es una creación propia de la Revolución Francesa. De manera tal que el legislador se constituye en un tiempo posterior al del poeta, el traductor.
Llega antes. Llega quemando. Crea lenguas y, al crearlas, funda naciones. Pero está ahí, encadenado. No sólo Esquilo hizo fulgurar el rayo en el aire, levantó el polvo en torbellino desatando los deseos en los vientos. Esquilo, el poeta, escribió la furia en Prometeo, el poeta. Platón, el poeta, escribe la leyenda socrática, expulsa al poeta de la República.
Naufragios, Platón y Esquilo ponen en escena al poeta cuando se preguntan sobre la justicia. Cantos corales danzados fundando un pueblo. El dialecto del Ararat. Desembarcar. Así, la lengua crea sus efectos políticos. Si el Estado es una nación jurídicamente organizada, y si el derecho y el mundo jurídico son una forma de narración ¿en qué lengua habla una nacionalidad?
Nadezhda Mandelstam contaba que, al volver de Armenia, lo primero que hicieron Osip y ella fue cambiarle el nombre a su amiga, la poeta Anna Ajmátova. Todos los nombres anteriores nos parecían sosos, argumenta Nadezhda: Annuska, Aniuta, Anna Adréyevna. La bautizaron Anush, y ella lo empleaba para firmar sus cartas. El nombre Anush nos recordaba a Armenia, el sueño de siempre de Mandelstam, sigue relatando Nadezhda, luego de ver los niños armenios de ojos negros que parecían tener azogue en las venas.
“Enfoca tus ojos para ver mejor/ como el shah miope inclinado sobre la turquesa de su anillo/ o al leer en esta tierra libresca el libro de arcillas resonantes” “Iré a Ereván, a ver la arcilla del cuento/ y luego a aquel panadero, que, como jugando en un corro/ se agacha y se vuelve a agachar, sacando lavash[3] del horno[4]”
Fui a Armenia en el año 2010 a rodar un documental: A- Diálogo sin fronteras. Busqué la ruta del incienso y el damasco. Partí de la Argentina. El avión hizo una escala en París, luego otra en Praga. De Praga a Ereván veía cómo el mapa iluminado de la pantalla del avión avanzaba lento, lentamente. Yo volaba. El avión volaba. Pero mis letras armenias, aquellas que un escritor argentino dijera que se parecían en su dibujo a letras para cazar pájaros, aparecían de a poco. Cuando el comandante de a bordo anunció en armenio que habíamos llegado a Ereván yo pensé en el Principio.
Fue el anochecer y fue la mañana, un día, dice el Génesis que es el comienzo. De la madera del árbol del hueso de damasco fabrican esa flauta llamada duduk. Fue el anochecer y fue la mañana; segundo día. Se solidificó el cielo en medio de las aguas. Porque el cielo está hecho de fuego y agua. Cuando las aguas de abajo se juntaron en un área, apareció la tierra. Fue el anochecer y fue la mañana, tercer día.
Desembarco. Un naufragio de animales prostituidos. Un arca. El Ararat. Devorando una carne que, porque allí se había prostituido, el hombre come por primera vez. El Principio. Mientras en el libro del Génesis los protagonistas son siempre figuras individuales, en el libro del éxodo se destaca un personaje diferente, no individual, sino colectivo. Éxodo que en hebreo se dice Shemot que significa Nombres.
Desembarco, un éxodo al revés. Nombres. Estos son los nombres de los hijos…y yo que me llamaba Ana, pasé a llamarme Anush. El tiempo que se mide por un acontecer. El viaje a Armenia. No el de Osip. El mío. Un acontecer religioso o simbólico; antes o después. Después, nada sería igual. “¿Era quizás, porque me encontraba entre una gente que, aunque conocida por su actividad impetuosa, no se regía por los relojes de las estaciones de tren y las oficinas, sino por un reloj solar?”[5]
Poetas armenios. Poetas post- soviéticos.
Iba desde Occidente con su crisis por la destitución del Estado- Nación como práctica dominante. La topología de la soberanía. Una sociedad moderna fatigada en desintegración. Llego donde el discurso europeo de la Iluminación encuentra pocos referentes. Llego a un sitio donde se había consagrado la figura del artista activista. Desembarco. Un pasaje del colectivo al mundo privado, en ese cambio radical en el seno de los modos de propiedad. Desembarco en los depósitos de vigilancia y de sospecha de la Inteligentzia.
Y mientras en Europa el Estado-Nación caía, el aeropuerto de Zvartnots de Ereván, daba la bienvenida con una tecnología albergadora de los movimientos de las poblaciones híbridas de Occidente, pero, en los centros de control: los agentes, el agenciamiento de los individuos entre el espacio pre- moderno y el sultanato.
Me registraba en el hotel. Pedía una habitación más grande. Ya ha reservado, me decía el joven de la recepción. Yo insistía en pagar la diferencia por una más grande. Entonces la respuesta no tardó en llegar: “No se trata de dinero”. El argumento era que a mí me alcanzaba ese cuarto, que era suficiente para una sola persona. No era cuestión de dinero: no estaba en Europa, ni en América. Y, mientras subía la valija pensaba en ese poeta de la Martinica que ha dejado en el francés de los conquistadores una obra emblemática de la negritud, pensaba en Aimée Césaire cuando prefiere hablar de civilizaciones en lugar de nación. Civilización, ese conjunto de fenómenos lo suficientemente numerosos e importantes que rigen una extensión lo suficientemente considerable de territorio. Un territorio post- soviético, el desensamblaje del homo sovieticus; de la prohibición a la libertad. El estado como el cuerpo político de una nación. Y el cuerpo, desheredado, disuelto. La frontera que se vuelve a dibujar y la propia historia de este hombre, ahora, sin la condición soviética que lo calificaba, diseminada.
Veinte horas de viaje y yo desembarcaba en una tierra cuyos habitantes secaban sus ropas al sol luego de haber atravesado el diluvio. Bajan de la barca. Ellos. Yo. Y ya nadie tiene donde regresar. De eso trata este incendio que es un idioma. La propia historia del escritor dentro de la planificación de la nomenklatura, del escritor ingeniero de almas, había desaparecido. El comunismo había intentado borrar los rasgos nacionales, y la independencia ocurrida en 1991 buscaba borrar lo soviético. Allí la lengua con su metal ígneo, incandescente, abrasa algo que no está destinado a quemarse. El combustible sobre la tachadura, desborra. Así, la lengua quema nombrando la desestabilización de un territorio, rearticulando nuevas nociones de la constitución nacional en la ruina de las fronteras. Yo y tú como datos de la sintaxis, la gramática dibujando nuevas cartografías de comunidades.
Sucedía junto al momento de explosión independentista y la consolidación de la Tercer República de Armenia[6], la guerra con Azerbaidján por el enclave Nagorno- Karabagh (Artsaj) que se desarrollaría desde 1991 hasta el cese de fuego del año 1994. El ejército armenio de la Nagorno Karabagh liberada, la bandera armenia con un mínimo recorte en blanco; acaso será la versión plástica de la desborradura, la lengua armenia desescribiendo lo escrito. Y, sin embargo, la región no ha sido reconocida por la comunidad internacional; tampoco lo ha hecho Armenia. Por el momento sólo Abjasia, Osetia del Sur y Transnitria; prometiendo el reconocimiento próximo la República Oriental del Uruguay.
Vuelvo a Buenos Aires, leo en Yehuda Amijai “aprendo la diferencia entre irse y no quedarse”[7]. Allá comenzaba el verano, aquí, las nubes y el gris anunciaban el invierno del tango porteño. Leo en Yehuda Amijai “bendito sea el verano, quemada está la hierba en la pendiente: también un incendio es un idioma”[8].
Al poco tiempo recibí unas fotos de mi visita. Era en un departamento en las afueras de Ereván. Era una calle desierta. Un edificio con rasgos soviéticos, llegamos a un tercer piso por una escalera medio derruida y a oscuras. Dentro, unos banderines de papeles de colores colgaban de un cordel, una mesa con varias cervezas abiertas y nueces. Sobre la mesa, una cantidad de libros de poesía.
Alrededor de la mesa, poetas. Yo tenía la impresión de estar dentro de una película balcánica con escritores guerreros, sus rostros apenas visibles por el humo del cigarrillo. Los Balcanes era la imagen más cercana que tenía de la ebullición. Me dijeron que literatura armenia es aquella que se escribe en lengua armenia. Entonces, me pregunté, ¿qué es una lengua? Acaso esas letras para cazar pájaros o este incendio. El fuego en su sentido etimológico de hogar, de vecino, de brasero. Una “h” aspirada convertida en “f”. Letras, casas, incendios. Así estos poemas: panes cocidos bajo la ceniza.
[1] Mandelstam Osip. Armenia en prosa y en verso. Acantilado. Barcelona, 2011
[2] Mandelstam, Osip. Op. cit.
[3] Del armenio en el original: pan fino generalmente cocido en hornos de barro al ras del piso
[4] Mandelstam, Osip. Op. cit.
[5] Mandelstam, Osip. Op. cit.
[6] La consolidación de la Tercer República de Armenia el 21 de septiembre del año 1991. La Primer República de Armenia duró el período que abarca desde el año 1918 a 1920. La Segunda fue la República Socialista Soviética de Armenia.
[7] Amijai, Yehuda. Un idioma, un paisaje. Hiperión. Madrid, 1997.
[8] Amijai, Yehuda. Op. cit. “Poema sobre la restauración de mi casa”.
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962. De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: “Labios”, “Debajo de la piedra”, “El ahogadero”, “Cuando todo acabe todo acabará” y “Káukasos”; la novela “La mujer de ellos”; los relatos de “La granada”, “Mía”, “Juana I”; y el ensayo “El depósito humano: una geografía de la desaparición”. Tradujo desde el francés el libro “Sade y la escritura de la orgía”, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, “Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto”, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem para realizar el seminario “Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión”, en Jerusalén, el año 2008. Rodó en Armenia y en Argentina el documental “A”, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera, y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela “Mar negro”, por el sello Ceibo Ediciones.
El extracto que aquí presentamos fue cedido especialmente por su autora para ser publicado por el Diario “Cine y Literatura”.
Crédito de la imagen destacada: Ana Arzoumanian