[Entrevista] Daniel Campusano: «La medianía de edad es una caída de la cama en medio de un entresueño»

Situada en el frío y en la soledad ambiental de la Tierra del Fuego, «El último castor», la nueva novela del escritor chileno que protagoniza esta conversación, sitúa a un deprimido profesional sub 40, que encuentra una última oportunidad en la búsqueda de sentido existencial (y generacional) a su vida, gracias a un trabajo de temporada en la recóndita ciudad de Puerto Williams.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 17.4.2024

Una de las características de la obra literaria de Daniel Campusano Galaz (1983) es su falta de pretensiones hostigosas para con sus lectores, la ausencia de una motivación por envolver a sus audiencias en una nebulosa de adjetivos y discursos incomprensibles, donde los relatos en primera persona tropiezan con el ego de cualquier ser humano, que se considera único e irrepetible.

Lejos de interpretaciones redundantes que bien podríamos dejar a los análisis de otros cientistas sociales (a los politólogos, entre ellos) su prosa aséptica y limpia, elude la grandilocuencia de los significados ocultos, aún cuando esta nueva novela, El último castor (Tusquets Editores, 2024), explora sus acciones y los conflictos de sus personajes, durante los primeros meses del año de gracia de 2019, la famosa temporada del todavía inexplicable «estallido social», y eso que ya ha pasado casi un lustro de todo eso.

Discrepo que la estética de estas páginas podría denominarse al modo de un minimalismo realista, como según lo afirma el subdirector de un mediático think tank fundado por un sector del empresariado nacional, que disfrazado de un inocuo y falaz conservadurismo de derechas («socialcristianos», dicen que son, ja ja), intenta explicarse al Chile actual; sino que más bien, corresponden a la idea artística y literaria, de una cotidianeidad palpada desde la profundidad de una conmoción emocional.

En efecto, es difícil querer cambiar o construir la sociedad, a través de retóricas épicas, si un personaje que ronda la medianía de su biografía, se debate entre la depresión y la farmacología a fin de salir a flote, y la oferta de un viaje imprevisto, lo puede sacar de un departamento cercano a la Plaza Sucre, que ya se le torna imposible de sufragar.

¿Aquello es un realismo minimalista, o la clasificación de un diagnóstico generacional donde subyace en gran parte la crisis de legitimidad que golpea al sistema político?

Si bien Campusano, elude el apellido de «política» que podríamos asignarle a El último castor, el mayor atractivo de su nueva entrega, luego de la publicación de sus novelas La incapacidad (2011), No me vayas a soltar (2017), y El sol tiene color papaya (2019), es que retrata con absurda veracidad, la composición de un encuadre sobre el hastío existencial, en cierto sector de la población chilena, contemporánea suya, y siempre dispuesta —ante la menor provocación— a hacer sus maletas y mandarse a cambiar, aunque sea a una ciudad situada en el fin del mundo, como lo es Puerto Williams:

«¿Por qué hacemos lo que hacemos?, nos preguntamos a los 30 o 40 y comenzamos a dudar, incluso, de lo que aparentemente nos confortaba o tranquilizaba. Si hacemos lo que hacemos para comprar alimento y pagar las cuentas, ¿qué pasa cuando no tenemos una familia que mantener?», se interroga el autor en esta entrevista.

Y cuando las respuestas escasean, y las salidas distan de contemplarse en atajos fáciles y armoniosos, Campusano se interna en ese submundo de chilenos que cargados de títulos universitarios y de viajes intercontinentales, terminan en la Tierra del Fuego levantando datos para predecir el impacto social que podría tener la instalación de un centro de estudios científicos, en la soledad de una lejana localidad.

De paso, festinar (y bromear) en torno al entramado político del progresismo —no solo chileno— y de sus íntimos andamiajes en procura del desarrollo comunal, al interior de las cavernas de la administración pública, valiéndose de una diputada y de algunos militantes, del ficticio partido Igualdad Comunitaria, tampoco dejan de ser un desafío artístico audaz y polémico, si consideremos, otra vez en palabras de Campusano: que » la culpa y el miedo a quedar mal son el motor de esta generación».

El último castor se presentará este jueves 18 de abril en el Espacio Literario de Ñuñoa (calle Jorge Washington 116), a las 19:00 horas, en un evento donde intervendrán los también promisorios escritores nacionales, Andrés Montero y Simón Soto.

 

«Me complace mucho el borroneo de géneros literarios»

—Al observar una cierta versatilidad de temas argumentales en tu bibliografía autoral, ¿cuál es el tipo de literatura que te interesa desarrollar como escritor?

—Mientras más leo y edito textos diversos, menos me entusiasman las categorías. Por supuesto que hay fórmulas y estilos, y a veces necesitamos categorizar o situarnos en ciertas áreas para encaminar proyectos. Pero, la verdad, me complace mucho el borroneo de géneros, las fronteras difusas, la literatura híbrida o inclasificable.

Si un libro narra un hecho histórico, por ejemplo, no estoy preocupado de la fidelidad de sus datos, o de cuándo empieza a novelizarse. Pero respondiendo o no la pregunta, si tuviera que elegir un tema para desarrollar, me gustaría muchísimo ahondar la ciencia. No tengo idea si me daría el cuero.

 

«El paisaje debía comunicar lo que no se dice»

—Más allá del frío, del viento o de la soledad geográfica que se pueden asociar a un escenario ambiental como la Tierra del Fuego o a la austral ciudad de Puerto Williams, ¿qué decisión dramática motivó tu elección de esa localidad, para ser el contexto de una posible resurrección vital por parte de Amaro, el protagonista de El último castor?

—El desafío era ambicioso: el clima y la naturaleza debían hacer hablar a los personajes y, cuando correspondía, también hacerlos callar. El paisaje debía comunicar lo que no se dice, lo que conviene silenciar porque no tiene una única interpretación. Ojalá haya resultado porque una hiperdescripción o un abuso sensorial hubiese sido tramposo y penca.

Para empujar la historia, necesitaba un telón de fondo que remeciera una personalidad como la de Amaro. El frío y la soledad, en este sentido, era una apuesta arriesgada porque podría haber tenido otro efecto (todos sabemos que no es recomendable meter en un lugar así a un desanimado). Pero algo ocurrió. Amaro se conmovió, se entretuvo y se subió a la montaña rusa. O al menos se le aquietó la cabeza. Esta isla, impensadamente, le dio más vértigo que la mismísima ciudad.

 

—¿Por qué Maya podría además de ser solo una amiga cercana, tal vez un amor imposible para Amaro? ¿Lo aprecias de esa manera?

—No, para nada. No hay indicios de aquello. Maya es la única presencia segura que ha conocido en su vida y, dentro de todo, su relación no ha tambaleado más de lo normal. Su distancia inicial tenía ese matiz: ambos tenían que vivir lejos para estar más cerca.

Los enamoramientos tienen otro tipo de ansiedades. Aquí cada uno se tiene en sus fragilidades y descuidos. Amaro se cree independiente, pero siempre termina haciéndole caso a su amiga.

 

«No es difícil interpretar conceptos asociados al progresismo»

—Igualdad Comunitaria rima, suena o se asemeja con las palabras Revolución Democrática. ¿Se trata de ficción o es nada más que una coincidencia?

—No es difícil interpretar conceptos asociados al progresismo no solo chileno, sino de los últimos veinte años en cualquier parte del mundo. El partido que mencionas tiene rasgos y momentos asociados al discurso federativo de Maya, es cierto, pero no podría distinguirse totalmente.

Pero sí: quizá el nombre es un licuado de listas, partidos y movimientos que hemos visto competir por quién es más impoluto que otro. Esto último ha sido muy fácil de presenciar por la estridencia de los involucrados.

 

«La política es un móvil psicológico de la mayoría de los personajes»

—El poder es un simbolismo fáctico y presencial que indistintamente se reproduce en todos los segmentos de la sociedad. ¿El último castor podría definirse como una novela política, o bien guarda la mirada crítica que tiene acerca de su entorno cualquier ficción narrativa que se precie de tal?

—No sé si existen los rótulos o adjetivos a la hora de clasificar novelas. Según entiendo, las novelas son, no son, quizás son. Pero, claro, en este caso la política es un móvil psicológico de la mayoría de los personajes. Sus actuaciones y reflexiones nacen desde una ambición de manejar el poder, o al menos estar en la fila.

Los empresarios de la historia, en este sentido, actúan de manera más frontal que los abanderados: buscan distraer al pueblo y limpiar su nombre como creadores de empleo, pero, al final del día, sin vergüenza se presentan en nombre de los réditos económicos, no de la igualdad de oportunidades.

No se van a sacar una selfie diciendo: ‘miren, aquí instalando jaulas salmoneras para contaminar el Beagle’. O quizás sí. No lo puedo asegurar. Ya no nos sorprende nada.

 

La forma más digna de comer y pagar un techo

—»Es que, puta, en una situación tan extrema, con esos paisajes, todo tan bonito, tan silencioso, yo creo que o estái muy bien o estái muy mal con alguien…», escribe uno de los personajes de la novela, en una descripción que aborda la veta existencial del texto, en consonancia con la singularidad escénica escogida por su autor. En ese sentido, ¿no se encuentra Amaro en el umbral de una crisis generacional, situado en la medianía de una vida, y sin saber muy bien a qué esfuerzo dedicar el resto de sus días?

—Esto último es muy perceptible. La medianía de edad es una caída de la cama en medio de un entresueño. Vivimos parándonos atontados y pensando que nadie nos vio. En este caso, además de sus rasgos adolescentes, Amaro es huérfano, y los huérfanos creemos tener el control de las variables cotidianas hasta que entendemos que no tenemos hilos de sostén; que, después de todo, nos acomodaría tener alguien a quien contentar, a quien desafiar.

¿Por qué hacemos lo que hacemos?, nos preguntamos a los 30 o 40 y comenzamos a dudar, incluso, de lo que aparentemente nos confortaba o tranquilizaba. Si hacemos lo que hacemos para comprar alimento y pagar las cuentas, ¿qué pasa cuando no tenemos una familia que mantener?

¿Por qué tendríamos que aguantar los delirios e inseguridades de un jefe tirano y perverso? Lo más inteligente, en este caso, sería extraviarse y encontrar la forma más digna de comer y pagar un techo.

 

«La culpa y el miedo a quedar mal es el motor de esta generación»

—En relación con eso último, no deja de llamar la atención la facilidad con la cual Amaro se desprende de sus pertenencias personales y del lugar físico, el departamento, en donde habitaba. ¿Maya, con su prestancia y fuerza de mujer poderosa (es una diputada), actúa de alguna forma como la corporización de un destino para el protagonista, agobiado y empastillado en su cotidianeidad santiaguina?

—Maya se moviliza por culpa (y recordemos que la culpa y el miedo a quedar mal es el motor de esta generación). Cuando Amaro la necesitaba, lo dejó solo o no supo cómo acompañarlo. Pero es muy linda y humana su reacción porque Maya entiende que sabe mejor lo que le conviene a Amaro que el mismísimo Amaro.

Lo empuja, lo sacude, y lo vuelve a dejar solo. Soluciona sus asuntos domésticos y pretende curarle las alas. Pero Amaro, por otro lado, siempre está abierto a defraudarla porque así es el amor y así son las dinámicas del afecto.

 

La escritura: «el lugar donde no tengo el mínimo miedo o reparo en equivocarme»

—¿Cómo conviven en tu caso personal, el escritor de novelas con el editor de narraciones de un género cronístico que se asemeja al formato documental o periodístico?

—Sospecho que editar es sobrevolar, aterrizar, subir las luces, poner intermitentes, arriesgar un camino y acompañar al autor en el recorrido. Y aunque, muchas veces, editar es un camino lleno de incertezas, en algún momento los editores tenemos que mostrarnos seguros, prender la linterna y decir ‘por aquí avancemos’, ‘aquí metamos el machete’, ‘aquí hagamos un senderito’.

En el fondo, editar no es pensar la ruta que más nos acomodaría como lectores de ese texto; sino preguntarse —por muchos costados— qué es lo que conviene a este texto en particular. De qué manera podría optimizarse y destrabarse.

La escritura, en cambio, es el lugar donde no tengo el mínimo miedo o reparo en equivocarme. En el peor de los casos, me sale una idea mal ejecutada, un modelo mediocre y, si me interesa conservarlo, tendré que pedirle ayuda a un colega, o bien guardar el manuscrito para siempre. Un acto, por lo demás, tremendamente elegante.

 

«Nunca es el paisaje lo que airea la historia; sino la voz narrativa y sus ductilidades»

—¿Existe un hastío de las nuevas generaciones de creadores literarios chilenos con la ciudad de Santiago? ¿Por qué podría resultar más atractivo, artísticamente hablando, Puerto Williams, que la Plaza Sucre de Providencia, a fin de contextualizar la acción de una novela?

—No tengo idea si existe un hastío. Desconozco si hay una estadística de obras ambientadas en región y en la ciudad, pero a mí, al menos, me parece que Santiago ha estado bien representado desde el siglo XIX y, a veces, con resultados logradísimos.

Y tampoco creo, necesariamente, que una historia situada en una isla paradisiaca y remota sea más atractiva. Nunca es el paisaje lo que airea la historia; sino la voz narrativa y sus ductilidades. El relato de una monja de claustro puede tener muchísimo más oxígeno que un western en el Norte Grande.

 

«A Amaro no le interesa creer o estar convencido de algo»

—En una entrevista de 2019, anunciaste en estas páginas, lo siguiente acerca de lo que sería tu libro El último castor: «Hay un héroe que es obligado a creer en algo que nunca realmente podrá creer». Entonces, ahora en 2024: ¿Cuáles son los anhelos, expectativas y esperanzas de un personaje como Amaro, en el engranaje mecánico de la institucionalidad laboral de la administración pública? ¿Está condenado a la marginalidad en cualquier toma de decisiones que le afecte? Sería un problema politológico y hasta trascendental, en el fondo, el suyo.

—Mira, creo que no me alejé tanto de esa cuña y es raro porque mi naturaleza me arrastra a contradecirme. Y aunque los manuscritos de esta novela tuvieron muchas versiones y entresacados, ajustadas, mutilaciones, giros radicales; a Amaro no le interesa creer o estar convencido de algo.

Respecto a su idoneidad en el engranaje público o político, claramente no está capacitado. No tiene la intención de figurar ni una convicción que lo mueva a mejorar la vida del resto. Y es cierto que la política no solo tiene primeras líneas, sino personas diligentes y atinadas que delinean cambios sustanciales tras bambalinas.

Pero, la verdad, Amaro tampoco se destaca por sus habilidades técnicas o por su capacidad de movilización comunitaria. No lo veo como asesor ni un cerebro articulatorio en las sombras.

 

«Estoy escribiendo un ensayo-reportaje que ya pasó a ser novela»

—¿En qué proyecto creativo o texto narrativo de tu autoría te encuentras trabajando o craneando en la actualidad?

—Estoy escribiendo un ensayo-reportaje que ya pasó a ser novela. No me resultó lo otro y ahora me liberé de los datos reales. La próxima semana, antes del fin de abril, comenzaré a escribir la segunda parte. Y por supuesto, no tengo idea si estoy tomando las decisiones convenientes.

No sé si llegaré por la vuelta larga o por el atajo. Pero la historia me está gustando desde un inicio, y eso rara vez me pasa. Estoy alegremente confundido.

 

 

 

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«El último castor», de Daniel Campusano (Tusquets Editores, 2024)

 

 

 

La novela «El último castor» se presentará este jueves 18 de abril en el Espacio Literario de la comuna de Ñuñoa

 

 

 

Daniel Campusano Galaz

 

 

Imagen destacada: Daniel Campusano.