La nueva ficción literaria de la narradora local confirma a una autora dueña de múltiples recursos, especialmente cinematográficos, a la hora de emprender un retrato generacional de una mujer que se enfrenta a la disyuntiva crucial en torno a qué hacer con su vida, en la mitad de su trayectoria esencial.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 20.3.2024
En una temporada de presentaciones generosa en cuanto a la fuerza y a la potencia artística de las voces femeninas en las letras chilenas (pienso en la Lyuba Yez de La noche del nunca más y en la Daniela Catrileo de Chilco, por ejemplo), irrumpe junto al comienzo de este año 2024, la esperada segunda novela de la escritora nacional Carmen Galdames J. (Santiago, 1982), luego de su celebrada El cielo que pintamos (2015), publicada hace ya casi una década de distancia temporal.
Ahora, con El amor acaba (Emecé Editores, 2024), la autora local retoma los tópicos que según ella continúan siendo los mismos que la conmueven desde que empezó a escribir: «la complejidad humana, lo contradictorios que podemos ser, las personas en crisis, perdidas, el amor y el desamor, la búsqueda de conexión, el erotismo, la soledad y la muerte».
En efecto, en este diálogo, Galdames menciona en una de sus respuestas al filme Los soñadores (2003), del director Bernardo Bertolucci, y entonces reparo que un fragmento del guion de ese largometraje, encabeza a modo de epígrafe las páginas de su ópera prima, esa anterior novela ya mencionada, publicada en 2015.
Aunque más que de Isabelle (interpretada por Eva Green, en esa recordada obra audiovisual del fallecido realizador italiano), la nueva protagonista de la autora santiaguina (la atribulada Sara) tiene mucho de las personajes del cine del Michelangelo Antonioni, en especial de ese trío de caracteres que comparten roles en la indispensable La noche (1961), del maestro de Ferrara y en donde se dan cita las actrices Jeanne Moreau, Monica Vitti, y Maria Pia Luzi (la ninfómana que intenta atrapar de la nada al escritor encarnado por Marcelo Mastroianni, en las primeras secuencias del metraje).
De formación autodidacta, al igual que Roberto Bolaño, Galdames, que no cursó estudios universitarios, se formó como creadora literaria en la disciplina y en la rigurosidad de los talleres impartidos por Diamela Eltit y Pablo Simonetti.
Sin entrar en mayores detalles acerca de su trama y argumento, El amor acaba, imposible de contarse sin la estela ardiente de su protagonista, Sara, revela a una escritora que con inusitado ímpetu y veracidad, se sumerge en la crisis de una mujer que cerca de los 40 años, intenta aferrarse a las pocas certezas que creyó haber construido, para encontrarse, de pronto, en una tormenta interna mucho mayor, a la que experimentó, cuando dejaba la primera juventud a los 20.
De gran poderío visual en sus certeras, profundas y acotadas descripciones, el texto de Carmen Galdames, y haciendo un juego de palabras con su primer crédito, se asemeja en su radiografía emocional acerca de la adultez femenina, a la esbozada en las páginas de El cielo protector por Paul Bowles, que vaya paradoja, también trasladó hacia un lenguaje cinematográfico, el idéntico Bernardo Bertolucci, en 1990.
Y como Kit Moresby en la obra del autor estadounidense, y con el desierto magrebí como telón de fondo, la Sara de la narradora chilena llega también hasta ese punto sin retorno, pero inserta en los estertores ambientales prodigados por el sol abrasador de un Santiago distendido de tanto erotismo, y de sexo porque sí.
«Se puede escribir sin haber estudiado»
—¿Puede considerarse tu labor creativa como una reivindicación de la figura de la escritora autodidacta en el contexto de literatura chilena actual?
—Sí, me imagino que sí. Aunque participé en varios talleres de escritura, no tuve estudios formales. Y eso le da espacio a una escritura más intuitiva, a algo más orgánico. El tema de cómo traspasarlos al papel es más complejo, pero finalmente se logra.
Los talleres ayudan. Leer, también. Conversar las ideas, darles vuelta hasta encontrar la voz, el tono, la atmósfera. Se puede escribir sin haber estudiado, claro que sí. Aunque los talleres ayudan harto.
«El erotismo es una forma de sentir y al mismo tiempo de evadir»
—¿Qué crisis existencial es más severa, la de los 20, o la de los 35 años y sus bordes? Sara pareciera corroborar que la última es siempre la de mayor impacto, y que la pulsión sexual es un alucinógeno siempre al alcance de la mano cuando la vida se confunde y deja de tener un sentido claro.
—Sí, creo que definitivamente la crisis cerca de los 40 es más severa. Imagino que es porque ya eres un adulto y te encuentras con un yo que no reconoces del todo. Creo que uno nunca deja de buscarse, de buscar la idea de uno. Los bordes se hacen más difusos, los límites se mueven. Comienzas a cuestionarte las decisiones que has tomado, a asumir las consecuencias de esas decisiones, también.
Lo positivo es que a esa edad ya sabes lo que no quieres. Hay un autoconocimiento mucho más trabajado. Pero también aparece la nostalgia, la decepción, el ego maltratado, la neurosis se intensifica, los arrepentimientos también.
Para Sara el erotismo es una forma de sentir y al mismo tiempo de evadir. Está adormecida, aburrida y el sexo se convierte en un escape. No hay sublimación en sus actos, se enfrenta directamente a sus pulsiones sexuales y las vive libremente. El placer se transforma en fuga y encierro al mismo tiempo.
«Este proyecto, que tardé varios años en terminar»
—¿A qué otras escritoras te sientes cercana estéticamente en la formulación de una historia de descubrimiento y liberación como la emprendida por la protagonista de El amor acaba? En ese sentido, ¿a qué narradoras chilenas actuales o de siempre admiras y son una fuente de inspiración para tu labor artística?
—Pienso en Annie Ernaux y su libro Pura pasión. También en Anais Nin, en Elena Ferrante y La hija oscura. A.M. Homes y sus personajes en crisis. Rebecca Solnit y su libro Una guía sobre el arte de perderse.
Pauline Réage y La historia de O. Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Paulina Flores, Carlina Brown, Teresa Wilms Montt, Gabriela Mistral, Elvira Sastre, Susan Howe. Todas ellas me han inspirado de una u otra forma durante este proyecto, que tardé varios años en terminar.
«Me interesa la complejidad humana, lo contradictorios que podemos ser»
—De qué forma o manera podrías definir el trayecto de evolución o aprendizaje que existe entre la escritora Carmen Galdames de El cielo que pintamos y la autora de esta novela?
—Pasaron nueve años entre mi primer libro y este. He cambiado bastante entre los 32 y los 41. Así como ha evolucionado mi forma de ver la vida, también lo ha hecho mi forma de escribir. Finalmente escribir es dialogar con uno mismo, descubrir los temas que te obsesionan, a los que vuelves una y otra vez.
Con El amor acaba me atreví a escribir más desde mí, a explorar mis propias crisis, miedos, pulsiones. Creo que con los años el pudor desaparece un poco y te vuelves más valiente a la hora de entrar y de crear.
Los temas no han cambiado tanto, me interesa la complejidad humana, lo contradictorios que podemos ser. Las personas en crisis, perdidas, el amor y el desamor, la búsqueda de conexión, el erotismo, la soledad y la muerte.
«Libre pero perdida al mismo tiempo»
—Para ti, como narradora, ¿a qué necesidad vital o tópico argumental responde la huida inicial de Sara? Pienso en esos personajes femeninos del cine neorrealista italiano, que deambulaban por la ciudad, buscando una emoción que las mantuviese atadas a la cotidianidad.
—Sara huye por hastío. Está cansada y aburrida, perdida dentro de sí misma. Insatisfecha con su vida, con su matrimonio, consigo misma. Una especie de estupor del que se le hace imposible salir. Por eso escapa, como un perro que arranca de su propio dolor. No sabe lo que está haciendo, no analiza demasiado su decisión. Es una reacción impulsiva, simplemente se da cuenta de que no puede seguir ahí, así en ese estado de encierro y tedio.
Al sentirse fuera de esa vida, se siente libre, pero perdida al mismo tiempo. Se transforma sin haber cambiado realmente. Deja de ser esa Sara, pero sigue siendo ella con sus miedos y traumas. Eso le produce decepción y por eso se embarca en una búsqueda un poco inútil de alguna nueva versión de ella que probablemente no va a encontrar.
«No hay respuestas en este libro, quizá solo preguntas y decisiones impulsivas»
—En esa pregunta por la esencia de una mujer en conflicto que plantea la protagonista de El amor acaba, ¿de qué modo esperas o te gustaría que tus lectores resolvieran aquella interrogante fundamental?
—Me gustaría que sintieran empatía y, tal vez, rechazo hacia Sara y sus formas de lidiar con su crisis. Nadie sabe muy bien qué hacer en medio de una crisis, se toman decisiones equivocadas, se busca en los lugares incorrectos. No se sabe bien qué es lo que se quiere. Me imagino que muchos hemos pasado por ese tipo de situación, en distinta medida.
Es interesante usar a Sara como un espejo, mirarnos a nosotros mismos y cuestionarnos por qué la juzgamos, por qué la miramos con cierto recelo. No hay respuestas en este libro, quizá solo preguntas y decisiones impulsivas, volátiles, arriesgadas a ratos.
No creo que exista realmente una solución o una escapatoria muy clara para salir de una crisis. Más bien se improvisa hasta ver un poco de luz.
«El sexo te hace sentir, literalmente tu cuerpo reacciona, vibra»
—¿Por qué la asociación tan cercana que se ubica en las páginas de la novela, entre deseo sexual y confusión emocional? ¿A qué anhelo primordial o diagnóstico anímico atribuyes en la personalidad de Sara esa ansiedad que más allá de una sensibilidad carnal traspasa las líneas del texto?
—Creo que en el caso de Sara, el deseo sexual y la confusión emocional no están especialmente relacionados. Sara siempre ha sido una persona sexual, siempre ha tenido amantes y siempre ha sido libre con su sexualidad.
Su confusión y su crisis simplemente se superponen a su deseo de sentir y al mismo tiempo de adormecer. Su anhelo es sentirse viva, salir del estupor. El sexo te hace sentir, literalmente tu cuerpo reacciona, vibra. Y eso es lo que necesita y lo que busca.
La felicidad inalcanzable
—¿El amor acaba es una obra literaria de ficción que podríamos incluir con el adjetivo genérico de «literatura erótica»? ¿Qué piensas al respecto?
—No, no creo que la clasificaría como literatura erótica. Hay sexo porque Sara y Juan se vinculan desde ahí, pero creo que este libro tiene muchas más capas que esa.
Hay erotismo, claro que sí, pero también hay personajes que están lidiando con sus miedos, con la soledad, con la falta de conexión y una búsqueda de una felicidad poco realista e inalcanzable.
Una novela «bien cinematográfica»
—¿Cuáles fueron los puntos o detalles tanto de fondo como formales, o de mayor dificultad, a fin de resolver en el proceso de escritura de este texto? ¿Cómo resolviste esos desafíos creativos y autorales? ¿Nos puedes contar un poco, de tu rutina o procedimientos de trabajo narrativo?
—Lo primero que hice fue crear a los personajes, Sara y Juan, especialmente. Creo que cuando se tiene personajes fuertes y bien armados, lo demás se da solo, es cosa de hacerlos interactuar y ver qué sale. El tono y la atmósfera vinieron después. Yo creo que lo más difícil fue escribir escenas de sexo que no fueran cursis o que cayeran en el lugar común. Qué palabras usar, cómo describir sin exagerar.
Lo que hice fue escribirlas sin meter las emociones de los personajes. Como una cámara que nos muestra lo que está sucediendo. Pensé en el cine europeo, en Love de Gaspar Noé, en Nymphomaniac de Lars Von Trier. En El último tango en Paris de Bertolucci, en The dreamers, Las edades de Lulú. Lo imaginé bien cinematográfico. Donde el lector se transforma en voyerista. Fue lo más difícil pero también lo más entretenido de escribir este libro.
Sobre la rutina o procedimientos, la verdad es que soy bien desordenada a la hora de escribir, no tengo una rutina específica. Escribo cuando me dan ganas. Cuando no hay ganas ni inspiración, cuesta mucho sacar una escena adelante, te tupes y terminas dándote cabezazos con la pared.
Me siento en el comedor, donde tengo vista a la calle, no puedo escribir encerrada frente a una muralla. Necesito estar sola, imposible escribir en un café, me distraigo con todo. Me tomo un café, un vaso de agua o incluso a veces una copa de vino.
Tengo una libreta con ideas y anotaciones. Pongo música, el estilo depende de la escena que voy a escribir. Y con todo eso, comienzo con algo simple, una imagen generalmente o un diálogo. Y de ahí la cosa avanza un poco sola.
El proyecto de un guion audiovisual
—¿En qué proyecto literario trabajas en la actualidad, posterior a la publicación de esta novela?
—Con ganas de empezar una novela nueva, recién anotando y pensando. No tengo nada avanzado. También estoy escribiendo poemas nuevos, quizá sería buena idea sacar un libro de poemas este año. Además, estoy trabajando en un guion de cine.
Un poco dispersa por ahora. Viendo cine, escuchando música y leyendo para la inspiración.
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Imagen destacada: Carmen Galdames.