[Entrevista] Escritor Luis Panini: «No existe un tipo de denuncia más eficaz que la parodia»

El autor mexicano, uno de los creadores latinoamericanos de mayor renombre de la escena narrativa actual en el idioma español, dialoga con el Diario «Cine y Literatura» acerca de su novela «La hora mala», que pese a su publicación hace un par de temporadas, corresponde sin dudas a uno de los textos más aplaudidos dentro de su singular y llamativa obra artística.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 24.4.2022

La hora mala (Tusquets, 2016) del escritor y arquitecto Luis Panini (México, 1978) comienza con el intento de suicidio (o el involuntario accidente o asesinato, nunca queda completamente claro) de un hombre a las tres de la tarde. La hora es cubierta con actualizaciones del estado del hombre agonizante y con las reacciones de quienes se congregan en torno al hecho, al cuerpo, dando paso a un sinfín de opiniones, un verdadero coro que revela ignorancia y un historial de prejuicios y supersticiones.

La novela transforma al protagonista en un mito. Se le inventa una novia, a quien le achacan su decisión; especulan sobre el cuerpo liminal frente a sus ojos: ¿Será drogadicto?: «Se la pasa rayando paredes y propiedad pública diversa».

Este personaje asegura: «Es un misógino de cuidado, toda una alimaña social». En otro momento: «No fue suicidio, ni accidente, ni asesinato, sino castigo divino. La mano de Dios empujó a éste por andar rayando el letrero de la azotea. Es un vándalo vil». Y, casi al final de la novela: «Éste es el violador, el que han estado buscando…».

La hora mala sugiere temas como la biopolítica, donde el control social de los individuos no opera solamente a través de ideologías, sino que se ejerce en el cuerpo mismo. Aquí vemos cuerpos que son residuos, en un estado que ha normalizado el suicidio.

Hay una burocratización en el proceso de muerte, de despache de los cuerpos, y esta burocracia es interrumpida por un cuerpo límite, que se rehúsa a morir y también a vivir, suspendiendo y alterando la maquinaria consumista.

 

Un pulso teatral

Progresivamente el cuerpo liminal comienza a tensionar el pacto social: «se suicidó un muchacho aquí en donde estoy. Todavía no se muere, pero ya casi». La voz narrativa reflexiona: «No puede definirse como alegría el sentimiento que caracteriza a los involucrados después de saber que el corazón del herido todavía palpita. Es, más bien, una especie de desencanto general porque ya no forman parte de una tragedia, sino de un pseudo milagro digno de poco interés».

Agente clave en la narración es la mujer de un disputado teléfono celular, necesario para pedir asistencia médica, pues transparenta una natural banalidad: «A mí me pidieron el teléfono para llamar al servicio de emergencias, pero no se los quise prestar porque me queda muy poco saldo…».

Se explica el trauma que tiene ella y que justifica su accionar: «alguna vez tuvo que pagar por una serie de llamadas a la China sin saber una sola palabra de mandarín, mucho menos de cantonés». La homofóbica dueña del teléfono celular equipara el intento de suicidio al de un show cinemático.

Ella habla con su novio, quien pregunta si el moribundo ya expiró: «Ya casi. Hace unos minutos gimió muy feo. Hasta sentí escalofríos, como cuando veo una película de terror».

El drama no radica en la muerte del sujeto, sino en su sobrevivencia. La paródica presencia y ausencia de las ambulancias y los servicios médicos es tratada con espontáneo cinismo: «¿Entonces por qué están aquí, nada más de morbosos, haciendo bola?», reprocha la voz del vendedor, acusando el valor de este espectáculo.

Los paramédicos no llegan al lugar; están perdidos: «¿Acaso no lo estamos todos?», comenta uno de los personajes que reportan su opinión sobre el hecho.

Acotaciones de este estilo sugieren una tendencia hacia el absurdo, con descripciones que recuerdan a Esperando a Godot, donde la espera existencial deviene chiste, dislocación y revelación lingüística. Hay, sin duda, un pulso teatral en La hora mala.

 

La experimentación literaria debe ser accesible

—La idea de marcar el transcurso de una hora me recordó a la arquitectura de After dark de Murakami… También hay cierta experimentación en la narración, con uso de marcas espaciales en el diseño de ciertas páginas; citas a Barthes, la voz narrativa se acusa a sí misma en ocasiones; también hay un guiño al autor mismo dentro de la narración. ¿Cómo utilizas la experimentación?

—La experimentación literaria es un registro por el que siempre he tenido curiosidad, aunque no me interesa encontrar sus límites por temor a quedar con un texto tan hermético que los lectores no podrán comprender.

Con esto de ninguna manera quiero decir que no soy capaz de disfrutar este tipo de experimentación delirante, a fin de cuentas me fascina leer esa clase de textos, pero me agrada pensar que en mi escritura la experimentación siempre es accesible y no terminará desorientando por completo a quienes la leen.

 

«Al formar parte de un grupo tendemos a convertirnos en una persona distinta»

—El caso trae a la mente el chivo expiatorio de René Girard y, más aún, el homo sacer de Giorgio Agamben. Esto se torna evidente en el complot que se pacta entre los congregados quienes, aprovechando la suspensión de las reglas en un estado de excepción, deciden tomar justicia por manos propias. ¿Pensaste en referentes teóricos como diálogos con tu narración?

—Salvo la breve mención de Roland Barthes a manera de pies de página que tienen que ver con su famoso ensayo La muerte del autor, no existe un marco teórico del cual La hora mala se desprende, o al menos no existe uno evidente para mí.

La idea central de la novela radica en un fenómeno que me intriga sobremanera, el de la manipulación de las masas. Es tan difícil lograr que una persona cambie de opinión, más no es así cuando te diriges a una audiencia numerosa. Las peores atrocidades que han dejado las guerras están vinculadas con una manipulación inequívoca de las masas.

Cada uno de nosotros es una persona plenamente definida como individuo, pero al formar parte de un grupo tendemos a convertirnos en una persona distinta.

 

Una atmósfera histriónica

—El blurb menciona a Kafka y a Juan José Arreola como referentes, pero a mí me llega más nítidamente la discursividad de Beckett, particularmente Esperando a Godot. El humor, que está casi en permanente convenio con el sarcasmo, resalta como una posibilidad de burla denunciatoria…

—No existe un tipo de denuncia más eficaz que la parodia. Esto lo aprendí de Aristófanes.

Me interesaba escribir la novela en ese tipo de tono paródico porque el producto final que buscaba era el de una farsa, quizá por ello pensaste en Beckett y su Esperando a Godot, y por el hecho de que la novela transcurre en tiempo real mientras los personajes esperan el arribo de una ambulancia.

Aún recuerdo que una de mis intenciones principales, en cuanto a los diálogos se refiere, era que los lectores pensaran en los personajes como actores y actrices sobreactuando o sin talento para tal arte. Era importante para mí crear una atmósfera histriónica que, sobre todo, resultara ridícula en el centro de una tragedia.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«La hora mala», de Luis Panini (Editorial Tusquets, 2016)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Luis Panini.