La joven narradora española se acaba de quedar con el XVII Premio Tusquets Editores de Novela gracias a su texto bautizado como «Leña menuda» (2021), y en cuyas páginas indaga en torno al particular sentimiento físico y emocional —de tipo transformador— que se apodera de una mujer mientras esta se encuentra embarazada. Sobre aquello y más (la obra de ficción aterrizó durante este mes de febrero en las estanterías de las librerías chilenas) dialogó también la autora, con el Diario «Cine y Literatura».
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 11.2.2022
«Mientras se gesta una vida en esa madriguera que es mi cuerpo mutante, yo intento alumbrar una novela luminosa», dice la voz narrativa, creando un pacto entre creación artística y biológica.
«En la escritura encuentro una trinchera en donde resguardarme del desasosiego que me invade mientras aguardo que transcurra el tiempo establecido por la ley belga para poder abortar», revela la protagonista (que no tiene nombre) de Leña menuda, novela de la editora y licenciada en filosofía Marta Barrio Gracía–Agulló (New Haven, 1986), recientemente ganadora del Premio Tusquets, en el que Almudena Grandes participó como miembro del jurado, antes de fallecer.
Uno de los aspectos clave de Leña menuda es el exhaustivo diagnóstico que hace la narración respecto a los roles sociales. Vemos a las amigas de la protagonista, cuyos planes no consideran la descendencia; a mujeres cuidando a sus hijos solas, o entreteniéndolos en los parques, donde los padres brillan por su ausencia.
Al propio padre de la protagonista la noticia del embarazo lo decepciona: «me suponía menos convencional», afirma ella. La madre, por su parte, tiene otras proyecciones: «Cuando se enterase de que no sería abuela, o no de momento, caería en otra de sus depresiones».
La sociedad ha cambiado y las mujeres muestran más agencia, sin embargo, la competencia entre ellas, las expectativas, son fuertes móviles. Hay juicios morales y condenas sociales. Ella reflexiona: «Por esto me recordarán quienes lo supiesen, seré esa chica que abortó embarazada de más de siete meses. Este acto me definiría a mi pesar».
Mucho hay que decir también de la relación matrimonial, otra institución que entra en la mira de un crítico cuestionamiento. Aunque la miedosa en el matrimonio es ella (dice que cuando ven películas de terror es ella la que cierra los ojos), el marido (llamado A.) parece aterrado con lo más orgánico e inmediato de su circuito celular, y se niega a ver vídeos de embarazadas, evitando las pesadillas que ella sí sufre.
El marido (que es abogado) actúa de manera fantasmática. En un momento la voz narrativa dice que, contrario a él, ella no cree en milagros. En otro momento confiesa: «Me habría gustado ver llorar a A., pero no sabía si era capaz».
El «turismo abortivo»
El terror está dentro del hogar; en la matriz misma. Aquí sale a la luz el historial ingrato que han tenido que vivir las mujeres a oscuras. Se trata de una lucha milenaria contra la opresión, que permanece como estigma, como una obsesiva superstición que se asocia al lado abyecto de la brujería: «lo más probable era que a mí me tuvieran por bruja, ya que tenía una mancha de nacimiento escarlata en la espalda y un ojo de cada color, marcas del diablo».
Esto se lo comenta la madre, en un paseo a un museo donde se exhiben instrumentos de tortura utilizados durante la Inquisición. Las mujeres, por más (aparentemente) emancipadas, permanecen en la berlina, actuando de manera inconsciente violentos introyectos:
«Recordé… una noticia que me había llamado la atención: la de una anciana que fue al médico creyendo tener un tumor y descubrieron en su vientre la momia de un embarazo que nunca llegó a término, treinta o cuarenta años atrás».
La protagonista acuña su título: «La leña menuda ardía en la chimenea como ardería en su momento el pequeño ataúd de mi hijo en el crematorio belga».
Hay muchas referencias a ciertos tipos de canibalismos, a la matrifagia, la infantofagia, a la monstruosidad y sus orígenes. Mary Shelley hace su aparición en las páginas de la novela, por su arquetipo fundacional.
Estas depredaciones, vistas desde múltiples ángulos literarios y biológicos, son documentadas por la voz narrativa para elaborar una denuncia política. Culturalmente, sabemos que: «las madres de los monstruos suelen ser culpables de un deseo prohibido», y este acuerdo cultural es contrastado por evidencia etológica: «… pensé que yo también querría aprender esa estrategia adaptativa que comparten los ratones domésticos y [ciertos] monos y abortar espontáneamente, sin tener que recurrir a la ayuda de otros».
Un balance entre lo personal y lo político
Aquí no solo hay una verdad de las especies, sino una denuncia del poder patriarcal, que se ha apropiado del cuerpo femenino para explotarlo a su antojo, cruzándolo de una disciplina amparada en un oportunista discurso médico.
En una cuña se repasa a Donald Trump y su política de ilegalizar la interrupción del embarazo avanzado, “erigiéndose en protector de la infancia a pesar de haber ordenado separar de sus padres y enjaular a los niños migrantes».
Y, reflexionando sobre las mujeres que se ven obligadas a parir hijos no deseados (la mayoría), reconoce los privilegios de clase: «El turismo abortivo era un privilegio de clase, al alcance de unas pocas».
Leña menuda opta por un camino de aprendizaje, más allá del duro proceso que acompaña a este traumático evento que se resiste a transformarse en sentimentalismo o esoterismo.
Consiguiendo un balance entre lo personal y lo político (“¿Por qué hacer público lo personal? Porque hay experiencias que trascienden la primera persona”, se pregunta y se responde la voz narrativa), la novela eleva a su protagonista a un lugar crítico de autonomía y auto evaluación: «No había tenido epifanías, pero sí que me había endurecido, y esperaba no haber perdido la ternura por el camino».
Luego, agrega: «Valoraba más la amabilidad y juzgaba un poco menos».
Hacia el final del texto, ella considera: «Quizá tendría que haber sido desgraciada de pequeña para poder soportar la amargura de la vida adulta, quizá no tolerase, todavía, la frustración, o quizá no queramos más que volver a los brazos de una madre, a los placeres sencillos y la certeza de la ternura».
La transformación de la maternidad
—Háblanos del proceso de creación que desarrollaste, analogando creación artística a creación biológica y somática. La creatividad vista como creación corporal.
—Esto está muy ligado al mismo proceso de la maternidad, porque yo soy una grandísima lectora y, a medida que iba adentrándome en la maternidad, me parecía que era una experiencia tan transformadora de la que no había leído tantísimo.
Yo había leído mucho del canon occidental, pero me preguntaba por qué no había tantas novelas en las que la protagonista, o la voz narradora, fuera esa mujer que se convierte en madre. Me interesaba mucho ese despertar de otra dimensión dentro de tu propio ser, este convertirse, ese paso hacia otro devenir, otro ser, que vas a ser tú como madre criando a un niño.
Ya no eres una niña, sino que eres una madre.
Me parecía que había leído muchísimas novelas donde el protagonista es un hombre blanco, divorciándose o aburrido en la crisis de la mediana edad, pero no había leído tantísimo del momento en el que una mujer se convierte en madre y su transformación física; en el cambio de convertirse en otro.
Como editora yo leo mucho y cuando me contaron la historia que vertebra este relato, me di cuenta de que ahí había un terreno, un territorio por explorar.
—Estableces un diálogo con un abanico de referencias: Svetlana Alexievich, Marguerite Duras, Maggie Nelson, Annie Ernaux, Federico García Lorca; con tragedias griegas y también noticias actuales: “Me busco en otras novelas y en otros libros y en otras vidas. Y me encuentro”. ¿Cómo consolidaste tus referentes?
—Cuando me contaron esta historia, pensé, estoy yo no lo he leído, y luego lo pensé mejor y me dije, sí que lo he leído, no con estas circunstancias, digamos, pero sí que Lorca lo había entendido. Sobre mis referencias, tenía un documento Word aparte con un montón de citas y fue duro quedarme con algunas y descartar otras.
Llevo muchos años trabajando como editora, entonces tengo mis libros de referencia y citas. Es como esa carpeta de cuando eres joven; de cuando ponías tu carpeta del colegio llena de tus ídolos. Es algo así. Es un camino que ha sido recorrido previamente y hay un diálogo con esa tradición, con esas lecturas.
El amor en las relaciones
—La urgente situación de la protagonista la sitúa en un lugar crítico: ella disecciona la sociedad, los roles sociales, ciertos tabúes, apuntando percepciones sobre sus amigas, otras mujeres, los hombres, las clases sociales. Su propio matrimonio es un convenio que ella comienza a objetar…
—Ella es una mujer de nuestro tiempo, una mujer que está vapuleada por todos lados, por el laboral, etcétera, y que se encuentra de repente ante la situación de cómo pensar en criar sin una red de cuidados, y cómo salvar o cuidar una relación dentro de un mundo cada vez más feroz en cuanto a la protección de la vida íntima, de la intimidad, porque solo estamos entregados al trabajo y parece que no hay espacio para el amor en las relaciones.
Pero el hecho de que él sea el primer lector de estos diarios de ella es parte de esto, de no expulsar a los hombres; al revés, de abrir la mano para permitirles que se enteren de cómo es vivir desde este lado; mostrar sin expulsar me parece importante.
Por eso él es el primer lector y la acompaña en un duelo silente y un duelo que va muy por dentro… Es una relación complicada pero esta mirada con respecto a los protagonistas, a la forma en que se recuperan, es crítica, aunque tierna a la vez. Respecto al tabú, me interesaba la mirada del mundo animal, porque esta mirada desmonta y deconstruye el constructo social.
Nosotros también somos animales.
Las mujeres monstruosas
—Mujer y monstruosidad: El cuerpo de la mujer es perfectamente monstruoso, porque tiene la capacidad de mutar, por ejemplo, con el embarazo. En tu novela haces una cartografía de mujeres monstruosas, citando a Mary Shelley y a la propia protagonista, cuya madre asocia el estigma de la bruja a su hija…
—Claro, aquí está el tema de las brujas con respecto a los monstruos. Las brujas eran las madres de los monstruos, pero los padres de los monstruos no existían porque el padre era el diablo, entonces eso dejaba un vacío. Vemos la monstruosidad ligada al miedo de la mujer, a la gestación.
No sé lo que hay dentro, y lo que hay dentro es monstruoso, es una cosa que tiene una cola como de dinosaurio; los embriones son tan parecidos a los de otros mamíferos. Ahí hay una cuestión en el ser que se forma, que se está transformando en algo.
Es este deseo perfectamente natural, que la cría se forme bien, y es el miedo, también perfectamente natural, a que las cosas se tuerzan, a que las cosas no vayan bien.
Y en este mundo, el positivismo ya casi obligatorio, este optimismo y el mindfulness, se cuestionan, porque esos miedos están fundados, ya que muchas veces las cosas salen mal. Lo que debería hacer la ley es amparar a las mujeres para que no haya esos puntos ciegos que propician el tema del turismo abortivo.
—La protagonista emerge de su proceso con un aprendizaje vital…
—Ella ya ha vivido su tragedia en silencio, en un silencio social.
Así, ella aprende a juzgar menos a los demás, porque sabe que cada uno puede llevar un dolor dentro, entonces lo mínimo que uno puede hacer por los otros es ser amable.
Sí que hay un aprendizaje; aunque se ha endurecido ella preferiría no haber hecho eso. Es una madurez.
***
Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Marta Barrio.