La obra audiovisual del realizador estadounidense Rian Johnson es una película inteligente, fina, bien dirigida, que recuerda a «Medianoche en el jardín del bien y del mal» (1997), de Clint Eastwood, donde lejos de exhibir una caricatura del Viejo Continente «distante», se ofrece la imagen de un Estados Unidos opulento, con libros, antigüedades y colecciones artísticas de todas partes.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 16.12.2019
A veces pasa que el cine de misterio policial británico tiene unas traducciones palurdamente “británicas” en medio de los Estados Unidos. En esta película hay que agradecer que siendo profundamente estadounidense, no pierde de nada esa atmósfera exuberante de los relatos clásicos de Agata Christie. La puesta en escena y fotografía (guion del propio Rian Johnson, música de Thomas Newman, y fotografía de Steve Tedlin) son consecuentes con esto, coronados en el sillón del escritor donde cientos de puñales, cuchillos y espadas configuran su propio Juego de tronos familiar.
En segundo lugar, tiene un carácter de comedia inteligente con soberbios actores, diálogos acerados, en que los soberbios actores (Chris Evans, Ana de Armas, Michael Lakeith Stanfield, Michael Shannon, Ana de Armas, Don Johnson, Jamie Lee Curtis, Toni Collette y Christopher Plummer) exhiben una contundencia de conjunto que se agradece, hasta el punto que se les ama y odia todo el metraje.
El tercer mérito es que nadie sabe para donde irán los vuelcos de la trama, que a través de un detective Blanc Bonnet (Daniel Craig) ha sido convocado para un aparente crimen del escritor de novela policial, Harlan Thrombey (Christopher Plummer). En un homenaje al género, la madre de la cuidadora del escritor (Marlene Forte), observa la serie Reportera del crimen, protagonizada por la apacible Angela Lansbury, programa de televisión (1984-1996) que tal como acá, se resolvía con la observación de los detalles.
Una bellísima imagen inicial nos traslada a una soberbia mansión donde vive un acaudalado escritor ya en el declive de su vida. Hay dos perros que embellecen la puesta en escena en un paisaje semi invernal. Nos muestra un tazón que dice: “mi casa, mis reglas y mi café”. Podemos decir que esta regla guía la película en la primera y última escena, donde el espíritu del indomable escritor y patriarca sella el destino de todos los que tiene que ver con su fortuna y vida.
Desde ese punto el aparente suicidio va dando origen a la exhibición de toda clase de miserias y traiciones en el seno de una familia que, como se ve, vive de su dinero, de sus préstamos y colegiaturas. El patriarca ha decido dejar a su familia y desata toda suerte de incidencias a cargo de su cuidadora (Ana de Armas) que de personaje secundario, de nacionalidad disputada para la familia (ecuatoriana, brasileña o paraguaya), y raramente afectada por vómitos si miente, pasa a ser la pieza clave del destino de la fortuna y de los avatares del crimen o suicidio.
Con mucho humor la presencia de la cuidadora pasa a revelar las visiones políticas demócratas o republicanas, con un nieto nazi y otra progresista, que miran el mundo como algo accidental. América para los americanos parece ser el rasgo esencial de la idiosincrasia familiar, salpicada por progresistas que se desarman si se les toca el bolsillo.
En una familia cuya vida está regida por sus propios códigos internos, las posiciones o deméritos propios o ajenos se atribuyen a la fortaleza familiar que no es tal. Una casa que no está heredada hace doscientos años, sino que se compró hace una décadas a un pakistaní. Donde cada cual exhibe sus temores y miserias, y donde todos contribuyen. Pero de estas convicciones salen verdades incomodas, contempladas por la bisabuela, en el estado final de su salud, que observa y juzga desde sus ojos mudos -pero no ciegos- a sus descendientes.
Quizás la enigmática matriarca representa el espejo de una familia que, como la cuidadora, no se ve a sí mismo en sus miserias. Pero es un espejo que funciona bien para Blanc, en un ambiente donde todos tienen motivos para asesinar y donde la conspiración central solo emerge al final en su desenlace.
Es una película inteligente, fina, bien dirigida, que recuerda a Medianoche en el jardín del bien y del mal (Eastwood, 1997), y la cual es también profundamente europea y estadounidense en su «ADN artístico», y donde no hay una caricatura de la Europa distante, sino un Estados Unidos opulento y refinado, con libros, antigüedades y colecciones de todas partes. Una trama donde el escritor sigue guiando a su familia y ellos no se enteran nunca.
Entre navajas y secretos (Knives out). Dirección: Rian Johson. Guion: Rian Johnson. Música: Thomas Newman. Fotografía: Steve Tedlin. Elenco: Daniel Craig, Chris Evans, Ana de Armas, Michael Lakeith Stanfield, Michael Shannon, Ana de Armas, Don Johnson, Jamie Lee Curtis, Toni Collette y Christopher Plummer. Estados Unidos, 2019. 130 minutos.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
Asimismo es asesor editorial del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma de Entre navajas y secretos (2019).