Los realizadores nacionales Nicolás Molina y Marcela Santibáñez logran con su propuesta fílmica renovar el vocabulario cinematográfico sobre lo cotidiano. Y con ello nos invitan silenciosamente a descubrir nuestra propia fisonomía a través de un modo de ver, en una forma dinámica pero lenta, muy parecida al penetrante serpenteo que nuestros ríos esculpen a los paisajes del planeta.
Por Deysha Poyser
Publicado el 28.3.2019
Lo auténtico constituye una clase de experiencia particular. Aquello que comparece con absoluta correspondencia ante sí mismo. Sin amagues, sin torsiones ni piruetas; igual a sí mismo. No necesita asistencia de esquemas, de pautas ni gesticulación alguna. No necesita indicar un contenido determinado porque éste está fundido con sus formas o manifestaciones. Como las arrugas que se hunden en la cara imprimiéndole a una el carácter que ha forjado durante la vida, o los gestos ciegos que traslucen un modo específico de estar con las cosas que nos rodean. Un modo de ser propio, no pretendido. Un modo sido. Algo de accidental tiene lo auténtico, pero se intuye a la vez que no es contingente. No quiero decir que lo auténtico sea explícito. ¿Puede ser explícita la noche o explícito el fuego? No tiene sentido ¡Es peor que lo explícito! Suscita en quienes lo experimentan una complicidad innegable, probablemente la fuente de su verdad irrefutable. De pronto, nos vemos envueltos. Involucrados quiero decir. Asistimos. Lo explícito supone una evidencia cruda que podemos reproducir, aislar argumentaciones, símbolos, gestos que anudan su realidad. Así, lo explícito es plano. Lo auténtico no, tiene más dimensiones. Si acaso tuviera estructura, lo auténtico poseería capas movedizas que no permiten atraparlo, fijarlo a un plano. Se resiste así, como toda genuina experiencia, a ser reducida a componentes abstractos, todavía a las disecciones más penetrantes. Se resiste, porque fluye. Su unidad es su despliegue. Y lo constatamos: cuando se nos da lo hace con claridad. Cuando pasa, nos resulta cotidiana. De pronto tibia por familiar. Y es precisamente esta autenticidad la que se filtra ante nosotros al ver Flow (2018).
Hoy jueves 28 de marzo se estrena Flow en los cines de nuestro país -Santiago, Viña del Mar, Iquique, Talca, Constitución, Chillán, Puerto Varas, Puerto Montt y Coyhaique-. Ha sido presentada en festivales como el de Guadalajara, Sheffield y para sorpresa de su director, Nicolás Molina, resultó ganadora a mejor película nacional del Sanfic 2018.
Durante la avant premiere realizada en Matucana 100 el pasado martes 19 de marzo, tuvimos la oportunidad de compartir con el director y Marcela Santibañez, creadores de la cinta. Marcela es responsable del sonido y Nicolás de lo visual. Ambos resaltan el valor del lenguaje que surge cuando se logra desaparecer, fundirse con lo cotidiano, cuando se deja de ser un extranjero en una tierra y se es uno más. El punto de vista que maneja Flow es particularmente interesante en este sentido. Sin caer en la asepsia o la monotonía documental, el ojo desfila río abajo en complicidad con el nuestro.
Nuestro Biobío y el Ganges cargan con una cultura viva de seres humanos que lo habitan. El punto de análisis que recorre a ambos se posa sobre los acontecimientos con una poética neutral que vertebra una narrativa elocuente. No es de extrañar que tras este filme existan más de 250 horas de trabajo paciente y atento. Este destilado no se resuelva en un mosaico, se resuelve en una trama que, a modo de juego, se desenhebra sin pretensiones en los materiales que conforman la radical relación entre paisaje y habitar. Es, a mis ojos, un logro estético dar con ello sin recurrir a recursos mitificadores y románticos de un pasado preindustrial. Asistimos a esta realidad concreta, contemporánea, rica y miserable a la vez. Acceder a estas vivencias implica una compenetración con el entorno que es difícil de dibujar con palabras, apenas con recortes y de a poquito, como hasta ahora intento, diciendo lo que es y no es mediante escorzos.
Nicolás y Marcela logran con su propuesta renovar el vocabulario cinematográfico sobre lo cotidiano. Y con ello nos invitan silenciosamente a descubrir nuestra propia fisonomía a través de nuestro modo de ver. Fisonomía dinámica pero lenta, muy parecida al penetrante serpenteo que nuestros ríos esculpen a los paisajes. Conviene ver Flow en pantalla grande este fin de semana, conviene para que permanezca en cartelera y seamos más los que nos atrevamos a hacer del cine una vivencia.
También puedes leer:
–SANFIC 14: Documentales Cielo y Flow: Mirar hacia lo lejos.
Deysha Poyser es licenciada en ciencias biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y actualmente es tesista de la misma casa de estudios a través de su programa de licenciatura en estética. Sus intereses e investigaciones académicas y personales se enmarcan en una preocupación por una reflexión fenomenológica consistente sobre lo vivo, la vida, la subjetividad y la experiencia. Cultiva su amor por las artes en su tiempo libre.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma del largometraje documental Flow (2018), del realizador chileno Nicolás Molina.