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[Ensayo] «Siworae» («Il Mare»): Una historia de amores mágicos

El realizador surcoreano Hyun-seung Lee anunciaba el boom del cine oriental hace dos décadas, con este filme que aborda el tópico audiovisual de la eternidad y de las sincronías cotidianas, en una realidad diegética donde sus protagonistas buscan asirse con esperanza a las respuestas inesperadas a fin de paliar sus carencias y necesidades afectivas.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 29.12.2020

«Lo que es mágico para nuestra razón finita es la lógica del infinito».
Sri Aurobindo

«El universo cuelga de un beso, existe porque lo sujeta un beso».
Z. Shnear

Lee Hyun-seung nos ofrece toda una joya oriental con bellas imágenes cargadas de simbolismo, ritmo reposado, diálogos ricos en significado… y excelentes interpretaciones de la pareja protagonista Jun Ji-hyun como Eun-joo y Lee Jung-jae quien es Sung-hyung.

En Il Mare confluyen armónicamente distintos géneros: la ciencia ficción al tratar el espacio–tiempo como una entidad maleable, la fábula por ser un original cuento de navidad y es también una bellísima historia de amor.

Hollywood realizó un desafortunado remake (La casa del lago) que para nada está a la altura del exquisito original surcoreano.

 

Magia y espacio–tiempo

Nuestro mundo, este espacio-tiempo en el que transitamos, esta realidad que desde antiguo hemos pretendido conocer parece estar regido por leyes científicas.

Para la mentalidad adulta contemporánea, el mundo se entiende cada vez más como mesurable e incluso predecible. Lejos quedan los tiempos en los que se consideraba lo mágico como fundamento de una realidad misteriosa que escapa del control humano.

Hoy en día la magia ha quedado relegada casi exclusivamente a la infancia y al entretenimiento, se cree que la magia está —por ejemplo— en el cine pero no en la vida. Probablemente sean las fiestas navideñas el periodo en que más se evidencia que a pesar de todo los hay, que seguimos sintiendo y considerando lo mágico.

La magia de la navidad, el niño que somos que confía y vuela en imaginación, el niño que —afortunadamente a mi entender— desconoce las leyes adultas que reducen las infinitas posibilidades.

En esta época del año —maravillosa para algunos y depresiva para otros— se ambienta la película. La magia se produce gracias a un buzón en el cual Eun deposita una postal de Navidad. Eun, una joven que tiene muy presente a su niña interior, se nos muestra que trabaja doblando dibujos animados.

Postal que recibirá Sung dos años antes, así el buzón conecta a dos jóvenes en tiempos distintos desafiando la ley temporal de la lógica adulta, desafiando la linealidad espacio–temporal que rige en nuestro mundo. El buzón mágico en el filme tal y como los buzones en los cuales los inocentes niños depositan sus cartas navideñas pidiendo que se cumplan sus deseos.

El buzón de Il Mare, un elemento de estética tradicional que destaca por su tamaño y por contraste temporal en un entorno arquitectónico moderno. Un buzón muy antiguo —que vemos al inicio entre sugerentes brumas— como lo son todas las leyendas mágicas que fascinan a los niños y a los adultos que mantenemos vivo a nuestro niño interior. Leyendas como las de Santa Claus o Los Reyes Magos.

Un buzón mágico y de algún modo atemporal que une dos soledades humanas, sol–edades que conectan en uno de los momentos en que el sol es —si cabe— más protagonista: el segundo solsticio anual, el solsticio o el periodo en el que el astro rey “se para” pues aparentemente durante esos días no cambia su trayectoria. Un fascinante parar que sugiere magia.

Y un buzón rojo como el dominante navideño y como la evocación del corazón, del amor humano que surge entre ambos gracias a ese extraño contacto.

 

«Siworae» (2000)

 

La magia del amor

Eun marcha de la singular casa que ha habitado temporalmente, una casa de diseño sobre la arena playera a la que se accede por una simple pasarela. Y que en marea alta parece flotar en el agua como una embarcación anclada en un puerto solitario.

La joven se va dejando esa postal navideña —son las navidades del cambio de milenio, un momento espacio y temporal muy singular— en el buzón rogando al nuevo inquilino que le envíe su correspondencia a su nueva dirección. Eun está esperando recibir una carta muy importante, la de su chico que se mudó lejos por trabajo y del cual hace tiempo que nada sabe.

Y la carta la encuentra Sung —otro solitario abandonado— cuando ocupa la casa recién construida. Lee Hyung–seung remarca ese sentir del joven mostrándolo por primera vez allí en un exquisito dominio de azules agrisados, el frío del invierno y de su soledad.

Le sorprende la fecha que figura en la postal y que esa mujer conozca el nombre que él acaba de elegir para la casa. Porque es Sung quien bautiza la casa como “Il Mare” evocando la omnipresencia marina y lo hace en las navidades del 97.

Pero más le desconcierta que a los pocos días un perro que le sigue y ha decidido adoptar —bella escena la del perro siguiéndole por la pasarela— deje unas marcas de pintura en la entrada. Unas marcas que no logra borrar completamente y que Eun le comentaba en su postal del futuro.

Así que responde a esa desconocida e inician un carteo más allá del tiempo que les llevará a conocerse profundamente. Especialmente a él quien verá a la bella joven siguiendo sus instrucciones en un tiempo —pasado— en el que Eun nada sabe de Sung.

Y el joven en un acto de amor verdadero —amar es querer la felicidad del amado— acepta ayudarla a impedir que ese chico que no escribe se marche a trabajar lejos. Está dispuesto a hacerlo a pesar de que si se queda ese tercero probablemente supondría anular la posibilidad de estar juntos en el futuro para consolidar su relación epistolar. Gran corazón el de Sung.

Las implicaciones de esa decisión y el final de la película entiendo que es mejor dejarlas en el aire como estímulo para que el lector la vea y saque sus propias conclusiones.

En todo caso Il Mare nos cuestiona sobre cómo entendemos este mundo, si exclusivamente desde la óptica adulta de base científica o bien compaginamos ese entender dominante con el mágico propio de la infancia.

Dicho de otro modo, para nosotros los cuentos, las leyendas, los mitos, la fantasía, la magia no existen ni han existido nunca o bien entendemos que de alguna manera somos nosotros quienes en nuestro pensar adulto los hemos desterrado.

De entenderlo así —es mi caso— uno se plantea preguntas como:

¿Qué infinito hemos perdido al convertirnos en adultos?

Y en torno al  amor y en este tiempo de acelerado desarrollo de aplicaciones y tecnología punta, más preguntas, ¿llegaremos por nuestro afán a acotar el amor en razonamiento científico cortando su magia?

¿Reduciremos la poesía del amor a una mera técnica?

¿Acotaremos qué y cuantas neuronas intervienen en el enamoramiento para crear «amor» artificial controlable?

¿De —fin— iremos al amor según el método científico expulsando la —incómoda para algunos— irracionalidad mágica?

Ojalá la magia del amor —probablemente la fuente de toda fantasía— perdure, porque en ella radica a mi entender el goce del vivir.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Siworae (2000).

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