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“Estaba en casa, pero”: El filme que protagonizó la controversia en la cartelera europea 2019

El filme de la realizadora alemana Angela Schanelec, pese a quedarse con los dos más importantes galardones entregados por la penúltima edición de la Berlinale —los destinados a mejor película y directora, respectivamente— ha causado grandes debates entre la crítica especializada del Viejo Continente, debido a la complejidad de su propuesta dramática y audiovisual.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 7.7.2020

“No basta decir solamente la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad”.
Aristóteles de Estagira

El ser humano, como animal, es uno de los más curiosos. Diógenes Laercio, doxógrafo griego de principios del siglo III, dedica a los cínicos el sexto libro acerca de la vida de antiguos filósofos ilustres. Al tratar de Diógenes de Sinope traslada las burlas que, hacía cinco siglos, habría hecho sobre la definición que Platón ofrecía del Hombre: δίπουν ἄπτερον, diperon ápteron o, en castellano: bípedo implume. Tras esa definición, se cuenta que Diógenes toma un gallo, le arranca las plumas y lo tira al suelo: “Éste es el Hombre de Platón”, a lo que el filósofo de anchas espaldas (Platón) recoge el guante y añade: “…y de uñas anchas”.

Si es cierta o no la anécdota, es cierto que fuera de las aves —que reciben la bipedestación de los dinosaurios—, el ser humano es el único que camina en sus dos miembros posteriores en forma regular y más allá del hecho de tener uñas anchas, no deja de ser una de sus características más salientes. Ver parado a un animal de cuerpo no muy largo que se hace largo a fuerza de piernas sobredesarrolladas, es como conseguir que un lápiz se pare en su punta y no se caiga. Esto lo logra por un casi invisible artilugio: una persona de pie no permanece de pie por haber alcanzado el equilibrio. Todo lo contrario: alcanzar la bipedestación estable se logra por dejarse caer levemente hacia atrás y hacia adelante, y apenas comienza su oído medio a percibir la caída, acciona brevemente los músculos que lo devuelven a la vertical.

El Hombre no es un lápiz en equilibrio sobre su punta sino un “lápiz” que se balancea hacia atrás y hacia adelante o, dicho de otra forma, que se deja caer para no caer, informando de este modo al oído medio acerca de su relación con el entorno. “Balancearse” implica un comercio dinámico entre el cuerpo de la persona y su ambiente dotado de gravedad. Los lápices y los muertos caen porque han cesado en este comercio de información. Y esta información surge de la relación que existe entre el organismo y su entorno.

No está ni en el Hombre ni en el entorno: el “milagro” de este lápiz biológico que se puede parar en una punta sin caerse, reside en trabajar sobre las relaciones entre el suelo y el Hombre… lo que hay que entender, en todo caso, es que esas relaciones no están en las cosas sino entre las cosas que conocemos. No podemos conocer las relaciones como conocemos las cosas que se relacionan. Decía Bradford Keeney: “No existen las cosas, existen las relaciones entre las cosas”, enunciado paradójico que encierra esta verdad: las relaciones —la estética, en definitiva— es lo que vuelve “real” a lo que vivimos como real… pero, al mismo tiempo, y por una cuestión de lógica, no nos dejan ser conscientes de lo que genera nuestra consciencia: conocemos lo conocido pero no el conocer.

 

«Estaba en casa, pero» («Ich war zuhause, aber», 2019)

 

«Estaba en casa, pero»

Y es en función de esta idea que se puede abordar el filme de 2019 Estaba en casa, pero (Ich war zuhause, aber), guionado y dirigido por Angela Schanelec. Una película ganadora de varios premios (Oso de Plata en Berlín y al mejor director en el Festival de Mar del Plata, Argentina, entre otros), donde, estrictamente, no se filma una historia, sino una idea. Donde no se filman hechos sino contextos. Donde no se filman cosas, sino relaciones entre las cosas. En este sentido leemos a Guillaume Apollinaire diciendo sobre la obra teatral Las tetas de Tiresias: “Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente, el ‘surrealismo’… Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una rueda a una pierna”.

Así visto, la mente del Hombre sobrevuela la realidad y tiene una visión “sobre lo real” —o “sur réalisme” en francés—, que le permite acceder a niveles de realidad desconocidos como posibles por la consciencia. Sin embargo, en Estaba en casa, pero la apariencia surrealista que se la ha querido achacar —por sus toques parecidos con filmes como El año pasado en Marienband de Alain Renais (1961), no es del todo cierta. En todo caso, la búsqueda de otra verdad (o de la Verdad) no se hace “sobre” la realidad, sino debajo de ella: no es tanto surrealismo sino, más bien, “sub–realismo”.

Al comienzo, una liebre huye de un perro por el campo. En una casa abandonada y en casi completo silencio ambiental, entra un burro que camina hasta una ventana. En otra habitación, el perro está dando cuentas de su presa, la liebre. Finalmente, aparece el perro durmiendo junto al burro que mira fijamente por la ventana.

Astrid (Maren Eggert) es madre separada de dos niños: un joven adolescente y una pequeña. El hijo había desaparecido. Regresa. La madre corre y se abraza a los pies del chico, respirando agitadamente porque tuvo que subir escaleras. Unos niños interpretan “Hamlet”, ya al aire libre, ya en el aula de una escuela. Todo es artificioso, rodeado de silencios… silencios auditivos y silencios argumentales. Las secuencias se suceden casi inconexas. Los personajes están artificiosamente estáticos.

Todo sugiere, en largas tomas estáticas y extáticas, que lo “verdadero”, las “cosas” y los “hechos” no están allí. Todo reclama la atención, el compromiso, del espectador. Escenas que vienen de acciones que no vemos y que se dirigen a acciones que no vemos. La misma artificiosidad que acompaña a actores y situaciones, revelan progresivamente una verdad que aturde: las relaciones que generan nuestra realidad están pasando frente a las cámaras y no las cosas con las que vivimos y pensamos: Estaba en casa, pero es un título que, lingüísticamente, deja al fluir natural del lenguaje, desanclado de la experiencia. El lápiz queda milagrosa y desconcertantemente de pie. El tema es la relación y no lo que se relaciona, porque hasta que lo que se relaciona queda fuera de la vista.

Si el amor y la verdad son los temas que muchos críticos han querido ver en la película, para tratar de generar asas de donde asirse verbalmente, no es menos cierto que cualquier objeto del conocimiento —sensorial o intuitivo— pueden encerrarse en la caja de la Verdad y el Amor. Ante todo nos habla es de cómo una vida segura y fácil puede convertirse en una existencia vacía y solitaria. También de la imposibilidad de amar o de saber amar, de ser capaz de compartir, vivir en comunidad y sociedad. Dicho de otra forma, esa supuesta sociedad del confort es la que directamente nos convoca al hastío y la depresión.

Y es que hablamos de una obra compleja, consecuente entre su esencia formal y su decir, pivoteando sobre la comunicación enfermiza entre los personajes, sobre la dificultad de transmitir sentimientos. Por esto, el lenguaje que utiliza para escenificar la dificultad y expresarla, es totalmente minimalista, cercano a la más profunda abstracción. Disuelve en gestos y diálogos vacíos los valores que promulga una sociedad muy lejana a nuestra latinidad. Es una película nórdica. Fría y descorazonada a través de una cámara fija —pero en un montaje perfectamente calculado— y muy contadas tomas donde aquella se mueve: siguiendo al perro y a la liebre del comienzo; a la madre subiendo escaleras o a un jugador de tenis.

Los personajes dialogan en solitario —en la misma sintonía que los diálogos de Stalker (1979) de A. Tarkovski— pero sin expresividad, como muñecos dispuestos al azar en algún lugar cualquiera y donde apenas se les nota el balanceo para que “el lápiz” humano no se caiga como un monigote sin vida. Los personajes emergen o desaparecen en los bordes de la imagen siguiendo las líneas del vínculo abstracto —invisible— que los relaciona de un modo secreto en la trama.

Las relaciones sirven como carriles por donde circula lo único que la cámara puede captar… una trama que esconde la mala relación entre padres e hijos; la falta de verdad en los actores, el teatro… ni siquiera hay emoción en el casi obsesivo monólogo de Astrid al profesor de teatro —con el único travelling de la cinta— planteando la cuestión de la verdad ausente en la actuación… pero tampoco hay pretensión de verdad en el filme. Bajo el amparo de la mirada de Astrid se comparte una crisis amorosa en una pareja, que se nos inicia en un museo y en un diálogo posterior donde se plantea la legitimidad de la maternidad y hasta del amor.

En Estaba en casa, pero todos sufren el drama inevitable de ser otro para el otro. La intelectualidad los afecta desde el exterior al guión: son otros los “otros” que se mueven por los hilos inasibles de los vínculos inmanejables que propone el director. A los personajes los atraviesan sus historias porque el Hombre es literatura, es un hueco material apenas henchido con el aire helado que conforma las palabras al impulso del pensamiento. Angela Schanelec analiza las paredes de esos huecos, y por eso su cámara se queda quieta: su cámara vive en el límite del concepto, en la pared de una burbuja.

Sobre el final, la madre muerta o dormida sobre una roca en un río, ha dejado al diálogo abandonado en el río que es el río final del existir. Un río para que los hijos se vayan caminando solos, resbalando, cayendo para no caer como ese lápiz humano que la telaraña de las relaciones de la sociedad y la civilización, mantiene en pie. En Estaba en casa, pero el mundo no tiene un ser y así el Hombre se pierde en esa carencia y se contagia de la nada que lo habita… y Schanelec lo llena, como cierre a su experimento cinematográfico, con el burro y un perro.

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Estaba en casa, pero (2019), de la realizadora alemana Angela Schanelec.

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