[Entrevista] Lilian Flores Guerra: «En vez de disfrutar de la cultura como parte integral de nuestras vidas, la vemos como un escape»

La escritora nacional acaba de publicar vía Ediciones del Gato los relatos de «Sueño lejano», un volumen que en su conjunto destaca por la sensibilidad con la cual aborda la soledad circunstancial de sus personajes. De esta nueva entrega, y de las coordenadas estéticas del total de su arte, dialogó la artista chilena con el Diario «Cine y Literatura».

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 4.12.2020

Sueño lejano, de Lilian Flores Guerra (1974), es un conjunto de relatos que, en palabras de Nona Fernández, constituye “un set de postales oníricas venidas de un pasado que vaticina el hoy”.

Recientemente publicado por Ediciones del Gato (2020), Sueño lejano despliega a sus personajes para descubrirlos como cuerpos expuestos a la violencia, el desamparo y la impotencia.

Estos son cuerpos que intentan dar cuenta del derrumbe social en el que están inmersos, y, a la vez, tratan de adaptarse a una realidad que se va alterando rápida y caóticamente. Así, la fragilidad de sus hábitats queda en evidencia, cruzados como están por el capitalismo, el estallido social e, incluso, la pandemia.

El volumen destaca por su cuidado lenguaje, que revela una mirada poética (la periodista y editora publicó, también este año, el poemario En la penumbra del ocaso).

 

En tus relatos hay una frecuencia de catástrofe, donde los personajes (femeninos) intentan hallar un cobijo. En “El bolso de Rosaura”, por ejemplo, “Un viejo con lentes gruesos dice que el Apocalipsis ha llegado”. Pero también sugieres ciertas estrategias de supervivencia. (“Quedan pocos segundos antes de que la tormenta llegue hasta donde estamos”). El cuento se concluye de manera incierta y abierta: “Nos abrazamos y esperamos”. En otro cuento (“El sonido del trueno”) volvemos a sentir esta intemperie que transforma a los personajes en cuerpos en busca de protección (“Oscuras nubes cubren el horizonte”, leemos). ¿Cómo ponderas estas pulsiones?

Creo que la vida se trata de ir forjando un camino que se recorre un poco a ciegas, guiándonos por lo que grita el instinto, que muchas veces es acallado por el sentido común o lo que se supone que deberíamos ser.

En ese sentido, no hay nada más peligroso que acomodarse mucho a una situación o aparente calma, porque viene un viento fuerte y te derriba o, al menos, obliga a replantearte la ruta. Y en ese permanente cambio es en el que crecemos, maduramos, nos encontramos con quienes prometimos alguna vez que seríamos.

Y como camino en sí, tiene momentos de remanso, que son ese cobijo que mencionas y el que nos da aliento a seguir, a no derrumbarnos. La esperanza que guía los pasos en la oscuridad. Son esos nodos (la tormenta, seguida de la calma) los que nos muestran de qué material estamos hechos, y esas las historias que me mueven para darles vuelta y escribirlas.

 

Noelia, en “Al tercer día”, es la sobreviviente de una catástrofe. Guarda luto en una casa destruida, en la que habita, protegida por una fe religiosa, en medio de la precariedad. Su pasado ha sido marcado por la droga y la distancia con su familia. ¿Representa Noelia un constructo?

—Es la devoción (a su fe, a la vida que logró rearticular) algo tan inasible, solo medible a través de las acciones concretas que provocan, el motor que la empuja y a la vez el filtro con el que interpreta su propia realidad. Hay algo ambiguo en Noelia y sus creencias: no sabemos si su fe es total hacia la divinidad o si se aferra a sus creencias porque ya tomó ese camino y no hay vuelta.

 

—En “Nunca fui groupie”, haces una radiografía del desencanto: “¿Cuántos de ellos serán oficinistas, responsables padres de familia que se escapan un sábado en la noche a liberar tensiones y agarrar energías para sacar adelante sus planas vidas?”. ¿Cuál es la condena social que intentas denunciar?

Hay que partir de la base que la hablante y protagonista es una mujer que no ha debido asumir grandes responsabilidades, y que desde esa inexperiencia puede mirar con cierta distancia a quienes ya lo hicieron. Pero la observación no deja de ser válida por eso.

Nuestra sociedad ha sido fuertemente influida por el modelo gringo que exige reventarte trabajando de lunes a viernes para darte la pausa el fin de semana disfrutando de actividades culturales más bien como de un bien de consumo.

En vez de vivir en equilibrio pasamos de un extremo a otro. En vez de disfrutar de la cultura como parte integral de nuestras vidas la vemos como un escape, un momento de gozo al que solo podemos acceder si es que hicimos mérito para ello (y tenemos dinero para pagar el gasto).

Eso es parte de lo que deberíamos aspirar a cambiar como modelo de sociedad, además de los grandes y urgentes problemas que nos aquejan.

 

—En el cuento que da título al volumen ofreces visiones muy concretas. Más que fantasías, son deseos materiales que hablan de una domesticación intervenida por el capitalismo. Ahí vemos el sueño de la casa propia y el utópico deseo de atestiguar una gran revolución de los pueblos oprimidos. También recoges los ecos de la dictadura y filtras el estallido. El contexto emocional es el de la soledad y el paliativo afectivo que provee la compañía de un gato…

—Este cuento muestra quizás en un tono más de crónica cómo el modelo que nos impusieron está hecho para que no surjamos, a la vez que nos vende un mensaje que exacerba el ser “los mejores”.

A quienes nacimos o crecimos en dictadura se nos convenció de que el éxito material (profesión, casa con jardín, auto, viajes) era la demostración máxima de que lo logramos, pero al mismo tiempo el sistema estaba hecho para atraparnos en un remolino del que no podríamos salir si queríamos mantener la ilusión. Y por supuesto, la culpa del fracaso sería solamente nuestra.

La soledad a la que se alude va más allá de tener o no una pareja (otra de las aspiraciones bien vistas de la sociedad). Habla de la necesidad de conectar, de dejar de sentir que se es un átomo perdido en la inmensidad y que la vida de uno tiene un impacto en los otros.

Y del gato, no se puede negar que la compañía peluda ha sido un gran consuelo para quienes hemos debido enfrentar la pandemia en cuarentenas solitarias…

 

—Te has desenvuelto en distintos géneros. ¿Cuáles son las diferencias y decisiones que enfrentas a la hora de plantear una propuesta narrativa o poética?

—En narrativa siempre es la historia la que manda. La idea comienza a tomar forma en mi mente con colores, atmósferas, aromas, y a partir de ella es que se van perfilando los personajes con sus circunstancias y decisiones. Una vez que me hace sentido, que veo que tiene algo que considero valioso y que me gustaría compartir, lo bajo de mi nube personal, ordeno y empiezo a escribir cuando tengo claro lo que diré y cómo.

En poesía es un poco al revés el proceso. Hay una emoción que comienza a crecer como una especie de molestia, algo que me muerde por dentro y me obliga a mirar el interior. Surgen imágenes más propias de lo onírico, y dejo que vayan brotando (a mano, con lápiz de mina) y que la mente consciente sea más bien testigo y facilitador. Esa una descarga de energía muy intensa, y cuando lo leo y releo voy entendiendo mejor la idea.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerposRéplicasNuestros desechosNo me ignoresCardumenSi ellos vieranConcepcionesSinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Sueño lejano», de Lilian Flores Guerra (Ediciones del Gato, 2020)

 

 

Lilian Flores Guerra

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Lilian Flores Guerra.