[Ensayo] «Vikings» y «The Morning Show»: Dos extremos en el abanico existencial de todos los tiempos

A pesar de lo disímiles que son estas series televisivas entre sí, tanto en su factura como en sus estilos artísticos, resumen extremos vivenciales que enmarcan la pregunta esencial de la vida cuando se extiende sobre el planeta con la forma del ser humano.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 18.11.2021

Desde hace muchos años que las series de televisión —herencia de los viejos radioteatros en episodios— son una forma de entretenimiento que siempre tuvo muchos adeptos. Desde aquellas ingenuidades de El show de Dick Van Dyke hasta las complejidades argumentales de Dark, pasando por las legendarias inquietudes de La dimensión desconocida, la mítica inocentona de un Viaje a las estrellas hasta las folletinescas y muy bien desarrolladas, series inglesas Crown o Downtown Abbey.

Series que “enganchan”, que atrapan con un criterio estético en general muy elemental, pero excelentemente bien desarrollado desde lo puramente guionístico hasta lo verdaderamente cinematográfico.

Y muchas de estas series —y su versión más escueta y penetrante de la “miniserie”— suelen aportar también observaciones muy profundas acerca de hechos puntuales sobre los cuales se abren espacios de reflexión que pueden ser tan interesantes como los que ya vimos en la inglesa The capture.

No obstante, existe un nivel de análisis que es posible buscar y encontrar entre series. Producciones que no fueron pensadas juntas pero entre las cuales se es capaz de descubrir muy importantes conexiones que avalan especulaciones acerca de la naturaleza humana, seguramente impensadas en los diferentes ámbitos en las que fueron hechas, pero que una vez confrontadas permiten descubrimientos más que interesantes.

En este caso, nos referimos a la coproducción irlandesa canadiense Vikings, de seis temporadas desde el 2012 hasta el 2020 y The Morning Show —estadounidense—, en dos temporadas desde el 2019 hasta el 2020, esperando para que concluya su segunda temporada.

¿Compararlas? Imposible en diferentes niveles de análisis: mientras Vikings es un producto macizo, sólido, muchas veces violento al extremo, con escenas sombrías y sangrientas, The Morning Show (a la que nos referiremos sólo en su primera temporada) ha sido calificada hasta de “frívola”, donde las tragedias son livianas, la trama es entretenida y no parece indagar en nada puntual.

 

El poder es el tema en ambas producciones

Pero es, precisamente, porque The Morning Show no se detiene a profundizar temáticamente casi en nada, es que reluce como una historia abierta, de perfecta sincronía entre eventos que reproduce muy bien el entramado de las historias y donde el tema central (el abuso contra la mujer y el silencio cómplice) va emergiendo de a poco.

Vikings, por su lado, es, como dijimos, pesada, dura, gravitacional, mientras que The Morning Show es etérea, volátil, viaja por ondas electromagnéticas intangibles. Esta observación hace que podamos ver con claridad la distancia que media entre un mazazo de Thor en el cielo, retumbando entre los fiordos noruegos, estremeciendo corazones y mentes, y The Morning Show donde no hay prácticamente nada que resuene más que otra cosa.

Tiene trasgos, eso sí, como los tiene Vikings. Seres mágicos de la televisión, que son maquillados, paridos en cada edición tras las miradas, los reproches, las obediencias y desobediencias a las criaturas todopoderosas en el submundo invisible de una gran nada.

Nadie espera una escena sangrienta al estilo Vikings entre Jennifer Aniston, como Alex Levy, y Reese Witherspoon, como Bradley Jackson, ambas estrellas en la serie y en la ficción del noticiero más exitoso de la televisión neoyorkina. Noticiero que no sólo se ve por televisión, sino por Internet y hasta en las pantallas gigantes de Times Square.

Así como no se esperan demasiadas sutilezas entre las escenas de borracheras, lanzazos, sexo y batallas que se desploman bajo la luz de las antorchas y entre las sombras de los bosques noruegos, mientras un grupo de guerreros vikingos pergeñan una invasión a tierras desconocidas.

Eso sí: ambos mundos son, en esencia, mágicos. Aunque sus vestimentas y rituales sean muy diferentes, el interior humano que dinamiza la magia en ambos mundos —el de Vikings y el de The Morning Show— es el mismo. No obstante, no hay un objetivo preciso. Podríamos resumirlo en la búsqueda de poder, pero sucede que el poder no es algo definido en sí mismo.

En efecto: entender el poder es tratar de entender gran parte de la dinámica psicosocial del Hombre a lo largo de toda su historia. El poder ejercido contra la voluntad del otro; el controlar; el someter al prójimo, aparece siempre en el tejido del sentir, del accionar y hasta en el de entender la realidad.

Reyes traidores, productores atormentados, guerreros ambiciosos, periodistas inescrupulosos, todos se pueden barajar juntos en el mazo de lo humano. Es poder el controlar una paleta para pintar un cuadro, así como lo es el seducir para controlar la voluntad de una o muchas personas, como puede ser el caso de un político o de un enamorado ¿Cuándo el poder está mal? ¿Cuándo está bien?

Aunque el poder es el tema en ambas producciones, no lo podemos tomar en tanto que objeto que se destaca como motor de las tragedias en y entre ambas perspectivas. El poder como capacidad de control es, antes bien, una entidad fantasmática que se amolda plásticamente a la estructura que se le presenta.

Y tal estructura, tal red de relaciones, permite el devenir de las voluntades, deseos e intenciones que convierten al poder que acrece en un arma de progreso espiritual o en una sonrisa que devasta un alma hasta llevarla a la búsqueda de la muerte.

 

«Vikings»

 

Esa insistencia en la existencia

En The Morning Show, el papel de Cory Ellison interpretando a un frío y calculador Billy Crudup, es el de un productor que se perfila como un arquetípico demonio que se desliza fluidamente por las relaciones, montado en su sonrisa, mientras todos desesperan por el escándalo que se eleva tras bambalinas al filtrarse una denuncia por abuso sexual contra uno de los coconductores: Mitch Kessler (Steve Carel).

Donde todos ven una herida en el leve tejido del público, Cory ve una oportunidad de inocular sus fluidos y de sorber la vitalidad que se escapa por esas heridas, buscando siempre oportunidades de incrementar su negocio dentro de sus ambiciones personales.

Mientras tanto, hundidos en el ayer de Vikings, las magias son plenamente visibles y tangibles: están en los tugurios de pieles ahumadas y maderos bastos. En sus “walhallas” domésticos —las casas comunitarias— donde todos —reyes y reinas incluidos— se reúnen a conversar o emborracharse, o en la choza apartada del vidente… un vidente ciego, por supuesto, y en el que todos creen también ciegamente.

Los seres humanos que habitan ambos mundos, allende sus diferencias, se han mostrado siempre iguales ante sus intereses, aunque con muy diferentes mecánicas de aproximación en sus búsquedas. Los motores y herramientas habrán de ser el amor, el poder, la gloria y el quedar en la memoria del colectivo al cual se pertenece.

Los vikingos viven con sus pies en la tierra y si fueron grandes navegantes es porque sus pies buscaban otras tierras que hollar. Ellos nacen y mueren enfrentando cara a cara una realidad que cansa, excita, vivifica y mata.

Los técnicos, productores, periodistas, en cambio, nidifican en el aire más sutil imaginable. Hablan a máquinas y a caras que nunca verán. Hablan desde una nada humana como lo es un televisor, a una multitud que sólo sabemos que existe porque consume los productos que se publicitan.

El Hombre es el mismo, pero en estos dos ejemplos de ambas series, se puede adivinar el abanico de posibilidades que encierra nuestra naturaleza a la hora de querer vivir… que no de otra cosa se trata: vivir es querer vivir, a pesar de que Nietzsche lo negara: la “voluntad de poder” es la vida misma queriendo seguir siendo.

No hay más. Ni el mundo ni el universo parecen necesitar que la vida exista, y sin embargo, ella está ahí siempre, abriéndose paso, generando cambios de condiciones de existencia para existir donde hasta hacía un tiempo no podía hacerlo. Ampliándose y enriqueciéndose constantemente.

 

Las preguntas de nuestras búsquedas

Por su parte, el tema del Hombre habrá sido siempre el darle algún significado a esa poderosa insistencia en la existencia que nos trae y retira de un mundo indiferente.

Por otro lado, dentro de esa atmósfera de querer vivir a ultranza, hay escalas, formas de organizar la cosmovisión propia en el escenario del Universo que lleva a una interpretación moral de todo. Aunque en el mundo actual de The Morning Show, la moral se diluye en un contexto de intereses económicos y de ardores, cinismos, amores y odios, lo único que varía respecto del brutal universo de los Vikings es el umbral de la tolerancia, signado por la evolución histórica y social.

Cuando asistimos al festín de dolor que contempla extasiado Ivar Ragnarsson, el Deshuesado (Alex Andersen), disfrutando el ver el rostro de un rey inglés enemigo al ser torturado, literalmente nutriéndose del dolor de su víctima, estamos formando parte de los valores del “bien” que hoy nos repugnan pero que —también es verdad— nos atraen precisamente por su brutalidad.

Es que estamos enfrentando en Vikings una naturaleza que no nos ha abandonado. Una franqueza y desnudez, respecto del modo moderno de trato, que no oculta nada. La energía vital está encarnizada, está hecha carne en el sexo, en la batalla, en la astucia, en la ferocidad y hasta en los gestos de sensibilidad y amor.

Nos gusta la ficción del mal y todas sus formas de violencia, porque todavía nos habitan, porque nunca nos dejaron y porque sentimos más o menos a menudo, la tendencia (la tentación) de dejarlas salir e hincarnos sobre el cuello del otro y matarlo y ver que sufra.

En The Morning Show, en cambio, esa violencia está camuflada en sonrisas falsas, se desliza imperceptible bajo el juego de espejos de nuestros criterios del bien y del mal… y ver aquí que no otra es la etimología del término “hipocresía”: lo que deambula como serpiente por debajo de nuestros criterios.

El acoso sexual de una mujer está perfectamente relatado en el episodio final de la primera temporada de The Morning Show, con un estilo cinematográfico de extraordinaria factura. Episodio que encierra y libera toda la energía brutal que se venía escondiendo tras el maquillaje, las luces y las cámaras de una cadena televisiva que inaugura el día de millones de personas.

En ese último episodio, hasta el encargado del clima (Yanko Flores, interpretado por Nestor Carbonell) reconoce que no hay nada en su trabajo diario. Lo mismo le pasa a Alex cuando en plena calle —esto es: en el medio de la realidad— le espeta a un transeúnte que sólo quería sacarse una “selfie” con ella, que, literalmente, no había nada en ninguna parte, que todo estaba hueco, rogándole que se diera cuenta de ese vacío.

 

«The Morning Show»

 

Un mundo mudo a nuestra búsqueda de respuestas

Así, vemos que, finalmente, en el caso de los vikingos esa vana existencia que la periodista reconoce en el mundo moderno, se llenaba con la presencia de los antiguos dioses del panteón nórdico y sus rituales. Mientras que en el mundo de New York, la misma nada que reclama existencia tras el sinsentido de la materia viva, se llena de noticias, de escándalos, del estado del clima y de toda una constelación de “nadas”.

Las noticias (las “nuevas”: “the news”) son las que mantienen en pie el armazón del sinsentido final de la vida, cuando nada trascendente puede realizar ese trabajo. Entre los vikingos, al menos, la vida cruda del paleolítico todavía subsistía en el multiteísmo, en creer en dioses propios y ajenos, sobre los cuales debían imponerse.

En el caso de Vikings, el dios a superar era el cristiano que, a su vez, había hipostasiado a las divinidades celtas. En el mundo de The Morning Show, la divinidad a destruir es el rating ajeno.

¿Qué vida es más real? ¿La del guerrero, pirata y brutal vikingo o la del perfumado, suave y huero noticiero de la mañana? Concluimos aceptando que ambas formas de vida constituyeron siempre al Hombre como especie. A pesar de lo disímiles que son estas series televisivas entre sí, tanto en su factura como en sus estilos artísticos, resumen extremos existenciales que enmarcan la pregunta esencial de la vida cuando se extiende sobre el planeta con la forma del ser humano.

Y como siempre pasa, estas preguntas son más interesantes que las respuestas que podamos darnos. Porque vivimos en un mundo mudo a nuestra búsqueda de respuestas y sordo a las preguntas de nuestras existencias, es que el mundo nada nos dice y es absolutamente impiadoso en su devenir… y el Hombre parece participar de estas dos características, ya se trate de destruir una cabeza de un hachazo o inducir al suicidio, deshaciendo el espíritu de una mujer.

¿Será que somos, como el mundo, mudos y sordos a nosotros mismos y nuestra dignidad moral? Dos series, dos preguntas… y una respuesta que cada uno deberá darse a sí mismo.

 

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Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:

“Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: The Morning Show (TV Series 2019– ).