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[Entrevista] Poeta Julio Barco: «La literatura es vida, una suerte de realidad aumentada, la cual felizmente continúa creciendo después de leer»

El autor peruano, y quien lidera la vanguardia artística formulada en versos entre los menores de 30 años de nuestro continente cultural y lingüístico, acaba de lanzar su nuevo libro, titulado «Mosaico», junto al comienzo e inauguración del nuevo año. Tal evento resulta la excusa perfecta para dialogar con esta reflexiva voz sudamericana en torno al ejercicio creativo, lector y metapolítico, de los tiempos pandémicos que cruzan las jornadas diarias del mundo entero.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 18.1.2021

Para el grueso de la gente, cuando hablamos de poesía o literatura los nombres que reverberan a simple vista o que llevan a un lugar conocido (o de confort) son los laureados, los escandalosos o los que se encuentran en el olimpo de los clásicos.

Por lo mismo, obras potenciales, en construcción, trabajos en curso, autorías en maduración, se presentan más bien como nombres ignorados —para no decir desconocidos— o poco conocidos.

Julio Barco (Lima, 1991) es una de las voces que en el circuito de poesía escrita por jóvenes (para no decir poesía joven o poeta joven) en el Perú tiene una resonancia que es importante de notar.

Bajo el brazo, el poeta que se apresta a cumplir tres décadas, posee una producción literaria que no pasa desapercibida, presente en distintos países de Latinoamérica (Argentina, Colombia, México) y que además ha sido reconocida en su país en certámenes como el Premio Huauco de Oro (2019) y Poeta Joven del Perú (2020).

Ha comenzado el año 2021 con la publicación de Mosaico, un libro de poesía de 274 páginas, coeditado por el laboratorio editorial chileno Astronómica y el sello argentino Metaliteratura.

 

«La literatura es vida»

—Quiero reconocer que preferiría más la dinámica de la conversación, aunque siento que a la entrevista se le puede sacar trote como un artefacto de archivo, como modo de conocimiento o como lo que Mark Fisher llamaría un engrosamiento voluntario de la burocracia al colmar perfiles e información. No lo dice así, pero es una de las ideas de su magnífico Realismo capitalista, ¿no hay alternativa? (2009, traducción de 2017). Bueno, el entrevistado puede leerse como un sujeto poético, un personaje de fantasía, como extensión del pensamiento de un autor, un poco autobiográfico, un poco crítico. A la postre, humanizar la práctica de la escritura. Quiero partir con unas preguntas que pueden parecer, de entrada, vanidosas, que la revista The Paris Review en construcción de cuestionarios tipo, hizo de la entrevista un arte de bordear y bordar los límites de un autor o de una autora. Sabido es el trabajo que antecede a esa revista de tantos aciertos. Julio, un par de inquietudes ab ovo: ¿Cuál fue tu introducción a la literatura? ¿Alguien de tu familia escribía?

—Empecé leyendo cuentos de (Julio Ramón) Ribeyro gracias a un profesor de la Primaria, Jorge Cárdenas, y me marcaron poderosamente. Un dato: nadie en casa leía, tan solo diarios populares y ningún libro alumbró mi infancia. Bueno, en realidad, sí: algunos de cuentos en tapa dura, con un cassette que te narraba cada cuento y que yo personalmente amaba porque la voz hechizaba. La voz dulce de una muchacha parecida a una flauta. Eran Lado A y Lado B y aún recuerdo que ahí leí por primera vez cuentos clásicos como La cigarra y la hormiga.

Y, desde ahí, me sentí solidarizado con la cigarra que por cantar y amar el canto tenía que pasarlas negras en invierno. Pero de esos cuentos infantiles a Ribeyro hay un abismo, sin embargo, se definió mi gozo por leer primero, y, después, mi manía por escribir (que yo creo son dos sustancias de un mismo vaso, dos caras de una sola moneda llamada Vida).

Creo que estas dos pasiones se devoran a sí mismas. Lamentablemente, las hojas que me dieron de cuento de Ribeyro estaban incompletas y esperé unos meses para recién leer la versión entera y otros cuentos de La palabra del mudo. Cuentos urbanos, donde el mar de Lima era parte de la geografía, como el horror y la pobreza, y la neblina que navega en la capital una lógica poética que me hizo palpitar de una forma extraordinaria.

Ahora pienso que la prosa de Ribeyro era una poesía condensada. Ahí entendí que la literatura no era otra cosa que vida, una suerte de realidad aumentada, que, felizmente, continuaba creciendo después de leer. Me gustaron tanto que empecé a fabricar los títulos de cuentos que colocaba entre las hojas blancas de un cuaderno que me regaló mi abuelo. Ahí empecé, sin saber por qué, a escribir títulos de cuentos.

Por ejemplo, “La boda de Fresia” y se me ocurrían personajes, y la trama, aunque francamente nunca los plasmé, eso ya empezó después cuando el mismo profesor que nos hizo leer a Ribeyro, nos mandó como tarea comprar un cuaderno para usarlo de diario, donde empecé a dibujar ideas, pensamientos, formatos de vida o sensaciones como listas de cosas que me gustaba coleccionar.

Ahí, digamos, nació mi voz.

 

—Complementando lo anterior, ¿en qué circunstancias se produce tu primer contacto con la poesía? Y también, ¿cómo crees que se relaciona la imaginación con la soledad? Un poco pensando que la escritura suele ser una práctica solitaria (individual) y la literatura un hábito colectivo.

Creo que la literatura fundamentalmente es soledad, es decir, para crearla y pensarla hay que encerrarse un rato, tanto de la realidad que vivimos como de los otros. Ese desconcertarse del entorno es volver el entorno un espacio de la posibilidad. Es un acto solitario, sí, pero no ajeno a la realidad, es decir, un acto sociable y que tiene como fin la sociedad, el establecer contacto en otros, romper los límites del yo.

Ahora, cada soledad es diferente, cada soledad tiene su propia mitología. Hablando de mi primer contacto con la poesía, no puedo dejar de recordar ese último año de quinto de secundaria, que en el Perú es también el fin de la secundaria; aquel año, conocí la poesía de (Javier) Heraud como la de (Gustavo Adolfo) Bécquer que fueron bastante necesarios primero para encantarme con ese tipo de uso del lenguaje como para empaparme de más ganas de escribir, sin embargo, ya para esos días leía con adicción varias novelas, sea Moby Dick como La ciudad y los perros, o Salón de belleza de (Mario) Bellatin que venía en una edición tapa dura popular junto a una novela de (Carlos) Thays que también leí por esos años. Y que, por cierto, no me gustó.

 

—En una entrevista a Nicanor Parra del año 2001, el crítico literario y profesor universitario —entre otras ocupaciones e intereses— Manuel Jofré le preguntó si creía que la palabra es anterior a la realidad. Parra tiene su propia visión de las cosas, la que creo puede verse ligeramente afectada por tales o cuales circunstancias y consecuencias. En la entrevista, Parra contestaba un rotundo “no”. Continúa manifestando que no cree que en el principio fue el verbo, sino que la palabra es posterior y un sinónimo de muerte, pero también una posibilidad de vida. Agrega que se accede a una realidad que no existía antes y se coloca a la palabra como fuente de energía, ¿qué te parece a ti esto? A veces pienso que el lenguaje es diferente de la vida, ¿cómo se podría hacer calzar una cosa con la otra? ¿Es una cosa? ¿Se pueden tener los dos juntos? Tal vez hay dos mundos. Uno con lenguaje y otro sin lenguaje. Lo mismo le pasa a la vida. Un mundo sin vida y otro con. ¿Una vida sin lenguaje? ¿Funciona? ¿Qué es lo que ocurre en tu poesía? Recuerdo en comunicaciones privadas que me comentabas de la continuidad del arte, ¿será también del nombrar, del ejecutar, del sacar afuera? ¿O del cenizar como expresaba Lezama Lima ante la definición de las cosas?

—Hay continuidad entre la lectura y la propia realidad, ya que la lectura, es decir, el poema, al abrirse en nosotros nos revela su esencia y nuestro espejo. Entonces, hay un encuentro entre la posibilidad de esos espejos y el espacio psíquico que somos como materia. Esto permite conocer todo tipo de sentidos. Yo creo que entre realidad y verbo, en relación a nosotros, los humanos, hay un vínculo estrechísimo; somos lenguaje, habitamos en la casa de la palabra, vivimos dentro de poemas. El mito une la identidad, es decir, la palabra que asumimos como código, identidad, manual de nosotros mismos.

Sin embargo, creo que la poesía te permite ver los límites de todo lenguaje; ese ver no es solamente un simple mirar sino un descubrir; el lenguaje se hace visión en el poema, visión de nuestro código humano, tribal, de la naturaleza que habitamos; en últimas, en una sociedad cerrada y con pocas posibilidades de lo divergente, la poesía guarda el fuego del imposible y de la posibilidad.

Ahora cuando escribes poesía generalmente partes de tener la mente cargada; la poesía es un habitar, entonces, tanto visiones como entendimientos; y aquí no me pongo serio ni pretendo encabritar la cruz de la verdad, no obstante, considero (como Lihn) la necesidad del rigor y de probar la nausea gloriosa.

Por eso, creo que lo peor que le puede pasar a un poeta es dejar de leer, o reflexionar, dejar de nutrirse, justamente de lenguaje, porque también la cualidad del poeta es la de intérprete, entonces, tiene como un paladar más abierto a observar matices, a ver mosaicos. El entendimiento de lo que llamamos profeta, según leía, era no del que adivina a futuro sino del que descifra los signos.

Ese descifrar es leer. Obviamente que todo este proceso, lejos de ser algo frío y calculador, termina siendo, creo, en ciertos poetas, un habitar al filo de la realidad, un proceso mágico y alquímico, al filo de la lógica o de sentido común mismo. Los poemas ocurren de pronto, pero el tiempo que pasamos calculando o distribuyendo el contenido en la hoja no es necesariamente directo a la proporción que requiere su gestación.

El poeta, creo, no persigue la misma vida rutinaria que padecen todos e inventa un lenguaje, que es su habitar. Ahora, yo creo que en la mejor poesía los límites de poesía y mente subjetiva se deshacen y el latido que suena en el verso es también una simbiosis de la propia realidad poética: realidad y deseo se tornan un solo canto. Surge la poesía como una partida de nacimiento.

Y los espejos hablan.

 

Nicanor Parra

 

La tecnología y el poeta

—En esta época de homo digitalis, de homo viator e incluso de homo like, las tecnologías nos producen un alivio y también un dolor de cabeza. Pueden ser el virus (como lo que decía Burroughs de la palabra) como también el antivirus. Te facilitan la vida, pero te quitan una capacidad. Ya no es tanto como la romantización de Borges de la extensión de las partes humanas en las invenciones, por ejemplo, decía del libro que es una extensión de la memoria y la imaginación. Rescato unas preguntas que Shusha Guppy para The Paris Review hizo al asombroso escritor israelí Amos Oz en 1996, ¿cómo escribes? ¿De pie, sentado? ¿Escribes a mano o con un procesador de textos? Si es lo último, qué puedes decir sobre la experiencia de ser uno con la máquina, ¿qué se te ocurre que sucede a nivel cerebral?

—Creo que la computadora es una de las mejores cosas para la creatividad de poeta y que debe usarla siempre a su favor. Estoy a favor de los experimentos que se vienen gestando desde la vanguardia digital, o, para salir de la idea de vanguardia, la posmodernidad multimedia. Abre posibilidades de pensar la realidad a muchos niveles que antes no podíamos. Sin embargo, todo beneficio traer consecuencias, ¿somos más inteligentes ahora que hace doscientos años cuando se usaba solo la tinta y el papel?

Creo, en principio, que cada siglo fabrica sus sensibilidades, sin embargo, dentro del caos de la tribu que prueba las sensaciones y dulces o frutos, se logran mayores virtuosismos. Un (Pablo) Neruda, un (Vicente) Huidobro, un (César) Moro, un (José María) Eguren por época, sobra y justifica la época. Un (César) Vallejo, digo, que una tradición de poetas logre dar un Vallejo ya crea toda una mirada interesante en relación a esa tradición.

Antes de (James) Joyce, la literatura irlandesa era solo parte de la literatura inglesa, después eso cambió y los ingleses, con el perdón de Shakespeare que es genial, se volvieron parte de la tradición irlandesa. Lo mismo pasa con Vallejo o (Enrique) Verástegui, son tan genialidad que te planteas si con ellos la poesía española depende de la poesía peruana y no al revés, aunque la verdadera independencia de la tradición hispana, o sea, ese punto donde uno se siente lejos y desarraigado solo de lo hispánico se da en el inicio de las vanguardias, con (Gamaliel) Churata o (Abraham) Valdelomar escribiendo distintas épicas.

Luego mucho ladrido de lenguaje y juego, metafísica y experimentación. No sé si respondí tu pregunta pero, dale, volviendo a ella: escribo con lo que tenga a la mano, pero sí considero necesario hacerlo desde un computador, me parece práctico; me da la sensación de tocar un piano, de hacer música, de dar un concierto.

Y me gusta y me parece más cómodo para los diseños internos que realizo. Detesto que esta tecnología sirva para atarnos y volvernos más idiotas, para dominar y controlar a la gente y se venda la intimidad al mejor postor.

Debemos renovar nuestros usos dentro de estos sistemas, usarlos para aprender y difundir ideas, no solo quedarnos como meros entes pasivos, sino para difundir y crear nuevos lenguajes.

 

—La integración del mundo físico con el virtual fue la gran tónica de la década pasada. Hoy es algo que aprovechó bastante bien el Retail con lo consumido que el consumismo tuvo a la gente en la pandemia. El e-commerce creció a niveles inéditos. Pueden verse las cifras. Bueno, entre 2010 y 2019, el auge de las fisuras de los sistemas políticos que se suponían consolidados y de los modelos socioeconómicos neoliberales llegaron a notarse en todos los sectores de la población. Tal vez por el flujo de información que pasa a través del filtro de la inmediatez de las redes sociales o de un boca a boca que es tan peligroso como deseable a nivel comunicacional. Perú no ha estado ajeno a la realidad de esas fisuras que menciono, en el último lustro han tenido cuatro presidentes (y solo una elección), una crisis agrícola, un descontento social rizomático. Cómo observas esos procesos, ¿crees que la poesía ha tomado palco o se ha sumergido en el barro lírico para despertar consciencias y nuevas subjetividades que entroncan cada una, una voz?

La poesía de verdad siempre existe y la escriben algunos locos fuera de la realidad, es decir, dentro muy adentro de ella; mientras que lo que se populariza generalmente va relacionado al gusto del público, que es un gusto comercial, y termina desapareciendo cuando este público emigra o de gustos o de edades.

Es así que llegamos a esta época, donde la poética vendible va de la mano con el mundo digital, un amor romántico y bobo, o simples emociones optimistas que revelan una salvación a la decadente como caótica realidad que vivimos.

Sin embargo, la poesía como mente extendida en el espacio del papel, es también un testimonio de cada época, o, en todo caso, un testimonio de que cada época posee un trozo de eternidad que puede ser develada, oíble, entendible a lo largo de las épocas.

Poesía es política, pero no la politiquería hostil que se suele darse a través de partidos o de grupos “políticos”; es una forma de política liberada de esa retórica que, sin embargo, nos permite gozar de la urgencia de la problemática humana.

(Raúl) Zurita es tan político como cualquier otro líder de Latinoamérica, o (Miguel) Ildefonso o (Mario) Montalbetti, pero la apuesta de poesía les abre un espacio de libertad diferente, donde la búsqueda de Poder no ciega pero la lucidez sí permite convertir la experiencia de la vida y su contexto en arte, signo, registro, teorema.

Es una paradoja de las vanguardias, que la utopía está en “ser modernos siempre” y que la modernidad sea descubrir el presente del pasado, pues, ¿cómo realizar esa dinámica sino regresando y nacimiento del pasado que es futuro?

Pongamos el caso de Vallejo frente a su generación, o Verástegui frente a la suya; si lograron salvar la valla de los demás autores y salir a flote como representativos es porque de alguna forma lograron una obra más abarcarte y totalizante, que nos descubre las propias fisuras y límites de las antiguas vanguardistas.

Yo creo que los grandes saberes o sensibilidades, a veces, se mantienen subterráneos mientras que lo impuesto se difumina, es un espejismo de instante. Queda la obra. Vallejo era solo considerado genio por el grupo de amigos intelectuales que frecuentaba y para el gran público ello sería conocido casi 50 años después.

 

César Vallejo

 

«Soñando con imposibles»

—Pasando a otros asuntos, el escritor mexicano Gabriel Zaid en Los demasiados libros (1996) comienza estableciendo un par de proporciones que 25 años después no parecen tan descabelladas. Por una parte, el crecimiento de los autores es exponencial. Por otra, el de lectores, aritmético. Quiere decir que parece haber más gente interesada en la creación que en conocer, difundir y acceder a ella. Proliferan las escuelas y talleres de escritura creativa (¿y se olvida o no la lectura creativa o dónde queda la formación a partir de las lecturas personales?). En esta época Walter Benjamín (y también Andy Warhol) estaría(n) orgulloso(s). Con las técnicas —digamos— de neoapropriacionismo, se deviene prosumidor. Productor y consumidor en uno. Cómo ves tú, en tu entorno, en tus redes, el movimiento del libro, su valoración e impactos, ¿acaso ya no se respira el polvo de las estanterías y el PDF lo aguanta todo? Durante el 2020 partiste con una campaña de lectura y seminarios con Lenguaje Perú, todo encaminado a socializar el conocimiento de algunos autores y autoras. ¿Qué crees que se nos viene en un mundo donde la literatura opera como un zoom de los márgenes de esta sociedad?

La literatura y la sociedad actual van muy bien porque, ya se sabe, la comunicación es base de lo literario y la poesía aguanta cualquier soporte (pienso que, tal vez, a futuro los libros puedan ser solo hologramas o tener materiales que no necesariamente afecten el ecosistema), si antes se hacían poemas en las paredes de las cavernas, hoy desde las pantallas de los celulares.

Yo que leo en todos los soportes no creo que uno niegue al otro, ni creo que usar uno te haga más tonto que usar otro. Por ahí no va el tema. El tema de todo es, de fondo, cultural. Quien tenga criterio podrá aprender de las letras en cualquiera de sus formatos. No veo paradoja ni miedo a que uno reemplace otro, o a que la tecnología destruya la necesidad de lo literario.

Al contrario, yo, por ejemplo, gracias a la internet descubrí un mundo imposible de conocer solo con la realidad que me ofrece mi país y pude comunicarme y me comunico aún con varios autores de todas partes del mundo. Y eso, no va en mi contra, al contrario, me abre más horizontes para conocer la vida cultural del mundo. De eso se trata: de usar a nuestro favor los recursos de la época.

Entonces el problema es un poco más sobre la ignorancia y la necesidad de usar estos medios a favor de nuestros proyectos. El humano, aunque mañana tenga que usar hologramas para guardar su memoria, seguirá haciendo poemas, seguirá soñando con imposibles y escapando de su cotidianidad gracias a la imaginación.

 

—¿De qué hablamos cuando hablamos de poéticas del siglo XXI? ¿Cuándo podemos estar seguros que estamos ahí? En el siglo XX una serie de vicisitudes prodigiosas nos legaron, al menos en Perú, la casi centenaria e incombustible fuerza de Trilce y en realidad todo César Vallejo, la sorpresa visual de papel y palabra de Carlos Oquendo de Amat, la potencia de la sugerencia en Blanca Varela, la épica y epistemología de la complejidad de Enrique Verástegui, la vitalidad y delirio de Hora Zero y las movidas posteriores, ¿qué hacer después de eso? El poeta Héctor Hernández Montecinos decía que la poesía latinoamericana es su propio siglo de oro, es una manera sublime de mirar lo que se ha hecho en el continente. En otras latitudes también hay obras monumentales que intimidan y predisponen al futuro como un continuum de que nada puede seguir causando fascinación, ¿qué te parece ese pensamiento que se deja derrotar por el berrinche de la originalidad?

Interesante el punto del Siglo de Oro porque nos permite observar desde la justa altura todo el concierto de voces de la poesía del siglo pasado que, en verdad, es fascinante. Lo es en la medida de que nos pone frente a nosotros a un océano desde Pablo de Rokha a (Octavio) Paz, de Paz a Vallejo, Neruda, y tantos otros que podría decir tan solo para llenar tres o cuatro hojas más de entrevista, pero es cierto. ¿Qué es la poesía de este siglo? ¿De qué hablamos cuando hablamos de poéticas del siglo XXI?

La resaca del siguiente, pero también la independencia de todas las formas y, en cierto modo, un nuevo nacimiento del Ritmo. La salud de la poesía latinoamericana se alimenta de varios autores que renuevan, desde las raíces tanto intelectuales como canónicas, la idea de lo poético.

Este “estiramiento” permite escribir con libertad a más jóvenes que volverán a “estirar” o “resetear” el molde. Por eso, yo creo que hay poesía para rato, es decir, tanta como sangre corra dentro de nuestras venas.

Así, considero una estolidez medio posmoderna la de matar al genio y de considerar que nuestra época no puede ser creativa ni original. Al contrario, el genio vive y se reinventa en cada época. La poesía es lo más natural que hacemos aparte de reproducirnos y hacer casas, o comprar escobas o cepillos.

Si lo tomamos así, como facultad se puede abrirse a cualquier necesidad humana, veremos que es un proceso que no caduca ni se agota; para unos será político lo poético, para otros lingüístico, por citar dos casos; entonces veremos que la naturaleza de la propia poesía sigue la naturaleza de la propia humanidad y es como complicado desarraigarla por completo.

El decir poético es el decir humano, entonces, hablamos de intensificar los espejos de nuestra propia naturaleza. Lo que se debe insistir es que estos cambios son reformas de viejos espíritus y que la lógica de un lector debe ser azuzar la lucidez a favor de la poesía.

Los lectores más adiestrados verán con enojo la falsedad de algunos poemas demasiado románticos, o lo trillado; de ese ver y observar nacerán nuevas estéticas o semillas, nuevos lenguajes que elaboren otro tipo de esencias, sin embargo, la lógica es natural como las de las hélices del ADN recobrando y perdiendo el gen en cada reproducción.

De todo ese caos, nacerán nuevos Nerudas o Vallejos que abran los caminos y despejen las propuestas por otras.

 

Enrique Verástegui

 

«El poeta más fundamental después de Vallejo es Verástegui»

—A propósito de poesía del Perú, Mario Montalbetti en el último lustro ha sido bastante editado y difundido en Chile. A su haber, al menos cinco publicaciones editadas en el país, visitas, entrevistas y la llegada de los volúmenes que editó el Fondo de Cultura Económica (Cualquier hombre es una isla, 2014; El más crudo invierno, 2016; Notas para un seminario sobre Foucault, 2018). Me llama la atención su estudio y disección del poema como forma de pensamiento y resistencia, del poema como (¿una cosa?) que le hace algo al lenguaje. Siento que tus derroteros y manantiales no están instalados en la propuesta de Montalbetti, sino más cerca de otras poéticas que van organizando más o menos el caos de la intensidad, de la mente y buscan en el poema otros objetivos, tienen otras trayectorias. Del paso del caos a la creación, ya no ex nihilo en el poeta, ¿se puede hablar de un intersticio de progresión de la propia vida? ¿En qué medida los materiales de construcción de un poema están precedidos de un proceso caótico? ¿Ves alguna relación entre el caos y la libertad?

—Montalbetti es un profesor universitario muy pegado a la normativa académica de Noam Chomsky y compañía; a diferencia de Verástegui, sus ensayos son más estructurados y se pueden cotejar académicamente, sin embargo, no son necesariamente más lúcidos que los del autor de Splendor.

Verástegui, por un lado, tuvo pocos trabajos académicos y terminó casi volviendo su propio habitar la poesía como una suerte de religiosidad que se palpa mucho en los últimos tratados místicos que desarrolla; por otro lado, Montalbetti no sale de la universidad, la Católica, e incluso, leyendo sus versos, parece que no sale de Miraflores.

Lo que termina siendo una crítica boba, claro, si hablamos solo del texto, pero dibuja un poco la vida intelectual de este poeta. Lo que une a Verástegui y Montalbetti es su capacidad intelectual, ese poder moverse por cualquier género, entenderlo, usarlo, reciclarlo, transformarlo en un medio poético.

Por cierto, yo creo que el poeta más fundamental después de Vallejo es Verástegui, aunque es algo que los amigos de Montalbetti jamás dirán (ni él, creo).

Al margen de esto, considero necesario entender lúcidamente estos saberes. La filosofía, como quehacer humano, busca entendimientos profundos de la realidad que tienden a ser sistemas; sin embargo, en los poetas, como Verástegui, esos sistemas, al darse, terminan siendo más poesía que filosóficos. Y es necesario, para la diversidad de entendimientos, que cada uno mantenga su propia esencia y rigor.

La poesía guarda algo de la emoción, del asombro, sí, y del éxtasis, del cuerpo caliente que se posó sobre la construcción y operación de una música, la música de un ritmo, el ritmo de un verbo, un verbo que exige la transformación del caos es arte.

Es decir, el poeta se adhiere a su música, y esta no es necesariamente una afirmación de la lógica del lenguaje siguiendo a (Jacques) Lacan, o a (Steven) Pinker, sin embargo, tanto Lacan como Pinker son necesarios en cierto modo para entender la lógica del fenómeno.

Considero, por eso, que la idea de lo poético persigue una totalidad, donde fluyen los lenguajes y conocimientos. Por otro lado, el fenómeno sigue siendo un misterio. Y aquí recuerdo algo que comentaba Verástegui, relacionado a ese observarse a sí mismo que viene a ser lo poético; ese tomar la experiencia de verse como un deseo que finalice en un libro o miles de poemas o novelas poéticas.

Por eso creo que el caos si viene de una mente que se esfuerza por aprender contenidos es naturalmente beneficioso aunque no recomendable porque igual es un estar al borde, y ese “estar al borde” no es soportable para todos. Lo cierto es que los poetas hacen una casa que a veces no pueden habitar, y ahí el lujo de la poesía, su rigor, su traición y belleza.

 

«La pandemia nos hizo ver que todo era una mentira: la escuela, los hospitales, la política»

—Algo que hemos hablado en comunicaciones privadas sobre el sustento y LA remuneración del oficio literario, no digamos profesionalización de las cosas, tampoco sujeción de la escritura a la estructura realista–capitalista, ¿qué te parece la precariedad que atraviesa el campo cultural, mucho más agudizada en esta pandemia con cuarentenas e instancias de reinvención que pudieron parecer desesperadas?

—Me parece terrible. Actualmente, por ejemplo, hay autores que sufren enfermedades y no son protegidos por el Estado. La pandemia nos hizo ver que todo era una mentira: la escuela, los hospitales, la política.

Las apariencias nutren los lenguajes cotidianos de las ciudades latinoamericanas porque no hay una búsqueda encaminada a la libertad, el juicio, la cultura, la crítica, la búsqueda de saberes o salud, ni intentos de limpieza mental, entonces, en una realidad convulsa, todo atenta primero contra el que pretende ser escritor y después contra la institución llamada Literatura.

Estos, al ser precarios, terminan siendo solamente hobbies para muchos autores; sin embargo, observamos que las editoriales grandes jamás pierden y el llamado “mercado cultural” se sostiene. Entonces, es necesario hacer una autocrítica y también volver a analizar las políticas culturales.

Creo que la lógica de un Estado saludable es ayudar a que el arte de su región crezca, se reproduzca de mejor manera y alcance a más lectores e, incluso, me animo a considerar necesario también que se exija un seguro, algún tipo de ayuda a los autores, algo impensable para políticos que buscan solamente proteger sus intereses personales.

Esto, por ejemplo, ya Magda Portal desde grupos como ANEA vienen reclamando hace años. Frente a esta no configuración de soportes reales que lleven a cabo estas iniciativas es lúcido que un autor en el Perú se vea forzado a crear su propia máquina de sustento, si desea claro hacer de su vida una forma de seguir ejerciendo su literatura. De lo contrario, se verá obligado a realizar miles de trabajos que lo alejen de sus proyectos escritos.

Yo creo que esta precariedad principalmente se debe a que faltan personas realmente capacitadas y entregadas a la idea de hacer Literatura y de vivir de su proyecto marcado.

Algo que, obviamente, resulta descabellado cuando tienes 15 años, pero yo a mis 29 años lo veo como la única realidad posible si deseo seguir avanzando mis nuevos poemarios. Por eso, al no ser un oficio bien pagado (en los que se sobrevive armando talleres, ganando premios, haciendo tesis, etcétera) su evolución ya no depende de los órganos del Estado sino de los deseos personales de algunos autores lúcidos que desean revolucionar la literatura de su tiempo.

Sin embargo, sigue siendo el poder —representado en Universidades, por ejemplo— los que autorizan la validez de diferentes recursos. Entonces, ocurre un choque entre lo íntimo y privado. La lucidez de este encuentro es de vital importancia para ver los mecanismos invisibles que impiden la realización de un arte original y consecuente.

 

Roberto Bolaño

 

Roberto Bolaño

Finalmente, me gustaría comentar uno de los monólogos de Joaquín Font en Los detectives salvajes. En específico sobre las categorías que establece, a propósito de la relación personal con la literatura. Literatura para cuando estás aburrido, calmado, triste, ávido de conocimiento y desesperado. Cinco categorías. A tus casi treinta años, ¿por dónde surfeas? ¿Qué libros podrías comentarnos en alguna de esas posiciones? Me parece una forma acertada de ver un retorno a las lecturas de antaño, con un personaje que ya tiene sus años en el libro y con un Roberto Bolaño ya maduro en la escritura. Asimismo, ¿qué has sentido al transitar de una literatura a otra? ¿Hay sosiego, se intensifica el conocimiento, la desesperación?

—Pienso, por ejemplo, que ya al borde de los 30 no me interesa tanto (Roberto) Bolaño, aunque lo sigo leyendo y estudiando. Hace poco encontré Entre paréntesis, libro de reseñas y crónicas y discursos que leí hace más de diez años y que me resultó muy atractivo a nivel de ideas, de erudición literaria y vital.

Digamos que en literatura desesperada sigo creyendo que transitan muchos poetas de menos de 30 años; todos tenemos diferentes comprensiones, la mente se va dosificando mientras creces, y abriendo a otras preguntas; y yo veo que eso permite ver tus lecturas primerizas como el recuerdo de amigos con los que ya no te resulta agradable pasar el tiempo. Creo que el propio pasar de una materia a otra, o un género a otro, es disolver las falsas divisiones.

Creo que hay enormes bloques de prosa que tienen más poesía que bosques y bosques de versos, lo que me hace pensar que la categoría poética escapa de un género u otro. Sin embargo, sí, hay algo inocente en solo tener la poesía como medio.

Igual no dejo de pensar que los (Charles) Baudelaire, o los (Ezra) Pound, pasando por los Vallejos o Valdelomares, fueron mutando entre los géneros, escribiendo a veces ensayos, otras poemas, otras novelas o crónicas deportivas.

Todos los géneros convergen.

Creo que domar el género poético, o intentar domarlo, te capacita para entrar como un hacker a todos los géneros. En todos los mencionados, veo que no hay problema en transitar por los géneros, solo una sed de conocimiento y de ánimos de resolver el enigma escribiendo.

Lo político participa en todo esto, ya que, pensamos generalmente dentro de su lógica de la realidad, aunque temo cuando solo se deriva a un límite panfletario. Yo el año pasado hice ensayo, novela, cuento, crónica e incluso algunos esbozos de un Diario que actualmente sigo trabajando, lo que, en conclusión, me permite seguir observando la fluidez de mi arte.

La voz es que todo termine en poesía, aunque a veces, el caudal por el que se mueve no sea necesariamente los versos en métrica o los versos usando los espacios y tiempos de la vanguardia. Hace un rato leía a Heródoto, estuve leyendo también los ensayos de Hugo Francisco Bauzá, como los aforismos de Goethe, o los diálogos de Platón.

La semana pasada empecé, por pura curiosidad, a leer de forma más lúcida a las Tradiciones peruanas de (Ricardo) Palma, sin embargo, estoy muy conectado con la poesía que se hace en estos días. Mi lectura es de curiosidad por saber la respiración y pulso de toda la poesía contemporánea.

No tengo prejuicios como lector ni hago demasiadas clasificaciones, simplemente busco, como siempre, que la magia del libro me posea.

 

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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020) & De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.

 

«Mosaico», de Julio Barco (2021)

 

 

Imagen destacada: El poeta peruano Julio Barco, por Melissa Peña Alarcón.

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