Uno de los escritores chilenos más inclasificables de las últimas décadas por su conjugación de estilos y de géneros literarios al interior de su obra, regresa con la publicación de un volumen de cuentos, que bautizado «El rostro de ceniza y fuego», ya comienza un camino triunfal en el juicio de la crítica especializada y de sus desprevenidos lectores.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 18.3.2025
Juan Roberto Chapple (1972) regresa con nuevos cuentos de la penumbra, bajo el título El rostro de ceniza y fuego. Esta edición coincide con el aniversario número veinte de Vertederos, una exploración que permite ver, de modo embrionario, el imaginario que caracterizará el proyecto narrativo de Chapple.
El rostro de ceniza y fuego ya ha sido distribuido y recibido con mucho entusiasmo, como reflejan las reacciones de lectura de distintos lectores, entre los cuales destacamos a los escritores Juan Mihovilovich y Francisco Marín-Naritelli.
Juan Mihovilovich escribe: «¿Qué es lo terrible horrendo, lo profano, lo insondable? ¿De qué modo se entroniza en las células de un ser humano el miedo, la turbiedad de existir, el dolor de no saber o de creer que se sabe más que el resto de los individuos que pululan y vegetan en un mundo desprovisto de sentido real? ¿Cómo incursionar en los límites del delirio e intentar salir de ellos incólume, sanos y saludables, después de leer a Juan Chapple, en estos relatos cuyos rostros de ceniza y fuego se parecen demasiado a los nuestros reflejados en un espejo siniestro, cuyas imágenes se diluyen de modo simultáneo?».
Sobre el volumen, Francisco Marín-Naritelli destaca: «Chapple ocupa todos los recursos retóricos disponibles para armar su peculiar mundo, es generoso cuando del idioma se trata: adjetivos, metáforas, personificaciones, comparaciones, frases altisonantes que componen reflexiones pertinentes y perturbadoras, un lenguaje ampuloso pero no condescendiente, digamos, un reverso de escritores flojos y anodinos que ocupan la literatura para sostener sus carreras o granjerías mediáticas», cierra el también destacado académico de la Universidad Andrés Bello.
«Los monstruos de nuestra historia»
—En «Jaloguín», vemos la cultura estética gringa con la introducción de la festividad de Halloween en una sociedad crecientemente mercantilizada. «El calor de octubre era evidente, y tan contrastante con esas imágenes gringas». Háblanos del interés que te motiva a destacar estas disociaciones.
—En primer lugar, es evidente que este es un cuento que se articula desde el hemisferio sur, desde Chile (donde ya en octubre empieza a hacer calor y no como en las imágenes de Estados Unidos donde entran en otra temporada) y que impacta, en todos sus niveles, desde una experiencia chilena, pero que también es global en relación con la acogida o incorporación de la celebración del Halloween, el antiguo Samhein celta.
Una fiesta que, para el personaje principal, Antonio, representa todo lo impostado en un país arrastrado por la mercantilización, pero que también, dentro de este escenario de monstruos volátiles disfrazados en que ha derivado la fiesta celta, pero que encubre otros verdaderos monstruos, los monstruos de nuestra historia, sin duda más terroríficos y reales que aquellos que se pueden ver en aquel condominio y muchos de los que hemos visto en las películas y con los cuales hemos sido colonizados.
Por eso es que, entre otras cosas, este cuento se llama «Jaloguín», como lo pronuncia uno de los personajes, un lugar de esperpentos y monstruos también chilensis que colisiona con lo otro.
«Hay preguntas aquí sobre el existir y el cómo existimos»
—»El rostro de ceniza y fuego», que da título al volumen, nos presenta una confesión en primera persona: «Habrá un chivo expiatorio para ese proyecto de reposición de la pena capital y ese seré yo». Más adelante en el relato, la voz asegura: «Lo más terrible y peligroso del mundo es la desesperanza. Pero más terrible y peligroso aún es vivir esperanzado, cuando se tiene poco y nada». Y, casi al final: «Mi viaje no terminará nunca, concretando así mi escape perpetuo del rostro de ceniza y fuego». Aquí muestras tu interés por dilemas filosóficos y existenciales.
—Bueno, El rostro de ceniza y fuego, el libro, al igual que El día más salvaje y, la verdad, todos mis libros, está cruzado por ciertos dilemas filosóficos, partiendo por el asunto del mal.
Por otro lado, el cuento se plantea, pienso, como una reflexión sobre el presente y el pasado y su carga de corrupción política y el autoritarismo, una ética muy difusa, y la obtención y acopio de poder crudo y duro, lo que por supuesto no es algo del aquí y el ahora nada más, sino que de toda la historia de la humanidad.
Hay preguntas aquí sobre el existir y el cómo existimos, por la sobrevivencia, y por cómo está repartida la torta y las migajas del mundo.
También existe una pregunta por el autoritarismo, pero que no solo apunta al autoritarismo del mercado, sino que al autoritarismo en todas sus formas, de derecha y de izquierda, el personal, porque no hay que olvidarse de ninguno, siendo indulgente con el de allá, mientras se es acusador y activista con el de acá.
Pero, además, existe una pregunta en este cuento por el más allá, no solo por el aquí y el ahora y el mundo de las cosas, precisamente esa es una de las dicotomías, creo, más profundas del cuento, «El rostro de ceniza y fuego».
Hay una entidad, que está más allá del tiempo y de los espacios y que, a diferencia del diablo tradicional o de las coordenadas del horror cósmico, por nombrar algunas concepciones, estaría eventualmente dentro de nosotros, vistos como microcosmos.
Las coordenadas siniestras de ese abismo están en nuestro interior, aunque también se articulan en el mundo del afuera con todo lo antes nombrado.
«Lo completamente familiar vuelto extraño»
—En «Felis Catus», los padres presentan el reino animal a través de un zoológico. Se genera un contrapunto con la animalidad que impera en el espacio doméstico, que resulta más salvaje que el resguardado zoológico. Háblanos de lo siniestro en lo cotidiano y el por qué del subtítulo del volumen: «Nuevos cuentos de la penumbra».
—Bueno, así como lo entiende Freud a partir del cuento de E.T.A. Hofmann, «Der Sandman» («El arenero»), es que se desarrolla una cierta tesis de lo siniestro, en el sentido de lo cotidiano o familiar vuelto extraño.
Hoy por hoy, tiempo de cat lovers y de dog lovers empedernidos, qué más familiar puede llegar a ser uno de estos animales como habitantes de la casa y como verdaderos ‘familiares’ en ella (no es que no ocurriera antes, pero hoy ocurre en una escala inaudita).
Y, dentro de ello, qué más natural puede ser el tener un gato en casa y que se críe allí como uno más de la ‘camada’ familiar, en el ‘cubil’ del hogar.
Por eso es que el miedo un tanto irracional del señor Arboleda (para sus padres cuando es pequeño, para Menadier, el otro personaje del cuento, cuando ya es mayor, y tal vez para la mayoría de los lectores) del protagonista del cuento, y que no sabemos de dónde proviene, porque al parecer no es solo una simple fobia, puede resultar, al mismo tiempo y a ratos, algo risible, pero, tal vez por lo mismo, algo cada vez más amenazante en la medida que avanzamos, hasta llegar a circunstancias insospechadas, que ponen de manifiesto aquello siniestro señalado de manera radical.
El mundo de lo familiar, en relación a los gatos, y solamente los gatos y no tanto los tigres, leones u otros felinos mayores, es lo completamente familiar vuelto extraño y, por tanto, algo absolutamente siniestro, el diablo encarnado.
«La literatura siempre puede tener un rol educativo, pero no es lo que yo busco en lo mío»
—En «Mortaja» vemos la contaminación que experimenta la pareja, las expectativas que surgen de este vínculo que puede verse como artificial y que redunda en un tormento de «recriminaciones». Esta violencia se extiende a la familia: «Culo sucio, le decía su padre. Jamás, Carlos, por la enorme cantidad de cagadas que se había mandado en la vida». Vemos que Carlos incursiona en el crimen, con la consecuente culpa que conlleva. También se sugiere que el arte, la música, pueden cumplir un rol educativo. La sensibilidad como posibilidad de educación, de mejora. ¿Crees que es así?
—Tal vez aquello lo contestó, en una de sus vertientes, Anthony Burguess en La naranja mecánica, y también Kubrick en la película.
Pero solo como hipótesis, sin embargo, este no es un cuento de redención, sino precisamente de condenados, de convertirse en lo que hay que convertirse, en que la vida y la muerte te arropa, te envuelve en su mortaja (hay una muy literal en el relato mismo), cualquiera ella sea, para convertirse de larva en algo distinto, no necesariamente mejor.
El protagonista, Carlos, culo sucio, solo tiene atisbo de ese otro mundo, uno que no está ligado al espacio precario que ocupa, trabajando en la bomba de bencina y siendo auscultado por los que llegan como virtual insecto detrás del lente del entomólogo.
Con todo, el arte, la música, la literatura siempre pueden tener un rol educativo, pedagógico, pero no es lo que yo busco en lo mío.
Es decir, puede ocurrir igualmente como efecto no deseado, pero, más bien, se trata a ratos de un vagón de colisión, con aura fantástica, que te puede llevar a la revelación, a veces muy oscura, cual es el caso de Carlos, quien tiene la intuición, solo la intuición de otra esfera más allá de aquel diminuto mundo que habita.
Pero esa otra esfera a él lo deja suspendido, anonadado, pero nunca le provoca un salto de conocimiento, una lección pedagógica, ni menos un catapultarse a ningún espacio, sino solo, tal vez, a un transitar más extático hacia el espacio de la moribundez.
«Todo empieza adentro, haciendo un continuo con el afuera»
—En «El hombre apotropaico», vemos una búsqueda espiritual donde confluyen diversas creencias, maleficios, supersticiones y necesidad de un orden nuevo, incontaminado, para elaborar la carga que representa el demonio. La religión es impugnada. ¿Qué alternativas espirituales concibes como ordenadoras de nuestras realidades?
—En lo personal, a la luz de lo que padece el mundo, puedo pensar por una parte que es regido por un orden maligno. Ahora bien, cuando te comunicas con parte de la creación en la forma de sus montañas, sus cielos, el viento, las nubes, los lagos, etcétera, puedes pensar en una suerte de comunión espiritual que en parte anula lo anterior.
Pero, habiendo dicho eso, incluso la naturaleza suele ser implacable con los afuerinos y en ciertas circunstancias con sus habitantes más aventajados que creen entenderla.
Ahora bien, creo que es imposible estar mínimamente en comunión con alguien más o con la percepción profunda del planeta y el universo que habitamos si no practicamos la religión del adentro.
Si no hay diálogo interno fluido, si no estamos conectados con el sueño, si no somos ventrílocuos de nuestros pozos, luminosos u oscuros, malamente podremos estar alineados con mucho más.
Todo empieza adentro, haciendo un continuo con el afuera. Esa es parte de mi visión espiritual, esa es parte de mi ética y de mi búsqueda, en lo personal y con mi literatura, claramente, sin esa visión interior estamos en guerra con nosotros mismos y con los demás, y vivimos una vida llena de guerra, encubierta de trabajo enloquecido, drogadicto, encubierta de éxitos vanos y del deber ser social y cultural.
Simplemente, nos volvemos marionetas de lo supuestamente bueno, apenas muñecos febles de las pautas culturales más castradoras.
Quisiera agregar que El rostro de ceniza y fuego pretende ser un libro de revelaciones, de esas que ocurren en la lectura profunda, que también es la lectura de uno mismo en la medida que avanzamos en el libro.
Con todo, los lectores que más me dejan helado son aquellos no asiduos al terror, y que se me acercan y me dicen que mis libros los hacen no solo estremecerse, no solo pasar un buen rato, sino que, además, pensar y pensarse de modo inquisidor.
El mejor lector siempre será el que vuelve y vuelve a un libro, porque siempre le dice cosas nuevas, como cuando volvemos a Shakespeare, a Dickens, a Dostoievski, a Chejov, a la Bombal, a Donoso, a Carpentier, a Poe, a Angela Carter, a Machen y Blackwood: eso es lo que me gustaría que pasara con mi literatura.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en las revistas The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

«El rostro de ceniza y fuego. Nuevos cuentos de la penumbra», de Juan R. Chapple (Libros de la Medianoche, 2024)

Nicolás Poblete Pardo
Imagen destacada: Libros de la Medianoche.