La lectura de esta obra testimonial de la autora francesa Neige Sinno es difícil por la impotencia que produce, especialmente al saber que sus páginas no corresponden a una ficción y también porque atestiguamos el absoluto desamparo en el cual transcurre la vida de una niña ultrajada por tantos años.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 29.1.2025
Triste tigre, de Neige Sinno (1977), es un libro difícil de leer, pues resulta en una experiencia conmovedora, triste, perturbadora y desgarradora.
La lectura es difícil por la impotencia que produce, especialmente al saber que esta no es una ficción y también porque atestiguamos el absoluto desamparo en el que transcurre la vida de esa niña ultrajada por tantos años.
Algo de esperanza hay en el hecho de que el relato es retrospectivo. Ya de adulta, una madre con su propia hija, y aún intentando saldar las heridas del pasado, Neige Sinno se embarca en la escritura de este documento de difícil catalogación.
El retrato del padrastro violador nos muestra a un ser irascible, víctima de arrebatos de violencia, autoritario y gritón. Se trata de un narcisista grandioso («narcisista con tendencias sádicas», dice la evaluación psiquiátrica del juicio) que impone sus gustos en comida, en música, y condena la forma en que las niñas han sido criadas (él tendrá dos hijos más con la madre de la protagonista).
Así, en esta organización familiar, la madre es el «flying monkey» número uno del padre, quien manipula a todos, en especial a la niña, a quien chantajea con absoluta impunidad. Mucho hay que decir de la madre, que tarda en comprender, en aceptar y en actuar, y que incluso permanece un año entero con el hombre, después de enterarse de los abusos.
La angustia doméstica recordada en el presente, a sus 44 años, se concentra prontamente en los abusos sexuales y es así como describe gráficamente la anatomía del padrastro, su pene erecto, el modo en que la pone en cuatro patas para sodomizarla y la dificultad para penetrarla; la forma en que practica con su ano introduciendo zanahorias en este para dilatarlo.
En ese entonces temía que la niña quedara embarazada, así que prefería la penetración anal. Confiesa que llegó a hacerse experta en practicar «mamadas», pensando, ya de grande, en que no es necesario tragarse el semen, requisito impuesto por su violador. Estas descripciones no son pornográficas, sino que fundamentales, ya que, si se elude lo gráfico, se pierde el sentido de la denuncia.
Una cartografía del abuso
«Algunas palabras me hicieron sentir asco durante mucho tiempo», dice. En particular todas las que incorporan «viol»: violeta, ravioli, viola. Aquí vemos la disociación en la que vive la niña, y solo después de años es capaz de describir la actitud psicopática de su padrastro: «Él era la víctima, e incluso una víctima cuyo verdugo era yo, la niña que había activado el mecanismo en él con mi mera existencia».
Ya, madura, destaca un rasgo personal, la valentía, y reflexiona: «Me gusta decir la verdad incluso cuando una mentira sería bienvenida».
Gran parte del libro documenta el proceso legal latamente, incorpora imágenes, archivos y cartas que permiten seguir la secuencia del proceso y la autora dice ser consciente de que su caso es excepcional y que la mayoría de los procesos nunca se saldan.
Los nueve años de prisión que se le dan al padrastro solo son posibles porque es él mismo quien reconoce sus delitos. Y, aun así, ella ve la prisión como una salida trunca, muy lejos de lo ideal. La prisión no es un logro y no reforma a nadie.
Con todo, la imposibilidad de plasmar el trauma es una preocupación en este libro y en todo momento la autora cuestiona los alcances de la denuncia. Ella tiene estudios en literatura inglesa y su narración está salpicada, así como sostenida, por una serie de referencias literarias que hacen de la lectura una experiencia más global que el mero repaso de un abuso, sus consecuencias legales y traumas personales.
Lolita, de Nabokov, ronda por la narración y sirve de plataforma para analizar su propia experiencia y esbozar ideas con un tono entre ensayístico y periodístico, y, aunque se esfuerza por no ingresar en una zona de melodrama (muchas veces manifiesta este pudor), igualmente se drena la angustia en giros poéticos que recuerdan la expresividad confesional. Asimismo, la contribución de las obras que ella nombra enriquece este escrito y permite configurar una cartografía del abuso.
Interesantemente, el feminismo no es visto como una posibilidad de contención, diálogo o soporte («esos textos no me llegaron. Es en la ficción donde me he construido») y la autora dice haberse deslizado hacia los testimonios asociados a sobrevivientes de los campos de trabajos forzados y exterminio. Primo Levi, Imre Kertész, también Toni Morrison y Solzhenitsyn aparecen como luces.
Ya hacia el final, vemos que la autora reivindica distintos formatos de expresión escritural como canales ricos, aun cuando ha afirmado que no cree en la escritura como terapia.
Ella escribe: «¿Por qué pensar que solo la ficción puede aventurarse en el territorio de lo indecible? El testimonio es una herramienta de análisis». Vemos aquí la sugerencia de la estrategia de Triste tigre, una cruda y brutal publicación.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en las revistas The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Neige Sinno (por Thomas Samson).