[Ensayo] «Salvaje es el viento»: Un mundo de valores desintegrados

Para ser una ópera prima, el producto final del realizador sudafricano Fabian Medea —disponible en la plataforma de Netflix— es bastante competente, y se transforma en un interesante ejercicio artístico y audiovisual, que muestra el estado cinematográfico de otras latitudes, exhibiendo una mirada distinta al circuito o cartelera dominantes.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 16.11.2022

Está en Netflix la producción sudafricana Salvaje es el viento (Wild is the Wind, 2022) dirigida y escrita por Fabián Medea. Un thriller policíaco en la senda del noir, que tiene como escenario, un pequeño pueblo de Sudáfrica, donde los antiguos problemas sociales y segregacionistas, que parecían enterrados, afloran debido a un crimen.

Vusi Matsoso (Mothusi Magano) y John Smit (Frank Rautenbach) son una pareja de policías de la localidad que se hacen cargo del brutal asesinato de una muchacha blanca, Melissa Van der Walt (Izel Bezuidenhout), hija de un comerciante blanco y sobrina del alcalde.

Desde un inicio la narración muestra sus cartas y no oculta la historia de los personajes principales. Lo corrupto de los agentes queda establecido desde la primera escena, cuando en un control de una carretera desierta, dejan pasar a un auto aceptando un soborno del conductor, quien esconde a una chica en el maletero.

La narración se traslada tres años más tarde y muestra a la misma pareja de policías, esta vez en una acción más temeraria, quitándoles droga a unos traficantes y vendiéndola ellos mismos a Mongo, dueño de un bar y jefe de la pequeña mafia local.

Así, las motivaciones de ambos policías para una acción tan descarada es la necesidad de dinero rápido, por razones muy distintas. Sin embargo, todos sus planes se ven pospuestos por el asesinato de la muchacha y dificultades que asoman en el horizonte.

 

Enfrentamientos comunitarios

Las acciones se mezclan de manera que la desgracia se cierne sobre ellos. El caso se transforma en una prioridad para toda la policía desde que el alcalde ofrece una recompensa por encontrar al asesino de Melissa. En este punto, los hechos se empiezan a cruzar con los conflictos de violencia de género y raciales que después de treinta años de acabado el apartheid en Sudáfrica están aún latentes en lo profundo de la comunidad.

El actuar de la policía para hallar al culpable de la manera más rápida, lo único que ocasiona es avivar las tensiones pues los sospechosos más obvios son las personas de color, reavivando el viejo choque de colonos e indígenas.

El único personaje que parece interesado en hacer un trabajo policial para encontrar al criminal es el detective Vusi, quien carga con sus propios demonios. Él será padre en pocos meses por lo que se siente agobiado buscando un medio de hacer dinero y así sacar a su esposa e hijo del pueblo para darles un mejor vivir.

Además, carga con el resentimiento de años por ser una persona de color de origen humilde en una sociedad que aún dominan los descendientes de colonos europeos. Condición que lo hace actuar de manera imprevista y violenta en distintas situaciones. A esto se agrega el remordimiento de no haber hecho un buen trabajo policial, al dejar ir al asesino de la chica de color, cuando aceptó el dinero del conductor, en el inicio de la historia.

En el fondo, Vusi es un ser decepcionado en un mundo de valores desintegrados. Por esto, se comporta como un policía corrupto, «porque todos a su alrededor son corruptos», le dice a su esposa justificándose.

Sin embargo, no logra conectar del todo con el mundo delictual pues se siente empujado por su compañera a actuar de manera honesta. Por lo que su accionar es un tanto errático. Lo resume muy bien uno de los rufianes de Mongo, el jefe de la padilla local: este policía no sabe cuál es su bando.

El relato cae en algunos clichés de los relatos policiales y también en algún homenaje a Tarantino que extravía un poco el foco de la trama. Lo mejor de la película está en ese enfrentamiento que se da dentro de la comunidad y también entre los mismos policías a raíz del asesinato.

Para ser una primera película, el producto final de Fabian Medea es bastante competente. La narración se presenta de modo realista y mantiene la tensión por saber si los protagonistas superarán sus prejuicios y encontrarán al criminal.

En este aspecto, el viaje tras sus huellas es lo más cercano a una vuelta por el infierno. Así, adquiere sentido el dicho que menciona uno de los personajes: «si vas a entrar al infierno, no sueñes con el cielo». La localidad vive en una aparente calma, no obstante, un chispazo inesperado aviva un fuego que muchos creían extinguido.

Hacia el final, Salvaje es el viento es un interesante ejercicio que muestra el estado cinematográfico de otras latitudes, exhibiendo una mirada distinta al cine más dominante. Buen aporte.

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Salvaje es el viento (2022).