[Entrevista] Diego Garrido: «James Joyce fue el menos hipócrita de los escritores»

El autor y traductor madrileño acaba de editar para Páginas de Espuma el segundo volumen con las misivas del genial narrador irlandés, que titulado «Cartas (1920 – 1941)», recoge la correspondencia del creador de «Ulises» dirigidas a su hermano, a sus amigos, y a su esposa Nora Barnacle.

Por Eduardo Suárez Fernández-Miranda

Publicado el 6.4.2025

Diego Garrido (Madrid, 1997) ha traducido la que es considerada la edición más completa en español de las Cartas de James Joyce (1882 – 1941).

Como traductor del escritor irlandés, ya se había ocupado de trasladar a nuestro idioma la novela Stephen Hero, publicada por Firmamento Editores, y los Cuentos y prosas breves, que ha editado, al igual que la correspondencia completa, Páginas de Espuma.

Así, el Diario Cine y Literatura conversó con Garrido sobre la figura de Joyce y acerca de su personalísima tarea como traductor.

En efecto, en las carillas de este segundo volumen de las Cartas (1920 – 1941) se recogen misivas del autor irlandés dirigidas a su hermano, a sus amigos, y a su en ese entonces novia y después esposa, Nora Barnacle, las cuales lo exhiben al desnudo y de una forma bastante cercana en lo humano y también en lo afectivo.

Por ejemplo, adelanta Garrido: «En una carta le dice a Nora algo así como: ‘Quisiera darte todo lo que es mío: cada conocimiento que tenga y cada emoción que siento y haya sentido y cada gusto y cada aversión y cada esperanza y remordimiento y recuerdo y sueño e imaginación'».

«Aquello —prosigue el traductor— es lo que intentó hacer con sus libros: meter allí absolutamente todo, irse a la tumba tranquilo sabiendo que había almacenado cada cosa y persona que le había importado de una forma u otra a lo largo de su vida», reflexiona el experto en la obra del creador de Ulises.

«¿Por qué negar a los lectores una parte tan fundamental de Joyce? ¿Hasta cuándo?», interpela el también novelista madrileño.

«Esas cartas —continúa el encargado de este texto— son literatura como lo son sus libros, ambas forman parte de su obra y de su vida».

También, y en su faceta como escritor de ficciones propias, Diego Garrido publicó durante el año pasado la novela Libro de los días de Stanislaus Joyce (2024), con gran éxito de crítica y de lectores, vía editorial Anagrama en su prestigiosa colección Narrativas Hispánicas.

Garrido, asimismo, estudió producción cinematográfica en la Escuela de Cine y del Audiovisual de Madrid (ECAM).

 

«Joyce le va haciendo la taxidermia a la realidad»

—Señalaba T.S. Eliot que «en el caso de Joyce, sus libros son tan autobiográficos en apariencia que un estudio más profundo del hombre y sus antecedentes parece venir, no solo sugerido por nuestra curiosidad, sino casi esperado por el autor». Las cartas que publica la editorial Páginas de Espuma, en tu traducción, ¿van a ayudarnos a comprender mejor una obra tan compleja?

—Sí. El material de los escritores es lo que pasa por sus cabezas, y esto es a menudo la gente que conocen y sus propias experiencias.

El caso de Joyce es muy engañoso y me recuerda al de Proust. En ambos casos la literatura está tan lograda y aparece tan confundida con la propia vida que pareciera que la realidad que se vivió es precisamente la de los libros. Pero esto es falso.

Aquí, en las cartas, vamos a ver el origen de la literatura (que es lo que queda al fin). Vamos a vivir con Joyce hechos biográficos, con su impacto y confusión iniciales, luego vamos a vivir las primeras vueltas mentales, ya en la distancia, a esos mismos hechos, y vamos a ver año a año como se transforman en ficción.

Un ejemplo. Joyce en 1904 escribe a Nora desde la Torre de Sandycove, y sabemos de sus problemas con Gogarty. Años después vemos que insiste e insiste y que sigue obsesionado con Gogarty y su ‘traición’. Luego vemos que planea utilizarla en un libro. Luego sabemos que ese acontecimiento es el inicio del Ulises.

La lectura cronológica de estas cartas nos permite ver cómo Joyce le va haciendo la taxidermia a la realidad, cómo la transforma poco a poco en literatura, que era, en fin, el objetivo de su vida.

 

«En estas cartas encontramos absolutamente de todo»

—Al traducir las cartas de James Joyce, ¿has descubierto a un escritor diferente, al menos en algunos aspectos, de lo que previamente habías imaginado?

—Sí, no es el Joyce de su literatura, o lo es a medias. No pensó que sus cartas fuesen a ser leídas, y habló con absoluta sinceridad de su día a día e intenciones; con su hermano, con sus amigos, con Nora.

Descubrimos a un Joyce mucho más agitado y vulnerable. No es Stephen Dedalus, tan calculador y solitario. Es un joven (y luego un hombre) divertido, desastroso y sentimental, que desea dialogar con otras personas y se siente a menudo solo.

Que no habla solo de los temas que siempre le obsesionaron porque a veces el día a día se impone: el qué comer, cómo conseguir el dinero para comprarlo, una nueva mudanza, los problemas logísticos de la guerra, un padre abandonado, sus envidias y enemistades, pensamientos, lecturas, deseos.

En estas cartas encontramos absolutamente de todo.

 

«Una especie de careta de carnaval»

—»Lo que leemos es tan íntimo que casi me siento culpable por haber transitado estas páginas». Estas palabras de Dorothy Parker se refieren al Diario de Katherine Mansfield, y son oportunas con relación a las misivas más íntimas de Joyce. ¿Se debe publicar cualquier carta justificando que pertenece al autor de Ulises?

—Yo creo que sí, que no hay mayor problema. El Joyce hombre, aquel que sintió todas esas pasiones y deseos, dejó de existir hace mucho tiempo y no volverá a hacerlo. Lo que queda es el escritor, que es como una especie de careta de carnaval. Esto es un poco melancólico y pasa siempre.

No sé si queda viva una sola persona que le conociera de verdad. Los escritores, si tienen suerte y su literatura es valiosa más allá de su época concreta, dejan de ser personas y pasan a convertirse en palabras estampadas en un pedazo de papel. No veo por qué habría de negarse a los lectores la intimidad de esta especie de fantasmas que ya no son personas.

La cosa es dónde poner el límite.

No me parecería bien en absoluto publicar unas cartas similares, si las hubiera, de un (pongamos) Javier Marías, por sus seres queridos. Pero Joyce murió hace muchos años, y además nuestro tiempo pasa deprisa. Parece que pertenece a otro mundo, y los lectores y las instituciones se han esforzado en convertirlo en una leyenda.

Joyce fue el menos hipócrita de los escritores, y su franqueza lo enfrentó a menudo con la moral más o menos puritana. Estaba obsesionado con mostrarse por entero, no dejar un solo lado del prisma sin alumbrar, algo no tan común entonces. Aunque siempre en la ficción.

En una carta le dice a Nora algo así como: ‘Quisiera darte todo lo que es mío: cada conocimiento que tenga y cada emoción que siento y haya sentido y cada gusto y cada aversión y cada esperanza y remordimiento y recuerdo y sueño e imaginación’.

Aquello es lo que intentó hacer con sus libros: meter allí absolutamente todo, irse a la tumba tranquilo sabiendo que había almacenado cada cosa y persona que le había importado de una forma u otra a lo largo de su vida.

¿Por qué negar a los lectores una parte tan fundamental de Joyce? ¿Hasta cuándo?

Esas cartas son literatura como lo son sus libros, ambas forman parte de su obra y de su vida.

 

«Luego ver la película de John Huston Los muertos«

—El primer volumen de las cartas se lo dedicas «al trabajo y la memoria de Richard Ellmann». ¿Leer su biografía sobre James Joyce sigue siendo la mejor manera de conocer al escritor irlandés?

—Yo me obsesioné con Joyce cuando leí su biografía, que es una biografía muy aventurera y muy de ‘yo contra el mundo’ (¡y que encima sale tan bien!).

Esto anima desde luego a los jóvenes sin obra y nada más que una ambición literaria abstracta y difícil.

Joyce fue un héroe novelesco, y como su material crudo fue su vida diaria parece decirnos: todos tenemos un material igual de valioso, tú no tienes menos opciones de hacer buenos libros con lo que te pasa que yo, sea lo que sea lo que te pasa.

Yo recomiendo la siguiente lectura de Joyce, si se puede en inglés: Dublineses —luego ver la película de John Huston Los muertos— luego pasarse sus buenos días y noches escuchando en bucle la tradicional balada irlandesa «The Lass of Aughrim» que aparece en el cuento «The Dead»leer entonces el Retrato del artista adolescente—, y después leer su primera poesía y la biografía de Richard Ellmann (si hemos llegado aquí Joyce será ya seguramente una de las personas más importantes en nuestra vida actual).

Luego, leer, a atracones, el Ulises y leer su segunda poesía —leer las cartas y absolutamente todos los papeles que podamos que tengan que ver con Joyce (esto lo haremos gustosos, lo buscaremos)— y al fin llegaremos entonces al borde del abismo: el Finnegans Wake —después de fracasar con este libro probablemente recorramos de nuevo todo el ciclo anterior en un commodius vicus of recirculation—.

Joyce será para siempre uno de nuestros mejores amigos.

 

«Los libros de Páginas de Espuma son como lugares donde uno está a gusto»

—No es la primera vez que te acercas a James Joyce como traductor. En 2022 Páginas de Espuma publicó Cuentos y prosas breves. ¿Por qué elegiste Páginas de Espuma para publicar este libro?

—Me parecía una editorial perfecta por su trabajo con los clásicos y su apuesta por los libros grandes, minuciosos y completos. Mis libros favoritos son los libros inabarcables, a menudo misceláneos, que no tienen por qué leerse de seguido ni de la primer página en orden estricto a la última.

Los libros de Páginas de Espuma son como lugares donde uno está a gusto y a los que volver. Ernesto Castro definió estas cartas como una botella de whisky que uno tiene en casa. No la ha comprado para bebérsela de un trago, pero le gusta saber que la tiene allí y que cuando quiera le puede dar un sorbito.

A mí me encantan este tipo de libros, y Páginas de Espuma tiene un buen montón de ellos publicados. Aunque si yo hubiera encontrado este libro probablemente me lo habría leído de un trago.

 

«Uno puede hacerse joyceano y dedicar su vida a esto y nada más»

—La editorial Firmamento publicó la novela inacabada de Joyce, Stephen Hero, en tu traducción. Hace muchos años, esta obra había sido publicada por la editorial Lumen, en la traducción de José María Valverde. ¿Qué aporta esta nueva edición?

—La obra de Joyce es circular, y los conceptos que le obsesionan con 18 años le siguen obsesionando con 26 y con 50. Valverde no tenía toda la información que tenemos ahora, no podía hacerse de forma tan clara una panorámica de Joyce.

Un ejemplo es el título mismo: Stephen Hero, que Valverde traduce como Stephen el héroe. El título (suministrado, como el del Retrato, por Stanislaus) hacía referencia y era una parodia de la balada inglesa Turpin Hero, por diversos motivos.

Este juego, que desaparece en Valverde, es solo uno de los mil detalles joyceanos que encontramos a cada página, y no todos ellos relacionados con las referencias a terceros o los juegos de palabras, sino muchos con su propia obra, que entonces no existía.

Uno puede hacerse joyceano como puede hacerse cervantista y dedicar su vida a esto y nada más. Pero probablemente sea un poco triste.

 

La influencia del cineasta Víctor Erice

—¿Cómo surgió tu interés por la obra de Joyce, hasta el punto de convertirte en su traductor?

—Yo estudiaba cine en una escuela de Madrid, la ECAM, pero no me dio la nota para entrar a dirección, que es lo que quería, y en su lugar entré a producción, que no me gustaba.

Durante el segundo curso asistí a un taller del cineasta Víctor Erice donde este hacía una comparación de textos y películas. Y una de estas comparaciones tenía como sujeto Los muertos de Joyce-Houston. La película me gustó muchísimo y leí el cuento, y después Dublineses completo.

Luego seguí con el Retrato del artista adolescente, que me animó mucho en un momento en el que yo estaba algo confuso porque quizá el cine no era mi vocación. Había hecho una película que me había llevado cuatro años y había sido un fracaso.

Entonces empecé a leer con mayor entusiasmo y Joyce se convirtió un poco para mí entonces en Dios, Cristo y la Paloma. Luego ya se tranquilizó la cosa.

 

«El Joyce de las Cartas no es el Joyce de Ulises o Finnegans Wake«

—¿Puedes hablarnos a cerca de tu método de trabajo?

—¿El mío?

Me levanto más o menos pronto por las mañanas y escribo un rato, luego traduzco.

En el caso de Joyce lo he leído muchísimo en lo que sería mi tiempo libre y lo conozco bien, así que normalmente no tengo que superar grandes escollos (hay que recordar que el Joyce de las Cartas no es el Joyce de Ulises o Finnegans Wake).

Tengo una tabla con todas las cartas, que he ordenado cronológicamente, y voy traduciendo y tachando, a partir de distintos libros y fuentes.

 

«La página web de la James Joyce’s Correspondance«

—Volviendo a las Cartas, se trata de la edición más completa de la correspondencia de James Joyce. ¿Cómo ha sido la tarea de recopilación de estas misivas?

—Ha sido una tarea bastante amena.

Las fuentes principales ha sido la página web de la James Joyce’s Correspondance, los tres volúmenes de Richard Ellmann y el volumen de Stuart Gilbert, además de alguna que otra cosilla puntual.

 

«Un libro enteramente ilustrado que se publicará para la Navidad»

—El primer volumen de las Cartas incluye las ilustraciones de Arturo Garrido, autor de la portada del libro. ¿Cómo surgió la idea de estos dibujos?

—Mi hermano es artista plástico y siempre me ha gustado mucho lo que hace.

Para el anterior, Cuentos y prosas breves, ya hizo la portada y algún que otro dibujo. Ahora estamos colaborando para un libro enteramente ilustrado que se publicará en otra editorial para la Navidad.

 

«Le tengo un cariño especial a Stanislaus»

—Sin abandonar el ámbito del escritor irlandés, has escrito la novela titulada Libro de los días de Stanislaus Joyce (Anagrama, 2024). ¿Qué puede contarnos de la relación de James Joyce con su hermano Stanislaus?

—La relación fue muy complicada, de adulación y de odio. James llamaba a su hermano su ‘piedra de afilar’. Este tema me ha obsesionado especialmente.

Traduje primero el diario real de Stanislaus y luego dediqué año y medio a ficcionarlo. Le tengo un cariño especial a Stanislaus. Está enterrado en Trieste y pronto iré a verle.

 

«Uno nunca sabe qué va a quedar de los escritores en la cultura popular»

—Desde el mundo del cómic ha habido un acercamiento a la figura de James Joyce, es el caso de Dublinés, del ilustrador e historietista Alfonso Zapico, o de La niña de sus ojos, de Mary y Bryan Talbot. ¿Conoces estas obras?

—El primero sí, me lo regaló mi padre. Esto significa que Joyce ha trascendido el mundo de la literatura y su propia obra y ha pasado a ser un personaje de la cultura popular, como Borges o como Walt Whitman.

De Joyce ha quedado la dificultad. A veces escucho a gente que no ha leído nunca decir ‘es la magdalena de Proust’. Uno nunca sabe qué va a quedar de los escritores en la cultura popular, si queda algo.

 

«Joyce buscó un poco esa imagen oscura y laberíntica»

—La idea que se tiene de James Joyce como escritor complejo, en parte puesta de manifiesto por sus estudiosos, ¿ha alejado a muchos lectores del escritor dublinés?

—Supongo que sí. Él mismo buscó un poco esa imagen oscura y laberíntica. Tampoco sé muy bien por qué.

Cuando tiene que elegir un nombre para su héroe, a los 22 años, elige Stephen (el primer mártir cristiano) Dedalus (el arquitecto griego inventor de laberintos).

Y cumplió con creces esa profecía autoimpuesta.

 

«Los grandes misterios no se resuelven»

—¿Crees que el lector debe «zambullirse directamente en sus páginas, dejándose llevar por el poderío musical y ambiental de su palabra, y encomendando confiadamente sus oscuridades a la esperanza de una gradual familiarización con la obra», como aconsejaba José María Valverde?

—Sí. La verdad es que me parece un consejo estupendo.

El peor lector del Ulises (y lector en general) es aquel que no espera encontrar un sentido, resolver un misterio.

Los grandes misterios no se resuelven.

 

«Muchos traductores de Joyce han tenido otro empleo aparte»

—¿Has pensado en preparar una traducción de Ulysses?

—Me gustaría traducirlo, sí. Por qué no. Pero ahora mismo hay un hartazgo del Ulises, con demasiadas traducciones muy similares. Además, que dudo que el trabajo estuviera en algún caso bien pagado.

Muchos traductores de Joyce han tenido otro empleo aparte que les ha permitido dedicarse a esa labor un poco romántica. Yo no lo tengo.

 

 

 

 

 

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Eduardo Suárez Fernández-Miranda nació en Gijón (España). Licenciado en derecho por la Universidad de Sevilla, realiza sus estudios de doctorado dentro del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la misma Casa de Estudios superiores.

Colabora como crítico literario en las revistas españolas El Ciervo, Serra d’Or, Llegir.cat, Gràffica y Quimera, donde lleva a cabo una serie de entrevistas a escritores, editores y traductores, nacionales y extranjeros.

Asimismo, escribe para las publicaciones americanas Cine y Literatura (Chile), La Tempestad (México), Continuidad de los Libros (Argentina) y Latin American Literature Today (University of Oklahoma). También, colabora de forma ocasional en los diarios asturianos El Comercio y La Nueva España.

 

«Cartas (1920 – 1941)», de James Joyce (Páginas de Espuma, 2025)

 

 

 

«Cartas (1900 – 1920)», de James Joyce (Páginas de Espuma, 2023)

 

 

 

Eduardo Suárez Fernández-Miranda

 

 

Imagen destacada: Diego Garrido (por Enrique Cidoncha).