Trabajador y metódico como pocos, el escritor nacional Aníbal Ricci prepara el lanzamiento de su libro «Miedo» (Zuramerica, 2021), una versión remozada (y mejorada) de su inaugural «Fear» (Mosquito Comunicaciones, 2007): un texto donde en la mejor tradición de la «road movie» latinoamericana instaurada por el genio de Roberto Bolaño, se desentrañan las razones artísticas y emocionales (valiéndose de una prosa de alta calidad literaria), que tuvo el también exitoso ingeniero comercial de la Pontificia Universidad Católica de Chile, a fin de declarar su enfrentamiento radical en contra de las «cinco familias» que dominan bajo las formas, la violencia y el terror de una dictadura propia del antiguo régimen, a la industria audiovisual del país. [Nota de la Redacción]
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 9.2.2021
Qué agradable era sentir las manos de Gladys. Ella vivía en el sector Caballito y me contaba que era bien largo el trayecto para llegar hasta Ungaro, la peluquería de calle Talcahuano en pleno barrio de la Recoleta, cerquita de las multisalas de cines. Cuando terminó de lavarme el pelo me di cuenta de que no medía más de un metro sesenta. Su voz era agradable y era extraño que no hablara con esa autosuficiencia típica de las porteñas. Me tenía encantado con su coquetería y encontré que tenía un aire a la Juliette Binoche. Me relajó tanto oírla, que empecé a olvidar la mala noche que había pasado, también la sensación de persecución con que había amanecido. Me entretenía viéndola por el espejo mientras le pregunté por algún bar. Ella me contó de algunos lugares interesantes. Yo la miraba descaradamente. Sus ojos eran color miel y tan dulces como su voz. Aunque tímida, irradiaba algo felino en sus movimientos y todo su cuerpo era femineidad. Con qué delicadeza me cortaba el pelo. Sus manos diestras con la navaja se deslizaban suavemente mientras mi mente se transportó.
Recordé un paseo que hicimos con Gloria a Horcón. Eran tiempos cuando todo parecía flotar y todo lo miraba con un filtro especial.
…nadie puede… y nadie debe… vivir… vivir sin amor…, nos hacía cantar Fito.
Todo era diferente. Las empanadas de queso eran más ricas. Caminar de la mano por la feria artesanal era todo lo que me satisfacía en la vida. La abrazaba y la besaba. No me cansaba de ello. Íbamos con Nico, al que había que despertar cada vez que andábamos en auto. Lo llevaba “al apa” y era feliz. Me sentía como su papá. Pensaba que Gloria sentía lo mismo. Que era feliz hasta de respirar. No sé que pasó, pero de pronto ella me preguntó.
—¿Sabes que día es hoy? –no supe que responder…
—No.
—Es 22 de octubre –agregó–, hace un año que nos conocimos.
Lo dijo de forma tan hiriente, como queriendo decir: no te importa lo nuestro. Pero a mí sí me importaba y por eso no entendí su reacción. ¿Sería tan imperdonable haberme olvidado? Era la segunda vez que me miraba con esos ojos despiadados. ¿No era suficiente lo que sentía por ella?
Gladys terminó el corte de cabello y se veía orgullosa. Sus ojos sonreían como los de una niña. Mientras pagaba, le pedí su número de teléfono y lo anotó detrás de una tarjeta. Partí feliz. Probablemente la llamaría el fin de semana, por ahora tenía que apurarme para alcanzar la próxima función de los cines en la multisala. Necesitaba el anonimato que entregan las películas para pensar mi futuro itinerario. Faltaban diez minutos para los agregados. Conseguí una bebida y me senté a ordenar la mochila que había comprado antes. Necesitaba echar un vistazo al Trotamundos. Hoy sí debía encontrar un hotel, no muy caro, antes de que anocheciera. Apunté dos que quedaban por el barrio. Había caminado tanto y por tantos lugares que era imposible que alguien siguiera mis pasos. Solo debía tener cuidado al utilizar las tarjetas. Planeaba ir a Puerto Madero para comer y sacar plata, más tarde vería los hoteles. Para los siguientes tres días planeaba moverme de un lugar a otro y si en ese lapso no veía a nadie sospechoso, entonces buscaría un lugar definitivo para quedarme un par de meses. El plan me daba cierta tranquilidad. Era como tener el control de mi destino y tras afinar los detalles me sumergí en la película, que era un melodrama bastante malo. El ritmo melancólico empezó a contagiarme. Estaba vulnerable y no fui capaz de sustraerme.
Vino a mi cabeza un día perfecto, acabábamos de hacer el amor y Gloria me dijo que extrañaba las conversaciones con Cristián, el padre de Nico. Me entristecí muchísimo. Sus palabras quedaron grabadas en mi mente y me hirieron. Nunca me había dicho nada respecto de que algo no estuviera funcionando. Fue un meditado y razonado primer puñetazo.
—Echo de menos las conversaciones que tenía con Cristián… –dijo–, nosotros nunca hablamos.
Al momento agregó que se sentía sola y yo le eché la culpa a mis estudios. No me detuve a pensar lo que había dicho. La amaba tanto. Quería reconquistarla. Sin embargo, no sé si ella me habrá amado alguna vez, pensaba, mientras veía la película que ya casi no podía seguir. Ahora, a la distancia, entendía que era su forma de patearme. Siempre se había reído de mí. Fui una especie de juguete. Su tabla de salvación para no tener que vivir en casa de la mamá o de su abuela. Me costaba reconocerlo, pero había sido un verdadero imbécil y más encima dejé de ir a la universidad como prueba de mi amor. Claro que después tampoco le gustó que dejara los estudios. ¿Quién la entendía? La verdad es que todo le molestaba.
—Nunca me cuentas los problemas de plata –me decía.
Y si le contaba alguno no quería saber nada. Me tenía tan harto que un día le mentí acerca de una ida a un night club. Le dije que una mina me había chupado el pico, tal cual, y me salió el tiro por la culata. Se quiso ir de inmediato y empezó a empacar sus cosas. Me puse tan triste que no paré de llorar y solo gracias a eso se quedó. Días después le dije que era mentira, y se enojó aún más. Lo cierto es que no quería más tiempo para conversar sino más excusas para terminar. Pero ¿por qué no se fue esa vez? Quizás no tenía dónde. No tenía un sustituto a quien engatusar y sabía que yo era incapaz de echarla del departamento. Ahora me daba cuenta de que debí dejarla ir y punto.
La película acabó y permanecí furioso en mi asiento pensando en que había hecho mierda mi vida. Luego, con la cabeza caliente, abandoné la sala y salí a la calle. Estaba oscuro y gracias a ello pude esconder mi rabia. Vagué un par de horas. Hacía frío, pero eso no me detuvo. No podía despejarme. Caminé, caminé y seguí caminando hasta que mi estómago se hizo oír. Me había alejado demasiado y, no sabía en qué dirección. El plan de Puerto Madero fue reemplazado por el primer restorán con el que me crucé. Pedí tres vasos de jugo consecutivos mientras me traían la comida. Ya avanzada la noche pagué y fui al primer cajero automático. Ahora sí que no sabía dónde estaba. La furia me había desorientado. Me detuve en una plaza y hurgando en la mochila tomé el Trotamundos al tiempo que hacía parar un taxi. Le dije la dirección del primer hotel marcado y tras casi media hora, volvimos al barrio de la Recoleta. El hotel que escogí tenía cines cerca y me pareció bueno. Luego de registrarme prendí la tele, me recosté sobre la cama y, sin sacarme la ropa, me quedé dormido.
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.
En su rol de escritor ha publicado con gran éxito —tanto de crítica como de lectores— las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013) y El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016).
También, ha lanzado las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015), además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).
Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020) y Miedo (Zuramerica Ediciones, 2021).
Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga en Buenos Aires.