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[Estreno en España] «La boda de Rosa»: Todo empieza en uno mismo

La comedia de la realizadora madrileña Icíar Bollaín —la cual se exhibe actualmente en la cartelera de la península ibérica y de sus islas— es un filme acerca de las segundas oportunidades que se presentan siempre en la vida, y cuyo excelente elenco interpretativo cuenta con las actuaciones protagónicas de Candela Peña, de Sergi López y de Nathalie Poza.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 14.9.2020

 

«Prometo respetarme, cuidarme. Prometo escucharme, perdonarme. Prometo hacer lo que me haga bien a mí. Prometo preguntarme a mí misma primero antes que preguntar qué quieren los demás. Prometo llevar a cabo mis sueños y mis deseos. Prometo quererme con todo corazón todos los días de mi vida. También quiero renunciar a poner mi felicidad en manos de los demás. Y por último renuncio a ser obediente».
Rosa en su boda consigo misma

 

Grandes

Bollaín consigue que su película llegue a todo tipo de públicos quienes se identifican fácilmente con sus personajes; sabe reflejar en ella el ser de la gente común de España, un país a menudo esperpéntico pero a la vez lleno de verdad, pasión y sentimiento. Y lo hace sin caer en la tonta superficialidad de tantos productos de masas ni entrar en los laberintos de muchas películas de autor. Ese punto de equilibrio entre lo comercial y lo reflexivo es una de las principales virtudes de esta obra, virtud que a mi entender revela la grandeza de la realizadora madrileña.

Grandeza también en el reparto con excelentes interpretaciones entre las que destaca Candela Peña, la veterana actriz que aborda aquí su caracterización como Rosa.

«Todo empieza en uno mismo» es la frase final del mítico tema Perque vull del polifacético cantautor valenciano Ovidi Montllor. Una bella canción que es un canto a reconstruir el mundo desde la propia realidad, desde la cercanía de las relaciones de la persona con sus amigos, su familia y consigo misma. Porque a menudo queremos cambiar este injusto mundo obviando ser justos con nosotros mismos y con nuestro círculo más íntimo, pero se sabe que el cambiar verdadero se genera precisamente desde el propio núcleo.

Esa es la cuestión tratada en esta película ambientada en las luminosas tierras valencianas. Aunque Rosa la protagonista no es alguien que conscientemente quiera cambiar el mundo,  si es una gran mujer cuya empatía le lleva a mejorar la vida de los que la rodean.

Antes de proseguir, advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Amor y valor

Rosa encarna el arquetipo de la persona entregada y capaz —generalmente mujer— que calladamente asume el cuidado de todo; en ocasiones este tipo de personas se ven obligadas a encarnar ese arduo trabajo y en otras ocasiones —como ocurre en su caso— más bien es un modo de ser natural del que los demás suelen aprovecharse de forma más o menos consciente.

Y por muy bien que una o uno pueda sentirse ayudando o solucionando nunca será un bien completo si esta entrega supone relegarse a sí mismo. Ese es el gran problema de Rosa, en su atareada vida casi no queda espacio para ella. Su vida de “todo por los otros” ha sido algo —como suele ser habitual en estos casos— que se ha ido “normalizando” con el tiempo y que llegado un momento resulta ya insoportable, lo que suele expresarse como “la gota que colma el vaso”.

Para ella la gota es el padre, Rosa se dice basta cuando su padre viudo decide unilateralmente irse a vivir con ella. Y ese basta interno cambiará su vida y la de su entorno cercano. Lo expresa externamente en —entiendo— una brillante y valerosa forma: deja su mundo conocido —trabajo y ciudad— e inicia una nueva vida que da a conocer bellamente a sus allegados con una original boda consigo misma.

Esa boda es algo muy íntimo y especial cuyo detalle con nadie quiere compartir hasta el día elegido para la celebración. Así, les comunica a su hermana, hermano, padre y amigos que se va a casar en Benicàssim la villa costera en la que nació, pero de entrada no suelta prenda de con quién se casa. Y habla por videoconferencia con Lidia su única hija quien vive en el Reino Unido y tiene dos pequeños, pero la joven en su trajín con ellos no da opción a que Rosa pueda compartir su trascendental decisión.

Van llegando los allegados al lugar de la celebración y afloran los habituales egoísmos familiares. Los hermanos hablan de la solicitud de Rosa sobre no cargar sólo ella con el cuidado del padre, también de la dote que recibirá por casarse y de si tiene derecho o no a ocupar la casa familiar de la infancia compartida que nadie usa. Y la hija que nada sabe aparece por sorpresa en la capital valenciana en el domicilio ya vacío de Rosa, la joven ha roto con su pareja y pretende vivir con la madre en otra decisión unilateral.

La relación entre madre e hija es algo distante, se pone en evidencia en esa videoconferencia de no atención y en el reencuentro en Benicàssim tras averiguar ambas sus nuevas realidades. Lidia de entrada no entiende a su madre, le parece una locura que haya abandonado su trabajo bien remunerado para iniciar un proyecto propio. Y aún reacciona peor a su voluntad —finalmente confesada— de casarse consigo misma.

Todo cambia paulatinamente al deshacerse los malentendidos que las distanciaban, hay gran amor en ellas. Y cuando Lidia oye a su madre y a su tía sin ser vista hablando sobre su voluntad de posponer la boda porque ahora su hija le necesita, la joven se da cuenta ya de todo y apoya a Rosa liberándola de responsabilidades que no son suyas.

Así, la boda se lleva a cabo en la playa tal y como nuestra protagonista quiere. Una bella ceremonia en la que se lee a sí misma y a todos las directrices de lo que va a ser su vida. Bajo un sencillo arco floral en la misma orilla del mediterráneo y vestida de rojo pasión Rosa habla por fin desde su sentir pleno:

—He decidido comprometerme conmigo misma, porque para que te traten con respeto y amor te tienes que amar tú la primera.

Prometo respetarme, cuidarme. Prometo escucharme, perdonarme. Prometo hacer lo que me haga bien a mí. Prometo preguntarme a mí misma primero antes que preguntar qué quieren los demás. Prometo llevar a cabo mis sueños y mis deseos. Prometo quererme con todo corazón todos los días de mi vida. También quiero renunciar a poner mi felicidad en manos de los demás. Y por último renuncio a ser obediente.

 

Y se pone el anillo que le entrega su emocionada hija. Rosa se ha comprometido consigo misma, su voluntad es nunca más fallarse. Lo celebra ella, Lidia, los hermanos libres ya de egoísmos e incluso el desconcertado padre que acepta el derecho de su hija a decidir qué quiere hacer con su vida, derecho inapelable que desafortunadamente muchos progenitores no entienden.

Final feliz que a algunos no parecerá real, cada cual siente como siente. Pero a mi entender —a pesar de tanto sufrimiento— en la vida se pueden dar los finales felices, especialmente cuando uno toma valerosas decisiones desde la autenticidad. No es fácil tomar una decisión como la que toma Rosa, lo fácil es ser víctima eterna del miedo a cambiar o reaccionar cortando por lo sano con todos y todo. Se requiere valor —y amor— para resituarse, para expresar la propia diferencia y voluntad al desnudo, para perdonar a los demás y aceptarlos si es que ellos quieren seguir con una o uno… Rosa es una auténtica heroína por ese valor de amor y merece en consecuencia el final feliz.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: La actriz Candela Peña en el filme La boda de Rosa (2020).

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