El cuarto filme del aclamado realizador canadiense Xavier Dolan —y el cual data de 2013, año en que ganó el FIPRESCI Prize del Festival de Venecia de esa temporada— es el nuevo crédito audiovisual disponible en la cartelera de la plataforma Centroartealameda.tv.
Por Ezequiel Urrutia Rodríguez
Publicado el 3.1.2021
Durante los trabajos de Pedro Lemebel en sus obras Loco afán. Crónicas de sidario (1997) y Tengo miedo, torero (2001), el escritor desarrolló el equivalente contracultural al relato LGBT+ que surgiría en los años 90, especialmente el llevado a cabo por la industria del cine.
Dicho periodo podría considerarse una época especial, sobretodo por el recambio cultural que afrontaba Chile, ya sea por el denominado “Retorno de la Democracia”, así como por el paulatino proceso de aceptación hacia las disidencias sexuales.
Evento que, como se dijo, iría dando espacio a ciertos artistas creativos para romper tabúes y narrar las historias que dichos colectivos tenían para contar.
El problema con estas historias resultó en lo mercantilizado que el concepto se volvería para las productoras, principalmente con Hollywood, quienes darían paso a lo que el escritor chileno denominaría “el nuevo gay encubierto y neoliberal”, un musical con patas que canta lo lindo que es “salir del closet” mientras reafirme patrones socialmente aceptados.
Dicho paradigma destacaría no solo por vender un ideario superficial de lo que son las disidencias sexuales, sino que también por su afán de encubrir todo acto de marginalidad afrontado por dicha comunidad. Postura contra la que Lemebel claramente reaccionaría, centrando así su trabajo en captar todos esos elementos que el “nuevo gay” pretende evadir.
Abusos en la campiña francesa
Es bajo esta premisa que el director, productor y actor canadiense, Xavier Dolan, compuso en 2014 la obra titulada Tom en la granja, cinta que además combina elementos del drama con el sofocante ambiente del terror psicológico.
En esencia, como Lemebel, Dolan pasa de narrar el rollo que Hollywood intenta vender como lo que significa “ser homosexual” (que más encima, solo acaba en un anexo glorificado que finalmente será cortado en las salas de China), abordando una historia más ligada al duelo, en que su protagonista afronta la muerte de su pareja y ahora debe ver a la familia que ni sabía de su existencia.
Es así como Tom (interpretado por el mismo Dolan) viaja hasta un pueblo remoto en el campo francés, conociendo a la madre de su novio, Agathe. Pero también le tocará enfrentar al abusivo de su “cuñado”, Francis, un obsesivo y violento sujeto que hará de su estancia una pesadilla.
De estos tres personajes surge una interesante relación, tristemente, basada en la mascarada y el timo, especialmente de parte de Francis, quien, al igual que el actor que lo interpreta (Pierre-Yves Cardinal), debe mantener la imagen del hijo amable frente a su madre, por quien demuestra una fuerte dependencia y necesidad por aprobación.
A esta construcción se suma su obsesión por el control y la forma en que trata de proyectar sus sentimientos negativos hacia Tom, entre los que podemos encontrar una aparente homofobia, si es que la palabra no continúa siendo un meme.
El asunto con ese último término va de cómo, en estos tiempos, se ha usado tan a la ligera y de formas tan superficiales, que muchas veces solo es una tela que cubre el problema de fondo. Y en el caso de Francis, su dependencia emocional por su madre, su muestra de apego ansioso, desordenado y sus patológicas fantasías de poder, así como de control, van más allá de una mera aversión hacia los homosexuales.
Esto mismo puede confirmarse con la llegada de un cuarto personaje a la fórmula, una supuesta novia del difunto, Sarah (interpretada por Evelyne Brochu), quien al igual que Tom debe lidiar con la misma actitud agresora de Francis, el cual repite el mismo discurso y las mismas amenazas aplicadas al protagonista, confirmando que el problema no es en contra del protagonista.
Una cámara que visualiza el daño
Ahora bien, hablando del protagonista, es interesante cómo nos lo presentan, así como se juega de modo naturalista con el ambiente, lo que vuelve su introducción al conflicto, incluso algo romántico.
No sería para menos, considerando que ha perdido a un ser amado, detonante que permite usar el ambiente rural como un refugio para su corazón roto (clásico de los poetas del Romanticismo). Pero que al mismo tiempo, al sumergir el espacio bajo tonos más fríos, Dolan nos da a entender la tormenta que se avecina, poniendo al espectador en alerta.
Para este encuadre es crucial señalar la composición en violín de Gabriel Yared, que al igual que los tambores aplicados en la trilogía de Jumanji (1995-2019), anuncian el peligro que corre Tom al encontrarse con este sociópata.
Del mismo modo que apuntar al protagonista usando la gradación de un foco determinado de la cámara, mientras es abordado por su agresor, se logra que la audiencia clave aún más los ojos en el estado anímico del actor, haciendo énfasis en el daño causado.
Y hablando de daños, otro punto interesante presentado en esta obra surge del hecho de no haber romantizado este abuso. Y es que luego de 365 DNI (Bialowas, 2020), After (Gage, 2019), y Tres metros sobre el cielo (González, 2010), ni me hubiera sorprendido que Dolan prestara la escena para construir un romance.
Por fortuna, el autor tiene clara su película, y como se dijo anteriormente, pasa, especialmente del tropo del gay hollywoodense. Porque para él hubiera sido fácil recurrir al tropo narrado en Glee (2009), y que toda la violencia de Francis sea solo la consecuencia de reprimir su orientación sexual, todo para acabar en discursos vacíos dedicados a pubertos.
Pero no.
La adversidad sin amor
Aparte de todo eso, la razón por la que Dolan acierta con su relato va de la mano de la construcción de Tom, quien además de caer en angustia por perder a su novio, claramente se encuentra en un estado vulnerable, y cual Síndrome de Estocolmo, además de no querer montar una escena frente a su “suegra”, asume pasivamente los ataques de Francis, hasta como un refugio para el vacío que siente.
Es por eso, también, que haber aplicado una paleta de colores que considera tanto el verde como el amarillo resulta ideal para que la audiencia pueda sintetizar esta información (de la misma forma en que lo va haciendo su personaje principal a lo largo de su arco dramático), ya que combina un aura de calma con un entorno reflexivo, ahondando en un análisis frío, necesario para tomar una decisión importante.
Cabe agregar, volviendo a tomar a Sarah, cómo Dolan toca otra de esas realidades que al “nuevo gay” no le gusta tocar. El hecho de recurrir a la “pantalla” o la “prueba”, ideal legada del periodo “patologizador” del cine a la comunidad homosexual, donde todo se arreglaba con una noche de sexo con una chica guapa.
Bajo este lente, se aprecia también que el arco trazado con estos personajes vaya de cómo decirle la verdad a esa madre, quien, como todo aquel en esa situación, mantiene una imagen viva del recuerdo de su hijo, imagen que no pueden solo ir y cambiar.
Y es por esto que yo recomiendo esta película, más si ya están cansados de la absurda romantización de las relaciones tóxicas, porque si hay algo que esta obra marca a fuego en sus espectadores es la nociva interrelación entre Tom y Francis, la cual en ningún momento perderá su enfoque ni buscará excusas baratas.
Y en un tiempo en que los maltratos hacia las parejas se ha pintado de rosa, se agradece que existan autores que digan las cosas como son.
Algo similar se puede decir de este giro de tuerca a este “nuevo gay”, al que Dolan, como Lemebel, le recuerda que la realidad no es un musical de Disney, que allá afuera la gente no será amable contigo solo porque “sea lo correcto”. Es más, muchas veces ni lo serán, pero eso no quita que podamos volvernos fuertes y seguir avanzando, superando el dolor, así como la adversidad.
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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo.
Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.
También es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y licenciado en educación y profesor de educación básica de la Universidad Católica Silva Henríquez.
Tráiler:
Imagen destacada: Tom à la ferme (2013).