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[Ensayo] «Suzhou River»: Del amor ahogado y la decadencia humana

El filme del realizador chino Lou Ye es un fascinante drama de amor ambientado en su país durante el cambio de milenio, y el cual retrata bajo su descarnada y atractiva luminosidad la triste realidad social de la inmensa nación asiática, pese a las promesas de bienestar del régimen comunista.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 11.4.2023

«Si me amas, búscame».
Citado en la película

Considerada como una de las mejores películas de la denominada sexta generación del cine chino y en general de la industria audiovisual de su país, Suzhou River (2000) fue presentada con éxito en la vigésimo novena edición del Festival de Róterdam.

Lamentablemente esta no pudo estrenarse en China por orden de las autoridades del represor régimen comunista quienes además prohibieron que Ye realizara películas durante dos años, todo por la patética causa de la falta de permisos para su exhibición en el certamen neerlandés.

Y es que la historia narrada es un fascinante drama de amor ambientado en la China del cambio de milenio que se retrata en descarnada autenticidad mostrando la triste realidad social del coloso asiático.

 

Aguas de vidas

Las primeras imágenes de Suzhou River nos sumergen en la grandeza de las aguas de ese caudaloso río a su paso por Shanghai y asimismo nos muestran las gentes que se benefician de ellas ya sea como medio de vida, como medio de alojamiento o incluso como medio de aireamiento personal ante la asfixia que vivencian.

Imágenes que conforman un excelente retrato de una naturaleza urbana que la cámara capta con impresionante empatía. Imágenes que hablan por sí mismas y a las que no obstante Ye pone voz en boca de uno de los protagonistas del filme a quien nunca veremos más allá de sus manos, nunca le veremos su cara ni sabremos su nombre.

Un hombre pues casi invisible que es fotógrafo profesional y quien cámara en mano captura excelentes imágenes a pulso. Un hombre «a la sombra» que bien pudiera ser alter ego del director y quien según confiesa tiene al río Suzhou como preciado bálsamo a su ahogo vital.

Sus palabras son una concisa reflexión sociológica de un entorno que le es bien conocido:

«Hay un siglo de historias aquí y también de basura que convierte el río en más inmundo. Y sin embargo mucha gente vive aquí creando vida en el río. Pasan toda su vida aquí. Si miras suficientemente lejos, el río te enseñará todo. Te enseñará gente trabajando, te enseñará camaradería, familias, amor y también soledad».

Pero más allá de lo estrictamente sociológico en ese mostrar inicial se evidencia el gran protagonismo que tendrán esas aguas en toda la película, unas aguas a las que se las apreciará especialmente en sus ricas simbologías universales:

Las aguas fluviales puras que nacen en las altas montañas y fluyen salvando todo tipo de dificultades hacia la mar como imagen de la senda vital humana, y asimismo como símbolo del proceso desde lo individual a lo común y colectivo.

Ríos que son aguas de vida albergando existencias en su seno y ofreciendo energía en sus orillas o la imagen de los bienes que la naturaleza nos regala y que a menudo no valoramos ni cuidamos en nuestra prepotencia ciega e indolente.

En ese a menudo anida la actitud egoísta de tantos que es y que genera toxicidad ambiental. Toxicidad ambiental que «respiramos» todos y que se entiende tanto en su significado físico y químico como especialmente en el psicológico, anímico y simbólico: el ser humano sin ser y sin humanidad.

Y las aguas también como imagen del «bautismo» a otro entender más consciente o a otra realidad más armónica, la imagen del «renacimiento» tras sumergirse en un medio vital, el acuoso que está en nuestros orígenes fetales y así mismo en los orígenes de la vida en nuestra Tierra.

Un «renacimiento» que más allá de otras interpretaciones puede entenderse simbólicamente como mutante. En las mitologías de todo nuestro planeta se habla de seres semi humanos capaces de respirar tanto en el aire (asociado al pensar) como en el agua (asociada al sentir), ese es el caso de las legendarias sirenas que en la película tienen también un protagonismo destacado.

En ese brumoso territorio simbólico y mitológico nos sumerge Ye para ofrecernos en clave de fábula una peculiar historia de amores ahogados en —y por— una sociedad decadente.

 

Grises y policromías

Una sociedad decadente que es retratada durante todo el metraje en belleza. A pesar de tanto, hay belleza en los espacios ya sean interiores o exteriores, especialmente en las escenas nocturnas de tenue iluminación en las cuales destacan las bombillas desnudas de la precariedad y los fascinantes destellos de los neones publicitarios del deseo frustrante, destellos a menudo enfocados hacia los rostros de los personajes.

Y es que Ye mira también en belleza a sus protagonistas y a las gentes de ese microcosmos. Una belleza estética que evoca a grandes realizadores del cine clásico como el maestro Alfred Hitchcock.

Retrata pues en mirada occidentalizada a las masas grises transitando por la gran urbe como corrientes fluviales humanas en gran medida despersonalizadas, personas sin apenas vitalidad, individuos que son soledades sin apenas color ni calor.

Una uniformización gris casi negra que se entiende es fruto de la fusión del viejo comunismo radical con el recientemente abrazado capitalismo global. En ese ambiente monocolor, sólo unos pocos con voluntad parecen buscar salidas policromas.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers incluido el final de la película.

 

Sirenas y hombres

Voluntades que nacen en esencia del valor de lanzarse a amar y que encarnan dos mujeres especiales quienes caminan por esas calles casi negras luciendo colores.

Una es Memei que trabaja como animadora en un bar nocturno cuyo significativo nombre es «La Taberna Feliz», un nombre que es puro sarcasmo porque tanto allí como en todo ese microcosmos ribereño no se respira felicidad.

Memei se viste de sirena con llamativas lentejuelas rojas para sumergirse en el gran tanque de agua que preside el local, una prisión traslúcida que sin embargo por su evocación marina parece serle liberadora.

Y ella vive en una casa barca varada en el río que refleja su personalidad diferenciada y su voluntad libre. En ese hogar, una gran imagen en blanco y negro (la realidad en la que se ve) de una pareja besándose sobre una moto (la realidad que busca).

La otra fémina es la adolescente Moudan, una chica inquieta y vital que se enamora de otro de los protagonistas. Ese joven es Mardar quien trabaja como mensajero en su motocicleta y recibe el encargo del padre de la chica (un rico empresario) de transportarla con seguridad por la ciudad.

Moudan y Mardar serán los protagonistas de una trágica historia de amor que afectará a Memei y a su pareja que no es otro que el fotógrafo sin nombre ni cara.

Esa invisibilidad masculina puede interpretarse a tenor de la historia retratada como imagen simbólica de su ausencia de valor, ese valor que nace de la voluntad de amar sin miedo al riesgo.

Una falta de valor que en parte también define a Mardar aunque en su caso comprobaremos que su capacidad de amar evoluciona. Y es que la historia de amor con la hija del empresario inicialmente es prácticamente de sentido único, ella se muestra en amor y él poco motivado en la actitud dormida propia de sus compatriotas grises.

Hasta que un día ocurre un hecho que pone a prueba la voluntad de amar del motorista quien opta por contentar a otro cliente que le embauca en el falso secuestro de su no suficientemente amada para lucrarlo y lucrarse.

Tras esa lamentable y patética acción, Moudan lo rehúye y escapa a la carrera hasta llegar a uno de los numerosos puentes que cruzan el omnipresente río shanghainés.

Allí —y con una muñeca sirena que Mardar le regaló en amor— se lanza a las aguas afirmando que volverá como sirena y lo encontrará. Ye nos muestra fascinantes imágenes de cómo ya sumergida se transforma en ese ser mitológico que suele aparecerse a los hombres marineros.

Y de hecho según se relata y se ve muchos barqueros del Suzhou avistan a la Moudan sirena en un atrayente brillo de lentejuelas rojas.

El rojo brillante de la pasión y el amor temidos o la feminidad salvaje que anida tanto en los hombres como en las mujeres y que es reprimida por todas las jerarquías radicales ya sea políticas o religiosas, que en su miedo la mal entienden como enemiga a erradicar.

Moudan aparentemente se convierte en sirena y Memei se siente sirena. Ambas están unidas en el rojo brillante pasión, en la pulsión de corazón, en el sentir y ser amor.

Ye enfatiza esta gran similitud de ser y sentir mostrándonoslas iguales en su aspecto físico. En efecto, es la misma actriz quien interpreta a Moudan y Memei. Son excelentes las caracterizaciones de la joven Xun Zhou quien ensalza con ellas la obra audiovisual, al igual que Hongsheng Jia en su impecable encarnación de Mardar.

Así, y por ese lanzarse al río de Moudan, el pacífico Mardar cumple varios años de cárcel condenado por un homicidio inexistente; una muy injusta pena que se entiende como reflejo del —y crítica al— sistema autoritario que rige en China.

Tras ese encierro impostado, lo vemos regresar a Shangai con la firme voluntad de hallar a su amada. Ha tenido que caer a lo más hondo para poner en valor el amor y priorizarlo en su vida.

 

Ríos de vodka

Es en esa vuelta cuando Mardar entra en contacto con el narrador y la «gemela» Memei. Lo hace al ver a la animadora sirena en la taberna y en su convencimiento de que ella es su amada Moudan.

Pero ni Memei ni su hombre sin nombre creen en su rocambolesca historia, nadie le cree.

En una de las mejores escenas de la película, lo vemos en una noche de intensa lluvia y a la luz del neón de la Taberna Feliz. Mardar acaba de recibir una fuerte paliza y en una mezcla de rabia e impotencia destroza ese neón falso del que sólo queda un simbólico corazón, el pacífico se descarga al fin pero sin agredir a nadie.

Una paliza que ha sido auspiciada por el hombre invisible al que Mardar acude de buena fe para hablarle de corazón de su sentir por Moudan y del sentir confesado de Memei. El motociclista buscador desconoce que su interlocutor lo ve como enemigo por haber abierto los ojos a su chica con «sus estupideces sobre el amor».

Hablan ambos —y calla la verdad el sin nombre— entre tragos de vodka. Y de alguna manera Mardar se sumerge a partir de ese encuentro en el mundo acuoso etílico del narrador invisible.

Vodka, el alcohol ruso por excelencia y por extensión el alcohol del universo comunista que es la más común evasión de sus ciudadanos ante la dura realidad que vivencian tal y como ocurre en la órbita capitalista con otros destilados.

El vodka que quema en la necesidad de disolver la frialdad ambiental, la gelidez de un sistema radical que deshumaniza.

Ese vodka que bebe asiduamente el hombre sin nombre será el inesperado medio por el que Mardar encontrará finalmente a su amada Moudan. En efecto, ella trabaja como cajera en una tienda a la que el motorista acude para comprar esa agua etílica que antes parecía no interesarle.

Los vemos juntos en armonía silente a la orilla del Suzhou y Moudan que le pide al amanecer el ir juntos a casa.

De esa forma, los encuentran ahogados tras haberse lanzado al río en su motocicleta cerca del puente del que ella se lanzó años atrás pretendiendo mutar a sirena, pretendiendo llegar a ser libre y obtener la capacidad de «respirar» la dualidad aire y agua para de alguna manera trascender la dureza de su mundo.

No lo logró entonces sola, ¿lo han logrado ahora los dos juntos? Ye nos muestra sus cuerpos inanimados y deja a nuestro sentir y entender qué ocurre más allá de la brumosa realidad decadente shanghainesa, llueve y no se ve «la otra orilla».

 

A-Mar

Es el hombre sin nombre junto con Memei quien identifica sus cadáveres a requerimiento de la policía. Ambos se dan cuenta de que Mardar no mentía, Moudan existía y era idéntica a la animadora de la taberna.

De esa manera, esa rotunda verdad y ese rotundo amor conmueven a Memei quien pone contra las cuerdas a su amado sin amor.

Memei le pregunta si le ama como amaba Mardar, si la buscaría sin descanso como él hizo con Moudan. Ella sabe que miente al responder que sí y decide desaparecer, en su hogar barco el hombre sin nombre ni amor encuentra una breve y contundente nota: «Si me amas, búscame».

Nuestro gélido narrador en su desencanto e incredulidad, en su no valor para amar prefiere ahogarse en vodka «esperando que otra historia vuelva a comenzar» en su convencimiento conformista y limitante de «que nada dura para siempre».

Todo ocurre en el río de dominante gris, Ye nos regala unos bellos destellos de luz solar en dirección hacia el mar que quizás simbolicen a los enamorados ahogados.

Y uno que se pregunta: ¿son ellos dos los ahogados o lo son todos los seres humanos que como el hombre invisible entienden el beber etílico o semejantes como única liberación emocional?

 

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Suzhou River (2000).

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