Las voces que se cruzan en las páginas de esta novela de la Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, rescatan una estética nacida desde los refranes cotidianos, cercana a las lenguas campestres, en la riqueza propia de sus dichos. Pero cuando la mirada se vuelca a la urbe, vemos a una sociedad (la eslava y propia de la autora), en expansivo proceso de burocratización.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 28.10.2024
El imaginario de Un lugar llamado Antaño, de Olga Tokarczuk (1962), donde la personificación de la naturaleza toma protagonismo, evoca las narraciones de Herta Müller, así como algunas asociadas al realismo mágico.
Desde la luna hasta las hierbas bajo nuestros zapatos: cada especie concentra símbolos subjetivos, muy particulares; cada cual convive con su paisaje natural de modo singular, y las explicaciones que se ofrecen adoptan este tono poético, en permanente resignificación, anclado al predicamento más orgánico de nuestras vidas.
Nociones sobre qué constituye el alma, por ejemplo, son expresadas a través de saberes populares, supersticiones y magia.
Vivimos en un contexto delimitado. El del pueblo que retrata esta novela se halla minado por las décadas que marcan la Primera Guerra Mundial, hasta el término de la Segunda. Los personajes que circulan aquí dan cuenta de múltiples atrocidades, algunas casi normalizadas después de años de degradación.
Las voces que se cruzan en el pueblo rescatan esta poética surgida de locuciones domésticas y refranes (Müller ha hablado de la poética en las lenguas más campestres, en la riqueza de sus dichos). Y cuando la mirada se vuelca a la urbe, vemos una sociedad (polaca) en expansivo proceso de burocratización.
«Antaño es un lugar situado en el centro del universo». Ya en la primera página proliferan los arcángeles que protegen sus fronteras. En este universo impera la religión: «En el centro de Antaño, Dios erigió una colina que invade cada verano una multitud de abejorros. Por eso, la gente la llamó la Colina del Abejorro. Porque a Dios le corresponde crear y al ser humano dar nombres».
Como esta hay una multitud de otras explicaciones que van creando un compuesto bizarro en su sincretismo. Dios incluso protagoniza uno de los «Tiempos» que componen la novela. En esa viñeta leemos: «Durante el verano del treinta y nueve, Dios giraba en torno a todo y sucedieron cosas inexplicables e insólitas».
La intervención finaliza con la conclusión: «Todos los que fueron a curarse murieron durante la guerra. Así es precisamente como Dios se manifiesta».
Un riachuelo caudaloso
Así, se van presentando, con distinto grado de intervención, a los memorables personajes que dejan su huella en este patchwork narrativo: Espiga, quien se da a la bebida, sale con hombres y se vende por una salchicha. Ella encarna cierta emancipación y cuestiona naturalmente la posición del misionero: «¿Por qué tienes que estar tú encima? Yo soy igual que tú».
Espiga se identifica con los campesinos: «solía estar tan borracha como ellos, tenía miedo de la guerra como ellos, y se excitaba como ellos». La voz narrativa comparte: «En cierto modo, vivía en comunión con todo el campo, con todos sus dolores y todas sus esperanzas».
Con todo, Espiga tiene una relación fascinante con una serpiente, a la cual bautiza como «Dorada». La serpiente se enamora de ella, de su piel tibia que enternece su propia piel y corazón fríos. Cuando su hijo muere, ella experimenta una animalización, que sugiere un retroceso a lo más primitivo y una apertura hacia otras formas de comunicación y convivencia inter especies.
Florentynka es otro personaje fascinante y, a través de ella, vemos cómo se construye una bruja: «Desde que Florentynka se volvió loca, su casa empezó a llenarse de gatos y perros. Al poco tiempo, la gente la empezó a utilizar como remedio para su conciencia y, en lugar de ahogar a las crías de gato o a los cachorros, los arrojaban a aquellas matas de hortensias. Las dos vacas, cual nodrizas, criaban con la complicidad de Florentynka a aquella legión de animales abandonados».
El judío, el «otro», es visto desde distintos prismas en la novela. En «Tiempo de Kurt», por ejemplo, vemos la forma en que su victimización se ha normalizado:
«No le resultaba muy agradable tener que buscar a los judíos refugiados en los sótanos y en las buhardillas, o perseguir por los prados a las mujeres locas de miedo y arrancarles a sus hijos de los brazos. Ordenaba que les dispararan, ya que no había otra solución. Él mismo disparaba y no se complicaba mucho la vida. Los judíos no querían subir a los camiones, huían y gritaban. Prefería no darles demasiadas vueltas a las cosas. Al fin y al cabo aquello era una guerra».
Por boca de este coro de personajes, accedemos a descripciones tan deslumbrantes como las siguientes: «Cuando un árbol muere, otro árbol sin significados ni sensaciones adopta su sueño. Por eso los árboles nunca mueren. En la ignorancia de su existencia se halla la liberación del tiempo y de la muerte», leemos en «Tiempo de los Tilos». O: «Pero el tiempo en el asilo de ancianos no transcurre como en todas partes, es un riachuelo poro caudaloso».
La vejez es retratada con una mezcla de descarno y pudor: «Se sentía desilusionado. Creía que la vejez abría el tercer ojo con el que se percibía absolutamente todo y permitía comprender los mecanismos del mundo. Pero nada se volvió más claro. Solo le dolían los huesos y se pasaba las noches en vela. Nadie lo iba a visitar, ni los muertos ni los vivos».
***
Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Olga Tokarczuk.