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[Ensayo] «Womb» («Vientre»): La mirada vital de Eva Green

El filme del realizador húngaro Benedek Fliegauf —protagonizado por la famosa actriz francesa que bautiza este artículo, y una obra que data de 2010— equivale a una inquietante reflexión audiovisual en torno a la esencia biológica y ética de la existencia humana.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 7.6.2021

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”.
Primera carta a los corintios, capítulo 15, versículo 55

Una playa, viento y grisura invernal. Una casa que alguna vez habrá sido de pescadores y una mujer que le habla a su hijo en el vientre. En su rostro se adivina plenitud, disfrute y una clara decisión. Es Rebecca —Eva Green— que espera un hijo, sentada en la veranda de la casa y bebiendo algo caliente.

La desolación, el ulular del viento y el frío conforman un entorno hostil que, sin embargo, encuentra la protección y calidez de su vientre como un obstáculo insalvable.

Se dijo alguna vez que si habremos de buscar a los seres más exitosos del planeta tendríamos que elegir a las rocas, porque han resistido siempre iguales a sí mismas al paso del tiempo.

Sin embargo, se convendrá que la vida es mucho más interesante porque aunque sus organismos particulares han sido, individualmente, siempre más delicados frente al tiempo, la estrategia más exitosa de la materia viva para perdurar a pesar del tiempo, consiste en eludir el cambio y no oponerse a él.

De esta forma, aunque no siempre con los mismos organismos pero sí siempre con la misma base operativa, la vida aprovecha el cambio, cambiando junto a los cambios. Los animales que mueren son cambiados por degradadores y estos por carnívoros y éstos crecen en complejas relaciones ecológicas en una red multidimensional inabarcable. Los organismos mueren, pero no la vida.

Ésta es la clave de la supervivencia. Se trata de una estrategia que nos sabe a cruel porque incluye la muerte… pero es la muerte, precisamente, la fuente de riqueza de la vida. Y del tema de eludir a la muerte es de lo que se trata Womb, una coproducción entre Francia, Hungría y Alemania, dirigida por el húngaro Benedek Fliegauf y estelarizada por los ojazos de Eva Gaëlle Green y la hundida mirada de Matt Smith.

 

Útero o matriz

En el origen de las palabras —entidades digitales— hay, muchas veces, una fácil llegada a sus orígenes analógicos. Hasta los gestos tienen estos orígenes: el levantar los hombros se asocia a proteger la cabeza; el rascársela para pensar se repite en muchos mamíferos que desarrollan conductas de higiene ante situaciones contextuales ambiguas; el decir con la cabeza que “sí” deriva de querer atrapar el alimento con la boca y el decir que no, de rechazarlo.

“Tú”, “you” o “vou”, así como “dulce”, “sweet” o el francés “douce” son todas palabras que arraigan en el acto de querer comer (el beso como forma de decir “tú” o dulce” para comer al ser amado), etcétera.

Mucho de esto se aplicó en el filme La guerra del fuego (1982) de J. J. Annaud donde “decir” sin lenguaje una palabra podía llevarse hasta 15 minutos de película. Y ahora nos encontramos con una palabra que es clave para nuestra película y es la del título: Womb que se suele traducir como útero o matriz y que deriva de la intención manifiesta del hablante original de querer expresar la oquedad del útero.

Esa “o” y ese suave retumbar vacío de de la “b” tras la “m” (como en “bombo”, que también puede referir a la panza de una embarazada) ayudan a entender la profundidad que encierra, psicológicamente, el término “womb”, mientras que en el español “útero” ese efecto se pierde casi por completo y en “matriz”, por completo.

En la película, muchos momentos procuran acercarnos a una idea metafórica de contención dentro de una concavidad uterina, sin embargo, el paisaje dominante es eminente y engañosamente abierto: una orilla del mar deshabitada, todo el cielo desplegado en su sol y en sus nubes y el viento que nos recibe soplando libre, sin obstáculos, desde los créditos iniciales hasta donde comienzan los del final.

Este despliegue de libertad, a pesar de todo, parece estar alcanzado por una trampa: es la paradoja muy bien lograda, de mostrar una aparente libertad de protagonistas y escenarios, encarcelada por la historia misma.

El filme nunca da muestras de apuro por relatar, a pesar de que existen saltos temporales importantes. Por el contrario, la lentitud no se abandona nunca, exigiendo la plena atención del espectador.

Todo el relato se desencadena en forma natural desde una tensa mansedumbre que cubre cada paso de escena. Cada mirada, gesto o movimiento retiene su propio tiempo y la coordinación entre cada locus de la trama y su propia coherencia temporal, es en todo momento perfecta.

La acción transcurre en un futuro impreciso, aunque no muy distante, donde ya era posible la clonación de seres humanos. Thomas (Tristan Christopher) de diez años y Rebecca (Ruby O. Fee) de nueve, conviven y juegan sus aventuras infantiles, hasta que ella se tiene que ir con su familia al Japón. Cuando regresa, Thomas recibe la visita de Rebecca quien había vuelto decidida a buscarlo. La relación entre ambos se reinicia con rápida y creciente intensidad.

Mientras Rebecca es una mujer asentada psicológicamente, Thomas parece estar viviendo una vida de plenas aventuras juveniles. Es, de hecho, una suerte de ecoterrorista “light” que está planeando con un grupo un golpe contra la inauguración de un gran complejo comercial.

Ella decide acompañarlo en su empresa, pero Thomas muere atropellado en el viaje, en medio de la ruta. Se trata de un momento muy conmovedor, donde Fliegauf apuesta todo su capital fílmico a la actuación, plena, pero concentrada en la mirada, de Eva Green.

 

Realidad y verdad

Rebecca le pide a los padres que exhumen el cuerpo de Thomas para la extracción de su ADN y ser embarazada artificialmente con su clon. Aunque los padres de Thomas terminan aceptando, abandonan el lugar con la intención de no volver más.

Las referencias a lo uterino, como se dijo, son múltiples: el gusto de Thomas —lleno de una inocente espiritualidad— de bañarse desnudo en el mar; el caracol que juntos habían criado siendo niños; promesas y juegos de amores infantiles; diálogos y momentos atrapados en redes de tejidos, todo se va sumando a esta imagen nunca mencionada directamente de la contención protectora.

Incluso la ausencia de la verdad primero y su posterior ocultamiento forman parte de este embarazo en la que ha caído el guión.

Aunque Rebecca quiere en un momento confesarle la verdad al clon de Thomas siendo todavía niño, no se atreve: siente hacia éste el renuevo de la vieja atracción física.

Finalmente, éste recupera su aspecto de adulto. Tiene una novia (la bella Hannah Murray) con la que ya cohabita y viven los tres en armonía en la casa de la playa. Sin embargo, diferentes momentos nos habían estado revelando el embrionario y confuso sentimiento incestuoso de Rebecca, ya una mujer madura.

Aunque la novia recela de ciertos acercamientos entre madre e hijo, la relación permanece en pie… hasta que los padres del Thomas original vuelven a escena.

A partir de ese momento, la relación entre la madre y el clon se viene abajo. La novia los abandona y sin comprender del todo su situación, Thomas termina siendo invadido por una suerte de fantasma de sí mismo.

Vivo y a la vez muerto y otra vez vivo, se convierte en esa ambigüedad del niño que vive invisible tras los muros de la panza de la madre, siendo pero sin estar presente, enmascarado por la madre.

 

La vida: amoral, impiadosa e implacable

El final, aunque no del todo imprevisible, está desarrollado con delicadeza y fuerzas bien balanceadas. Thomas abandona la casa de la playa llamando “Rebecca” a quien hasta un día antes había llamado “mamá” y se va, solo, abierto ya a la realidad del mundo y de su propia vida. A la casa, ahora únicamente habitada por la madre, se le enciende una luz y el filme termina al corte. El viento ya no se oye más.

Antes de los créditos finales ya sabemos que Thomas ha sido parido a la verdad y que Rebecca ha podido completar su ciclo vital, volviéndose en ese ciclo, también verdadera… mientras tanto, nosotros nos descubrimos, tras verla, como habiendo visto transcurrir la obra dentro de un útero, un gran “womb” de realidad poblada de espectros que fueron y vinieron.

Que nacieron y murieron y volvieron a nacer… Y que es a eso a lo que siempre hemos llamado “realidad”. Pero esa realidad ha cedido su terreno de ficciones uterinas en la historia, a la fuerza de la verdad de la vida misma fuera de los cóncavos (o convexos, según desde dónde se los mire) muros del útero.

La vida en su esquivar a la muerte, desacredita la identificación aristotélica entre verdad y realidad: nosotros vivimos la realidad y la vida vive la verdad. Lo que Rebecca hace en Womb es mostrarnos el salto desde la realidad vital que los personajes y la sociedad misma viven en el útero de lo real (algo así como la caverna de Platón) a la plena vivencia de lo vital, tanto en la soledad final de Thomas como en la luz que se enciende en la casa. Ambos fueron paridos hacia la luz de lo verdadero.

Pero este salto en la casuística vital se cobra el precio de quedar para siempre entrampados en el cuestionamiento moral de cada época…

No obstante, siempre nos quedará este principio: que la vida persiste como tal porque es totalmente amoral, impiadosa e implacable. No sabe de aguijones de muerte ni de victorias de tumbas: la verdad de la vida sólo reconoce la victoria del vientre.

 

***

 

 

Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: Womb (2010).

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