El volumen del autor mendocino —que acaba de publicar en una versión remasterizada, la valdiviana Komorebi Ediciones— ahonda en lo real y en sus límites, en la percepción, duda de ella, para transgredir lo narrativo, e insiste en una escritura de la semilla, para finalmente insistir en la hondura de las búsquedas existenciales.
Por Felipe Moncada Mijic
Publicado el 12.3.2020
Exterminio es un continuo de poemas, escrito hace más de quince años por Juan Manuel Silva (1982), revisado por el autor para la presente edición y publicado por Komorebi Ediciones de Valdivia.
Trato de imaginar el ejercicio, la revisión de una escritura de otra época, en este caso de cuando el autor tenía 21 años, con la distancia cognitiva que ello pueda tener, y pienso en la tentación de la corrección, que —según las “Palabras al margen” incluidas en este mismo volumen— se limitó a quitar algunos epígrafes, sonidos, y reiteraciones estilísticas, o dicho en términos agrícolas: a ralear y podar.
En ese acto de respetar un registro, un texto escrito por otro que de alguna manera sigue habitando en el autor presente, me parece ver una confianza por esa sensibilidad primitiva, una especie de optimismo propio de la edad, de cuando el desencanto o el agotamiento que producen la vida social adulta, aún no frenan el impulso creador, que se despliega todavía sin cálculos de instalación dentro de un contexto discursivo.
Predomina en estos textos una opacidad lingüística que avanza según su alquimia personal en búsqueda de sentido, una consciencia de la finitud y de la brevedad de todo, veamos un fragmento: «Quizás toda la búsqueda, el amargo vagabundear entre perros y borrachos, / no sea más que un pequeño aplazamiento. // Y sin embargo las cosas siguen creciendo. / Aun así esa música tras los surgimientos» (p. 37). El autor nos sugiere la presencia de una sensibilidad que se consuela de la finitud, con el solo hecho de seguir percibiendo lo nuevo.
Al leer estos textos me surgen preguntas como: ¿hay una época de la percepción en que la materia nos habla con un lenguaje transparente, pero que visto a distancia es pura opacidad? ¿Qué es lo que perdemos en el camino, desde esa lucidez salvaje de los primeros años de vida?
En los textos de Exterminio hay una alusión constante a lo sagrado, ya sea posibilidad o pérdida, a un espacio originario relacionado con la expresión del espíritu, leamos otro fragmento: «Las esfinges guardaron la música. Y los cuatro ríos se durmieron en la afonía de los cuclillos. Entonces las estatuas juraron la sangre en ceniza. Sus ojos no quisieron responder a los astros. // Así los gigantes sepultaron los colores. Así los mares huérfanos al hacerse uno con la tierra. Así la luz se hizo signo del destierro» (p. 10).
Parece mencionar un tiempo otro en el que había sonidos y colores, o mejor, había una percepción que los podía distinguir y atesorar. Al leer esto se me vino a la mente el desasosiego de Wordsworth, en su queja de ya no poder ver la naturaleza con los ojos de la juventud, permítaseme citar un fragmento del poema “Esplendor en la hierba”, aunque de dudosa traducción, útil para ejemplificar la idea:
«Aunque el resplandor / que en otro tiempo fue tan brillante / hoy esté por siempre oculto a la mirada. // Aunque los ojos ya no puedan ver ese destello / que en mi juventud me deslumbraba / Aunque nada pueda hacer para volver a la hora del esplendor en la hierba / no debemos afligirnos / porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo». La pregunta que se queda vibrando es: ¿a dónde se va esa sensibilidad?
Componentes de una alquimia personal
En su libro de ensayos Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco, la poeta argentina Alicia Genovese, profundiza sobre algunas cualidades del lenguaje, aspectos que en la lectura de este libro de Juan Manuel, cobran una singular pertinencia, cito: «Frente a la cohesión asociativa que es exigencia de los discursos transparentes, la poesía quiebra y yuxtapone, deja hablar al espacio en blanco. Frente al horror vacui de la explicación y la justificación, la poesía utiliza la elisión, deja que los sentidos se armen con el gesto silencioso de las palabras obviadas» (p. 19).
Como el tipo de texto al que alude la cita, los textos de Exterminio no son fáciles en el sentido de información que se transmite, de acciones o sucesos, ya que comunica complejidades subjetivas, sin ser escritura automática, ya que hay una continua intención de búsqueda de sentido que oscila entre el conocimiento adquirido mediante la cultura y la percepción directa de la realidad.
A propósito, cito otro extracto del ensayo de Alicia: «El poema no se preocupa por explicar lo percibido, lo tensa. Al poema no le importa sumergirse en el contrasentido, lo deja vivir dentro de su densidad, dentro de sus antítesis y paradojas. El poema tiende a relativizar o abolir el tiempo real, el tiempo histórico; valoriza más el presente de su enunciación. En ese presente se establece una nueva relación sujeto-objeto, sucede el lenguaje, la posibilidad de decir, de ver y de construir en parte la realidad» (19).
Traigo a colación ese párrafo sobre el tiempo histórico, pensando en el estallido social chileno que marcó los dos últimos meses del 2019, justamente cuando ha surgido una gran necesidad de lenguaje transparente.
Información, argumentación, coordinación, declaraciones, textos legales, acusaciones, demandas, acuerdos, negociaciones, y mientras han temblado las bases del modelo —o al menos ha quedado obscenamente expuesto su motor de desigualdad— ha ocurrido una maravillosa repolitización de las conversaciones, y muchas y muchos se han cuestionado la existencia de la poesía en tiempos convulsos, o al menos de la poesía que apuesta a un tiempo propio, y se llega a caer en una lógica excluyente de escribir versus participar, como si fueran agua y aceite.
Hace dos meses la poesía «social» era vista con sospecha, como algo de un tiempo en escala de grises, ahora pasará lo mismo con la poesía sin apellidos, así de rápidas y oportunistas son las posiciones y los juicios, sin embargo el tiempo particular de la poesía —cuando no es el mantra de un estereotipo—, siempre ha sido una subversión a cualquier tipo de poder, y me atrevo a pensar que es uno de los pilares en que se funda su continuidad. Ser inasible mediante el lenguaje es otra manera de no dejarse atrapar.
Volviendo al texto de Juan Manuel, y a propósito de la densidad que se despliega en sus páginas, quiero mencionar que otro recurso notable son las paradojas y enunciaciones al estilo de certezas poéticas, que distan mucho de ser certezas argumentativas, cito algunas:
«Solo conoce el reflejo quien se ha traducido en luz. / Solo refleja quien la voz ha destruido» (p. 11), «no lee quien esconde cicatrices. La música de los seres vivos es el pan que se arroba entre las brasas» (p. 12), «pues la lengua es otra forma del fracaso en que la pérdida se da, ya hacia lo celeste o seminal» (p. 34) y «no hay templanza en la derrota. Irse agachado tras las nubes como el niño que ha traicionado por primera vez. La despedida es un viaje solitario a la ceniza» (p. 36).
Como se aprecia, no son certezas que aspiren a postulados o axiomas, son piedras donde pararse, fragmentos sólidos a manera de conclusiones en medio del viaje metafísico que acompaña al hablante, componentes de una alquimia personal que relaciona cambios materiales con transformaciones del espíritu.
La riqueza del léxico utilizado en estos poemas es impresionante, se podría caer en la tentación de relacionar esta escritura con el barroco, con su alergia al vacío. En el texto de Néstor Perlongher, «Caribe transplatino», analiza y ejemplifica los impulsos y recursos del gesto barroco en las escrituras latinoamericanas recientes, y que tangencialmente se podría aplicar a la escritura de Exterminio, cito:
«Un gusto por el enmarañamiento (…) que no es un error o un desvío, sino que parece algo constitutivo, en filigrana, de cierta intervención textual que afecta las texturas latinoamericanas: texturas, porque el barroco teje, más que un texto significante, un entretejido de alusiones y contracciones rizomáticas, que transforman la lengua en textura» (p. 95).
Personalmente, veo esta escritura de Exterminio más relacionada con una búsqueda metafísica mediante símbolos personales, una especie de ofrenda lírica particular que desemboca en una riqueza lingüística, más que un propósito estilístico a priori.
Un paréntesis sobre esto: a menudo aparecen estudios que se lamentan de la reducción de las palabras promedio utilizadas por chilenas y chilenos de las nuevas generaciones, pero más allá del lugar común de esa queja, sería interesante indagar qué es lo que muere cuando desaparece una palabra del uso, ¿no acusa también la desaparición de rituales? ¿No desarticula la existencia de ciertos pensamientos?
Usando una metáfora musical como las que abundan en el libro, no es tan sutil lo que pueda lograr un silbato en comparación con una flauta, un ejemplo ad hoc, la palabra japonesa komorebi, que felizmente da nombre a la editorial que publica este libro, significa: «la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles».
Todo eso en una palabra. Si se perdiera, se perdería también esa imagen y la sensibilidad que supo capturar esa imagen, es decir, seríamos más pobres. La riqueza en el lenguaje habla que hay una comunidad comunicante, o el eco de ella que se manifiesta en recovecos, en jugadas magistrales que ocurren en el sonido, en la página, en la memoria, en el significado, aunque haya pocos espectadores que puedan disfrutar de la acrobacia verbal, las jugadas ocurren y esperan su lector.
Exterminio, de Juan Manuel Silva, ahonda en lo real y sus límites, en la percepción, duda de ella, transgrede lo narrativo, insiste en una escritura de la semilla cuando predomina una escritura de la cáscara, nos recuerda un estado del lenguaje en que se puede prescindir de lo anecdótico o particular, al menos por un rato, para insistir en la hondura de las búsquedas existenciales, nos trae un tiempo en que aún no hay categorías claras y cerradas.
Así, este libro —volviendo a Wordsworth—: «puede inspirar ideas que, a menudo, se muestran demasiado profundas para las lágrimas», ante lo cual Juan Manuel nos replica que: «Todo movimiento es ya caída. Todo lenguaje sin dirección es destierro. Exterminio» (p. 17).
Obras citadas
—Genovese, Alicia. (2011). Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
—Perlongher, Néstor. (2008). Prosa plebeya: ensayos 1980-1992. Buenos Aires: Colihue.
—Silva Barandica, Juan Manuel. (2019). Exterminio. Valdivia: Komorebi Ediciones.
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Felipe Moncada Mijic (Quellón, Isla de Chiloé, 1973). Licenciado en educación y profesor de Estado en física y matemáticas (Universidad de Santiago de Chile). Editor de la revista La Piedra de la Locura y uno de los fundadores de Ediciones Inubicalistas.
Ha publicado los libros de poesía Irreal (2003), Carta de navegación (2006), Río babel (2007), Músico de la corte (2008), Salones (2009), Mimus (2012) y Silvestre (2015). En el género de ensayo ha publicado Territorios invisibles (2015).
Crédito de la imagen destacada: Komorebi Ediciones.