Rescatadas de un voraz incendio desde la casa familiar de la Galicia ibérica, acabo de recibir dieciocho fotos en blanco y negro, cinco de ellas en sepia, y treinta y nueve cartas manuscritas redactadas por mi abuelo entre mayo de 1920 y diciembre de 1924, y doce respuestas que, al parecer, no entregó jamás a sus destinatarios luego de habérselas leído, porque probablemente se trataba de vecinos analfabetos y estos estimaron que él se las podría leer en voz alta cada vez que lo requiriesen.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 24.4.2020
“…Era aficionado a las tradiciones y leyendas de Galicia, sobre las cuales escribió algunos textos que se encuentran perdidos… Era, aparte, de eso, hombre jovial, inclinado a la caza, al juego y a la bebida, más de lo debido; y más de lo recomendado, a las mujeres, afición que acarreó su ruina, según decían en la familia.”
Supimos, a finales del año de la gran peste de filiación monárquica, el turbulento 2019 austral, una funesta noticia, acaecida el Día de Inocentes (también día del escritor, en Chile), que la casa petrucial (patriarcal) de nuestros abuelos paternos, se había quemado por completo. Así lo escribió uno de los nietos chilenos, afecto a la genealogía:
La casa de A Touza, en la parroquia de Santa María de Vilaquinte, de propiedad de nuestro bisabuelo materno, cuna de la familia paterna gallega, ha sido destruida por un voraz incendio, hace tres días…
En ese lar nacieron y se criaron los siete hijos emigrantes, entre ellos nuestro padre.
El solar y la casa de piedra, con su gran hórreo y bodega de vinos incluida, pasó a manos de algunos primos lejanos. Restaurada y en excelente estado, era casa de fin de semana y de vacaciones de sus familias.
Afortunadamente, nadie estaba en casa el día del siniestro…
Vuelvo a recordar al abuelo, el pariente para mí más enigmático, pues le conocí a través de las historias que de él se contaban, en mi infancia y también en la adolescencia, relatos cubiertos por un velo de críticas debidas a su impropio comportamiento, de acuerdo a los cánones morales y al implacable juicio burgués de la tribu, que suele traspasar las generaciones, a menudo sin los beneficios de la misericordia.
Ahora, pasados cuatro meses del siniestro ocurrido en el casal de A Touza, aldea de Santa María de Vilaquinte, Carballedo, Lugo, Galicia, he recibido el regalo de un curioso y sorpresivo hallazgo, que jamás hubiese imaginado. En primera instancia, pensé que se trataba de algún envío de libros gallegos, de los que solía recibir yo hace diez años, cuando ejercía como profesor de lengua y cultura gallega… Pero se trataba de un voluminoso paquete de correo aéreo, en el que venía una modesta caja de cartón, con una breve nota del primo:
—Entre lo que logramos recuperar del incendio, encontramos estos papeles de tu abuelo. Como sé que te interesa la literatura, es posible que saques algún partido de estos papeles, fotografías antiguas y documentos.
Dieciocho fotos en blanco y negro, cinco de ellas en sepia; treinta y nueve cartas manuscritas, escritas por el abuelo, entre mayo de 1920 y diciembre de 1924, y doce respuestas que, al parecer, no entregó a sus destinatarias o destinatarios, luego de habérselas leído, probablemente porque se trataba de vecinos analfabetos y estimaron que él se las podría leer en voz alta cada vez que lo requiriesen.
Cartas para La Habana
Las primeras de estas misivas, escritas todas por encargo de vecinos de la aldea y aún de paisanos que vivían más lejos y recurrían a él para comunicarse con sus parientes de ultramar, emigrantes forzosos a Cuba, Brasil, Uruguay y Argentina. En aquella época, sobre todo enviadas a la populosa y rica Buenos Aires, la Babilonia de la emigración hispana, y, especialmente, de la gallega.
Fue un auténtico oficio que el abuelo llevó a cabo durante diez años, aprovechando su excelente caligrafía y certera sintaxis, aprendidas en el Seminario de Tui. No sería mucho lo obtenido por aquel servicio circunstancial, aun cuando, para quien no era campesino ni participaba de las labores de la tierra, esa ocupación y otras como la caza y la pesca, le ayudarían a sobrellevar la monotonía aldeana.
—Don… teño que lle escribir ao meu marido, que está na Habana, como vostede sabe. Podería o señor escribi-la carta, mire que eu non sei nin ler nin escribire? (Don, tengo que escribirle a mi marido, que está en La Habana, como usted sabe. ¿Podría el señor escribir la carta, mire que no sé leer ni escribir).
—Sí, muller, sí. Quérela en galego ou en castelán? (Sí mujer, ¿la quieres en gallego o en castellano?).
—Prefiro que sexa en castelán, xa que así vai poder le-la meu cuñado, que esqueceu a fala da aldea, y xa sabe vostede que aló non serve moito o noso xeito de falar, non si? (Prefiero que sea en castellano, ya que así la podrá leer mi cuñado, que olvidó el habla de la aldea, y ya sabe usted que allá no sirve de mucho nuestro modo de hablar, ¿verdad?).
Y el abuelo extendía los folios blancos sobre la cubierta de su escritorio con fuelle, mojaba la pluma en la tinta morada y aguardaba el discurso epistolar de la vecina, que iba escribiendo con ampulosa caligrafía.
A Xoan Mouriño, en La Habana.
Marido mío, espero te encuentres bien y en perfecta salud. Aquí estamos bien todos, las dos rapazas, el neno, la abuela y yo. La vaca parió ayer un ternero que está sano, gracias a la Virgen, a la que me encomendé antenoche… Le llevaré mañana algunas flores, para ponérselas en el santuario. Ayer vino Pedreira a pedirme un sacho grande, que dijo te había prestado antes de que te marchases. No lo encontré en el alpendre… Si te acuerdas dónde está, escríbeme. Puede que la abuela se lo haya devuelto por error al viejo Salgado, que anda siempre hurgando por cosas que dice son suyas…
Este año parece que va a darse bien el millo, porque los agromos (brotes) vienen con fuerza, de un verde oscuro y lozano. Hay seis gallinas chocas (cluecas), así es que tendremos más pitas para Navidad… Iremos la semana entrante a la feria de Carballedo, con huevos y patacas y las berzas que están enormes esta temporada…
Dime si has encontrado trabajo. Las hermanas Iglesias comentan que en Cuba sobran buenas ocupaciones para los gallegos. Cuéntame y dime cuánto tiempo piensas quedarte, porque te echo en falta como si estuvieses hace diez años por esas tierras lejanas, y solo te marchaste en el pasado diciembre… El tiempo es más engañoso que una meiga.
Tuya siempre, Carmiña.
Creo que el abuelo amaba las palabras; es posible que heredásemos algo de esa pasión en la caja misteriosa de los genes. El abuelo escribe y mejora el lenguaje de estas misivas por encargo, agrega adjetivos sugerentes, como si la carta fuese parte de él; a veces, como si estuviera escribiéndole a un ser entrañable.
Busco la posible contestación de Xoán a Carmiña. Aquí está, fechada en 3 de junio de 1921. En el folio se advierten dos escrituras distintas, incluso con diferente color, pues una parte de la escritura se aprecia más oscura que la otra. Xoán tampoco estaba alfabetizado y la carta habría sido también dictada a un tercero.
A Carmiña Novoa, en Santa María de Vilaquinte.
Recordada Carmiña, El tío Bouzo, ya sabes, el que recluta gente para La Habana y Buenos Aires, a dos mil pesetas por cabeza, nos llevó hasta el puerto de Coruña. Tardamos doce horas en llegar, traqueteando por malos caminos y extraños andares. La carreta iba recogiendo emigrantes entre pueblo y pueblo, hasta que completaron veinte pasajeros, hombres todos. Las mulas se negaron a moverse a la salida de Sarria, pero a punta de latigazos las echaron a andar de nuevo.
Llegamos a Coruña cerca de la medianoche. Un rapaz preguntó si alojaríamos en alguna posada, porque el vapor Antilo, que nos tocaba, salía dos días después. El tío Bouzo rio de buena gana y nos dijo: “Fillos do demo, ides durmir onde poidedes, enriba do carro o debaixo… Non é cousa miña… Xa volveredes coma indianos ricos”. (Hijos del demonio, tienen que dormir donde puedan, arriba de la carreta o debajo… No es asunto mío… Ya volveréis como indianos enriquecidos).
Vaya sueño el nuestro, Carmiña.
Cuatro días más tarde nos embarcamos. Nos habían dicho que dormiríamos en los camarotes de tercera. Eran unos cubículos asquerosos, en el fondo de la sentina, de a tres jergones a lo alto, rellenos de paja nauseabunda, sin sábanas ni fundas, con su cubierta de esparto manchada de sangre, orines y mierda seca. La comida, patacas a medio cocer y sin pelar, al mediodía, y por la noche, un caldero de lentejas o de garbanzos ruines que olían peor que la comida que damos allá a los cerdos…
Los cinco primeros días padecí una diarrea que me hizo enflaquecer, creí que me moría, pero un paisano del Ferrol, que hacía el viaje por tercera vez, me dio una pócima de agua con miel y licor de orujo, que llevaba en un garrafón y con eso me alenté… En la cantina se podía comprar pan, chorizo seco y un vino tinto de sabor avinagrado, pero eran manjares al lado de la pitanza asquerosa de los calderos ennegrecidos que servían para treinta individuos.
Dicen que en La Habana hay menos oportunidades que en Buenos Aires. Quizá sería mejor continuar hasta allá… Si cambiamos el itinerario te avisaré. No sé si puedo aguantar un mes más en estas condiciones, pero nos damos ánimo con Manolo y Pepe. También ellos creen que será mejor desembarcar en Buenos Aires.
Tuyo afectísimo.
Xoán Mouriño (no hay firma).
También puedes leer:
—«La casa del Noreste»: El país bueno es el vuestro.
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Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994.
Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue también el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios superiores donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).
Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: El Gran Teatro de La Habana.