En días donde la obra literaria de este destacado ingeniero comercial y también crítico nacional de cine adquiere un especial realce debido a la publicación de su transgresora novela «Miedo» (Zuramerica, 2021), rescatamos este diálogo motivado por el lanzamiento de su anterior y reciente crédito de ficción («Voces de mi cabeza»), desde un «conversatorio» ocurrido en el contexto de la última Lluvia del Libro 2020, organizada por la asociación Editores de Chile.
Por Max Valdés Avilés
Publicado el 23.2.2021
Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es antes que cualquier otro juicio o apelativo sobre su persona, un hombre valiente, un intelectual chileno que no ha dudado en confrontar —mediante el ejercicio y el cultivo disciplinado en la apreciación de las artes audiovisuales— a los poderes fácticos y atávicos, que tras las sombras y parapetados en la cobardía, han destruido la dignidad del cine nacional.
En efecto, y a través de su tribuna en diversos medios del país, Ricci ha sido uno de los pocos analistas de prestigio que ha denunciado la farsa melodramática y emocional, y en consecuencia de escasa calidad dramática y cinematográfica, patente en largometrajes como El agente topo (2020), de la realizadora chilena Maite Alberdi.
Así, aquel filme es un invento comunicacional (por parte de lobbistas comprometidos) y una empresa financiera (a causa de agentes interesados), que con un discurso audiovisual confuso y reiterativo, tiene convencidas a las audiencias nacionales (previa seducción medial y de ingeniería social, por cierto), de ser una cinta sobresaliente y de simbolizar a la pieza representativa de una industria cinética que, pese a todo, guarda una inmensa valía artística, pero lejos de las élites oligárquicas que tienen secuestrado a su circuito productivo en la actualidad.
Ricci Anduaga ha asumido los costos y los riesgos, y su sensibilidad ha evidenciado los daños. Pero la literatura lo salvó y lo tiene vivo, y «coleando», como se dice, escribiendo, dando la batalla por la libertad de comunicación y de información en este país que siempre ha despreciado a la democracia popular y al verdadero debate cultural y de ideas.
Titulado de ingeniero comercial en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y luego de forjar una exitosa carrera en el mundo de los negocios bursátiles y tecnológicos, el también temerario crítico de cine ha publicado las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016), y las ya citadas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020) y Miedo (Zuramerica Ediciones, 2021).
La gran mayoría de estos textos han contado con una cálida recepción por parte de la academia, el periodismo especializado y las audiencias lectoras, quienes han premiado la sinceridad y el perfeccionamiento de un talento literario que ha renacido, continuamente, con cada libro que ha lanzado.
Antes de publicar hace unos días Miedo, bajo el patrocinio y sello de la pujante Zuramerica Ediciones, Ricci Anduaga anteriormente hizo circular la novela Voces en mi cabeza, durante el segundo semestre del año pasado.
Y al correr de las duras jornadas de ese esfuerzo de difusión editorial independiente, fue que ocurrió el conversatorio que ahora damos a conocer, y el cual se había mantenido inédito, pese a su indudable valor creativo y testimonial, en un ping pong no apto para quienes padecen malestares cardíacos ni menos para los timoratos del pensamiento. [Nota de la Redacción]
«He tenido muchos cuadros psicóticos en mi vida»
—¿Cuáles fueron las motivaciones para escribir la novela?
—Dar cuenta de un proceso mental complejo por el que estaba pasando durante 2018, para dejar salir la voz interna, sin duda se trató un período en que no hablaba con muchas personas.
—¿A qué te refieres con proceso mental?
—He tenido muchos cuadros psicóticos en mi vida. En 2017 experimenté las típicas voces que suelen acorralarme cada cierto tiempo, pero esta vez fueron mucho más intensas.
—¿Por eso el título Voces en mi cabeza?
—Son voces internas gatilladas por ruidos externos, se apropian de los lugares, intimidan en cierto modo. Voces descalificatorias que no te dejan en paz, es difícil concentrarse.
—¿Escribir la novela te ayudó con las voces?
—Les dio un cauce, una explicación, un orden. Escuchaba voces diferentes en cada línea del Metro y antes de dormir aumentan su caudal. Las horas de descanso se vuelven un suplicio. Escribir permite bajarles el volumen a esas voces, concentrarse en la ficción te rescata de la realidad.
—Parece un proceso de sanación.
—El presente brote esquizofrénico ha sido durísimo, llevo cuatro años con voces internas y recién en 2020 comenzaron a ceder. Gracias a medicamentos, acupuntura y mucha meditación para bajarle el volumen a las voces. Al principio, no había un minuto del día sin frases descalificatorias: «Te estoy vigilando, te vamos a matar, maricón de mierda, salta a las vías del tren, somos los poderes fácticos del cine chileno».
«El gen de la esquizofrenia (controlado) permite acceder a diversas dimensiones»
—¿Son las voces que aparecen en la novela cuando viajas en Metro?
—Las imaginé como mantras que me permitían viajar entre dimensiones de espacio-tiempo. Pero no sólo están esas voces en la novela: están las películas de cine (las coincidencias entre ficción y realidad), la tercera persona que es invadida por una primera persona (narrador); las voces de la historia de Chile de los últimos 50 años, los personajes (Daniel y Victoria) que expresan voces diferentes cada vez que se encuentran en una nueva dimensión.
—¿Qué expresan esas dimensiones?
—Tienen que ver con la física cuántica y los desplazamientos en el espacio-tiempo. El gen de la esquizofrenia (controlado) es el que permite acceder a todas esas dimensiones. El problema surge cuando los eventos negativos van contaminando cada dimensión visitada y esa simultaneidad mental genera estragos, delirios de persecución.
—Al lector nunca le queda claro si el viaje del protagonista es real, mental o si los seres evolucionados de verdad existen.
—Esa es la vertiente de ciencia ficción dentro de la novela, los entes evolucionados podrían perfectamente corresponder a seres del espacio. Los entes evolucionados representan a fuerzas superiores a las humanas, son fuente de conocimiento (enseñan acupuntura, meditación), pero también son fuente de excesos (vigilancia del comportamiento de los humanos).
En este último ámbito son como la DINA: abusan de su poder. Los agentes de la DINA torturaban y asesinaban, y cuando estos seres evolucionados eliminan a los humanos que cometen actos oprobiosos, en resumen, también asesinan. Hay una lógica de Naranja mecánica: el fin no justifica los medios, no puedes eliminar el mal dando muerte a los que incurren en actos de maldad.
—El tema de los abusos está diseminado en toda la novela.
—Es verdad, desnuda los abusos durante la dictadura, las torturas, hay una analogía con los vejámenes sexuales que sufre el protagonista en su infancia, las palabras hirientes de los padres que se desquitan de los abusos que sufren en el trabajo (la dictadura los mantiene obedientes), el abuso de Carabineros (caso Catrillanca), el personaje es observado por el Gran Hermano, pero a su vez mata a sus semejantes (es víctima, juez y verdugo), forma parte de la Gestapo de los seres evolucionados, su trabajo es vil a pesar de las buenas intenciones, destruye el libre albedrío que es lo que define a todo ser humano. Estos seres del espacio destruyen la esencia del ser humano: no le dejan cometer errores.
«Ser espiritual es también caer y ser capaz de hacer daño»
—¿Daniel es un personaje en permanente conflicto?
—Efectivamente, es como el trabajador de una empresa que ejecuta órdenes injustas de su jefe. El Complejo Antártico es como una multinacional que imparte órdenes aberrantes por todo el mundo.
Y esas decisiones de vida o muerte sobre otros seres humanos, dañan a Daniel psicológicamente, experimenta los excesos de la dictadura y de sus victimarios en primera persona, se posesiona tanto de las emociones de las víctimas como de los victimarios.
El conflicto se eterniza en su cabeza y el personaje deberá escapar de esa situación, deberá emprender un viaje físico que lo aparte de los seres evolucionados. Una vez que da los primeros pasos en el mundo real, Daniel entiende que debe reparar el daño que ha causado y componer a su vez los daños reales de la sociedad, aportar un granito de arena.
Daniel medita, cada vez más (es su mecanismo de defensa), para escapar del dominio de los entes evolucionados y su Gestapo celestial (o infernal). Daniel, el personaje, es también un escritor, en cierta forma, el autor se fusiona con el personaje: Daniel medita para sanarse y el autor escribe para sanarse.
—Hay algo complejo en la novela: Daniel es un personaje a veces turbio, muy desquiciado (esquizofrénico) y a todos esos ingredientes negativos le da una vuelta de tuerca, digamos espiritual. Es un viaje errático y muy sinuoso.
—Es un Sísifo cargando un planeta, un ser en eterno movimiento, hasta que la meditación le brinda instantes de paz.
Ser espiritual, no es ser una persona que hace buenas obras, ser espiritual es también caer y ser capaz de hacer daño, estar siempre más cerca del abismo que una persona corriente, apenas roza un instante de sabiduría, al minuto siguiente puede sumergirse en un pozo profundo.
Meditar, le permite equilibrar su estado de consciencia y elegir siempre un mejor camino.
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Max Valdés Avilés (Caleu, Chile, 1963) es novelista, cuentista y escritor de literatura infantil. Asimismo es magíster en edición de la Universidad Diego Portales y máster en edición de la Universitat Pompeau Fabra de Barcelona. Actualmente es profesor de escritura creativa en la Universidad Andrés Bello.
Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga.