El narrador y poeta chileno vuelve al ruedo con la publicación, vía Ediciones de La Lumbre, de su vertiginosa novela «Susurros», un texto valiente y sincero que, concebido desde la corriente de la conciencia de un ser humano que ha tocado fondo, denuncia la profunda corrupción existente, paradójicamente, en los ambientes políticos y culturales autodefinidos como progresistas o de izquierda.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 11.1.2022
“Yo era un hombre bueno y me ha dado por caminar solo por las calles con las manos en los bolsillos y no importa si la lluvia o el viento o el sol y no importa si las piedras del camino pero a veces esa angustia por Dios es tan grande el cansancio”.
David Avello
Un obrero desesperado, acorralado por las circunstancias, decide robar un banco que en nuestras sociedades capitalistas representa el símbolo de explotación de un sistema profundamente injusto e inhumano.
De eso se trata Susurros (Ediciones de la Lumbre, 2020) de David Avello Gaete (1957), quien fue obrero siderúrgico, pescador de alta mar, mecánico, albañil y carpintero; y hace ya 30 años desarrolla una destacada carrera literaria.
Una trayectoria que ha estado signada por una infinidad de galardones como el Premio Nacional de Cuento y Poesía Fernando Santiván (en 1985 y en 2012), Premio Nacional de Cuento Javiera Carrera (1986), el Premio Internacional de Relatos Breves Raíces (Celaya-México, 2016), el Premio Barco de Vapor-Chile (2016) y el Premio de Novela Pedro de Oña (2019).
Así, conversamos en exclusiva para el Diario Cine y Literatura.
«Tengo una buena cantidad de poesía, cuentos y novelas, esperando que alguien se interese»
—¿Cómo surge Susurros?
—Susurros, nace como una gota de agua en un estanque. Una gota desesperada por respirar, tomar aire, ser libre. Y salta del estanque al río, solo para aproximarse al océano. Como una brisa que, si no dejo salir, estalla dentro de mí. Nace como un mar en calma, como una tarde de domingo y con el sol perdiéndose en el horizonte.
Susurros es una voz muy suave que se desliza por la piel y que, poco a poco, intenta encender el corazón de quien lo lea.
—¿Cuáles fueron las principales dificultades en el proceso de escritura?
—Escribirlo no fue un problema: la dificultad principal está en publicarlo. Prácticamente todos mis textos son autoeditados. Los primeros cuatro: En secreto te digo, poesía (1986); Incidente en el Biobío, novela (1989); Cuentos para no morir, relatos (1989) y, Natalia, mi amor, novela, (1991) los cuales, mientras estuve en la usina, los autoedité con ediciones de mil ejemplares cada uno y, que se agotaron rápidamente.
Además de que todos ellos, cargan sobre sí varios premios.
Luego, vino la democracia, la que pensé con más posibilidades para desarrollar de mejor manera mi vocación, y que, por razones que no quiero explicar aquí, se convirtió en algo imposible de conseguir.
Hasta que, después de más de veinte años sin publicar ni participar en concurso alguno, decido ingresar de nuevo al ruedo literario y surge el Premio Nacional de Poesía Fernando Santiván 2012, que, me permitió publicar Irene, de Atenas, poesía, (2013), un premio menor me permite publicar Louise, memorias de Adriano, poesía, también ese 2013.
Enseguida viene el Premio Nacional de Novela Infantil Barco de Vapor 2016, y ese mismo año nace El niño Manuel. Luego, un Premio Internacional de Relatos Breves, en México, para terminar el 2019, con el Premio Nacional de Novela, Pedro de Oña y un Premio Nacional de Novela, concedido por el gobierno (que, es lo que me permite publicar Susurros).
En definitiva, creo que el proceso de escritura, no es un problema, para mí. De hecho, tengo una buena cantidad de poesía, cuentos y novelas por ahí, esperando que alguien se interese por ellos.
«Hablo de alguien que tocó fondo»
—Que la narración fuera sin puntos ni comas, casi como una corriente de la conciencia que le entrega cierta sensación de vértigo al libro, ¿fue pensado así desde el principio?
—Sí, y no. Originalmente pensé en algunos capítulos sin signos de puntuación ni nada que obstruyese la libre interpretación de lo que allí iba exponiendo.
Luego, cuando Marcelo Simonetti, mi editor, me solicitó el libro para someterlo al consejo editorial, y después de un par de nuevas lecturas al texto, decidí jugármela dejando que el original fuese casi por completo sin puntuación (alrededor del 95 por ciento), pero también pensé que era un riesgo puesto que, fácilmente, me lo podían rechazar.
Sin embargo y, afortunadamente, fue aceptado por todo el consejo. Y allí está Susurros, de a poquito dando que hablar y, desafiando a medio mundo.
Creo que las situaciones que se viven dentro del libro no se pueden explicar de otra forma más que de una manera vertiginosa.
Cuando no tienes nada, cuando te conviertes en nadie o en, prácticamente, un paria y no tienes alternativas y estás bordeando el límite, no tienes más que ponerte a esperar que, como un milagro, llegue algo que caiga del cielo o bien, levantarte de una vez y tomar, sin importar las consecuencias, lo que te arrebataron con la misma violencia que ellos utilizaron contigo.
No sé si me explico, hablo entonces de alguien que tocó fondo.
La pandemia de la corrupción
—Hablas de traiciones de variada índole: dirigentes sindicales, patrones, Carabineros, políticos, ¿pareciera una historia de nunca acabar, considerando el final del libro?
—Te cito unos versos de un tema de Alfredo Zitarrosa: “Dice mi padre que un solo traidor / puede más que mil valientes…” («Adagio a mi país»).
La traición, la corrupción, es un tema que detesto, pero tan necesario de plantear una y otra vez. La cuestión está en no cansarse de denunciarlo. Efectivamente, las traiciones han existido siempre. Bueno, de alguien de derecha siempre se espera esa traición. Eso lo viví en la siderúrgica.
Por ejemplo, esos dirigentes sindicales que apoyaban a la dictadura y luego, fueron partidarios de ella ingresando a las filas asesinas, eran de un conocido partido de centro. Pero lo que me llamaba la atención era la traición de los nuestros, gente de izquierda…
Prácticamente todas nuestras negociaciones colectivas fueron perdidas por esa asquerosa clase de dirigentes (a pesar de las largas huelgas padecidas) y, de allí, algo que no logro comprender: cómo es posible que aún hoy, porfiadamente, siga existiendo gente que todavía siga creyendo y apoyando a esos dirigentes y políticos.
Y eso, claro, lo proyecté a nuestro futuro democrático (si es que lográbamos salir de la Dictadura) y, en efecto, no me equivoqué. Hoy lo vemos, prácticamente en todo lo que hacemos: hasta en la cultura.
La traición, la coima, como una epidemia peor que la pandemia…
—Cito: “Y siempre por el costado de este camino triste la pobreza que no que quiere ir nunca de este país” … De la mano con la pregunta anterior, ¿crees que la pobreza y la miseria son una especie de eterno retorno?
—Siempre he pensado que la pobreza y la miseria no se pueden erradicar; pero, creo, se pueden disminuir al máximo. La cuestión está en cuánto necesitan esa pobreza y esa miseria los políticos, los empresarios y las religiones…
La ternura y la sensualidad todavía son gratuitas
—Tu libro, por momentos, destila amargo pesimismo y, otras veces, una ternura y sensualidad inusitadas, ¿cómo se va bosquejando ese mar de emociones que confluyen en Susurros?
—Pero, dime, ¿cómo reaccionarías tú, un obrero toda tu vida, acostumbrado a depender de tus manos y que, de pronto venga alguien, una especie de semidiós y te corté abruptamente las manos. Es decir, te despida casi a las puertas de la vejez, casi en el umbral de la senectud y eso, bajo la atenta e indolente mirada de los dirigentes sindicales de la época: cito: ‘compañero, lo sentimos mucho, pero no podemos hacer nada por usted’?
Y luego, aquellos que fueron tus amigos, al verte convertido en un nada, en un nadie, se separan de ti, se apartan como si estuvieses contagiado de algo que les puede contaminar y más encima, vas viendo cómo todas las puertas se te van cerrando…
No sé si vas comprendiendo el grado de impotencia, de tristeza y de soledad que va invadiendo la existencia de esa persona. Entonces, ¿de qué otra manera podrías redactar un texto cargado de sinsabores, de fracasos, de dolor? Solo como un susurro que, en realidad, no es más que un grito desesperado, un vertiginoso desahogo.
Luego, no toda la vida es tan amarga. La ternura y la sensualidad, gracias a Dios, todavía son gratuitas.
Esos momentos breves y más hermosos que nos brindan la verdadera amistad (tan difícil de encontrar) o nuestras compañeras, son, instantes que también hay que destacar como valores tremendamente necesarios para respirar, caminar, observar el mar o el desierto, la montaña o un bosque, y volver una y otra vez a vivir…
«Técnicas literarias que no entiende nadie»
—¿Cuál es la importancia de tu trayectoria de vida en tu trabajo escritural?
—Es de suma importancia, sobre todo hoy, que pretendo continuar este sendero, tan lleno de piedras y, sin embargo, tan lindo y satisfactorio. Porque, está bien. Todo va bien. A pesar de que logro premios que casi nadie valora, escribo de una manera que pretende ser distinta y publico libros que nadie o casi nadie acoge.
¿Por qué? ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué fuerza enemiga no me permite abrir las puertas que más me interesan? Y es que, cómo me gustaría encontrarme con manos abiertas y amigas, manos afectuosas y miradas directas, sinceras.
Hoy, cuando solo importan técnicas literarias que no entiende nadie, una poesía que no puede descifrar ni siquiera el autor… cómo me gustaría, de pronto, un abrazo de mi ciudad natal, una sonrisa, un gesto.
Encontrarme de pronto con el mundo universitario que conocí durante la dictadura y me permitían presentar allí mis textos, (recuerdo la Universidad del Biobío y la Universidad de Concepción) y yo allí, entre todos esos muchachos, presentando mis libros.
Hablando con ellos, discutiendo y pensando en mejores alternativas para todas y todos y, terminar, cómo no, como lo hacíamos en aquel entonces, bebiéndonos una garrafa de vino o decenas de cervezas…
Porfiadamente, insisto en ello…
«Me siento insignificante frente a tanto título universitario»
—¿Cómo ves el mundo literario, considerando que la mayoría de los y las escritores provienen de una elite universitaria que, lógicamente, afecta el modo de aproximarse a ciertos temas o, de frentón, ignorar otros? ¿Cabría en el mundo contemporáneo un Baldomero Lillo o un Manuel Rojas?
—Creo que hemos perdido el rumbo. Hoy, no somos más que una colonia de grandes potencias en donde nada nos pertenece, ni siquiera el idioma. Y la literatura actual se mueve en consecuencia, a favor de esos cambios. Los textos de moda, así lo prueban.
Desde luego, me siento insignificante frente a tanto título universitario, sin embargo, escribo de lo que vivo, de lo que sé, de lo que observo y me rodea. Estoy al lado de aquel que camina por calles polvorientas y almuerzo con esos que están debajo de un puente. Soy y seguiré siendo un obrero que, pretenciosamente, escribe.
Sí. Es absolutamente necesario nuevos Lillo y Rojas. Hoy, más que nunca, y con toda esta tecnología que tenemos a nuestro alcance y que nos permite comunicarnos con quien queramos, pero que, sin embargo, nos aleja cada vez más del otro, del prójimo, de aquel que está a mi lado y necesita de mi presencia.
Aun cuando eso signifique remar contra la corriente, es, absolutamente necesario, hoy, volver a vivir. Abrazar nuestros bosques naturales, recuperar nuestros ríos y mar, abrir las puertas y ventanas, dejar que el aire puro de nuevo llene nuestros pulmones. Es una utopía, lo sé.
Pero para esos son los sueños, para intentar alcanzarlos.
Un amor desmedido por la vida
—¿Con qué se encontrarán los lectores y lectoras cuando lean tu libro?
—Con un libro vivo. Con un libro escrito con sangre y fuego. Con furia y también, con un amor desmedido por la vida y la naturaleza…
***
Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018) y el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019).
Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.
Imagen destacada: David Avello.