El ambicioso texto que acaban de publicar a cuatro manos los autores incaicos Martín Chumbiauca y Julio Barco (Lenguaje Perú Editores, 2021) nos invita a poner el ojo en las costuras estéticas del idioma producidas por la literatura —que fluye como un río furioso— para llegar a los corazones de sus lectores.
Por Nicolás López-Pérez
Publicado el 13.10.2021
“Poetizar” es un verbo que se reconoce en el Diccionario de la Real Academia Española. Cuenta con dos acepciones. Por una parte, embellecer algo dándole carácter poético. Por otra, hacer o componer poesía.
Destaquemos un par de elementos: embellecer, “carácter poético” y componer. Mediante estas ideas vamos a sumergirnos en Poetizando (Lenguaje Perú Editores, 2021), ensayo sobre teoría y práctica poética, escrito a cuatro manos, por el docente y promotor cultural Martín Chumbiauca (Chincha, 1979) y el laureado poeta Julio Barco (Lima, 1991).
Embellecer, de hacer más bello, y componer. Poetizar tiene esos ejes en el procedimiento que se emplea y modula el lenguaje. Y lo que ocurre no es un producto, sino una concentración transitoria. Un pequeño código QR que nos promete otro lugar, uno como muchos y como pocos, y que nos disloca de alguna manera. Lo bello es un estatuto discutible.
Parte de —sino casi toda— la estética se disputa la paz conceptual (o la hegemonía) en torno a ello. Y la estética es una de las formas del pensamiento. Por carácter poético puede entenderse un rasgo o característica o bien, una manera de reaccionar.
En ambos casos, un merodeo a lo poético, a la expresión de la poesía.
Claves para comprender
Pongamos atención al subtítulo de este libro: “Claves para comprender la poesía en la vida, teoría y praxis”. Poetizar, además de fungir como verbo en el trabajo poético, puede ser un espacio de problematización a propósito de la enseñanza de la poesía.
En “Desarma y sangra” de Serú Girán, se oye la máxima: “no existe una escuela que enseñe a vivir”. Puede que la vida, al igual que la poesía, operen como un gerundio que tiene un movimiento perpetuo, del lenguaje que va realizándose. Asimismo, ¿existe una escuela que enseñe a poetizar?
En una época de mayor incertidumbre y saturación, es posible que los lugares que los verbos ocupan sean relevantes. Si pensamos en “poetizar” a secas, ¿qué es lo que un infinitivo le hace al lenguaje? La respuesta puede ser imprecisa. De tentativa, un infinitivo coloca una promesa de “acción” de una palabra en el engranaje y ensamble de una oración.
“Poetizando” es ya el gerundio de poetizar, de ir yendo y viendo como hay idas y vueltas con el cosmos y el caos que termina versificado o en prosa, con una emoción criogenizada, de retorno probable en las conexiones nerviosas y endocrinas de alguien que se dispone a leer y que tal vez resuene con la composición.
Bien, Poetizando no es una escuela que enseñe a poetizar. Sino como bien dice su subtítulo, claves para comprender. El acto de leer implica, idealmente, el de comprender.
Chumbiauca y Barco nos invitan a poner ojo en las costuras del lenguaje que soldado o no a la realidad, produce la poesía que fluye como el río del poeta peruano Javier Heraud, quiero decir, que baja furiosamente, violentamente, que es tierno y bondadoso, que a veces es bravo y fuerte, que se precipita para llegar a los corazones.
La reverberación del significado
La enseñanza es lo que me queda dando vueltas. Hagamos un viaje en el tiempo, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, todo con la excusa de que este libro en la primera página nos remite a nombres de peso en el pensamiento contemporáneo. Y si de nombres se trata, extrapolando la idea de la filosofía, una disputa epistemológica entre Immanuel Kant y G. W. F. Hegel.
El primero escribió en su Crítica de la razón pura, entre otras cosas, “Man kann nur philosophieren lernen” (en traducción: el hombre solo puede aprender a filosofar). Mientras que Hegel postuló que la filosofía puede ser enseñada y aprendida como cualquier otra ciencia.
¿Por qué este desvío? Sin perjuicio de que ambos filósofos escribieron sobre estética y poesía, me interesa destacar la capacidad de aprender el acto, versus aprender el acervo que implica una práctica. El desvío es una traslocación conceptual en parte para repensar lo que ocurre en ensayos de esta envergadura y en talleres literarios.
Pregunta: ¿se enseña o se aprende a poetizar o la poesía como un conjunto de poetas, poemas y poéticas? ¿O es una extraña melaza de estas y tantas cosas más? No es oportunidad de respondernos esto. Queda pendiente el escrutinio a los cursos y programas de escritura creativa, los ensayos que hablan de “técnica poética” y, sobre todo, los talleres literarios cuya existencia —dentro de lo posible— aumenta silenciosamente.
Por ahora, volvamos a Poetizando, cuyos derroteros son más o menos los siguientes:
“Hacer poesía es lucidez, comprensión, compromiso, trabajo, gozo, placer, locura, vehemencia. Poeta es quien libera la esencia del signo en el poema; es reproductor y creador de mismo; goza del acto de traducir. El arte poético es libertad en sí misma, sin que los cantos se limiten a temas afines la posibilidad verbal en el poema es inconmensurable (…) El poema empieza cuando se fija y resuelve creativamente. Su quehacer es un acto” (p. 6).
El poema es un “ser de lenguaje”, como escribió el concretista brasileño Décio Pignatari en su ensayo O que é comunicação poética (1987), ciertamente en lo de Chumbiauca y Barco, con esas palabras se construye otro universo —en este— se desata el diálogo volátil, a sístole y diástole, carne con carne, hasta reflejar y refractar los sonidos de la mente en una inscripción que viene a ser la escritura y, luego, al revelarse en otros formatos, con la reverberación del significado, la comunicación y, sin duda, el oído.
Un texto es un tejido y una plataforma de resonancias multimediales, de entrada, como una partitura que se interpreta y que al trasladarse a lo sonoro cobra otra vida, otra corporalidad.
La salida es imprecisa.
Dimensiones de un destino común
En este ensayo, las funciones que caen sobre el texto en sí, como la negrita, la cursiva, el subrayado, son los bisturíes de lucidez argumental. Una buena guía para no perderse en la complejidad de la composición poética y, por cierto, el énfasis opera como un enunciado clave que teje una maquinaria mayor.
En otros pasajes del libro, hay otras ideas que es preciso destacarlas en esta lectura: “Aplicamos poesía en nuestra cotidianidad usando el lenguaje de siempre, pero en otras direcciones” (p. 25). Esto, en la ocasión para tallar el tropo de la materia prima a esculpir. Y de todo esto, rozar, por ejemplo, que, al decirse flor, ciudad, perro u otro ente genérico, la transmisión a otras dimensiones de un destino común.
Chumbiauca y Barco emplean el método de las preguntas, para abrir aún más a la investigación y formación personal y colectiva. Algunos casos que antes invitan a la apertura de otros horizontes, lecturas filudas sobre poesía como Los hijos del limo (1974) de Octavio Paz o Un par de vueltas por la realidad (1971) de Juan Ramírez Ruíz:
“¿Cuál es la importancia de la tradición dentro de la construcción del poema? ¿Podemos ser originales sin conocer a otros autores? (…) ¿Qué papel cumple el poeta en la radiografía de un espacio? ¿Es posible trasmitir estados filosóficos mediante los poemas?” (p. 26).
De esto se sigue, en palabras de los autores, que: “escribir poesía requiere pues una tenaz disciplina, un oficio y un destino que permitan la exploración de nuestra intimidad como la formación de una estructura estética como de un eje semántico donde funcionar. Cada uno tiene el derecho de armar sus propias naves” (p. 79). Y yo agregaría el derecho de quemarlas.
El volumen también historia estilos y conjuntos de formas que impactaron las maneras de hacer poesía. Revisa el modernismo y a la figura de Rubén Darío y a distintas galaxias como el neobarroco, la “onda” Red de los Poetas Salvajes, la verástigueana, la antipoesía, la poesía documental, la neoandina, la neoselvática, entre otras.
Al saltar a la praxis, Chumbiauca y Barco van leyendo a la poesía como un trabajo: “de entendernos como una expresión que comunica diferentes diálogos también, hoy por hoy, retorna a ser un estado de colectividad” (p. 76).
Y, al mismo tiempo, “un trabajo de la soledad, del andar, caminar, moverse dentro de habitaciones por madrugadas, donde la pesadez mental aligera el cuerpo y derrama la tinta de las ideas” (ídem).
Tomar y quedarse con estas dos lecturas no implica una síntesis, sino un diagrama de flujos, que va y viene desde el acto en que el relámpago golpea —Gonzalo Rojas dixit— al compartir entre afinidades electivas, a ser tocado por el carácter poético de los otros.
Es probable que Poetizando sea uno de los ensayos de y sobre poesía más lúcidos y alucinantes que se publicaron en Perú este 2021.
Nos habla de poetizar en sí y de la poesía como un acervo al que no solo se accede por una divina iluminación —o en la metáfora del poeta checo Egon Bondy, una micción celestial— sino que requiere de disciplina, laboriosidad, autocrítica y de conocer y justipreciar las artes poéticas, las obras ajenas que encarnan una topografía, un sentimiento y el espíritu de una época y de una tribu.
Con todo, Martín Chumbiauca y Julio Barco nos ofrecen una reflexión intensa sobre los bordes y el núcleo de la poesía y la expresión y formas de ésta; una invitación a enloquecer, obsesionarse, vibrar y hacer del poetizar: un modo de vida, una épica del pensamiento, una epistemología de la lengua, una continuidad de lo discontinuo y un cuaderno de trabajo.
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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020), De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) & Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.
Imagen destacada: Julio Barco.