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[Entrevista] Lina Meruane: «Salvador Allende estaba interesado en democratizar los privilegios»

La autora y académica nacional publica esta semana el volumen «Señales de nosotros», quizás su libro más reflexivo y crítico frente a la posición política de quienes nada sabían, o preferían mirar hacia el lado en una especie de silencio cómplice y pasivo, ante los apremios y violaciones de los derechos humanos, que acontecieron en el país inmediatamente después de ocurrido el 11 se septiembre de 1973.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 20.8.2023

Señales de nosotros, de Lina Meruane Boza (1970), es un ensayo autobiográfico que aborda la dictadura desde un prisma original: es el arribista colegio inglés, cercado por costumbres y una lengua foránea, el lugar de disciplina en el cual se hayan confinados los cuerpos en proceso de adoctrinamiento, y donde surge una voz crítica que comienza a ver la luz poco a poco.

Más bien, comienza a vislumbrar la oscuridad en la que se haya inserta, una zona colonizada que opera como sinécdoque, ya que el microcosmos del colegio es un fragmento que habla de una extensión brutal: «lo que mirábamos era el techo, no el naufragio a nuestro alrededor».

En un sentido escénico, me llega el recuerdo de Cuatro por cuatro, la novela de Sara Mesa, situada también en un colegio exclusivo, muy impermeable, donde se vigila y castiga con la educación como arma, y a nivel discursivo, me permite hacer muchas conexiones con una publicación que acabo de leer y que también se articula gracias al formato del ensayo autobiográfico: Libre, de Lea Ypi.

Allí, en esas páginas, la profesora de teoría política, documenta desde su personal perspectiva el desmoronamiento del régimen comunista en Albania, último bastión del estalinismo en Europa: «lo único que recuerdo de esa época es el miedo, la confusión, la duda».

Un abordaje teórico sin duda amerita el repaso de historiografías tan iluminadoras como las de Michel Foucault, con su mirada sobre los cuerpos desviados, confinados, disciplinados y castigados, Giorgio Agamben y la politización de los espacios y la suspensión de las reglas y la excepcionalidad del Estado, o las discusiones en torno al desplazamiento lingüístico que explora Rosi Braidotti a través de sus sujetos nómades.

Señales de nosotros, publicado por editorial Alquimia, será lanzado este martes 22 a las 19 horas en la librería del GAM, con la participación del periodista y editor Patricio de la Paz.

 

«Cómo era que uno no sabía, no preguntaba, no se enteraba»

—Comienzas tu ensayo con la idea de complicidad concentrada en la infancia. («¿No será que escudarnos en la infancia nos hace cómplices?»). Luego, viene la revelación, una madurez («Aprendimos a guardar silencio, aprendimos la conveniencia de callar que algunos de nosotros desaprendimos en los años de la universidad»), así como la comodidad y culpabilidad de los testigos indiferentes («El no saber nada, el no querer saber, vestía al país como escudo y como el privilegio de haber sabido pero haber preferido no saber»). Hacia el final se plantea la disociación de vivir sin vivir… ¿Qué crees que hace que algunas personas tomen conciencia y acción y otras callen?

—La complicidad no es una categoría homogénea y estable, sino que tiene diferentes formas y, sobre todo, en mi libro, mientras pensaba la infancia, esa forma de la complicidad se va transformando.

Me sirvió pensar en la película de Andrés Wood, Machuca, en la que, en el contexto de la discusión de la ley de educación unificada, algunos colegios privilegiados acogieron a niños de sectores aledaños y populares, y uno ve en esa película cómo los niños privilegiados le hacen bullying a estos niños y, también, como el alter ego de Andrés Wood, niño bueno, que es amigo de Machuca, cuando ocurre la situación más violenta en la población, niega su relación con Machuca.

Ahí hay formas bien complejas de la complicidad. Por supuesto está tratando de salvar el pellejo, pero niega su amistad. En ese sentido esta idea que está un poco cristalizada en la cultura de que los niños no pueden ser cómplices, partícipes o no tienen ninguna responsabilidad, no es así. Entonces esto me sirvió para empezar a pensar bien cómo era que uno no sabía, no preguntaba, no se enteraba, etcétera.

Y me pareció que había que repensar esa categoría y, por supuesto, no culpabilizar de manera radical, pero sí pensar cómo operan esas maneras de la complicidad y cómo opera la educación de la complicidad, la educación del silencio. Ser buen alumno significaba ser obediente y obedecer en esos contextos puede ser, en cierta medida, alevoso.

Por otra parte, no estoy muy segura de cuáles son los mecanismos, pero estoy bastante convencida de que la información de lo que en realidad está pasando, cosa que no existía en dictadura, en los medios oficiales, y que empieza a aparecer en la segunda mitad de la dictadura con algunas revistas como Cauce, Apsi, etcétera, eso permite abrir fisuras y permitir mirar lo que está pasando.

El caso de los hornos de Lonquén, por ejemplo, fue un primer momento, pero también son las sensibilidades propias de cada persona, y yo me pregunto, sin llegar a conclusiones, si uno ha estado enfrentado a la muerte, si eso te sensibiliza ante la muerte o, también, una idea que a mí se me presenta como pregunta es si uno es lector sensible, esto hace que uno se sensibilice ante la precariedad y vulnerabilidad de los demás, esto no necesariamente es así, pero a veces sí lo es.

 

La ramificación del poder

—El escenario de tu ensayo es un colegio inglés, un espacio de disciplinamiento feroz, una heterotopia con sus reglas reforzadas por la promesa del exitismo. Aquí vemos la educación como ceguera. La noción de aprendizaje, educación, se ve como domesticación, obediencia. ¿Por qué crees que se sostiene esta genealogía a nivel familiar?

—Yo creo que una de las estrategias más poderosas de la dictadura fue instalar el miedo, no solamente el miedo a la represión dictatorial, sino que el miedo a que la posibilidad de que en el futuro los hijos salieran chuecos y pudieran ser víctimas de la dictadura.

Entonces hubo una generación de padres asustados, no solamente del lado de la izquierda, sino también de la derecha, que intentaron que sus hijos no participaran en lo político y que no desarrollaran pensamiento crítico, entonces ahí se producen alianzas muy problemáticas entre los sistemas de educación escolares y las familias, entre otras instituciones, esto lo dice Foucault, cómo el poder nunca opera de manera vertical, sino que se ramifica y uno de los espacios de ramificación son las diversas instituciones que componen la sociedad.

 

«Las causas justas no pertenecen a un solo grupo»

—La figura de Allende es vista a través de su hija Beatriz, gracias a la amistad de la madre de la protagonista con ésta. Se relata un cóctel en la casa de una amante de Allende, con mozos y canapés de caviar. Esta no es la imagen que se suele proyectar como modelo de su figura. Me vino a la mente la visita de Nadine Gordimer a Chile. Ella estaba muy interesada en el bagaje de Allende y preguntaba si sus orígenes eran populares, si venía de una familia con educación. Ella escuchaba con sorpresa al enterarse de que su ascenso no había ocurrido desde las clases populares y de que su entorno era privilegiado.

—Me parece que, desde afuera, siempre sin información, la idea de que en un país un mandatario socialista como Salvador Allende tuviera que venir de las clases populares es un error factual y es una fantasía que es muy interesante hoy; la idea de que solo la gente negra puede hablar o defender la causa contra el racismo, o que solo una persona de origen popular puede acceder al gobierno para defender a la clase popular, son cuestiones muy erradas.

Las causas justas no pertenecen a un solo grupo y de hecho es bueno que pertenezcan a todos los grupos sociales, que se expandan transversalmente, y ese era el caso de Allende, que venía de una clase privilegiada, que venía de una clase educada, que tenía gustos de persona de clase alta, pero que a la vez estaba interesado en democratizar los privilegios, y eso me parece muy valorable, y me encanta que Nadine Gordimer haya estado tan sorprendida y que su viaje a Chile le haya aclarado la película.

 

«La división ideológica que ocurre a nivel generacional en muchas familias»

—Revives una escena (la del escondite en la lavadora de ropa) que describes en un cuento tuyo anterior. También tu investigación sobre Palestina ha ido mutando, con diversas aportaciones, distintas publicaciones y versiones. Háblanos de los materiales con los que trabajas y el modo en que decides su organización, su formación como organismo.

—Ese cuento que recuerdas es un texto muy corto para un guion que se hizo a principios de los años 90 para El show de los libros y, de hecho, de alguna manera esa escena está inspirada en el evento de la niña, la compañera que se esconde dentro de la lavadora, aunque el cuento va en otra dirección.

Pero a lo que apuntas, yo en efecto he usado muchas experiencias personales como disparadores de la escritura, a veces en la ficción, pero sobre todo la he usado como material en la no ficción, porque ahí me sigo los pasos a mí misma. Por eso, Palestina en pedazos es un libro que va repensando y avanzando en una investigación cuya protagonista soy yo misma.

A mí me parece que hay un valor en repensar la experiencia y usarla como material de escritura, porque somos personas vivas, que vivimos en contextos, y esos contextos y esas experiencias nos permiten pensar y extrapolar.

En ese sentido he ido recordando, haciendo memoria de una serie de episodios de mi juventud que tienen que ver, como en Señales de nosotros con mi infancia en un colegio, pero que también tienen que ver con alguna experiencia posterior, como la de haber estado en un gimnasio, donde, tiempo después descubrí, era donde se entrenaba a los tiras en la noche, después de que el gimnasio cerraba.

Aquel texto se llama «Sesiones de tortura», está publicado en Ensayo general, y hay otro texto que se llama «Plan X», una fuerte discusión entre una madre pinochetista y una hija historiadora de izquierdas. Eso es completamente ficcional, pero recoge la participación de las mujeres de derecha en el derrocamiento de Allende.

Esto es ficción, pero de alguna manera me permite revisitar la historia y la división ideológica que ocurre a nivel generacional en muchas familias.

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Señales de nosotros», de Lina Meruane (Editorial Alquimia, 2023)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Lina Meruane.

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