[Ensayo] «Velvet Buzzsaw»: Ni el mismo Diablo soporta ser comprado en Netflix

El polémico filme del realizador estadounidense Dan Gilroy —protagonizado por los actores Jake Gyllenhaal, Rene Russo y Zawe Ashton, entre otros—, y el cual puede visionarse a través de la plataforma de streaming, es analizado a través de este texto, en sus profundas variantes audiovisuales y simbólicas, al modo de una crítica visceral en contra del mercantilizado circuito del arte visual y de sus galeristas.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 9.11.2020

“Ama el arte que tienes dentro, no a ti haciendo arte”.
Konstantin Stanislavsky

Velvet buzzsaw (2019) de Dan Gilroy, tiene un título difícil de traducir porque en español carecemos de un equivalente directo de “buzzsaw”, que sería, de últimas, una “sierra circular”, lo que daría “Sierra circular de terciopelo”, algo verdaderamente incómodo de leer en español, máxime si se sabe que en el slang norteamericano, el término refiere a los genitales externos femeninos, aunque luego nos enteramos que era también el nombre de una banda psicodélica que integraba, en su juventud, la galerista y mercader de arte Rhodora Haze, interpretada en la cinta por Renee Russo.

Y en general se ha hecho también difícil la crítica del filme, porque los adjetivos en contra brotan fácilmente, especialmente en desmedro del guión.

Velvet buzzsaw comienza como una crítica social al snobismo del arte contemporáneo (que recuerda a The Square, de Ruben Östlund) pero que en las mismas manos del espectador y a mitad de camino del relato, se va transformando en una película de terror… y una de casi clase B.

Leyendo otras críticas uno se encuentra con el mismo desconcierto. Le echan la culpa al standard chato de las producciones de Netflix, o directamente al guionista, el mismo Gilroy.

Es cierto: desde el comienzo parece tratarse de una simple diatriba, con ligeros toques de humor e ironía, contra el ambiente de galeristas, mercaderes y artistas que buscan el éxito. Aparecen los ya viejos problemas y dilemas relativos a lo qué es realmente moderno y qué realmente artístico. Dónde empieza la realidad y dónde el arte, etcétera.

Se le suman las rencillas por dinero, amén de la intriga, la ambición, la frustración… Pero todos esos elementos, sin embargo, se dislocan de improviso ante una muerte. Como siempre sucede en todos los órdenes de la vida, la muerte viene a cambiar las reglas de flujo de los acontecimientos y así le sucede a Josephina, que trabaja con Rhodora (la inglesa Zawe Ashton), quien, regresando a su departamento, descubre a un anciano muerto en su edificio.

Josephine accede de a poco al mundo del muerto y descubre atesorada en su departamento, una serie de cuadros, si no del todo horripilantes, por lo menos inquietantes y dotados de una especie de “descubrimiento estético” que puede significar un pingüe negocio.

Y ahí, con la muerte del viejo, comienzan a perfilarse las diferentes hilachas de rencor y ambiciones que le dan a la primera parte del filme, un toque cinematográficamente apetecible con una crítica despiadada al mundo del mercadeo del arte.

El papel entre ridículo y esperpéntico del crítico de arte Morf Vandewalt (un muy buen trabajo de Jake Guillenhaal), desata la segunda parte del filme: la que desconcierta y pone en jaque el juicio del espectador.

Poco a poco, entre Rhodora —junto a la inestable complicidad de Josephina—, la especuladora Gretchen (Toni Colettte) y Morf comienzan a suceder una serie de muertes extrañas, indescifrables y en muchos casos, previsibles en el marco de una película de terror —como dijimos al principio— de clase B, que ni siquiera llega al nivel que reclama el “cine gore”, donde el exceso de sangre e impacto visual pueden llevar a lo ridículo y de ahí a una salvadora ironía.

 

«Velvet Buzzsaw» (2019), de Dan Gilroy

 

La revelación

Desde el punto de vista estilístico, entonces, el guión es un disparate. Pero nosotros quisimos encontrarle algo de coherencia interna a ese disparate… y lo encontramos en el personaje del bloqueado artista Piers (un brillante John Malkovich), literalmente abandonado por las musas.

En efecto: ante una pintura a todas luces triste, apagada, del otrora redituable pintor, Rhodora le hace leer un texto en el que se explican ciertas cosas que resultan claves en el marco de nuestra interpretación. El escrito afirma que “la dependencia asesina a la creatividad”.

En verdad, el personaje taciturno de Piers es una magnífica interpretación de Malkovich de un artista ligado con sinceridad espiritual al arte, y que choca contra la estupidez obsesiva del arte moderno y posmoderno y cuanto onanismo intelectual se le ocurren a cronistas, artistas y cultores de arte, que parecen inventar estos “ismos” con el solo fin de justificar las fortunas que este submundo moviliza impúdicamente.

Piers es el desprolijo, el preocupado por su bloqueo creativo, aquel a quien el fuego de la creación se le ha enfriado… bloqueo que nace de la insinceridad que artistas y mercaderes, y hasta gestores políticos, crean para mantener vivo el monigote del arte mercantilizado.

La cosa viene desde relativamente lejos: desde aquel valiente mingitorio (“La fuente” y el provocativo seudónimo de Mutt) que Marcel Duchamp, en 1917, había fijado en una galería neoyorquina, denunciando los convencionalismos que habían terminado con un meadero de bar de cualquier noche saturnal en una galería de arte. Duchamp, por lo menos, había tenido el coraje de golpear en las barrigas de los cliché-makers de su época.

Hoy, ¿quién se escandalizaría por esas provocaciones? Es más —y tras la crítica cinematográfica de The Square y de Velvet Buzzsaw— se puede uno preguntar: ¿a quién le importa realmente el arte?, o, pero aún, ¿le importa a alguien la realidad?

En efecto: el arte se ha segregado de lo real humano y termina danzando ya en el abismo de una nada, regido por sus propias leyes, leyes de viento y de azar. Mientras los modernistas como Picasso, Gris o Cézanne se concentraban en cierta idea de unicidad humanística, los posmodernos, como Andy Warhol, se concentraron en el revoltijo, el oportunismo y la iteración masiva.

Así, yendo de la profundidad a lo superficial, de lo esencial a lo circunstancial, se terminó convirtiendo a la obra de arte en una lata más o menos original en la estantería de un supermercado: se valora a la obra en función de su precio, y hasta donde el precio mismo termina siendo una categoría estética.

Es en este marco que Piers parece mendigar inútilmente la aprobación de galeristas y especialmente la de Rhodora. Tal es su primer error como artista que, sinceramente —y tal vez como único personaje coherente de la película—, no busca ganar dinero sino hacer arte. Rhodora le hace leer a modo de revelación, que la creatividad juega con lo desconocido y que no existen reglas que definan el mundo infinito de lo nuevo.

De modo que esa obsesión por la novedad en los artistas anhelantes de dinero, sucumbe ante el verdadero arte que se abre a la infinitud de lo nuevo (de lo creable) que no sólo es inabarcable —ni tiene precio—, sino que se presenta como un manso dios de imprevisibilidad que dignifica al artista y que provee de novedad, esa novedad que se hace vida.

Porque el artista debe entender que la novedad no es la diferenciación respecto de lo anterior, sino el rescate de lo actual, de lo esencial y vivencial que, obligatoriamente, es siempre nuevo porque la vida es siempre flamante.

Que esa novedad nacida de la realidad humana es el principal alimento de lo espiritual y que es por ese lado donde se emparentan lo artístico y lo religioso: la creatividad y lo evangélico como dos formas de lo nuevo.

También nos enteramos, a través del texto que lee Piers, que sólo la confianza —el abandonarse al devenir ignorado de lo real—, puede quitarnos el miedo a lo desconocido. Y en ese perfilamiento de libertad, en esa confianza en que lo desconocido nos modelará según su leal ser, residirá la libertad del artista. Pero el personaje de Piers desaparece tras este encuentro con Rhodora y hasta casi el final de la película.

¿Qué significan esas muertes a partir de esos cuadros de perfil “diabólico”, con sangre integrada en la pintura? Quizás la muerte de la estupidez. En estos personajes, toda imagen, aún la puramente comercial, adquiere poder sobre el que la percibe: la visión de una publicidad lateral de Gretchen en un ómnibus que pasa, gira sobre sí misma para mostrarle a Morf el brazo amputado por un objeto artístico que actúa como una picadora de carne.

La pintura de los cuadros incorpora literalmente a Josephina quien termina estampada en una pared. Una obra de arte atrae y ahorca a un amigo del grupo y, finalmente, un tatuaje de Rhodora también hace lo suyo, cosa que no vamos a spoilear.

El guión es un disparate, pero también es disparatado el mundo del arte mercantilizado… quizás, esta rebelión de las imágenes de Velvet Buzzsaw, esta incursión en el mundo humano de la imagen creada y traicionada por el mismo Hombre, no sea más que una expresión de venganza o de mero pase de factura —ya que de mercantilismo se trata— por causa del abismo de desamor que se viene gestando desde hace ya más de un siglo entre el artista y su pincelada, y que el propio Piers rescata para nuestro consuelo, trabajando la fugaz arena de una playa solitaria, con un palo y una ondulante danza de despedida…

Como dijo José Ingenieros —el genio ítalo argentino que tanto entendió la oscuridad del ser humano en su obra El hombre mediocre: “La mediocridad lleva a la ostentación, a la avaricia, a la falsedad, a la avidez, a la simulación. Detrás del hombre mediocre asoma el antepasado salvaje que sólo busca el hartazgo…”.

Estos quizás hayan sido los verdaderos protagonistas de Velvet Buzzsaw.

El arte que supo hacer el Hombre desde sus orígenes, siempre fue su propia magia así como también su dote diabólica, su carga de energía alienante que le otorgara algún dios en la creación, pero no olvidemos que, a veces, ni el mismo Diablo soporta ser comprado.

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Velvet Buzzsaw (2019).