El reconocido poeta chileno, y quien esta temporada cumple 40 años, persiste en el género de la invención dramática con un libro a medio camino entre una extensa investigación histórica y la creación desbordada, bautizado como «Sobre nosotros callaremos (Editorial Provincianos, 2021), y además, anuncia un inédito set de versos a lanzarse durante el próximo mes de marzo, y cuyo título será el de «Variaciones de un día».
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 22.2.2022
«Apenas morimos nacemos para la ficción, apenas dejamos de responder nos interpretan».
Enrique Winter
Enrique Winter (1982) es un escritor y traductor porteño, reconocido con los premios Nacional Pablo de Rokha y Goodmorning Menagerie en Washington, entre becas chilenas, alemanas y colombianas.
Es autor de los poemarios Atar las naves (2003), Rascacielos (2008), Guía de despacho (2010) y Lengua de señas (2015), publicados en cuatro idiomas y una docena de países, y de la narración breve Las bolsas de basura (2015).
Con su nuevo libro, titulado Sobre nosotros callaremos (Provincianos, 2021) indaga en la genealogía de una familia, la suya, o bien, siguiendo a Juan Luis Martínez, en su desaparición, en medio del polvo y el paso ineluctable del tiempo.
Urde raíces, investiga, documenta, entrevista y viaja. Winter nos sorprende con un trabajo minucioso, una novela histórica que bien podría apelarnos. Porque, al fin y al cabo, ¿quién no tiene pasado y quién no oculta secretos?
«Escribo para callar»
—Sabemos lo difícil que es hablar de la familia, por las suspicacias de la misma, ¿hubo problemas con la elaboración de esta novela, porque tocas temas delicados como romances prohibidos, dolores o suicidios?
—Es curioso cómo hablar y escribir se contraponen. Sinceramente, escribo para callar, lo prefiero a mi verborrea, y eso es justo lo que hicieron mis antepasados. A medida que investigaba, me parecía natural que hubieran ocultado estos asuntos, ¿pero también a los cantores o a los creadores de máquinas en plena barbarie?
Me interesa su relación con los años que, por un lado, suavizan las suspicacias, pero, por el otro, las vuelven aún más ásperas. Sófocles lo dice mejor en el epígrafe: “El tiempo continuo y sin medida / saca a la luz las cosas ocultas y luego las encripta”.
Los ‘romances prohibidos’ configuran un feminismo avant la lettre en Krystyna, así como la distancia permite mostrarla del lado incorrecto de la historia durante la dictadura chilena. Falleció el día anterior a que empezáramos la edición con Nicolás Meneses. Mi padre es su único hijo, no había nadie más que pudiera enojarse, y él, por el contrario, me agradece el regalo de un pasado que desconocía.
«Es más fácil tragarse un saco de sal que conocer a un hombre»
—Al ser un libro de no ficción, ¿cómo lo hiciste en términos de la construcción de distintos narradores, considerando la proximidad familiar de lo narrado?
—No hubo tal proximidad, yo no sabía nada de ellos y, sin proponérmelo, la novela hizo un recorrido hacia el origen, y el origen de toda realidad es la ficción. ¿Cómo vamos a conocer a los muertos de hace doscientos años si no me conozco ni a mí?
Omito la categoría anglosajona de ficción o no ficción en mi propia biblioteca, ni qué decir en mi escritura, porque aún frente a la iglesia donde se casaron mis abuelos, con el certificado de matrimonio en la mano, ¿qué puedo escribir que no sea mi propia imaginación apoyada en esos bastones?
El narrador es uno solo y me alegra que hayas sentido a varios, porque poblé de voces la novela, quería que ellas contaran. La de Krystyna la conocí, la de Alfons quedó en fraseos alemanes como que es más fácil tragarse un saco de sal que conocer a un hombre.
—En términos literarios, ¿cómo organizaste la información y los testimonios? ¿Cómo surgieron los títulos de los capítulos? ¿Hubo complicaciones?
—Empecé registrando lo que había, como en el origen mismo de la escritura. Anotaban los panes, no los poemas épicos. En Sobre nosotros callaremos los enigmas familiares dieron rienda suelta a las escenas y en ellas cabalgaron las voces. Desde un comienzo quise que la experiencia de lectura acompañara la vivida entre 2008 y 2014, desde la llegada de la demanda por el abandono de Krystyna a la pérdida de su memoria que hacía imposible ir más atrás.
Los restantes tres cuartos los escribí cronológicamente tras el hallazgo de algunos documentos decimonónicos. Los organicé en reversa, fiel a mi propia comprensión por capas, desde lo cercano a lo remoto. Los títulos de los capítulos los puse al final, me divierte situar y abrir interpretaciones con ellos.
Titulo hasta los libros de los amigos, ¿puedo hacerlo con esta entrevista?
«Las falencias de la memoria nos protegen»
—Sí, claro. Cito: “La memoria es menos dada a la verdad que a complacernos momentáneamente”. El trabajo del testimonio es complejo, dado de que no existen datos, sino discursos, y los discursos no siempre son fiables, coquetean entre develar y ocultar. ¿Cómo fuiste trabajando esto?
—Contrastando los testimonios entre sí, a veces con la misma persona años después, una versión lenta y cariñosa de los interrogatorios. También los cotejaba con documentos y con lecturas de las épocas y lugares retratados desde la historia, la economía y la literatura. Quería los olores y sabores, los deseos y miedos del momento, lo no contado que podía inferir. Todo sirve para una sajona frente a las tropas napoleónicas o un joven militante de la Unidad Popular.
Eran tan fiables el pasaporte de los ancestros emitido por los nazis como la carta de amor de Alfons a Krystyna llamándola a irse donde sus parientes mientras él se escondía del estalinismo. Ambos documentos vienen en la novela y los considero parte del relato.
Las falencias de la memoria nos protegen, es bello asistir a la invención del pasado de cada uno. Es casi lo único que tenemos y que somos.
—¿Con qué sorpresas te topaste en el proceso de investigación?
—La primera sorpresa es la negación de la evidencia. Yo había visto lo denunciado en las primeras páginas. Lo había escrito en otra novela incluso, pero no había pasado por mí. Desde ahí todo: la hermana y los hermanos que Krystyna me nombró por primera vez, sus edades y causas de muerte que encontré en los pueblos polacos.
Los hallazgos son el libro no escrito, porque en la mera Navidad en que ella dejó de reconocernos terminé el relato de los hechos y empecé la investigación de campo. Podría citar el encuentro tras el moho de la tumba jamás visitada de August Hanelt (1850-1938), en un cementerio a la salida de Ozorków. Era el músico del pueblo y compuso el último movimiento de esta sinfonía.
«Me conforta haber eludido la moda de la autoficción»
—¿Cómo surgió la idea del viaje a Polonia para la reconstrucción de la memoria familiar? ¿Qué nos puedes contar de esa experiencia, sus dificultades, el idioma?
—El primer viaje surgió hace diez años solo porque estaba en Berlín, a un par de horas en tren. Me acompañó un amigo que viviendo ahí y habiendo recorrido el mundo entero jamás había cruzado la frontera, lo que refleja la extrañeza que sentimos.
Era un intruso, qué vinculo podía tener yo con Łódź o Nowy Dwór como para ir a buscarlo, por qué había elegido los sitios donde nacieron y no donde fueron felices, si lo fueron en alguna parte, donde hubieran llegado por una decisión de aquellas que nos hacen quienes somos y no por las circunstancias más o menos arbitrarias bajo las cuales nos parieron.
A los dos años me invitaron de un curso que había traducido mis poemas, de ese viaje narré las dificultades sociológicas y lingüísticas. Mi acercamiento merece el título que robé en el capítulo: “La insoportable levedad del ser”. La mía, por supuesto.
Después desaparecí de la novela para escribirla. Me conforta haber eludido la moda de la autoficción.
—Has trabajado principalmente en poesía, ¿cómo fue ese salto a una novela extensísima como esta? ¿Qué elementos de la lírica podemos encontrar aquí, si los hubiese?
—Alguna vez pensé esta novela en verso, proponiendo una respiración diferente, y los hechos exigieron una prosa lo más continua posible. El deseo anterior derivó a Variaciones de un día, el libro de poemas que publicaré en marzo.
La novela tiene capítulos breves con escenas y conflictos definidos que, creo, otorgan una lectura placentera a otra velocidad de la ofrecida en poesía. Si el poema devela sus niveles subiendo y bajando, esta novela es horizontal: retrocede y avanza.
De la lírica quisiera todo, espaciado tal vez: la oralidad, la belleza de lo inesperado, la fragilidad humana. Y la ironía, que debería recordar cuando respondo entrevistas.
Merodear la nostalgia desde el sonido y la imagen
—Me quedé pensando en la frase «la desaparición de una familia», casi como un mantra y con una clara reminiscencia al poema de Juan Luis Martínez. Tu libro, por momentos, tiene cierto dejo de nostalgia, esa palabra que nos recuerda lo frágil que es la vida, teñida más temprano que tarde, de polvo y olvido (esa imagen de la tumba familiar, y los que «aún» viven, arriba). ¿Con qué te quedas al final del camino? ¿Hay una reconciliación con tu propia ascendencia?
—Cierta poesía que amo es literal y la familia terminaba efectivamente con la muerte de mis tíos abuelos mientras la dictadura desaparecía a miles de compañeros de mi padre. Reiterarlo me parecía necesario. La nostalgia es tramposa, mezcla lo sucedido con lo que no, y deja de haber pasado lo que olvidamos sin registro. A eso apostaron mis ancestros, el problema es que el inconsciente lo hereda.
Yo preferí merodear la nostalgia desde el sonido y la imagen, quizás sea mi manera de defenderme, de salir del mundo para volver recargado a él. Yo no tenía cuentas pendientes con mi ascendencia y espero que eso favorezca al libro, me dan vergüenza ajena las venganzas. Hay que ser Kafka para que importen.
Sigo amando a quienes conocí, ahora que me parecen heroicos y débiles; hicieron lo que pudieron, como todos. Debía entenderlos para cortar la exposición a la violencia y la reconciliación quizás venga ahora, conmigo o contigo.
—Siguiendo con la pregunta anterior, ¿podríamos decir que la memoria familiar es más una traducción que se va descifrando que una enciclopedia con hechos y sujetos objetivos, más aún considerando la muerte que signa el destino de la familia?
Completamente. Si la tradujera hoy, la novela sería otra. Podría decirse que es música también, lo que recuerdan quienes han olvidado la letra y los hechos. Krystyna murió cantando en polaco.
Lo que saqué a la luz vuelve a encriptarse, fue apenas el prólogo para lo que ahora se ilumina.
¿Tuve que escribir este ladrillo para darme cuenta? Sí.
—¿Con qué se toparán las lectoras y los lectores?
—Con cuentos de amor, de locura y de muerte. Con sus propias zonas erróneas.
***
Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018) y el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019).
Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.
Imagen destacada: Enrique Winter.