[Ensayo] «Una red viva»: El futuro ciborg del cerebro

En este libro ameno y muy enriquecedor, el neurocientífico estadounidense David Eagleman nos prepara a fin de convivir de una manera más inteligente y consciente, con ese órgano que modula todos nuestros procesos biológicos y mentales como un pequeño dios silencioso alojado en nuestro cráneo.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 16.8.2024

¿Te has preguntado cómo eres capaz de entender sin el menor esfuerzo la serie de grafemas que contienen esta oración mientras vas pasando tu vista sobre ellos desde izquierda a derecha? Porque no son los ojos, la retina y los bastoncitos que nadan al interior, captando los fotones de luz que entran a raudales por estas magníficas, los que hacen el trabajo por ti. Tampoco es tu mente «consciente».

La mayor parte del trabajo se lo lleva el órgano al que tus ojos están conectados mediante nervios ópticos, el cerebro, esa masa de poco más de un kilógramo que se compone de un bosque de 86 billones de neuronas interconectadas en un sistema de redes, compuesto por sinapsis, el puente electroquímico que comunica a una neurona con otras, de las que hay más de 400 mil millones, más que estrellas en la vía láctea.

Con todo, lo que no nos paramos a pensar es que el cerebro es similar a un náufrago en una isla alejada del resto del mundo por la frontera del cráneo. No percibe nada directamente, ni la luz que se filtra en este momento por tu ventana, ni la textura de la madera o el teclado de tu computador, ni el espléndido aroma a café recién molido o el bullicio del tráfico automovilístico en la calle. Todas las señales que capta del mundo provienen de fuentes indirectas, a las que está conectado mediante el vasto sistema nervioso.

Este órgano espléndido es la máquina biológica más compleja del universo conocido y es el protagonista del último libro de ensayos del neurocientífico David Eagelman, Una red viva, publicado en su traducción al castellano por la línea Argumentos de la editorial Anagrama.

 

Mucho más dúctil y plástico de lo que pensaban los científicos

Eagelman, con una prosa amena y un acervo de investigaciones, historias y datos curiosos nos ayuda a penetrar en la historia secreta y siempre cambiante del cerebro y la posibilidad de modificar nuestra relación con él gracias a tecnologías innovadoras que interactúan en forma novedosa y estimulante con las fuentes de datos que tiene el cerebro para registrar el mundo.

Sin ir más lejos, esas fuentes son los sentidos. Los ojos permiten la vista, tu piel el tacto de las distintas superficies, los oídos el llanto de los bebés y la música de Mozart o Frank Ocean, tu nariz te da las puertas a la experiencia aromática del mundo y tu lengua saborea el gajo de naranja, las nueces o los fideos que te preparaste para almorzar.

Lo increíble del asunto es que, si estos son los actores de la obra, el director, la guionista y los tramoyistas que mueven y reconfiguran el escenario sin que nos demos cuenta, son las sinapsis que decodifican la jungla de estímulos con los que interactuamos momento a momento.

A través de ellas viajan los impulsos eléctricos de las neuronas, conocidos como potenciales de acción, a unos 120 metros por segundo. Gracias a sus dotes naturales, el entrenamiento y la velocidad de estos impulsos eléctricos, es que Usain Bolt pudo correr los cien metros planos en 9,58 segundos, durante los cuales su cerebro experimentó varias billones de sinapsis.

Mientras más avanza la ciencia, específicamente la neurociencia que investiga las destrezas del cerebro, la evidencia nos muestra que este órgano es mucho más dúctil y plástico de lo que pensaban incluso los científicos y médicos más optimistas hace 40 o veinte años.

Ahora perder la vista o tener un grave accidente vascular no es motivo para caer rendido, hay muchas técnicas y tecnologías que ayudan al cerebro a sanar y recablearse. Como muestra Eagelman, acuñando el término inglés de livewired, que significa algo así como un cableado vivo y en constante cambio, la capacidad del cerebro para adaptarse y reorganizarse según nuevas necesidades o inputs sensoriales es asombrosa.

Es sobre estos temas que nos ilustra el neurocientífico que también lidera una empresa, Neosensory, precisamente enfocada en inventar tecnologías que ayuden a las personas a sustituir sentidos perdidos, la llamada sustitución sensorial, o a sumar nuevos sentidos en el futuro ciborg que nos espera.

 

La ecolocación, la técnica de percepción espacial

Uno de esos sentidos latentes y misteriosos presentes en el reino animal pero apenas consciente en los humanos es la ecolocación, la técnica de percepción espacial que distingue a los murciélagos, pero que también utilizan cachalotes y delfines.

Es una especie de difusa geometría tridimensional que capta como un sonar en 360° grados el espacio a su alrededor. Uno de los maestros de esta curiosa destreza perceptiva, que logra transferir información sonora al córtex visual, es el británico Daniel Kish, ciego desde los trece meses, que aprendió a aprehender el espacio gracias a chasquidos de lengua que rebotan en los objetos a modo de un sonar, devolviendo con los ecos la forma del mundo.

El fascinante trabajo de Eagelman y su empresa ha generado una invención muy particular que genera una interacción entre los inputs sensoriales y el cerebro sin necesidad de ninguna operación. Se trata de un chaleco que es capaz de traducir información sensorial, mediante un conjunto de electrodos que la transforman en complejos patrones eléctricos, en información auditiva que el cerebro puede decodificar con cierto período de entrenamiento.

De esta manera, y en una charla TED del 2015, Eagelman expuso la manera en que funciona la substitución sensorial y cómo su chaleco es capaz de llevarla a cabo. Quizás lo más interesante es lo que planeta en los tres minutos finales, sobre la adición sensorial, o la capacidad de añadir sentidos como conocer en tiempo real los comentarios en twitter del evento Ted en el que expone, conocer el estado en tiempo real de su salud orgánica, conectarse a flujos de información específicos del internet o sentir el estado en tiempo real de la estación espacial o tu automóvil.

Sobre todos estos temas y muchos más profundiza en este libro ameno y muy enriquecedor, hecho para prepararnos a convivir de una manera más inteligente y consciente con ese órgano que modula todos nuestros procesos biológicos y mentales como un pequeño dios silencioso alojado en nuestro cráneo.

En esta era donde los cerebros digitales están emergiendo quizá no hay mejor manera para prepararse ante los cambios venideros que comenzar a conocernos mejor, y, más allá de las reflexiones y la filosofía, un trabajo práctico y estimulante es el de indagar con mayor profundidad las posibilidades de nuestro cerebro y así usar los pequeños hacks que nos muestra Eagelman para sacarle el mejor provecho y mantenernos sanos a la vez.

 

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Una red viva. La historia interna de nuestro cerebro», de David Eagleman (Editorial Anagrama, 2024)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: David Eagleman.