El Festival de Viña del Mar y la traición a sus orígenes metapolíticos

Entre tantos desfiles de modas, maniquíes, escenarios con vista al mar, autos de lujo, la “sociedad del espectáculo” ha logrado un lugar preponderante en una Ciudad Jardín cada vez más liquida y metropolitana. Si antiguamente la atención giraba en torno a la mística del Hotel O’Higgins, y del rito detrás de la presentación de artistas significativamente relevantes desde el punto de vista cultural, vanguardista, actualmente el foco prioriza el comentario desinformado sin mayor consistencia, el «cahuín» mediático que intenta posicionarse en los matinales para mantener a la gente frente a la televisión, y en la evaluación estética acerca de la modelo de turno que se pasea en primer plano.

Por Carlos Ravest Letelier

Publicado el 25.2.2018

El Festival de Viña del Mar desde un tiempo hasta la fecha, se ha tomado la atención de los medios, por temas diametralmente distintos a los que captaba la atención en sus comienzos.

Entre tantos desfiles de modas, maniquíes, escenarios con vista al mar, autos de lujo, la “sociedad del espectáculo” ha logrado un lugar preponderante en una Ciudad Jardín cada vez más liquida y metropolitana. Si antiguamente la atención giraba en torno a la mística del Hotel O’Higgins, y del rito detrás de la presentación de artistas significativamente relevantes desde el punto de vista cultural, vanguardista, actualmente el foco prioriza el comentario desinformado sin mayor consistencia, el «cahuín» mediático que intenta posicionar en los matinales para mantener a la gente frente a la televisión, y en la evaluación estética acerca de la modelo de turno que se pasea en primer plano.

Mientras los medios de comunicación gastan millones en propaganda, publicidad muchas veces vacía, la Región intenta recarpetear a duras penas la Avenida España de Valparaíso (la tercera calle más transitada de Chile, con aproximadamente 35 mil automóviles diarios), el Puerto se incendia constantemente como si fuera una caja de fósforo, y Viña del Mar por su parte se debate entre la contradicción de crecer de forma inorgánica mediante las inmobiliarias, los aportes que deja el casino y la Quinta Vergara, siendo a la vez una de las urbes con más campamentos en Chile.

En ese sentido, la ausencia de una planificación integrada del transporte, la vivienda, la educación a nivel local, parece estar en relación con lo que se ha denominado como “presentismo”. Vivimos en una actualidad continua, un tiempo sin horizonte, donde la sumatoria de eventos no posee una visión trascendente. Adoramos figuras como en la época de los paganos, desconociendo el carácter histórico que poseen los lugares por donde transitan las personas. El rol de la arquitectura transicional de Roberto Davila en el restaurante Cap Ducal, el Palacio Flores, el aporte vanguardista del Paseo Valle, el sentido «totémico» del Palacio Vergara como nudo de articulación entre las haciendas las 7 Hermanas, y la que repite el nombre de Viña del Mar.

Si entendiéramos cómo surgió el Festival de Viña y la historia de la familia Vergara, cómo fue que lentamente la gente empezó a llevar asientos donde actualmente se celebra el mediático evento veraniego, y el modo en que la municipalidad local hizo posesión de la Quinta, y si supiéramos la verdad del paso que unía a la ciudad con Valparaíso antes que dinamitaran el borde costero, posiblemente tendríamos mayor claridad con respecto al futuro que el tiempo le depara tanto a Viña del Mar como al festival mismo.

 

Imagen destacada: Una postal antigua de la Quinta Vergara de Viña del Mar