La autora nacional acaba de lanzar su novela «La grieta», un texto de ficción que puede entenderse como una obra literaria escrita por una hija de exiliados políticos, en la búsqueda de su propia e íntima identidad, en un país ajeno para ella (Chile), desde el hecho mismo de su nacimiento.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 31.1.2023
Catalina Infante Beovic (Buenos Aires, 1984) es la dueña de una voz narrativa que destaca por su laboriosidad, es decir que en sus textos se nota un estilo trabajado hasta el último detalle, quizás como si la sala de redacción de un diario impreso, tuviese el tiempo necesario para darle vuelta una y otra vez a la misma idea en procura de las mejores palabras a fin de expresar un sentimiento o una emoción que se nos escapa.
La grieta (Emecé, 2023) es su primera novela propiamente tal, luego de incursionar con éxito en el género del cuento o relato breve, pero la precisión en el uso del verbo y en la confección de la frase, se mantiene y se perfecciona en esta oportunidad.
Así, esta obra de ficción de la escritora chilena nacida en Buenos Aires (mientras sus padres padecían el exilio político del país, durante la década de 1980), deviene en una lograda composición literaria entre el diario confesional y la crónica costumbrista que retrata a una sociedad con sarcasmo, aunque también con las necesarias dosis de ternura y de esperanza.
De esta forma, La grieta se lee con satisfacción, y hasta con el atrevimiento que producen en el lector cierta audacia dramática por su inclinación a la incorrección social y cultural (de hecho, a los egresados del colegio Alianza Francesa les harán ruido ciertas apreciaciones de la honesta y entrañable protagonista de este libro, de nombre Laura).
En efecto, y pese a cierto desorden en su estructura lineal, el libro de Infante es un grato descubrimiento narrativo, donde el talento observador de su autora, delinea una intimidad hermosamente femenina y desarraigada, en torno al zarandeado Chile «de los 30 años», ese que se extiende desde el retorno a la democracia en 1990, hasta el advenimiento del estallido social y de sus enigmas, surgidos en octubre de 2019.
Un testimonio desde el interior
—Una novela como La grieta, puede tener múltiples lecturas, desde su propuesta narrativa, como texto de aprendizaje o bien al modo de un diario circunscrito a la conciencia femenina de su autora. En ese sentido, ¿cuál fue la estructura dramática que te satisface más a ti, en tanto interpretación genérica y dramática de tu propio texto?
—Creo que todas las anteriores. Es una novela que se fue tejiendo desde muchas voluntades: la de dejar un testimonio del universo íntimo de una mujer en su postparto tanto como la de crear personajes para una propuesta narrativa.
Es posible que haya quedado allí dando vuelta en la escritura las contradicciones propias de intentar conciliar esos registros, y me gusta que así sea.
La creación de una identidad subjetiva
—¿A qué hecho o motivo adjudicas la revitalización de la denominada literatura del yo entre las y los autores chilenos de tu generación?
—Hay críticos que les repele, les causa recelo tanto yoísmo. A mí me no me molesta, creo que es un fenómeno a observar, algo dice de esta época.
Lo asocio a diferentes factores, entre ellos a las redes sociales, un espacio donde se despliega la ansiedad por definir el yo, crear una identidad y compartirla, esperando de alguna manera ser oído en un océano muy ruidoso.
También a estar insertos en un sistema tremendamente individualista y solitario, en medio de una crisis de sentido, donde la subjetividad se vuelve la única verdad para cada uno.
A cada generación le toca lo suyo, quizás a esta le tocaba el registro de esa soledad del yo, quién sabe.
«Esa pérdida de sentido del Chile de los 90»
—En La grieta (yo lo vi así, por lo menos) no escatimas ni tampoco eludes una suerte de crítica social y hasta política de un cierto sector cultural chileno, conocido como el red set: fustigas a sus colegios afrancesados y a su idealización de Cuba en tanto paraíso turístico y en cierta medida histórico. ¿Cuál es la fundamentación teórica de ese motivo estético en tu novela?
—Me pareció atractivo para la historia esa pérdida de sentido del Chile de los 90.
Quería que Esther, la madre, fuera parte de una generación de padres que fueron activos políticamente en los 70, que tuvieron ilusiones, que lucharon por ellas, y que luego fueron heridos, desterrados, quebrados, y cuando por fin regresaron a su país se toparon con una sociedad deslavada en su movilización, taponeada en su tejido social y obsesionada con el consumo.
Inevitablemente fueron familias que se acomodaron a ese sistema como pudieron, se llenaron de contradicciones y sus hijos crecieron en un contexto acomodado, exitista, desconectado de ese pasado. Fue un cambio brutal en dos generaciones.
Esa pérdida le venía bien a Esther, la madre, y esa desconexión generacional era perfecta para Laura, la protagonista. Me gustaba la idea de que la brecha entre ellas fuera más profunda que la relación misma.
«La honestidad es lo que me atrae de la literatura»
—La fuerza artística de la narradora de La grieta, prevalece en muchos pasajes, con su «garra», con la profundidad de sus confesiones, por encima de la formalidad del argumento mismo del texto. ¿Al asumir ese riesgo literario, de alguna forma apuestas y reivindicas una forma de hacer, pensar y escribir ficción, en última instancia?
—Me gustaría pensar que sí, que la voz narrativa está por sobre las formalidades de un argumento o de una trama: la honestidad es lo que me atrae de la literatura que leo y lo que le da sentido a lo que escribo, por sobre todo.
El sentido de lo colectivo
—Por momentos, tu novela parece ser una crónica acerca de la maternidad primeriza, pero después el relato gira hacia esa revisión de la propia biografía, por parte de su protagonista, y asimismo hacia una especie de enfrentamiento con el fantasma de la propia madre… pero así, también, se observa y se describe en sus páginas una visión del tercio final del Chile del siglo XX, y de su historia. Entonces, el trauma individual, se torna colectivo. A 50 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, ¿cómo observa ese hecho la voz narrativa, un tanto víctima de ese acontecimiento, de La grieta?
—Para mí insertar de manera tímida el movimiento feminista hacia el final de la novela fue darle esperanza a cerrar ese trauma colectivo y de alguna manera acompaña a Laura en ese proceso.
El siglo XX con sus luchas, con su visión de mundo se cerró, y generacionalmente quedamos muy solos, en un paréntesis, flotando, y ahora creo que estamos pasando a otras luchas, a otros movimientos que vuelven a darle sentido a lo colectivo.
Creo que son reflexiones personales que se cuelan en lo que escribo, me alegra que salga en tu lectura porque no me había tocado compartirlo.
Una obra colectiva y femenina
—Bajo esa perspectiva de auto revisión emocional y social, ¿puede entenderse a La grieta como una novela escrita por una hija de exiliados políticos, en búsqueda de su propia e íntima identidad, en un país ajeno para ella, desde el hecho mismo de su nacimiento?
—Tú lo has dicho, sí.
—¿Cuál es tu juicio o apreciación crítica acerca del panorama chileno literario actual?
—Creo que es un panorama muy rico y diverso en voces, en temáticas y propuestas narrativas. Me llama particularmente la atención la narrativa escrita por mujeres, creo que hay una alta calidad y propuestas arrojadas.
Pienso en Alia Trabucco, Carolina Brown, Paulina Flores, María José Navia y otras más emergentes como Natacha Oyazún en Terremoto blanco y Gabriela Alburquenque en Aviso de demolición, Valentina Vlanco en Pieza amoblada, por nombrarte mis últimas lecturas.
Hay muchísimas mujeres publicando y de alguna manera hay una obra colectiva que avanza, un espacio que se amplía y que le está dando más campo a la exploración.
Por otra parte hay editoras haciendo un trabajo importante como Claudia Apablaza con Los libros de la mujer rota, Daniela Escobar con Overol, Arantxa Martínez de Editorial Kindberg, Andrea Palet en Laurel: las mujeres en la industria aportan mucho a nutrir ese panorama.
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Imagen destacada: Catalina Infante.