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[Entrevista] Poeta Julio Rodajo: «Para un escritor nunca debe estar demás leer ciertos pasajes de la Biblia»

El autor chileno instalado a las afueras de Santiago, publica una segunda edición de su libro «Relicario» bajo el respaldo del prestigioso sello trasandino Buenos Aires Poetry (Colección Pippa Passes), y aprovecha la circunstancia para dialogar con el Diario «Cine y Literatura» acerca de la vida, el arte y todo lo demás.

Por Francisco Marín–Naritelli

Publicado el 27.6.2022

«Nunca he aceptado el paisaje. / Vivo mirando dentro de mis ojos, / buscando su mirada».
Julio Rodajo

Julio A. Rodajo Ureta, nació el 25 de noviembre de 1994, en Santiago de Chile. Es hijo de madre talagantina y padre vallecano. Es licenciado en lengua y literatura, por la Universidad Alberto Hurtado, con una tesis sobre El viento de los reinos, poemario de Efraín Barquero, que expuso en el Congreso Internacional de Ecocrítica y Literatura en Segovia, España (2018).

Es autor de Vaivenes (Editorial Isidora Cartonera, 2013), Relicario (1era ed. de Carbonada Ediciones, 2018/ 2da ed. de Buenos Aires Poetry, 2021) y Castración del cielo y otros poemas (Editorial Káhuil, 2022).

En 2016, fue panelista del programa radial En busca del tiempo perdido (en Radio Federación, junto a Miguel Suazo Neira y Joaquín Pérez); paralelamente, fundó Kaydara: cuaderno de literatura y arte, junto a Angélica Ibáñez y Guillermo Piña.

Hoy es miembro del Círculo de Escritores de Peñaflor y de la Sociedad Literaria de la Provincia de Talagante. Su proyecto/poemario de écfrasis, titulado Imagen y reverso, ha sido financiado por el Fondo del Libro y Lectura en Línea Creación Poesía, convocatoria 2022.

Realiza, en Espacio Peñaflor, un Taller de Creación y Apreciación Literaria. Asimismo, administra el blog Julio Alberto Rodajo, donde publica su archivo de poesía, investigación y lecturas recomendadas.

 

«Hubo mucha influencia de ‘Los gemidos’ de Pablo de Rokha»

—¿Cómo se configura Relicario y cómo fuiste hilando los diferentes versos que componen esta obra? A vuelo de pájaro, el título del libro nos retrotrae (sí, en pasado) a cierto imaginario religioso. Cuéntanos de esto.

—Me tomaré la licencia de contestar estas dos preguntas juntas, porque la configuración del libro tiene mucho que ver con el imaginario religioso.

En Relicario, mi intención esencial como autor ha sido estructurar, de manera similar a mi primer libro, una suerte de relato trágico y cosmogónico, que partiese con el génesis de un mundo poético particular (de ahí el título del primer poema: «Exordio e Inauguración Gutural») y concluyese con una muerte reflexiva («Aplausos solitarios para lo que viene. Seguro seguirá siendo sangre»).

¿Por qué digo «similar», respecto al poemario que le antecede? Porque, en primer lugar, las temáticas metafísicas, románticas, y cierta experimentación, vuelven a aparecer en este libro; en segundo lugar, porque Relicario vendría siendo la última parte del réquiem (Communio) inconcluso en Vaivenes.

El Communio consiste en la comunión (unión) con la divinidad, y es ese el motivo central de esta exploración poética. Hay momentos en que el hablante indaga en la existencia de un ser superior, o en las respuestas de una amada muerta (influencia de Edgar Allan Poe, Boris Calderón, Teresa Wilms Montt, entre otros autores) y, también, hay episodios donde se concibe a él mismo como creador/destructor.

Desde ese mismo punto de vista, la ambición creadora supera las capacidades, y comienza el desastre: el hablante se concibe solo en su mundo y termina por convertirse en un dios hastiado y maldito.

Si es permitido y es plausible, me referiría en términos biográficos a lo siguiente: como la mayoría de las familias en Chile, la mía es creyente, católica. Íbamos a Misa cada fin de semana, pero desconozco el motivo del porqué mis padres ya no comulgan, como tal, desde el terremoto del 2010.

Yo, bautizado y con primera comunión, dejé de ir a la Iglesia en mi preadolescencia, porque uno cuando va creciendo, aprende a pensar por si mismo, deja de creer en el rezo, en los santos, etcétera. Sin embargo, para mí, el cristianismo sigue guardando un tesoro artístico, simbólico y arquitectónico.

En términos de lecturas, gusto mucho de la poesía mística española (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús) y la poesía chilena orientada a lo trascendente (Ángel Cruchaga Santa María, Pedro Prado, Gabriela Mistral, Humberto Díaz-Casanueva, Rosamel del Valle, Pablo de Rokha, Julio Barrenechea, Armando Uribe, Raúl Zurita, etcétera).

Además, para un escritor nunca debe estar demás leer ciertos pasajes de la Biblia, que es, según Borges: «El epítome de la literatura fantástica».

 

—Guturalidad, tragedia, gemidos y demonios. ¿Cuáles son los tópicos presentes en el libro? Y quizá, extremando la pregunta. ¿Cuánto de noche e insomnio asoman su guadaña?

—Sí, lo gutural es a propósito de mis gustos musicales y a la manera en que declamaba estos poemas (con gritos, estruendo, teatralidad). Hubo mucha influencia de Los gemidos de Pablo de Rokha, en que, por ejemplo, la visión demoníaca tiene un trasfondo dionisiaco y anarquista.

En esa realidad tremendamente oscura me vi reflejado, y quise, quizá sin conseguirlo, forjar una obra de largo aliento. Otros tópicos que se encuentran presentes en Relicario son los ciclos de la vida y de la creación, lo metalingüístico, el tiempo fugaz, etcétera.

Se recrea una atmósfera oscura (tanto en su contenido como en su suerte de hermetismo); hay ahí una visión, propiamente tal, de la noche, en la cual existe el tiempo para vincularse con fantasmas, recuerdos…

Es una escritura que nace de un ser nocturno, que se queda en la noche estudiando, contemplando las estrellas y que, posteriormente, concurre a fiestas o a la ingesta solitaria.

 

«Mi escritura va a contracorriente de la cultura actual»

—Una reflexión: autores como Mark Fisher o T.S. Eliot hablan de ese diálogo indispensable entre lo nuevo y lo viejo. De hecho, Fisher indicaba con cierta amargura que una cultura que solo se preserva no es cultura. Me detengo, entonces, en este verso: «Convido el origen y la duda ante los pasos: / nada nuevo, nada bueno». ¿Cuánto de pesimismo hay respecto al hacer poético actual, para ser más particulares?

—En un principio, hubo bastante pesimismo y prejuicio, porque me rodeaba mucho de gente que idolatraba a Parra y terminaban siendo una copia barata de Bertoni.

A lo que voy: había pesimismo en mí, respecto a la poesía, porque mi búsqueda iba, y sigue yendo, por otro camino. En estos momentos, soy más abierto de mente; aunque no comparta con X tratamiento del lenguaje, es válido en su quehacer. Sin embargo, sigue existiendo un pesimismo respecto al panorama general de las letras en nuestro país.

La figura del poeta se presta para humoradas y sátiras que el común de la sociedad disfruta, porque nunca se dieron el tiempo de descubrir el lenguaje poético como la forma primordial del ser humano en contacto con el mundo.

En ese sentido, mi escritura va a contracorriente de la cultura actual, constata un presente y porvenir negativo para las humanidades, el arte y la literatura, las cuales no van de la mano con aquello que se consume masivamente.

 

El poeta Julio Rodajo Ureta

 

«Mi visión de la historia no va de la mano con el progreso ni con la colonización de Marte»

—Respecto a lo anterior, ¿cabría cierto retrofuturismo? Tu libro está atravesado por imágenes apocalípticas, abstracciones, símbolos de algo que fue y ya no será. Pienso, por ejemplo, en el siguiente verso: «(…) y las cenizas se alimentan/ de cuerpos abandonados en lo que fue una biblioteca».

—Absolutamente.

Relicario, como muchos de mis escritos posteriores, como Castración del cielo, por ejemplo, dan cuenta de un contenido apocalíptico, de tragedia humana, porque mi visión de la Historia no va de la mano con el progreso ni con la colonización de Marte.

En ese sentido, el tono del hablante poético es, de cierto modo, antiguo y transversal. Al no estar de acuerdo con la realidad, al menos en este libro, evito referirme a ella.

Cabe mencionar que una biblioteca quemada no es una imagen mental y concreta que me agrade, para nada; sin embargo, me permite reflejar una crítica implícita de nuestra sociedad, su intelecto y hacia dónde nos están dirigiendo.

Es una forma de adherirse a lo apocalíptico, sí; pero también de asignar un nuevo escenario creativo frente a lo destruido por el paso del tiempo. Respecto a lo retrofuturista: una de mis mayores obsesiones es el Tiempo, tanto en los estudios como en la creación; al respecto, me interesa la forma en que los artistas se apropian del pasado, lo actualizan, lo amalgaman con el presente, o con el futuro, creando una estética de lo anacrónico.

Este tema lo estudié, de cierto modo, en mi tesis sobre El viento de los reinos de Efraín Barquero, en donde se construye poéticamente un viaje espaciotemporal hacia la China milenaria, viaje que es interrumpido por la imposición histórica de hablar sobre lo ocurrido en Vietnam.

Luego, en una tesis inconclusa de magíster, estudié el concepto de supervivencia de la imagen y el anacronismo en ciertos fotomontajes digitales. Hoy en día, me debato entre la tecnofilia y la tecnofobia; y me encuentro trabajando esta obsesión en un poema de largo aliento que refleja esta respuesta.

 

«La poesía demora en responder, pero siempre termina por dar atisbos reveladores»

—»Escribo poemas/ porque nuestros dioses/ no dicen absolutamente nada». A propósito de este verso, ¿qué es posible decir en los tiempos que corren cuando cierto dogmatismo domina en la forma de una cultura de la cancelación?

—Ese poema se entiende desde su epígrafe: es una intertextualidad a un cuento de Jorge Luis Borges, «La escritura del Dios», presente en El Aleph, donde el protagonista, un sacerdote, se interna en la búsqueda de la revelación eterna que su dios hizo el día de la creación.

De manera contraria al extenuante sendero del sacerdote, traduje esa suerte de pie forzado («Cuarenta sílabas, catorce palabras y yo») en los versos que citas. Más bien, me limité a acceder a la matemática del universo borgeano y concluí en una sentencia que reflejara un lema propio.

Cualquiera podría hacer el ejercicio y conseguir un resultado diferente. El mío tiene que ver con una estética de la (in)comunicación: de rescatar palabras y defender el lenguaje, pero siempre con un poco de escepticismo (porque no hay absoluto pesimismo) frente a la conexión que las nuevas generaciones tienen con el idioma y su uso.

Además, pasé bastante tiempo adolescente buscando respuestas donde no las había. El verdadero camino es cultivarse a uno mismo. La poesía demora en responder, pero siempre termina por dar atisbos reveladores. Lo importante es la forma y tono con que nos expresamos.

Volviendo a la pregunta, no abogo a la cultura de la cancelación, esta forma de protesta digital, porque es estar restringido a una ideología y porque, metafóricamente hablando, se pone a la persona por encima de su obra. En el caso de la poesía, no dejo de leer la obra literaria por más cuestionado o repudiado que sea su autor.

Tampoco estoy validando los actos de violencia. Nada más separo las aguas. Cancelar no dista tanto de algo que aquí podríamos cuestionar: las condenas a muerte que los árabes imponen sobre sus poetas por negar su tradición. Quiero decir que todo juicio de valor está sometido a una ideología que trae consigo ambigüedades y contradicciones. El problema reside cuando idolatramos a una persona X.

Creo que todo, al menos en la ficción, puede ser dicho, siempre y cuando vaya de la mano con una originalidad más una convicción; por lo mismo, más que la denuncia como elemento operativo en un discurso creativo, la tarea del arte sería llegar a lo no–pensado.

 

«Gracias a las metáforas, los inventores pueden diseñar una nueva realidad»

—»Lees lo aún no escrito» o «Si algo tiene nombre, lo descubrí y ahora lo olvido». Creo, a juicio de sonar pretencioso, que las y los creadores somos mitad fanfarrones y mitad agoreros respecto a temperaturas sociales, situaciones que se van desarrollando en el tiempo, para bien o para mal, como atisbar el aire antes de la tormenta. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo desde la poesía podemos observar y calibrar de alguna forma la realidad y sus tensiones? ¿O solo hay misterio y la tarea es imposible?

—Somos fanfarrones y agoreros, porque nos gusta inventar, entre otras cosas, situaciones o personajes que no van de la mano con la vida. Muchos nos ocultamos en lo creado, debido a que es un mundo propio o la visión que tenemos del mundo en que vivimos. Cada quien tendrá su forma y es completamente válida.

En lo personal, no busco alardear ni generar fama (que muchos confunden con el éxito), sino hacerme un lugar entre un espacio infinito de voces, en el cual me considero merecedor. Mi obra habla(rá) por sí misma.

Sin embargo, el día a día me suele decir que no seré retribuido como espero, debido a no ser del gusto de la mayoría, no ir a la par con la sociedad ni buscar representar algún movimiento en particular. Mi bandera seguirá siendo mi obra y la ayuda que puedo brindar a quienes se interesen por la literatura.

La humanidad debiese comprender que la poesía no es todo hermetismo, y que no siempre debe ser entendida; por el contrario, sintetiza elementos externos (sensaciones, viajes, experiencias, conversaciones, etcétera) con elementos internos (ideas, imaginación, emociones, intenciones comunicativas, etcétera).

Por lo mismo, la poesía refleja nuestra pretensión de ser vinculados a una otredad que piensa o experimenta, de forma idéntica, similar o contraria, aquello que transmitimos. La poesía es un misterio revelado y una revelación misteriosa; es llevar al plano imposible las posibilidades del lenguaje; es hacer posible lo imposible, lo no–pensado.

El lenguaje poético es nuestro mecanismo más primitivo.

Gracias a las metáforas, nos rodeamos de cosas que tienen nombres; gracias a las metáforas, comunicamos un sinfín de cuestiones cotidianas; gracias a las metáforas, los inventores pueden diseñar una nueva realidad.

 

«Métodos para canalizar y abrazar de forma favorable nuestra oscuridad y delirio»

—Más que certezas, Relicario se sumerge en dudas, fragilidades, pequeñas esperanzas. ¿Qué te gustaría decirle a las y los lectores cuando lean este libro?

—Estoy de acuerdo. Como escritor, vivo repleto de conflictos, insatisfacciones e incertidumbres, las cuales, quizá, se deben al sistema político y socioeconómico en que nos encontramos inmersos, cuyo interés es desestabilizar a los individuos para que los poderosos no tengan ningún problema en acumular riquezas. Ahora, el sentido crítico ante este hecho, necesariamente, nos evoca hacia una poética de la pregunta.

Creo en la vitalidad que significa mantener preguntas fundamentales en la relatividad sin respuestas concretas. En ese umbral debe salir a relucir la figura social del artista que comparte su visión de mundo. En ese sentido, acudo a la frase de Artaud, según el cual, «la vida consiste en arder en preguntas», para dar cuenta de lo importante que es estar inconforme, interpretar, dar nuevos significados, dudar, reflexionar y entregar al mundo una posibilidad de pequeña esperanza.

A partir de ahí, me gustaría poder motivar a las y los lectores de Relicario que se inclinen por la vía del conocimiento, de diversas materias, que no pierdan el deseo de asombrarse; y, por último, que la literatura, el arte pictórico, la fotografía, etcétera, pueden ser métodos para canalizar y abrazar de forma favorable nuestra oscuridad y delirio.

 

 

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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018), el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019) y Aguante! (Filacteria, 2021).

Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.

 

«Relicario», de Julio Rodajo Ureta (Buenos Aires Poetry, 2022)

 

 

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

 

Imagen destacada: Julio Rodajo Ureta.

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