[Ensayo] «Vida contemplativa»: La dulce llaneza de la quietud

Esta obra del escritor y filósofo coreano Byung-Chul Han —subtitulada «elogio de la inactividad»— es un llamamiento imprescindible, uno de esos libros esenciales que uno puede llevar en su mochila para paliar este continuo y sofocante acto de sobrevivencia que es respirar en la vida moderna.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 13.2.2023

Comienzo la lectura parado en el pasillo del bus con destino a Cochamó, Puelo y el desembarcadero donde tomaremos el ferry que cruza el lago Tagua Tagua.

Una vez allí, en la confluencia del río Puelo con el lago, leyendo con pies descalzos, inmersos en el agua, me doy cuenta de que son pocas las ocasiones en las cuales se puede leer un libro en un contexto que corresponda con fidelidad a la experiencia que propone el mismo texto.

¿Cuál es el libro? Se trata de Vida contemplativa, publicado por Taurus, del necesario y orgánico pensador, hasta podríamos decir el filósofo zen a la contra de la modernidad, Byun-Chul Han.

En esta obra Han construye un elogio de la inactividad, apoyándose en pensadores como Nietzsche, Chuang Tze, Walter Benjamin y Heidegger, Bachelard y Debord, a la vez que reformula y contrasta algunos de los planteamientos de Arendt. Con su acostumbrada llaneza argumental teje una contrapropuesta a la sociedad hiperactiva enfocada en el trabajo, el rendimiento y la producción a destajo.

Sus ideas resuenan en cualquier lector agobiado por la maquinaria de los horarios y de las obligaciones laborales del neoliberalismo global. Por mí parte, no es solo la concisión y la claridad de sus planteamientos lo que me persuade al avanzar las páginas, sino el año a cuestas trabajando frente a una pantalla de computador.

 

A favor de un êthos de la amabilidad

A todos lo que compartimos esa experiencia, cada vez más común, llega el momento en que el cuerpo nos pide volver a sus raíces, a la salud que nos provee el no hacer, la dulce llaneza de la inactividad, y contemplar un paisaje silvestre no como un turista, sino como un animal que respira y sondea los detalles del entorno, registrando sonidos, formas y aromas. Todos los mantras de la natura que obviamos y extraviamos al absorbernos en la rutina urbana o los estímulos digitales de nuestros celulares.

La sobria lucidez de la prosa de Han nos recuerda que: «lo que vuelve auténticamente humano al hacer es la cuota de inactividad que haya en él». Algo que solemos olvidar cuando la inercia de los días, divididos por objetivos y fechas de entrega a cumplir, hace de las horas libres una mera tregua en relación al trabajo.

Cuando todo orbita en torno al hacer la inactividad pierde su esplendor y salud primordial, pero cuando la inactividad emerge y se despliega anulando el tiempo, abriéndose en la contemplación, ese no acto que es recepción y disponibilidad, nuestros actos toman su verdadera dimensión.

Es sintomático de la enfermedad que es la hiperactividad de nuestra cultura, el hecho de que hayamos mercantilizado y cedido a la lógica del capitalismo incluso el espacio que estaba reservado para la inactividad más gozosa y comunitaria, la fiesta.

Compartiendo con dos amigos voluntarios en la hermosa granja de permacultura Raíces del Viento, inmersos en el verdor de los bosques que parapetan el río Puelo, intercambiamos experiencias y coincidimos en el malestar y la cuota de deshumanización y generalización agobiante que generan las redes sociales.

Desprovistos de internet y de celulares, volvemos a la experiencia natural, a los ritmos milenarios, esa salud extraviada por los mandatos de la alarma y de la producción, el rendimiento y la sospecha de no cumplir con nuestras exigencias.

En este contexto la comunicación fluye con tanta candidez como el silencio, la escucha compartida, acogiendo los zumbidos de libélulas y de abejas, el aroma a salvia y albahaca recién cosechada.

La conversación es posible en el reposo. Solo en la pausa, en la ausencia de actividad, el ser toma sus verdaderos relieves y el pathos íntimo puede expresarse sin la contaminación de los influjos y maquinarias represivas exteriores.

Reafirmando el valor de lo antiguo y la repetición por sobre la dictadura de la novedad, cantando las bondades del ocio en que se empolla la verdadera sabiduría, Han nos recuerda junto a Novalis que: «en el mundo futuro todo es como en el mundo de antaño —y, no obstante, todo es completamente diferente».

Esta obra es un llamamiento imprescindible, uno de esos libros esenciales que uno puede llevar en su mochila para paliar este continuo y sofocante acto de sobrevivencia que es la vida moderna.

Vida contemplativa también es un análisis acucioso del síndrome embrutecedor que es la hiperactividad y la producción, pero también una propuesta a favor de un êthos de la amabilidad, de una sociedad futura en que no seamos más que conciudadanos de una república de seres vivos.

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Vida contemplativa», de Byung-Chul Han (Taurus, 2023)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Byung-Chul Han.