En la semana de su entronización simbólica en el cargo de pensador oficial (en lo relativo a la literatura y a la filosofía) del establishment político y cultural dueño de Chile —con portada en la revista «Ya» de «El Mercurio», incluida— el autor de una obra creativa desconocida e imprescindible, se compara con cimas de la poesía en lengua castellana del siglo XX tales como Nicanor Parra y Enrique Lihn Carrasco (ninguneado y despreciado en vida por el Diario donde su sobrino escribe).
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 18.6.2020
Intelectuales bajo contrato indefinido en la Casa Edwards de la conspiración permanente en contra de su pueblo y de su propia patria, ostentadores de tribuna permanente y soldada segura, se manifiestan «víctimas del amenazante totalitarismo de izquierda». Desprovistos de un mínimo pudor, se comparan con Nicanor Parra, poeta del pueblo campesino y menesteroso de provincia, hermano mayor de la Violeta Inmortal, con Enrique Lihn, gran poeta y artista rebelde.
Cortesanos y metafísicos de salón claman por la supuesta intolerancia que se les inflige, sin parar mientes en que ellos se han atrincherado, desde los podios del poder, en defensa de un gobierno tan inepto como homicida. Al compás de sus rasgaduras de vestido, escuchamos a diario las cifras de la miseria, social y de salubridad, acentuada por la ineptitud y las continuas falacias de funcionarios a quienes agradecen y defienden como héroes caídos, en una suerte de desagravio del desastre.
¿Cómo no se les caen los dientes al mencionar a don Jorge Millas, un «testigo insobornable de su tiempo», al decir de Camus, un hombre superior, el único filósofo en este país de cagatintas y de yanaconas?
Para refrescar la memoria de estos escritores de corbata y pañuelo, cabe recordarles que, en los días del «Caso Padilla» se alzaron voces en la Sociedad de Escritores de Chile en defensa del poeta cubano y de otros intelectuales de la Isla, encabezadas por Martín Cerda, Emilio Oviedo y un servidor.
El Presidente (con mayúscula) de la Sech, entonces, era el maestro, crítico y Premio Nacional de Periodismo, Luis Sánchez Latorre, Filebo, defensor acérrimo de la democracia institucional, íntegro y corajudo, quien hubo de arrostrar el odio cerril de la Dictadura Militar–empresarial, que se abatió contra la Casa del Escritor, uno de los escasos baluartes de la palabra libertaria durante los diecisiete años —los únicos que conozco de cerca— en que el totalitarismo de Derecha implantó su bota en Chile.
En esa época, Jorge Edwards encabezó, con el apoyo de la Sech y de la Asociación de Pintores y Escultores de Chile (Gracia Barrios y José Balmes), el Comité pro Defensa de la Libertad de Expresión (este humilde escriba y cronista ofició de vicepresidente). A poco andar, nos percatamos de que el niño mimado de la Casa Edwards estaba más preocupado de levantar la censura de sus libros que de la suerte de un derecho asociativo. El perseguido, el abusado, era él, Narciso bajo el látigo.
Vástagos de Pinochet, entusiastas y paniaguados de Piñera, intelectuales adocenados y serviles, denuncian hoy, en el Decano, una campaña de «bárbara intolerancia», porque han surgido voces —hablo por la mía, a mi nombre, sin padrinazgos ni prebendas— que discrepan de sus pontificaciones odiosas y de sus loas a los expoliadores de siempre.
Por fortuna, aún podemos apelar a los modestos medios de comunicación alternativos, porque nuestro ingente «totalitarismo» no posee los periódicos, radioemisoras y canales de televisión abiertos y dispuestos para los encomios y las diatribas del cronista Edwards y del poeta–entrevistador Warnken.
Nicanor el Grande no está a ese nivel; por favor, no lo manoseen. Consideren que esa taza de té, bebida junto a Mis Nixon, tuvo la intuición memoriosa del té inspirativo de Marcel Proust en Combray. (Utilicen también lo bueno que hayan leído).
La excentricidad de Nicanor no es equivalente a las genuflexiones patéticas a que nos hemos referido y que seguiremos criticando, haciendo pleno uso de nuestra «libertad de expresión», que monsieur Warnken quiere coartar —lo dice públicamente desde su columna— a los que opinan distinto, porque provendrían del “lado oscuro” (en este caso, rojo carmesí).
¡Vade retro!
También puedes leer:
—Carta abierta a Cristián Warnken: Esta pandemia te ha desnudado, profesor.
—La cultura del servilismo en Chile: Sombrero en mano, mirando al suelo.
—Para homenajes al poder político prefiero a Pablo De Rokha.
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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: El profesor de castellano, entrevistador y columnista de El Mercurio, Cristián Warnken Lihn.