«Piñen» (Libros del Pez Espiral, 2019) la más reciente obra de la escritora mapuche–chilena, expone en tres relatos el cruce de la niñez hacia la adolescencia y la adultez en un contexto donde los orígenes étnicos marcan y no dejan indiferentes a sus protagonistas. Referentes aborígenes, la infancia todavía viva en sus interiores, las inquietudes y la honra por quienes que ya no están, son los elementos dramáticos, entre otros, que articulan a los personajes de esta ficción de la narradora, en donde se exponen con crudeza, honestidad y belleza, historias que suceden hoy.
Por Sofía Stark Bittencourt
Publicado el 24.1.2021
Ganadora a Mejor Obra Literaria en la categoría Cuento de los Premios Literarios 2020 del Ministerio de la Cultura y las Artes, Piñen (Libros del Pez Espiral, 2019) de la escritora chilena y profesora de filosofía, Daniela Catrileo (1987), es un libro compuesto por tres narraciones fragmentadas y entrelazadas, donde niños y adolescentes atraviesan conflictos sociales y étnicos en un entorno urbano donde se materializan el racismo y la desigualdad.
Tanto en “¿Has visto como brota la maleza de la tierra seca?”, “Pornomiseria” y “Warriache” —títulos de los relatos que componen Piñen— Catrileo narra y describe con agudeza el día a día en una población de Santiago de Chile, reflexionando sobre la infancia, la educación, los conflictos intrafamiliares, la sexualidad, el traspaso de la infancia hacia la adolescencia y posteriormente la entrada (anticipada) al mundo de los adultos, los orígenes y la pertenencia al pueblo mapuche en un entorno crudo y hostil.
Referentes como Pedro Lemebel, Stella Díaz Varín, Liliana Ancalao y Graciela Huinao entre otros, la inquietud por los espacios de participación —más la atenta observación y conexión con su niñez—, han forjado una voz única que expone sin eufemismos el descubrimiento de la pertenencia al pueblo mapuche y a la discriminación por serlo, en medio de un ambiente urbano.
“Comprender la escritura como algo que se pueda desplegar a otros lugares”
—¿De dónde nace tu pasión por la escritura y la literatura? ¿Quiénes han sido tus referentes en este camino?
—La escritura me acompaña desde que soy muy niña y creo que es porque ahí encontré algo parecido a un hogar. Desde que aprendí a leer tenía el deseo de leer todo lo que podía, la literatura me producía un modo de afecto, un deseo, una forma de imaginar y también de reflexionar a través de la palabra.
Desde pequeña mantengo mis diarios de vida y aunque no esté publicando, estoy leyendo, escribiendo, editando o tratando de imaginar formas diferentes con la escritura, no solo en el formato de libro, sino que también comprender la escritura como algo que se pueda desplegar a otros lugares.
Mis referentes han sido muchos. Es difícil responder esto porque siempre se me quedan algunos afuera. No obstante, les tengo cariño a aquellos que me siguen acompañando desde adolescente como a Lemebel, Winnétt y Pablo de Rokha, Estela Díaz Varín, Manuel Rojas, Guadalupe Santa Cruz, como para nombrar algunos que son de estos territorios y ya no están.
Otros referentes importantes son la poesía de Soledad Fariña, Elvira Hernández, Nadia Prado, Liliana Ancalao, Adriana Paredes Pinda, Graciela Huinao, entre otras mujeres, a quienes conocí por algunas antologías cuando era más chica y he seguido su trabajo hasta el día de hoy.
Hay referentes que se van trenzando a lo largo de nuestra historia, pero le tengo un especial afecto a las primeras lecturas que me acompañaron.
—¿Son ellos tu inspiración?
—No sé si lo llamaría inspiración, pero forman un lugar imaginario donde me siento acompañada. Hay un tejido muy difícil de explicar del todo, hay un encuentro, un vínculo con la palabra de un otro, de una otra, que nos genera afectos.
—Un espacio que da para la reflexión también, para la identificación…
—Creo que la escritura no es solamente un espacio donde exista el arte por el arte, la creación despojada de la política, de la reflexión. Creo que en la escritura hay un vínculo de pensamiento e imaginación, no como operaciones escindidas, sino una búsqueda de la forma, de la materia, capaz de ser también un espacio reflexivo, ¿no?
Estamos acostumbrados a que sean otras las disciplinas que reflexionan en torno a la cultura y a la historia, todas cercanas a las ciencias sociales, pero si rastreamos en otros documentos, que son los archivos literarios o los artísticos, vamos a encontrar que ahí también hay una forma de pensar hondamente, hay una inscripción de su tiempo, del contexto, una forma de tantear una época.
El trabajo político del lector: conocer otras literaturas
—¿Qué importancia tiene para ti registrar en la literatura chilena la pertenencia al pueblo mapuche? Que quede escrito y no escondido.
—Considero que es importante mencionar que hay literaturas de otros pueblos y eso significa que no necesariamente tienen que estar en el mismo conjunto de la literatura chilena. Lo digo porque provienen de pueblos–naciones que han sido despojados de sus derechos pero siguen creando, y por medio de esa creación heterogénea mantienen una forma de pensar, de reflexionar sobre las condiciones históricas del mismo pueblo, de testimoniar aquello que no suele ser evidente para la chilenidad, además de contribuir con formas estéticas propias.
Convivimos diversos pueblos y cada uno tiene sus formas de creación. Por ejemplo, hace poco tiempo atrás, estuve leyendo literatura del pueblo quechua y de algunas escritoras afrodescendientes, y creo que aquello todavía es muy desconocido para la chilenidad.
El pueblo mapuche tiene una larga trayectoria en la literatura, que no empieza en los años 90 como muchos creen. Ese es uno de los ejemplos de la ignorancia que tenemos con respecto a la creación de otros pueblos, es imprescindible la difusión de las “literaturas otras”, las que muchas veces quedan al borde del canon chileno.
—No se visibilizan o muy poco. ¿Quedan escondidas o falta difusión? Es parte de nuestra identidad como país.
—Yo no creo que sea parte de la identidad del país, es más complejo. De cierta manera es parte de la heterogeneidad cultural y política del territorio que habitamos, no una identidad nacional. Además, hay un trabajo político que debe hacer el lector o la lectora para indagar en otras voces, otras lecturas, no caer en el marketing permanente de “lo que se está vendiendo”, porque no siempre coincide el mercado con las obras disidentes, periféricas o de pueblos indígenas.
Hay un trabajo político que hace falta en quienes son espectadores o lectores. Por supuesto, hay un tema estructural relacionado a las políticas públicas culturales y el trato con la difusión, pero también existe una responsabilidad política de los sujetos. Se sigue creando desde los márgenes, desde los otros pueblos y comunidades, otra cosa es que no lo estemos leyendo.
La construcción de «Piñen»
—¿Qué hechos o circunstancias te movieron a escribir las historias presentes en Piñen?
—Para mí, escribir, está cruzado por ciertas detonaciones. Hay una insistencia que de pronto te empieza a generar obsesión, hay temas que interesan y se empiezan a convertir en parte de nuestra porfía. Aquello a veces se va transformando en una obra. Eso pasa en Piñen.
Había unas imágenes de las que me quería hacer cargo, sobre todo por las formas de representación que ha tenido la periferia en el arte y en la literatura. Me molesta la fetichización hacia los pueblos indígenas y a los sujetos populares, porque también pertenezco a ese lugar intermedio.
Sobre el relato en particular, nace de una conversación que tuve con mi mamá. Ella me comentó un hecho del barrio donde me crié, el asesinato de un chico que conocí en mi infancia. A partir de ese acontecimiento fui tejiendo lo demás.
Sentía la necesidad de que esa historia fuese narrada, también como una forma de hacerle justicia a los anónimos y anónimas de esos territorios, que no necesariamente son los sujetos de acción de la literatura.
Y bueno, a partir de eso fui trabajando, pensando cómo iba a crear aquella narración, de qué manera iba a empezar a tejer imágenes, imaginar relaciones ficticias con esa historia real.
—Un tema que está muy presente es la niñez y la adolescencia. ¿Qué quisiste plasmar con esas etapas tan específicas? ¿Qué hay en ellas que le diste una voz, una historia, un cuerpo?
—Me interesa la búsqueda, la indagación en las voces de la infancia y de la adolescencia. Vivimos bajo una sociedad adultocéntrica que deja estas voces al margen, como que no tuvieran un logos, una forma de pensar. Y creo que es todo lo contrario. Soy profesora de filosofía, trato de mantener puentes con el pensamiento de la infancia, con la imaginación infantil.
En Piñen me interesaba la construcción del territorio y de la sociedad que lo habitaba a partir de estas voces. No solamente en torno a la memoria, sino que en diálogo con los niños y con las niñas. ¿Qué es lo que están pensando, qué es lo que están viendo, de qué manera lo observan? Una indagación como fuga de lo racional–adultocéntrico cuyo discurso permanente es que les niñes no pueden reflexionar por sí mismos.
—¿Cómo fue el proceso de adentrarse en la mente de un niño o un adolescente para tejer las historias y reflexiones de los personajes?
—El trabajo de la experiencia y la escucha es importante, porque aunque no necesariamente lo que esté escrito ahí es biográfico o una memoria personal, es un libro que mixtura materiales, va tejiendo relatos de los que he sido testigo o han sido cercanos.
No debemos olvidar que nosotros también fuimos niños y niñas, también fuimos adolescentes y lo significativo es que, a pesar de ser una adulta, todavía me siento muy conectada con mi infancia y mi adolescencia, no me es tan difícil viajar a ese lugar porque todavía me siento conectada con la niña que fui.
Las mujeres de «Piñen»
—Otro de tus temas presentes es el feminismo, ¿cómo conjuga este con la comunidad mapuche?
—Más que esté presente el tema del feminismo, creo que hay problemáticas que están en una perspectiva más interseccional. Las mujeres que están presentes no son solamente mujeres cis, ni hay una forma única de “ser mujer”. En general, están atravesadas también por su clase, por el territorio, por su pertenencia a un pueblo.
Sobre el pueblo mapuche y el feminismo hay diversas opiniones, es parte de la heterogeneidad de un pueblo desplegado territorialmente. El pueblo mapuche tiene sus propias epistemologías y formas de vida, eso también incluye el rol que han tenido las mujeres a lo largo de la historia, tanto en las luchas territoriales, de subsistencia, contra la opresión y el extractivismo.
Estas luchas no son necesariamente feministas, anteceden al feminismo. Y aunque algunas mujeres y parte de las disidencias sexuales del pueblo mapuche actualmente se declaren feministas, hay una parte importante que no quiere catalogarse bajo la lucha feminista, sino que defienden su autonomía, sus genealogías o conocimientos colectivos. El pueblo mapuche y otros pueblos de Abya Yala, tienen sus propias historias de lucha, sus epistemologías y otros nombres para colectivizarse.
Además, también hay una hostilidad generalizada ante el feminismo hegemónico que no genera cruces con los territorios y las experiencias de los pueblos, sino que mantiene una mirada sesgada de lo que considera “una mujer universal” frente a un “patriarcado universal”, cuando desde los pueblos indígenas, la lucha contra el colonialismo y el racismo ha sido transversal para las mujeres y toda la comunidad.
Para indagar en epistemologías indígenas o afrodescendientes, recomiendo leer a Aura Cumes, Gladys Tzul, Millaray Painemal, Yásnaya Aguilar, Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, entre otras pensadoras maravillosas de Abya Yala.
—¿Tiene que ver con tipos de pensamientos y de experiencias?
—Es que son experiencias y epistemologías distintas. Las mujeres indígenas tienen sus propias epistemologías, algunas veces pueden generar relaciones con otras, como por ejemplo, el feminismo descolonial, anticolonial, comunitario, negro, etcétera.
Pero también aquello depende de cómo estos feminismos han mantenido un diálogo crítico con las experiencias de los pueblos avasallados por el colonialismo, se han mantenido conectados a las luchas territoriales, anticapitalistas, antiextractivistas, antirracistas.
¿Cuánto sabe el feminismo hegemónico de estas luchas?, ¿de las epistemologías indígenas, de los derechos de los pueblos?
¿Cuántas mujeres feministas conocen sin caricaturizar ni fetichizar a los pueblos indígenas y a las comunidades afrodescendientes?
No solamente la violencia de género está cruzando los territorios, obviamente existe, pero también las comunidades están militarizadas, cada día hay más zonas de sacrificio, proyectos extractivistas que devoran las formas de vida.
—Hay una responsabilidad.
—¡Por supuesto! Hay una responsabilidad política. Lo mismo que con nuestras lecturas, de alguna manera hay que buscar, indagar y hacernos responsables políticamente de lo que estamos leyendo, de lo que estamos aprendiendo y de cómo nos vinculamos con las comunidades que viven acá.
Pienso en que el territorio mapuche es pre existente al Estado nación chileno, pero, ¿de qué manera la chilenidad se encuentra con la experiencia y existencia del pueblo mapuche y de los otros pueblos originarios?
No desde una jerarquización o desde una folclorización, sino que desde tramas comunitarias, solidarias, vinculares y afectivas. Podemos generar lazos comunitarios también en la ciudad. De alguna manera, la revuelta ha sido un lugar heterogéneo de luchas que están conectadas, y creo que eso lo podemos llevar a cabo en un plano que también sea cotidiano.
—¿Qué rol cumple la figura femenina en «Piñen»?
—Es una figura compleja, porque hay diferentes mujeres. No hay una mujer universal porque yo tampoco creo en una mujer universal, las mujeres están cruzadas por distintas experiencias, por otras violencias, incluso de no poder llamarse a sí mismas como mujeres, a pesar de sentirse y verse como tal.
Lo interesante de aquello es la posibilidad de heterogeneidad del signo mujer, que está atravesado por esa complejidad, además de las condiciones históricas, sociales y políticas.
Me interesa mostrar un más allá, que no es necesariamente binario y eso está cruzado por el territorio en el que viven estas mujeres, que es uno periférico muchas veces traspasado por otros tipos de violencia, empobrecimiento y despojo.
***
Sofía Stark Bittencourt (Santiago, 1992) es periodista y se ha desempeñado en diversas áreas de las comunicaciones. Dentro de sus intereses están los deportes, la literatura, el cine, los documentales y las series. Es la creadora del blog @tengoalgopacontarte.
Imagen destacada: Daniela Catrileo.