[Entrevista] Carolina Brown: «Hasta hace muy poco las mujeres latinoamericanas no estaban en ningún canon»

La joven narradora chilena dialogó con el Diario «Cine y Literatura» en torno a su pujante y ya celebrada obra creativa, sobre su labor como tallerista y mentora, y también acerca de su destacado rol dentro de la nueva generación de escritoras y de artistas sudamericanas, que demandan un justo reconocimiento y una igualitaria visibilidad, frente al quehacer de sus pares masculinos.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 26.3.2021

Carolina Brown (Santiago, 1984) ha publicado dos libros de relatos y una novela: En el agua, Rudas y El final del sendero, respectivamente.

Brown pertenece a una generación de escritoras que están cobrando visibilidad, posicionándose en las difíciles y mezquinas aguas literarias nacionales.

Aunque hay una diversidad de voces siendo plasmadas a nivel editorial, a través de volúmenes de cuentos, novelas, poemarios y ficciones autobiográficas, la coincidencia generacional es secundaria.

Lo que vemos en el caso de Brown es una particularidad, evidente no solo en sus publicaciones, donde exhibe una voz tangible, con tintes líricos, sino también en su energía creativa desplegada en los talleres que dirige, y que destacan por los textos que ella selecciona.

Estos van desde tragedias griegas, hasta categorías narrativas que son tendencia hoy, como la autobiografía o la ficción especulativa.

De Rudas destaco el cuento “La isla”, con el siguiente extracto: “Emergía porfiada sobre la línea del agua, a dos mil quinientos metros de la orilla. Una formación alargada con arena y rocas en la base que terminaba en una meseta de tierra pálida y enfermiza. En la parte alta había un árbol seco en cuyas ramas se posaban a chillar los cormoranes. Sus quejidos guturales le recordaban a los gruñidos de los chanchos”.

Al respecto, Andrea Jeftanovic señala: “Se trata de una prosa cargada de imágenes, calma, de detalles para perfiles y conflictos álgidos”.

Jeftanovic destaca la sugerencia con la que se aborda el tema del agua en relación a los objetos. El fragmento anterior refleja estas cualidades.

El final del sendero también matiza esta sintonía poética: “Era invierno, pero había sol: cuando me asomé por la ventana, la escarcha sobre el pasto pestañeaba”, leemos.

En otro momento, la voz narrativa observa: “Un segundo relámpago pintó la cafetería de blanco por un instante. Lo siguió un trueno largo”.

Brown hace uso de giros reflexivos y especulativos para consolidar sus imágenes: “Empezar siempre parece lo más duro. Romper la inercia. El primer impulso constituye una diminuta agonía y el cuerpo se resiente al cambiar de estado”.

Así comienza El final del sendero.

 

«En la vida casi nunca hay bordes claros»

—Quiero partir preguntándote por tu novela, donde veo a los personajes de Simo y Jota como seres liminales, comenzando por la neutralidad que sugieren sus apodos. ¿Qué te interesa del intersticio? ¿Cómo resumirías su interacción?

—Efectivamente yo también veo a Simo y Jota como seres liminales. Escribí la novela entre los 28 y 32 años, y estaba pensando en gente de mi generación, que a veces nos cuesta crecer, independizarnos y «ser adultos responsables» (al menos si nos comparamos con las generaciones de nuestras madres y abuelas que ya eran señoras a los 24 años).

Como tú bien dices, hay una cosa ambigua en cuanto a sus apodos y que de alguna manera hace eco de otras ambigüedades del texto: amigas/enamoradas; adultas/jóvenes; independientes/dependientes; etcétera. Me pasa que creo que en la vida casi nunca hay bordes claros, todo es una gran zona gris.

Del intersticio me interesaba escribir la elipsis, lo no dicho. Simo es una tipa a la que le pasan un millón de cosas, pero que para afuera no es capaz de decir nada de forma explícita y de alguna manera eso sella su suerte.

Me gusta ese contraste, porque el lector accede a la historia desde su perspectiva, entonces hay una diferencia importante entre lo que le pasa y lo efectivamente ella dice o hace. Jota también está llena de elipsis, hay mucho que no nos cuenta, solo sabemos lo que quiere decirle a Simo.

Para mí es una novela sobre las posibilidades de conectar con otro cuando estás en un momento bajo de tu vida.

 

—Hay una certeza afectiva en la novela, particularmente en relación con la animalidad y el personaje de Freddy Mercury. Aquí hay otro vértice, porque Freddy Mercury es un perro mixto y está al borde de la “antropomorfización”.

—Sí. Creo que ahí hay algo que es muy mío, mi conexión con los perros. Cuando he estado en la mierda y no he querido ver a nadie ahí está mi perro, sonriendo y moviéndome la cola. Es como un llamado a volver a lo básico, ser feliz con lo que hay.

En la novela, Freddy Mercury es una especie de pegamento a través del cual Simo y Jota empiezan a reconstruirse. Los tres se arman una especie de familia alternativa con la que pueden ir sanando sus respectivos traumas. En particular para Simo, el amor desinteresado de Freddy Mercury es clave.

 

—Una de tus presentaciones es la de “creadora de contenido para diferentes formatos”. ¿Cómo transitas los diversos formatos en los que te desenvuelves? ¿Cómo ajustas el registro necesario para cada instancia?

—Como muchos otros profesionales de la cultura, soy un poco mujer–orquesta. Aprendí rápido que si quería sobrevivir a este mundo tenía que aprender a adaptarme. En mi caso, partí trabajando en publicidad, después en productoras, después en eventos, después en un museo.

Gracias a eso he tenido que aprender a desarrollar todo tipo de piezas de escritura y también fotográficas o audiovisuales. Creo que en el futuro los formatos van a ser cada vez más híbridos, todo se va a ir mezclando. Eso me acomoda, para mí los bordes entre categorías son porosos, no las veo como algo estanco.

Al escribir, efectivamente hay que ajustar una serie de cosas cuando uno se pasa de un formato a otro. No es lo mismo una novela que los textos de un interactivo o el guion de una cápsula documental que va a YouTube. Pienso que la única manera de hacerlo es no perder el foco, entender qué queremos hacer y para quién, cuál es nuestro objetivo.

 

«Escribir es una tarea muy solitaria»

—Háblanos de tu faceta como mentora. ¿Qué hallas en el espacio de taller que te atrae? ¿Cómo lidias con los nuevos formatos, así como con las nuevas ansiedades que, por tratarse de un grupo humano y creativo, llegan a tus sesiones?

—Escribir es una tarea muy solitaria y me gusta balancearla con el calor humano del taller. Disfruto compartiendo el amor por la lectura y la escritura, comentando los textos, o conversando acerca de las posibilidades de una idea o una trama.

Hacer talleres me energiza y me llena de alegría. No podría pasar 8 horas encerrada frente al computador escribiendo sola, me frustraría muy rápido. Para lidiar con las ansiedades, hay que entender que parte de la magia de trabajar con gente es que todos somos distintos y tenemos procesos distintos.

En general lo que hago es construir un espacio seguro, el taller es un laboratorio/gimnasio, pero también un lugar para conversar, compartir, ir pasito a pasito y salirse de la zona de confort. Entender que si estamos en el taller es para que sea un aporte a nuestras vidas, algo positivo, no para venir a sufrir.

Creo que la idea del escritor maldito nos ha hecho pésimo a los escritores.

 

—Tu selección de textos es amplia y te encargas de rescatar “clásicos” y textos recientemente publicados. ¿Cómo vas variando los materiales? ¿Qué tipo de ‘canon’ deseas compartir?

—No sé si me acomoda replicar la idea de canon en mi taller. En particular porque hasta hace muy poco las mujeres latinoamericanas no estaban en ningún canon. O porque el canon implica una idea de adentro/afuera: los que califican y los que no. Creo que si va a existir un canon, que sea el personal de cada uno y en el mío hay de todo, desde Tolstoi hasta novelas de zombies.

Habiendo dicho esto, sí me pareció importante hacer un taller que tomara los «clásicos» porque son libros que todos quieren leer por cultura general, pero que no siempre son fáciles de abordar porque nos falta contexto; tal vez porque fueron escritos hace mucho tiempo y en lugares muy lejanos, o porque nos parece que tienen valores culturales que no compartimos, o porque son larguísimos, etcétera.

La idea de «Clásicos & Modernos» era situar ese clásico, darle un contexto y también constatar cómo algunas de esas ideas siguen vigentes en una novela más nueva. Es un maridaje de libros en torno a un tema.

Así fue cómo leímos 1984 de George Orwell con Kentukis de Samatha Schweblin; o Grandes esperanzas de Dickens con Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides.

Trato de que la selección sea lo más variada y original posible, paritaria, y trato también que sean libros de fácil acceso para los alumnos. Muchas veces he sacado textos porque no son fáciles de comprar.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El final del sendero», de Carolina Brown (Emecé, 2018)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Carolina Brown.