El narrador chileno oriundo de Punta Arenas (1974): «ha redescubierto un universo trastornado, imaginativo, desfachatado, hilarante a ratos y ha colocado en el centro de su narrativa actual a una Patagonia desconocida, la que subyace tras el mundo cotidiano y que, no obstante, toma, precisamente de esa realidad, sus elementos dispares y erige un monumento literario potente y renovado», analizó el narrador nacional Juan Mihovilovich, acerca del quehacer de su colega magallánico, en las páginas de este medio. Acá, el dialogo sincero, directo y sin concesiones (incluso con la referencia a su militancia política), que el autor de los cuentos de «Paganas patagonias», sostuvo con el Diario «Cine y Literatura».
Por Joaquín Escobar
Publicado el 3.1.2019
–Todas las ciudades narran, dialogan con su entorno, se erigen como personajes. Lo podemos ver en Santiago con las crónicas de Roberto Merino, o con las aventuras del detective Heredia, el melancólico personaje de Díaz Eterovic. Sin embargo, pareciera que Punta Arenas, o Puerto Peregrino en tu literatura, trae consigo múltiples posibilidades de narración que no han sido del todo exploradas, y que están determinadas por la mitología de una ciudad cosmopolita.
-Puerto Peregrino es una ciudad que nace desde el apetito de la fundación, donde la épica y el mito todavía tienen una función en su imaginario, transformándose en algo cotidiano. Además, estamos hablando de una ciudad meridional, extrema, en la cual aparecen personajes sumamente excéntricos, que apuestan por causas desbordadas, como el poeta Aníbal Saratoga, que tiene en cierta medida la función de ser un escudero que habita poéticamente el mundo desde su propia nostalgia. A su vez, Puerto Peregrino es un lugar en donde chocan la ciudad vieja y la moderna, acá podemos observar esta contradicción vital.
-Eso lo podemos apreciar en la primera novela, El azimut, donde antes había un bar clásico de la ciudad, ahora los protagonistas hallan un sitio donde venden seguros.
-Exacto. Me interesa esa tensión. La reminiscencia entre un pasado ballenero y marítimo que se ve contrastado por una modernidad agresiva, donde las grandes gestas épicas se las convierte en ridiculización y vacío, por lo mismo, Saratoga es castigado por una modernidad que no lo entiende.
-La literatura de los hijos, muy centrada en la autoficción -al parecer- está llegando a su fin. Hoy en día los textos son mucho más delirantes, menos personales. Estoy pensando en Pobres diablos de Geisse Navarro, también en algunos cuentos de Simón Soto en La pesadilla del mundo. ¿Está entrando a una nueva era la literatura chilena? En tu novela, hay una especie de Buda andrógino que baila con ardillas amaestradas.
-Al margen de la literatura de los hijos, yo respeto el sitio en el cual cada escritor quiera habitar. Sin embargo, no es un atrevimiento decir que la literatura chilena tiene una fuerte inclinación realista. Estos géneros delirantes, más rabelesianos si se quiere, más carnavalescos de la realidad, están en la palestra. Pienso, además de los que nombraste, en Marcelo Mellado, en Cristóbal Gaete, en Daniel Rojas Pachas. A mí me interesa que la novela funcione como una caja de resonancia donde puedan convivir el género gótico con el detectivesco y con el de fantasía, que haya una hibridez: me interesa fabricar peligro narrativo. Tengo la certeza de que Asimov y Alejandro Dumas, pueden convivir. En esto, yo no hago concesiones, trato de que el universo que he creado sea coherente con sus propias leyes, es decir, me interesa hacer literatura política desde el delirio.
-Hay un fuerte proceso de intertextualidad en toda tu obra. Te gusta mucho Enrique Lihn y Pablo de Rokha, pero además, hay referencias a Juan Emar, Conrad, Hugo Correa, El Leviatán de Hobbes, Nietzsche, Salgari, Stevenson.
-Yo provengo de una tradición borgeana de la escritura. Desde niño tuve interés por las novelas de aventuras, por lo mismo, me puse a escribir textos en esa dirección. Sin embargo, Oscar Galindo, un profesor al que recuerdo con gran cariño, me dijo que yo podía dosificar ese influjo de la novela naviera en formatos más contemporáneos. Lo que me interesa es la novela como un puente de conexiones, la novela puede funcionar como una articulación de esas obsesiones. Un tiempo estuve obsesionado con las cartas náuticas antiguas, con esta mezcla entre geografía, monstruos, dragones y sirenas. Me interesa rescatar la bitácora y el diario de navegación, pero no desde lo solemne si no desde el humor. Saratoga es un tipo que se ríe mucho de sí mismo.
-¿Qué importancia tiene el viento en tu literatura?
-El viento para los magallánicos es el factor hegemónico de la ciudad. Sobre todo como un lugar que luego de escuchar historias, se va al mar o se pierde en las montañas. Este viento es una construcción narrativa de la realidad. En El azimut un personaje grita los nombres de muchos tipos de vientos, eso lo pude construir (y narrar) por lo que estudié en las cartas de navegación antiguas.
-Pese a que la literatura chilena sea centralista, hoy en día están apareciendo muchos escritores de regiones. Junto a otros escritores crearon el colectivo Pueblos Abandonados, cuéntanos un poco esa experiencia.
El colectivo Pueblos Abandonados fue entendido como un sentido táctico, pero también como una pataleta. Tiene un sentido carnavalesco, pero también buscamos descentralizar el canon. Queríamos, junto a Marcelo Mellado, reflexionar sobre el territorio. No me gusta la palabra región, tiene un sesgo militar. Cuando decimos esto no estamos describiendo nada nuevo, pues Pablo De Rokha, Carlos Droguett y Alfonso Alcalde ya hicieron literatura territorial.
Es imperioso aclarar que no es algo contra Santiago. Para nada, de hecho, dentro de Santiago también existe mucha incomunicación. Lo que nosotros buscamos es provocar una discusión, por lo mismo, creamos un manifiesto y pronto haremos una antología. Esto de centralizarse es algo muy chileno, de hecho, desde el mismo centro, esperan que uno escriba sobre ovejitas y pingüinos, quieren que construyamos literatura ruralizante. No seamos reduccionistas, de hecho, si levantamos la cabeza, podemos ver que la literatura norteamericana es muy de provincia.
-Alejandro Zambra, en su excelente libro No leer, tiene un ensayo en donde dice: “Barrientos recurre a la literatura fantástica para entender una realidad que no cabe en las postales”.
-Existe una visión de nuestros territorios muy pintoresquistas. La cosa de creer que nuestra región -Magallanes- son solo Las Torres del Paine es no entender nada. Cuando Zambra fue a Punta Arenas, me dijo que mi literatura ya no le parecía tan libresca, la encontró más cotidiana, vio que había un peso de la realidad mucho más fuerte en ese factor.
-El Frente Amplio está muy fragmentado, muy diseminado. Nadie sabe muy bien cuál es su lugar de enunciación. Tú, como adherente a esta coalición, en qué lugar te posicionas.
-Ha sido difícil, hay muchas diferencias internas. De igual forma, había que ser muy iluso para creer que no iban a existir inconvenientes. Pero hay que trabajar, me alegro de que estén dando esta pelea, esta lucha. Falta, pero le tengo fe, no soy catastrófico.
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Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Reseñista del diario La Estrella de Valparaíso y de diversos medios digitales, es también autor del libro de cuentos Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017). Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: El narrador magallánico Óscar Andres Barrientos Bradasic, por Escritores.org (https://www.escritores.org/).