El destacado autor y reportero nacional retoma en su nueva obra, bautizada «Revolución», la veta estética y literaria que iniciara con la publicación de su primera novela, al rescatar un casi desconocido acontecimiento urbano de la ciudad de Santiago, que nació y fue destruido junto al gobierno de la Unidad Popular: el primer monumento dedicado en homenaje al Che Guevara, en el mundo.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 8.8.2024
Luego de Una historia perdida (2022), el escritor y periodista chileno Juan Pablo Meneses (1969), retorna al singular género de cruzar la literatura con la crónica —como él mismo dice—, en su recién publicada segunda obra de ficción, titulada Revolución (2024), y la cual nuevamente salta a nuestras manos, vía Tusquets Editores.
Inspirada en un relato mínimo del Chile de la Unidad Popular: el levantamiento, destrucción y posterior desaparición de una estatua en bronce dedicada a la figura de Ernesto «Che» Guevara en el corazón de la comuna de San Miguel (1970 – 1973) —conocida en ese entonces como el patio de la izquierda santiaguina, y administrada durante esos días por el ya fallecido y olvidado alcalde socialista, Tito Palestro—, y la cual estaba emplazada a la altura del paradero 6 de la Gran Avenida.
Así, el monumento, el primero dedicado a la sacralización del guerrillero argentino en el mundo, después de su muerte en 1967 en la selva boliviana, fue diseñado y construido por el artista plástico nacional Praxíteles Vásquez, quien trabajó en colaboración con los arquitectos Gastón Jobet, Guaraní Pereda y Raúl Bonnefoy, a fin de configurar la base y los demás detalles estructurales, de aquel proyecto de conmemoración tanto artístico como urbano.
Es cierto, uno podría decir, después de estos antecedentes, que Revolución: «es otra novela sobre la UP y el Golpe».
Puede ser, pero la gran diferencia de estas dos ficciones, siempre a medias de Juan Pablo Meneses —quien antepone su condición de periodista al rótulo de escritor—, con el empeño y la dedicación de otros narradores frente a idéntico tópico, «el del Golpe» (pienso en Nona Fernández, por ejemplo); es que el autor, lejos de mitificar al citado período, se interna en la derrota y en la tristeza de una aspiración política trunca, frustrada y derrotada, por la facticidad de los hechos.
De esta manera, cuando Meneses se adentra en la intimidad cotidiana, posterior al fracaso, de quienes creyeron tocar alguna vez el cielo con las manos, es que la emoción y la pasión de Tito Palestro y de Praxíteles Vásquez, quedan como el único rumor de trascendencia, ante la dureza y la sentencia en contra —para ellos— de la historia de Chile, frente a su trabajo creativo y de sus ilusiones cívicas hacia la posteridad.
En el caso de Una historia perdida, mencionábamos la semejanza de su estilo narrativo, con el de ciertas novelas breves o cuentos de Roberto Bolaño, y por pasajes, en Revolución, también se aprecia, entrecruzada con la tragedia mayor de la segunda mitad del siglo XX chileno, la pormenorización, de esos acontecimientos y traumas, que conformaron la existencia de seres hoy extraviados en el anonimato del olvido, y de su inmaterialidad.
Porque al igual que Bolaño —y en continuidad con esa «tradición» nacional y estética inaugurada por Ercilla, de relatar hechos mezclados con «mentiras» poéticas— Juan Pablo Meneses es un cronista que escribe novelas, pues inequívocamente: «Lo único que nos queda para llegar a la verdad es la ficción».
«Mis novelas se pueden leer como una suerte de intimidad épica, tras los grandes hechos noticiosos»
—Revolución plantea una suerte de intimidad épica en torno al proyecto de la Unidad Popular, y de su posterior caída, ¿puede entenderse esta novela, en compañía de Una historia perdida, al modo de una escena de la vida cotidiana, acerca de ese trascendental periodo en la trayectoria chilena del siglo XX?
—Es cierto, en Revolución y en Una historia perdida se muestran hechos políticos relevantes, olvidados, pero en paralelo también están los hechos personales, más modestos en su envergadura histórica, pero muy relevantes para entender lo que pasó. Esa intimidad épica de la que hablas.
El golpe de Estado significó muchas cosas, que ya hemos repasado por más de medio siglo. Pero también es bueno recordar esas historias más mínimas. En Revolución el Golpe significó que un escultor viera desaparecer para siempre la obra más ambiciosa que hizo en su carrera artística, y por la que nunca nadie reclamó.
En Una historia perdida el golpe también significó que un niño fuera bombardeado y se transformara en un escapista de su propio país, hasta convertirse en cronista latinoamericano.
Solemos restarle importante a las consecuencias personales, íntimas, incluso de salud mental, que acarrean los grandes y noticiosos hechos políticos importantes. Y en ese sentido sí creo que mis novelas se pueden leer como una suerte de vida cotidiana, o intimidad épica, tras los grandes hechos noticiosos.
«El primer latinoamericano global tiene una historia armada a pura literatura»
—¿Cómo surgió tu interés literario en la figura del Che Guevara, más allá del talismán político que siempre ha representado para los jóvenes latinoamericanos de nuestra contemporaneidad?
—Guevara no es algo repentino. Se me fue cruzando en el paso de los años, de manera persistente. Se me cruzó en Madrid, cuando conocí a Enrique Meneses, el fotoperiodista que aparece en la novela y que estuvo con Fidel y el Che en Sierra Maestra, cuando la revolución era solo una promesa.
Se me cruzó en Buenos Aires, donde fui editor de la serie El Che, en Clarin.com, y un día se cayó el sistema porque todo el mundo quería que se publicara su foto con la polera del Che en distintos lugares del mundo. Se me cruzó con una periodista alemana que conocí mientras ella recorría la ruta Latinoamericana del Che. Se me cruzó en los productos del Che, porque hay un Che para cada producto de consumo. Era algo que me rondaba, como seguramente le pasa a muchos latinoamericanos.
Todos los que nacimos después del 8 de octubre de 1967, cuando matan al Che, hemos crecido con un Guevara inventado. Con un héroe o un villano que nos han querido relatar, porque ya no existía. Guevara vivió muy poco, apenas 39 años, y gran parte de su leyenda ha sido ficción de sus seguidores y detractores.
El primer latinoamericano global tiene una historia armada a pura literatura. Y me interesó entrar ahí, en tiempos que su figura está devaluada. Para el mismo estallido, recuerdo que no vi ninguna bandera del Che y sí varias del Joker.
Praxíteles Vásquez Urzúa: «En la Unidad Popular vivió su época dorada»
—Al modo de un personaje de cuento boñalesco, la figura del escultor Praxíteles Vásquez Urzúa se alza en el trasfondo de ese Chile perdido, y extraviado, previo a la modernización neoliberal. ¿De qué forma evalúas su obra creativa y su legado, dentro de las artes plásticas nacionales? ¿Nos puedes contar más datos que pudiste averiguar en torno a este enigmático ciudadano de un país (hoy) inexistente?
—Praxíteles era hijo del Macho Vásquez, un escultor clave en el Bellas Artes de Viña y Valparaíso. El Macho fue parte de los escultores de la Virgen del Carmen del Templo de Maipú, y le puso a su hijo el nombre del padre de la escultura moderna griega.
Praxíteles fue un escultor relevante y un pintor muy destacado, siempre entre Valparaíso y Santiago. Sus cuadros son muy valiosos, aunque hoy hay muchos perdidos, y no hay catálogo. Su hijo Aldo, que también es artista plástico, vive en Barcelona y ha tratado de recuperar la obra de su padre, pero ha sido difícil.
En la Unidad Popular vivió su época dorada. Hizo un mural de más de 100 metros en el Inacap, y otro en la Escuela Nacional de Artes Gráficas, que fueron destruidos después del Golpe. En la dictadura vivió en un ostracismo casi total.
Sin duda que la estatua del Che Guevara, la primera del mundo, fue su obra más relevante. Pero aún así, y pese a su trayectoria, nunca se hizo una denuncia por la desaparición de su obra.
«El Consejo de Monumentos Nacionales nunca le ha preguntado al Ejército de Chile por el destino de la estatua»
—¿Cuáles fueron los resultados prácticos y tangibles de la denuncia que hiciste al Consejo de Monumentos Nacionales por la Ley N° 17.288, en relación a la sustracción y destrucción de la estatua de Ernesto Guevara en septiembre de 1973? ¿Se inició una investigación patrimonial o penal al respecto?
—Es bueno aclarar que la denuncia que se aparece en Revolución fue presentada oficialmente, tal como está al comienzo del libro. Pero quiero marcar que fue Juan, el personaje de ficción y protagonista de la novela, al que se le ocurrió hacer esa denuncia. El personaje propone hacer esa denuncia, comienza a averiguar, y mientras avanza yo descubro que sería buena idea hacer eso mismo en la realidad.
Hay muchos autores que inspiran sus personajes en ellos mismos. En este caso fue al revés, yo me inspiré del personaje, yo copié al personaje de la ficción, y fui al Consejo de Monumentos Nacionales, y me reuní con el encargado y presenté papeles y más papeles, y la denuncia sigue en trámite.
Oficialmente, me dijeron que había pasado mucho tiempo, 50 años, y que ya era tarde para hacer una denuncia por desaparición de una obra. Y aunque les recordé que la Ley de Monumentos Nacionales dice, expresamente, que el robo de un monumento público no expira, creo que no se ha querido avanzar.
Lo último que supe es que la Municipalidad de San Miguel estaba emitiendo un informe. Y que, hasta el día de hoy, Monumentos Nacionales solo le ha preguntado a la Municipalidad de San Miguel por el destino de la estatua, pero nunca al Ejército de Chile, por ejemplo.
Y eso que en la denuncia oficial yo acuso directamente, basado en artículos de prensa, que la obra fue tumbada y retirada por un camión militar.
«Los motivos de la estatua de Guevara siguen siendo únicos»
—¿De qué forma simbólica interpretas que cerca del lugar donde se erigió el monumento al Che, en el paradero 6 de la Gran Avenida, ahora se exhibe una estatua inspirada en José Miguel Carrera, otro hombre público incómodo, controvertido y mítico en la historia política latinoamericana, y el cual también fue víctima de una muerte violenta? ¿Ves una relación en estas coincidencias urbanas y espaciales, separadas por la linealidad del tiempo?
—Es un punto de vista interesante, pero estoy seguro de que no pasa de una coincidencia. Muy cerca de ahí también está la estatua de Condorito, un personaje que en su área también es clave para Latinoamérica.
Pero siento que, en el caso de San Miguel, todo tiene más que ver con el azar, con una suerte de oportunismo, más que algo profundo y estudiado.
Es cierto que en San Miguel había familias con altares al Che, y que lo veían como una figura religiosa, de eso hay testimonios y filmaciones. En la novela eso se muestra en detalle, pero creo que los motivos de la estatua de Guevara siguen siendo únicos, incluso por sobre Carrera y Condorito.
«Lo único que nos queda para llegar a la verdad es la ficción»
—»Solo con la literatura terminaremos de escribir la historia definitiva del 11 de septiembre de 1973″, declaraste en este medio, a propósito de un dialogo anterior que tuvimos, debido a tu primera novela. Asimismo, ¿crees que mediante del arte plástico, pictórico o arquitectónico perdido luego del golpe de Estado, y en especial a través del destino de sus autores (pienso en el casi anónimo Praxíteles Vásquez), podremos finalmente situar el impacto definitivo de la Unidad Popular en el imaginario histórico, colectivo y republicano de nuestra identidad nacional?
—Estoy convencido de que si una obra de arte desaparece por un golpe de Estado, si una escultura es tumbada por un golpe de Estado, no es normal que con la vuelta a la democracia esa desaparición se mantenga y nadie haga nada. Me resulta brutal, y no sólo en término de memoria, sino que de perpetuidad del gobierno de facto.
Algunos personas que entrevisté me decían que en esos años había otras urgencias, salvar la propia vida, buscar familiares desaparecidos, y lo entiendo. Pero ha pasado mucho tiempo, y que a nadie le haya importado el destino de la obra de Praxíteles me parece brutal, incluso en términos netamente patrimoniales.
Estoy convencido, más allá de lo que represente para cada uno este arte desaparecido, que es importante saber dónde están. Y hasta ahora, las investigaciones periodísticas no nos han dicho dónde están, las investigaciones judiciales tampoco, las investigaciones académicas otro tanto.
Lo único que nos queda para llegar a la verdad es la ficción.
«Tito Palestro es un personaje olvidado y derrotado por la historia»
—El alcalde socialista de San Miguel, Tito Palestro, es otro personaje enigmático y olvidado en el recuento del quiebre institucional de 1973 (ni siquiera tiene una entrada biográfica en Wikipedia, que registre su vida pública). ¿Cuál fue su destino? ¿Fue exiliado, pudo volver a la actividad política, como sí pudo hacerlo su hermano Mario, por ejemplo, quien inclusive fue investido en la calidad de diputado para el período de 1990 – 1994?
—Tito Palestro, al igual que Praxíteles, son grandes personajes olvidados y derrotados por la historia. Tito era alcalde en ejercicio para el Golpe, estuvo en varios campos de concentración de Santiago, lo relegaron a la Isla Dawson, y de ahí al exilio en Austria, donde no entendía el idioma. Pasó varios años bajo golpes y arrestos, antes de expulsarlo del país. Murió en el exilio, muy enfermo, en 1982.
Con la vuelta a la democracia Mario Palestro fue diputado, y su sobrino Julio Palestro fue alcalde doce años de San Miguel, hasta el 2016, pero aún así no hay registros de la existencia de Tito como el último alcalde de San Miguel hasta el 11 de septiembre del 73.
No hay una entrada en Wikipedia, pero tampoco hay una calle, una plaza, y menos la estatua con la que él soñaba, porque Tito era un fanático de las estatuas, y por eso se le ocurrió la del Che. Con su idea de hacer de San Miguel un territorio guevarista Tito Palestro no solo fue derrotado por los militares, también fue derrotado por su partido, el Partido Socialista, y por el propio Clan Palestro.
«Excusas para hablar de una época, de una estética, de un país»
—El Che es la excusa, pero en mi juicio crítico en tanto lector de tu bibliografía, creo que Revolución es la manera que tienes como autor de aproximarte a la esencia «religiosa» y estética de la Unidad Popular, cuyo gran legado para la posteridad ha sido el edificio de la Unctad II, que vaya paradoja, también fue despojado de su patrimonio artístico y plástico, luego del Golpe. ¿Concuerdas o discrepas con esta apreciación (muy personal, en todo caso)?
—Por supuesto que el Che es una excusa, como en la novela anterior el bombardeo al Hospital de la Fach era la excusa. Yo las llamarías ‘excusas perfectas’ para hablar de algo que puede ser el olvido, o de cómo hay tantas historias que se han perdido.
Todavía hay gente que no cree que un piloto de la Fach bombardeó el hospital del la Fach el día del Golpe. Todavía hay gente que no cree que en San Miguel, en la Gran Avenida, se levantó el primer monumento del mundo al Che Guevara, de casi 10 metros. Cada uno cree lo que quiere creer. En lo personal, también creo que ambas historias son excusas para hablar de una época, de una estética, de un país.
En ese sentido, es muy clara la diferencia de mis libros de ficción que los de no ficción. He publicado diez libros de no-ficción, y en todos ellos es muy poco lo que aparece de Chile. Casi nada.
Sin embargo, en mis novelas, todo es Chile, todo pasa por escribir del país. Aparece una y otra vez. Es muy raro este país. Solo puedo escribir de él con ficción. No se puede escribir de Chile sin ficción.
«No sé si sea tan imposible en un futuro que haya una réplica del monumento al Che en la Gran Avenida»
—En Venezuela, luego de la disputada y al parecer fraudulenta elección presidencial de julio de 2024, han sido tumbadas (de manera espontánea) cuatro estatuas de Hugo Chávez. De esta forma, se confirma la incomodidad popular o circunstancial, arrebatada, de las masas frente a los homenajes monumentales dedicados a figuras de polémica o de cuestionada «sacramentización» política, por definir al paso. Y es curioso lo que acontece con el Che, pues pese a su fama y a su caracterización histórica, dudo que su estatua en San Miguel, pueda ser alguna vez replicada ahí mismo o en otro lugar de Chile. ¿Qué opinas al respecto?
—Vengo de pasar una temporada en México, donde una diputada de derecha pedía sacar la estatua el Che que está en la Tabacalera, en Ciudad de México. En el Salvador, hace poco, un alcalde muy pro Bukele mandó a tumbar otra estatua a Guevara.
En Venezuela tiran abajo a los Hugo Chávez que hay por todo el país. En Chile, el estallido terminó cuando se logró quitar la estatua a Baquedano. Pinochet mandó a hacerse una estatua a Francia, que ahora está escondida.
Las estatuas siguen siendo un tema relevante. En lo personal me interesaba más, y en la novela se menciona, cómo el espíritu guevarista ha sido utilizado para aferrarse al poder de manera tan esperpéntica como, por ejemplo, Daniel Ortega en Nicaragua. Pero de eso no tiene culpa Guevara, me parece.
De hecho, no sé si sea tan imposible en un futuro, como planteas, que haya una réplica del monumento al Che en la Gran Avenida. Dentro de la Universidad de Santiago hay un monumento a Guevara, y no pasa nada. Como decía Jean Cocteau, el riesgo para un destructor de estatuas es convertirse en una.
«A mi me interesa cruzar la literatura y la crónica»
—¿Nos puedes adelantar la «Biblia» o argumento de tu próxima, pero que me imagino ya planificada tercera novela? ¿Continuas con la interpretación política, antropológica, simbólica y literaria del Chile de la segunda mitad del siglo XX?
—Después de tantos años haciendo no ficción, crónica literaria, he cambiado el orden de los factores y ahora hago lo que me gusta llamar como ‘Literatura crónica’. Antes tensaba el periodismo con literatura, ahora tenso la literatura con la realidad, con la crónica.
Gracias a la ficción he podido construir una verdad. Y ahora estoy en eso, en otro proyecto de Literatura crónica, abordando una historia muy desconocida que tiene que ver con el escritor chileno Roberto Bolaño, cuyo destino, al igual que el Che Guevara de bronce y el niño de mi primera novela, giró para siempre tras el golpe de Estado. Pero estoy investigando mucho, reporteando, encontrando tesoros.
A fines del siglo pasado se puso de moda hablar de una nueva novela histórica latinoamericana, pienso en Elena Poniatowska, Sergio Ramírez y Tomás Eloy Martínez, que cruzaron la literatura y la historia de manera ejemplar.
A mi me interesa cruzar la literatura y la crónica, y para avanzar en el texto de Bolaño he terminado haciendo cosas que jamás pensé que haría, como tener que sacar un carné de investigador oficial del Archivo General de la Nación de México.
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Imagen destacada: Juan Pablo Meneses (cedida por el autor).