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[Entrevista] Lilian Flores: «La pandemia fue una magnífica posibilidad que no supimos aprovechar»

La autora chilena entrega su nuevo libro, una breve novela o relato en primera persona, y donde relata la historia de Paula, una mujer que pese a la profunda y árida soledad afectiva en la cual vive, se ilusiona con la posibilidad del -amor emocional y de la pasión física, en un Santiago asolado por el estallido social y el avance del covid-19.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 19.6.2024

Caer (Ediciones del Gato, 2024), la octava publicación de la escritora y periodista Lilian Flores Guerra (1974), es una narración en primera persona que denuncia la crisis de identidad que vivimos detrás y delante de las pantallas con las que nos vinculamos, dejando en evidencia que la búsqueda de compañía o de algún tipo de eco o diálogo, es siempre peligrosa y susceptible de ser capitalizada como un productivo negocio.

Explotar la ingenuidad con la que se busca contacto: ese es el gran negocio. El talento para este radica en ser el mejor actor posible: persuasivo y chispeante; carismático y aparentemente sensible, empático. Ser parte de la sociedad del espectáculo y sus supuestos lucros: todo vale si se quiere saltar al escenario como personaje protagónico.

Como reflexiona Paula, la protagonista: «¿Se podía tener sentimientos de verdad por alguien que apenas has visto, alguien que no está cerca de ti y que vas conociendo por mensajes quién sabe si correctamente traducidos? ¿No sería puro entusiasmo de su parte?», describiendo la mezcla de fervor e inocencia que dan forma a esta esperanza de contacto, del deseo que, muchas veces, nos guía de manera ciega, esa fe ciega por creer y por paliar la inevitable soledad que aguarda en el aislamiento.

Pero, más que un llamado de alerta, Caer ensalza aquel capital afectivo que, precisamente, está en peligro de extinción, aunque no para su protagonista, pues, por más aventuras que emprenda en el sinuoso y tramposo camino de seducciones espurias, la narración nos recuerda que sí hay gente real con la que podemos contactar: comunidades hechas de personas de carne y hueso, amigos, contactos nutridos por un afecto transversal, intergeneracional.

En Paula vemos que las relaciones más profundas pueden parecer las más improbables, como ocurre con la tía putativa con la que sortea la pandemia, o con amigos distanciados que representan el consejo más cariñoso y desinteresado, lejos de la toxicidad virtual.

 

«Salir adelante con escasas herramientas»

—La pandemia sigue penando y, de hecho, es el telón de fondo de la narración. Hay estudios interrumpidos, incluso carreras tronchadas, muerte: Estela, la tía, que representa apoyo y afecto, es la víctima más cercana en el circuito de Paula. Ella es una de esas «tías» que no es familiar. Estela nos habla de la posibilidad de crear lazos más amplios, menos convencionales, así como los que crea con amigos. Vemos la emergencia de una comunidad más orgánica, afectiva. ¿Es o fue la pandemia una posibilidad de solidificar comunidades?

—Creo que fue una magnífica posibilidad que no supimos aprovechar. Recuerdo cuando se comentaba en ese tiempo: ‘ojalá seamos mejores personas una vez que todo haya pasado’. Entre tanto caos, dolor e incertidumbre esa era una de las luces al final del túnel.

Aprovechando los avances tecnológicos nos reencontramos con compañeros de estudios, familiares distantes, amistades de infancia; había mucha ansiedad por que se acabaran las cuarentenas y poder vernos cara a cara.

Sin embargo, pasó la emergencia y quisimos olvidarla lo más rápidamente posible. Volvimos a las calles, a los bares y conciertos, pero dejamos en el pasado no solo a quienes murieron, sino también a los y las que sufrieron esas pérdidas.

Entramos al encierro con las demandas para una sociedad más justa, pero salimos de ella olvidando que los problemas de salud, educación y pensiones seguían ahí, disfrazados quizás por los retiros de las AFP y los miles de personas que los usaron para pagar tratamientos dentales o arreglar sus casas.

Toda la historia de vida de Paula representa a quienes han debido salir adelante con las escasas herramientas de que disponen y un puñado de personas a su alrededor dispuestas a ayudarles.

 

«La ilusión de que haya algo más»

—Paula se presenta como una mujer emancipada y desprejuiciada. Ella es energética, proactiva y sensible, pero a pesar de su perspicacia, cae ingenuamente ante Mariusz: «Me preguntó muchas cosas. Le conté que no tenía hijos, que vivía sola en la casa que había sido de la tía Estela desde que ella había muerto por una neumonía después de sobrevivir al Covid». ¿Cómo se llega a esta exhibición?

—Paula es una mujer que se ha hecho a sí misma. Ha sacado fuerzas de flaqueza a lo largo de toda su vida, pidiendo ayuda solo en contadas ocasiones. La soledad ha marcado su existencia desde su propio nacimiento y su infancia.

Después también debe asumir la partida de sus amigas, y su camino se vuelve un eterno pasar de un trabajo mal pagado a otro, sin lograr establecer lazos afectivos importantes. Entonces, ha forjado una coraza a su alrededor, que como toda armadura con el tiempo se resquebraja y presenta fisuras.

Basta que alguien totalmente fuera de su mundo y sus posibilidades aparezca y demuestre interés en ella para que sus barreras caigan, dando espacio a la ilusión de que haya algo más, algo que le aporte un poco de brillo y emoción a su vida.

 

«Una sensación de ser eternamente despojados de algo»

—Amore Miau, el emprendimiento de cafetería delivery, es una de las formas de sobrevivir dentro de un mercado que deja poca opción. Las salidas para la generación emergente son duras: «la Claudia empezó a trabajar con una tía que tenía una boutique para viejas cuicas en Viña», «Milagro había decidido volver a estudiar; a ver si eso le abría un poco más el horizonte», «la Marcia», aunque comienza estudiando secretariado, no termina la carrera y se casa con el hijo del dueño de una empresa. Paula se entera de que, finalmente, «la Claudia vivía con el dueño de un pub en La Serena». La misma Paula subsiste gracias a la herencia de la tía Estela. En Caer denuncias esta precariedad laboral.

—Paula y sus compañeras son parte de esa misma generación que denunciaban Los Prisioneros en su canción Pateando piedras. ‘Únanse al baile de los que sobran…’.

Ella no tiene posibilidades de proseguir estudios una vez salida de la enseñanza media (recordemos que en los noventa no había CAE y que las universidades privadas eran solo para unos pocos); es más, ni siquiera se lo planteó alguna vez.

Así, el sistema educacional en el que se formó no sembró en ella ni en sus compañeras el sueño por seguir una carrera ni le dio las herramientas para descubrir una posible vocación. Esto se hizo muy patente en plena pandemia por Covid.

En ese tiempo yo vivía en Puente Alto, y en mi calle, casa por medio apareció un cartelito anunciando algún emprendimiento. Pan amasado, productos congelados, quesos, bisutería, artículos de aseo, plantas, las y los vecinos echaron mano de lo que pudieron con tal de sobrevivir.

Eso demostró la precariedad del sistema social; quienes no contaban con un oficio consolidado o una profesión que les permitiera seguir tele-trabajando quedaron a la deriva, apoyándose en su mismo entorno o en los ya mencionados retiros de las AFP.

Estas personas debieron adaptarse después a un mercado laboral cada vez más precario, que en vez de dar algo de seguridad a las y los trabajadores ofrece solo una sensación de ser eternamente despojados de algo.

 

«En la privacidad de la cámara secreta»

—Tanteando el engaño del que Paula es víctima, recuerda a un expololo, Miguel, «zalamero» y chaquetero, que termina militando en el partido UDI, separado y «con varios hijos repartidos». Paula repasa el año 2012, cuando Miguel se candidatea para concejal: «Yo voté por algún comunista, pero él no supo. Supongo que asumía que me cuadraría con los fachos», dice. Háblanos de los chaqueteos y oportunismos que presentas en Caer.

—Miguel es un representante más de ese turismo electoral al que parece que nos acostumbramos porque, aunque está prohibido, se sigue haciendo con desparpajo; una persona con escasos o nulos vínculos con una comunidad, con la venia de un partido político aparece de pronto declarando que se identifica con las y los vecinos, denunciando anomalías en el gobierno local (si es opositor) y prometiendo medidas efectistas en caso de salir electos.

Casos hay por montones: Karla Rubilar en Puente Alto, por ejemplo. ¿Cuándo se le vio antes por esa zona, que siendo tan enorme ha tenido y sigue teniendo montones de problemas? El sujeto en cuestión hace lo propio: compra alguna propiedad, se granjea apoyos de los empresarios de la zona y usa a la comunidad como trampolín para sus intereses políticos.

Tenemos a una importante masa electoral que no se mueve por convicciones, y que votará por la Karlita, por Miguel o por cualquier otro candidato porque sale en la tele o porque le entregó un vale para comprar gas y era ‘muy simpático’.

Paula cae en otro grupo: los que tienen sus inclinaciones pero no hacen alarde de ellas. Como la mujer pragmática que es, guarda silencio ante la posibilidad de perder el trabajo si expone sus preferencias, y su revancha por las humillaciones e injusticias se da al momento de emitir el voto en la privacidad de la cámara secreta.

 

 

 

 

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«Caer», de Lilian Flores Guerra (Ediciones del Gato, 2024)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Lilian Flores Guerra.

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